martes, 26 de junio de 2012

El sordo que leía en los labios

Con los  sordos pierde mucho mi actuación médica. No es que yo ponga menos empeño en ellos, al contrario, uno intenta un mayor acercamiento a sus problemas, sabedor de esta debilidad. Pero he de basar la anamnesis (el interrogatorio) en el familiar que hace de traductor de mis palabras. Y es que las palabras adecuadas pueden ejercer un claro efecto beneficioso para los pacientes. Pero, claro, tienen que oírlas de boca del médico. Ante un sordo, por tanto, de poco sirven las palabras, las sustituyo por los gestos amables, pero no es lo mismo. No da igual una caricia en la cara que un "no te acojones que esto lo sacamos palante". Bueno, pero tampoco vayáis a pensar que tengo la consulta llena de sordetas. No, hombre

Creo que los médicos no valoramos lo suficiente el poder curativo de nuestras palabras. La Peque, sin embargo, lo tiene muy claro. "Una palabra tuya" -me dice- "alegra el día de tu paciente, lo hace feliz." Y me sirve de mucho, me ayuda a prepararme mentalmente para el machaqueo de la consulta diaria. Cada día puedo llevar la felicidad a una veintena de personas, a unas pocas familias. Esto es lo que voy meditando cada mañana en el camino atascado hacia el hospital, a cuánta gente puedo hacer feliz hoy. Aunque, errare humanum est, algunos días se me olvida y acabo metiendo la pata.

Este sordo, en concreto, es un tío gracioso. Y picante, como me gustan a mí las personas. Tiene una diabetes muy difícil de controlar por mor de su gordura y porque come de todo. Quizás debido a la obesidad ha desarrollado también una enfermedad en la espalda, una ciática.
Con gran alarde y aspaviento gesticula y vocea por dónde le duele, que no puede agacharse, que se le duermen los dedos de los piés, que cojea...Y protesta porque yo todo lo achaque al sobrepeso. Por mi parte le explico a su mujer, que es la traductora, lo de siempre, que debe de ser más disciplinado en las comidas, que debe de caminar un poco todos los días, que no puede ni oler el tabaco...,en fin, la rutina de los médicos. Pero él, el sordo, ni puñetero caso. Mientras converso con su mujer se distrae mirando los cuadros de peces en la pared de enfrente, o repasándose la negrura de las uñas.

Llega un momento, sin embargo, en que pone sus otros cuatro sentidos en la conversación. Parece como si lo hubiera oído. Su señora esposa me pregunta preocupada si lo de la ciática tendrá algo que ver con la imposibilidad de matrimoniar de su marido. Le explico que no, que la disfunción eréctil está más relacionada con la propia diabetes de tantos años y de tan mal control. Que tiene muy difícil, por no decir imposible, solución. Y el tío sin perder detalle. Y nosotros pensando que no se entera. Y él, en ascuas. En una pausa de nuestra charla, salta con esa voz alta y tan destemplada que tienen los  sordos:

-Doctor, ¿qué estáis hablando, de atizar? 

Este tío lee en los labios, oye.

1 comentario:

  1. Lo tuyo es que eres un optimista nato. Contrasta tu actitud de ir pensando a las personas que vas a ayudar ese dia con la de un "compañero" que por las mañanas cuando se levantaba de la reunión para ir a la consulta decia "A ver los pesaos que vienen hoy. Me dan ganas de salir con el fonendo dandoles gomazos". El dia y la noche. Apuesto por el dia.
    Un abrazo

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