domingo, 30 de junio de 2013

De charla con la Pegui.

Aunque la Peque y yo  estamos aquí de fin de semana, Benalmádena huele ya a vacaciones. No hay más que ver el tropel de gentío en el paseo marítimo con sus tiendas y bares atestados. Y lo que cuesta encontrar mesa en "Los Mellizos".

Ni siquiera una imaginación tan fértil y disparatada como la de mi mujer sería capaz de encontrar parecido entre el carril bici de Valencina y el paseo marítimo de Benalmádena. Yo sí, fíjate. No es tan complicado. Yo digo que si el mar llegara hasta la huerta de enfrente, que a Dios querer todo es posible, y el personal que transita por los campos del Aljarafe fuese cosmopolita, mayoritariamente inglés, entonces el carril bici de Valencina sería igualito que el paseo marítimo de Benalmádena. Ea, tan pancho.

Quizás me guste más este paseo que el carril. Es mucho más variado. En Valencina ya me conozco a todo el mundo. En ocasiones, el carril bici se convierte en una calle más donde te paras y todo a saludar a conocidos o a que nuestros respectivos chuchos se olisqueen los culos. El paseo marítimo da mucho juego. Me divierte adivinar quiénes sean guiris y quiénes nativos. Y de entre los nuestros, de qué parte vienen, según su particular prosodia.Ya sé que es tarea fácil y simple, pero yo soy también así. A los guiris se les reconoce a legua, son altos y pálidos, de cuerpos mal averiguados, algunos ya se han achicharrado y muestran sus lomos de salmonete, pasean en familia y son amantes de los perros, y los españoles somos el resto, por exclusión. De todas formas, existen algunos rasgos muy distintivos nuestros. No hablo de lo moreno, de la talla corta, del pelo rizado, del vocerío que liamos casi siempre en manada. En Benalmádena se ven, como en cualquier otro sitio, especímenes variopintos de nativos pero el que a mí más me llama la atención es el hombretón sobrado que domina el paseo solo, sin perrito ni nada, eso es de maricones, con su pantalón corto, sus piernas arqueadas, su camisa desabrochada para exhibir al mundo una panza cervecera muy trabajada, con una ciruela madura por ombligo herniado  que parece protestar por tanta tripa.

He salido de paseo con la Pegui. Tempranito. Es la mar de flamenca mi perrita, al principio sale desenfrenada, inquieta y con ganas de pelearse con cualquier otro congénere que se le cruce pero al cabo de cuatro broncas se viene abajo y no hace otra cosa que buscar sombras. Ya me he sentado con ella unas cuantas de veces porque se arrana y no consiente seguir andando. Y aprovecho el descanso para hablarle de nuestras cosas. Yo creo que me entiende porque cuando le digo una burrada vuelve la cabeza para atrás y me mira fijamente. La gente sonríe al verla caldear desparramada sobre las lozas, fresquitas aún del relente y del agua escurrida del fregoteo de los bares.

Se nos acerca un guiri para acariciarla. Me pregunta en inglés por su nombre. "Pegui", le digo. Y se agacha allí un ratito haciéndole carantoñas. Y me acuerdo sin remedio de mi amigo Jaime. Valiente par de mariposones, diría si nos pudiera ver, una patá en el culo y palante, hombre ya. Es un nórdico de unos cincuenta y tantos, calculo, de pelo blanco y electrificado, como si se le hubiera olvidado peinarse, con pantalón de lino y camisa floreada. Debajo del sobaco izquierdo aguanta dos libros pequeños. Se conoce que ha bajado al paseo para sentarse a leer un rato en este pequeño oasis de aquí al lado colmado de palmeras. Total, que ya se va el hombre y nosotros, la Pegui y yo, reanudamos el paso.

Vino de perlas que el danés se fuera. Nada más empezar a caminar de nuevo nos adelanta una pareja de jovencitos, él y ella. De él poco esperaréis que os cuente. Un tío normal. Ella, en cambio...A veces pienso que no encuentro explicación a cómo es posible que algunas tías estén tan bien hechas. La naturaleza, por principio, es imperfecta, asimétrica, azarosa, descuadrada. Me parece normal y natural que una teta esté más caída que la otra, que un guevo cuelgue más que el otro, que esta ceja esté más levantada, que éste parece que camina a saltitos, que el otro es un calvorota, que si el culo es plano o respingón...En fin, todos tenemos algún defectillo, es lo natural. Algunas tías, no. Algunas tías son perfectas. Esta tía que pasea delante mía, delante nuestra, ¿no verdad Pegui?, es perfecta. Procuramos mantenernos a rueda, que no se nos vaya mucho. Viste elegante con sólo dos piezas. Arriba, una especie de corpiño apretado que hace de sostén. Abajo, un pantalón largo, holguerito, de éstos que empiezan en la rabadilla dejando al aire los hoyuelos sacros, tan graciosos ellos, y que amenazan todo el tiempo con caerse. No parece gran cosa. Hay prendas femeninas apretadas que son mucho más sugerentes. La gracia es que la carne que se ve tiene una textura, un cuerpo y unas proporciones escultóricas, no parece carne humana. Pero el caso es que sí lo es.

En fin, vamos detrás de ellos y tan cerca que puedo escuchar algo de lo que charlotean. En un momento de su conversación oigo que ella le dice algo así como que las amigas son unas abusonas, que determinada persona no se ha portado bien con ella..., por ahí iba la cosa. Y ya remata "pues que se enteren todas que yo soy buena, pero no tan buena", como queriendo decir que hasta la bondad tiene un límite. Y yo le digo a mi Pegui: mira Pegui, ser, no sé cómo será, si buena, regular o mala pero estar, lo que se dice estar, está buenísima. Y la perrita, inocente del todo, agita su rabo tieso en clara señal de aprobación. ¡Qué envidia, hija, poder menear el rabo con tanta soltura!

Y así de simples suelen ser mis mañanas costeras.

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