Aunque haya cerrado mi consulta por jubilación sigo igual de imprudente.
Aprovechando la mañana soleada me he alargado hasta unas oficinas municipales para arreglar los papeles de un permiso de obras de mi comunidad de vecinos. Soy el presidente. Y voy de buen humor. No; no es eso; ni anoche ni esta mañana ha habido movida caliente bajo las sábanas, que sois unos mal pensados. Simplemente, me siento bien. Voy pensando en cómo ha cambiado mi vida desde que estoy jubilado. Los madrugones, los atascos en el puente del centenario, los amaneceres frustrados, los desayunos atragantados... son recuerdos lejanos que me producen repelús. Todavía me asaltan sueños en los que llego tarde a la sesión de la mañana o me atranco con un familiar pesado y exigente o -peor aún- me reengancho al trabajo y me veo a mí mismo descolocado pasando planta como alma en pena. Y entonces, un despertar taquicárdico me devuelve a la paz y al regodeo. Mañanas de gimnasio -gym, se llama ahora- y mandados, y tardes de siesta y escribanía ocupan la jornada de este jubilado feliz. Solo inquieta mi espíritu si no debiera estar más pendiente de los cuidados que mi padre precisa allá en el pueblo. Y esta mañana me da por pensar que si la salud acompaña, un jubilado con una pensión más que decente -como es mi caso- tiene por delante un verdadero otoño dorado, otra magnífica etapa de su vida.
En esos y otros lúcidos pensamientos me hallaba cuando me percato que llevo un ratito caminando paralelo a un chica que, móvil en su oreja derecha, se ve que va contándole sus cuitas a alguna amiga. Casi sin querer me acoplo a su cadencia de paso por ver de qué cotillean. Yo no soy mucho de vigilar obras, me gusta más observar a las personas. Y dice la chica al móvil: "No, no es que sea mi novio, llevamos mu poquito saliendo; novio es cuando ya tienes una relación más estrecha"... Y entonces me sobrevino uno de esos instantes tan míos de imprudente inspiración. Y la abordo en plena calle y le digo: "Perdone usted señorita, quisiera hacerle una apreciación". La chica se me para atenta, me mira raro, baja el móvil de su oreja y me dice que qué quiero. "Verá, voy aquí al lado suya y no he podido evitar escuchar su conversación. Yo creo que está usted equivocada. Su amigo y usted son novios, por eso, porque están empezando. Cuando una relación ya es más estrecha, como usted dice, ya son pareja, ¿no?" La chica se queda con la cara a cuadros y, mientras, escucho lejana la voz de su amiga al otro lado del móvil que pregunta que qué es lo que pasa. Y se pone ésta, ya repuesta: "Ná, un señor mayor que me ha preguntado por una calle". Ea, bien empleado, pa que no te metas donde no te llaman.
Que bien que de nuevo nos deleites con tus historias que rebusco en cuanto entro en mi ordenador. Eso es señal de que estas bien recuperado y con ganas.Me gusta mucho todo tipo de lecturas, pero te estas convirtiendo en mi autor favorito. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Alfonso. En efecto, es posible que un termómetro de mi bienestar personal pueda ser mi frecuencia y mi fluencia literarias. Pero también considera que esto de la inspiración va por rachas.
ResponderEliminarEn fin, me alegro mucho de haceros un poquito más felices con mis escritos.
Abrazos para Rosa Mari y los niños.
El otoño del jubilado, bien podría ser el título de una buena novela de aventuras urbanas.
ResponderEliminarAmigo José María, te felicito por la frescura de tus comentarios al paso de las anécdotas diarias.
Tú no mirarás las obras nunca como un entretenimiento, de eso estamos seguros quienes te leemos.
Un Brazo.
Juan Martín.
Jajaja, gracias Juan Martín. Yo veo una obra y me expulso -como dicen en mi pueblo. Una de mis mayores desavenencias con mi mujer es precisamente que a ella le chiflan los albañiles, el cemento y los ladrillos.
ResponderEliminarUn abrazo.