Lucas y Daniel -como tantos otros niños- han amanecido esta mañana con la ilusión desbordada. En la video llamada se les amontonan las palabras, el uno sobre el otro, para contarnos a los abuelos todos los regalitos, con precipitación, como si no hubiese más mañanas. Anoche, dormidos ambos con premura inusual y consentida, sus padres prepararon con esmero el salón: alrededor del árbol depositaron los más variados envoltorios de vivos colores etiquetados con sus nombre respectivos. Al desempapelarlos, descubrirán, emocionados, ejércitos de Vengadores y Superhéroes; figuritas de Dinos y de Legos, un robot que obedece a la palabra, un libro de postres infantiles... Qué sé yo... Y un trozo grande de carbón de dulce para la perrita... y para "la abela", se ríen. En el zaguán encontrarán un plato con mantecados y polvorones (algunos ya mordisqueados), una botella de aguardiente con sus tres copas y su culito de líquido, y una cartulina blanca donde puede leerse en mayúsculas vistosas: GRACIAS.
Un año más, y se ha cumplido la magia. Aun sin Cabalgata. Porque esa magia no depende tanto de la suntuosidad y exuberancia de las distintas cabalgatas, sino de la fantasía inocente de los niños. Curioso el caso. De manera que, de niños, creemos en los reyes Magos no más de cuatro años (desde los cuatro a los ocho, más o menos). Y, sin embargo, dicha ilusión permanece de por vida, contagiada de hijos a padres y abuelos. Incluso entre nosotros, infieles ateos. Y republicanos.
Recordemos hoy, siquiera un momento, aquellas noches nuestras del 5 de enero. "Por el cinco de enero/cada enero ponía/mi calzado cabrero/a la ventana fría/... No. Nosotros tuvimos algo más de fortuna que el niño Miguel Hernández. Lo nuestro no eran abarcas, que eran botas de agua o zapatos recios del zapatero, o aquellos otros de "Gorila". Y nunca amanecían las botas desiertas ni vacías: algún martillo de caramelo, alguna zambombita de dulce, algún polvorón o mazapán... Y la botella inmarcesible de aguardiente de Rute con sus tres copitas, siempre la misma. Y al lado, muy bien dispuesto, el tambor de piel de oveja, ¡un tambor de verdad! No una lata vacía de atún, no; un tambor casi casi como los de los soldados romanos. O una pistola de mistos, ¡macho, qué pistolón! O un sable de plástico duro, qué lujazo. Y a nuestras hermanas, la muñeca pecosa de pelo caoba o el bastidor de costura. A muchos de nosotros no nos alcanzó la edad de las bicis ni los patines. Fuimos súbditos de unos Reyes magos más pobretones. Y bien poco que nos importaba. Nos resistíamos al sueño; deseábamos, con cierto canguelo y nerviosismo, asistir al momento más deseado y fantástico de nuestras cortas vidas: la entrada en nuestras casas de los Magos de Oriente. Aun sabiendo que era imposible, porque los Reyes nunca van a entrar en las casas si los niños están despiertos. ¡Qué nervios, qué angustia tan saludable y vivificadora, qué bendita impaciencia...!
-¡Alivé! -era la contraseña cantarina de mi padre para comprobar si nos habíamos dormido mi hermana Josefa y yo. Si alguno de los dos contestaba "el culo se te ve" era que no. Y al cabo de un rato volvía el alivé de mi padre, hasta que no hubiese respuesta. Entonces, y sólo entonces, los Reyes Magos entraban por nuestra puerta.
Como niños, bien pudiéramos vivir cientos de años que la imagen de esas noches de magia jamás desaparecerán de nuestra amígdala cerebelosa. Como padres que luego hemos sido, hemos disfrutado de esa noche casi tanto como lo hicimos de niños. Y no sólo de esa noche, sino desde dos meses antes cuando empezamos a pensar en "Los Reyes". Y ahora, como abuelos, cerramos el círculo recibiendo de ellos, de hijos y nietos, mucho más de lo que nosotros pudimos con ellos. Los Reyes de ahora se conoce que han prosperado.
Felices Reyes a todos. Y ojalá nos traigan pronto la deseada vacuna que nos devuelva la confianza, la paz y la hermandad.
Un mundo en cambio. Ayer por el Paseo, muchas personas mayores caminando. Seguro que arrepentidos de los excesos. Ni un niño o niña con bicicleta, carrito de capota o cualquier juguete. Absolutamente ni una familia de día de Reyes. Quizás en muchas casas se configuraban los juegos electrónicos.
ResponderEliminarArdino, hemos cambiado la calle, que fue patio de juegos en nuestra infancia y paseo hacia los centros comerciales en tiempos pre Plandemia, por un campo de concentración o patio de prisión, donde somos a la vez prisioneros y carceleros.
ResponderEliminarEl presidente de mi Comunidad Valenciana nos llama hoy irresponsables a quienes no acatamos sus directivas antidemocráticas, mañana nos declarará culpables y pasado nos freirá vivos con los microondas 5G.