Hace solamente unas horas he recibido a un tiempo sendos e-mail de mis amigos Jaime y Pintor con el mismo tema. Se trata de un relato demoledor en el que una corresponsal alemana en Madrid da cuenta a su periódico de cómo ve ella la realidad de la crisis en España. Yo creo que es auténtico, ya sabéis, no siempre puede uno fiarse de lo que recibe por e-mail. Éste parece de verdad. Os lo recomiendo. Tampoco es que descubra un nuevo mundo, todo lo que dice nos suena a todos como verídico, pero lo dice con tal crudeza que se te ponen los vellos de punta. Y uno se pregunta ¿por qué los periodistas españoles no hablan así de claro, de qué tienen miedo, están, quizás, tan sometidos a su línea editorial que no pueden salirse un ápice de lo políticamente correcto? O peor aún, ¿están comprados como el árbitro del Chelsea-Barsa de hace unos años que no vió cuatro penalties de libro?
El artículo en cuestión viene a decir que España no está tan mal como se pinta en el extranjero, que no es el mismo caso que Grecia, que tiene posibilidades y potencial para salir adelante, y que si no lo hace no es porque vivamos para la fiesta ni haya exceso de funcionarios ni se cobren muchos y elevados sueldos (que no es así) ni defraudemos en el IVA, sino porque nuestro modelo de estado se resquebraja, tenemos dieciséis mini estados que multiplican por dieciséis los mismos organismos oficiales, muchos de ellos totalmente inútiles, el poder judicial no es independiente, nuestro tejido empresarial ha olvidado su función social y sólo piensa en enriquecerse, nuestra clase bancaria carece por completo de escrúpulos y de decencia y nuestra casta política es corrupta y complaciente con los poderosos. Ea, ahí queda eso.
Y, al hilo de esto, se me ha ocurrido escribiros algo sobre la crisis, pero algo gracioso, de broma, que nos desintoxique, siquiera unos minutos, de tanta pesadumbre. No creáis que no me tomo la crisis en serio. Sería un irresponsable. Hay ya algunos pacientes míos que no pueden pagarse medicamentos. Tengo algún compañero despedido y, seguramente, me van a hacer trabajar gratis alguna tarde. Claro que es preocupante. Y encima Jaime me alienta asegurándome que lo peor está por venir. ¡No me jodas, tío!
Por ello quiero, yo mismo, despejarme un rato.
¿Cuánto tiempo hace, Tomás, que estuvimos en Italia? ¿Cinco años, quizás? Sí, puede ser. En Venecia, desayunando una bonita mañana en una cafetería cercana a nuestro hotel a Tomás le cambió el semblante una noticia que leía por internet en su móvil. "Macho, ha quebrado Leman-Broders" -farfullaba con la tostada en la boca, que por poco si se atraganta-. "¿Quién coño es ése tal Leman-pregunto yo inocente-. "Joder, José María, no me seas tan pueblerino, es uno de los Bancos más potentes del mundo". Y seguía cada vez más preocupado. "Joder, joder, esto es la crisis, ya la tenemos encima".Y Antonio y yo bromeábamos: "en cuanto que lleguemos a España sacamos del Santander los cuatro mil euros que nos quedan". "Antonio, -le decía yo- tú los escondes en la corraleta de tus perros, ahí no hay Dios que tenga cojones de entrar. Y yo los esconderé en la casetilla de la depuradora de mi piscina, que tanto monta de asquerosa". No vayáis a pensar que los perros de Antonio y de Victoria se pasan de trapío, ¡qué va!, son unos mansos, pero parecen borricos, imponen cierta desazón a las visitas. Y sobre todo, tienen su porqueriza la mar de apestosa.
Naturalmente, resultaron ciertos los malos auspicios de Tomás y en muy poco tiempo nos encontramos inmersos en la crisis. Dado que todas las miradas se dirigían a los Bancos, y principalmente al Santander, como los verdaderos responsables del desastre, nos propusimos, de verdad, hacer algún gesto en contra, algo testimonial. No, no; no planeamos ningún atraco. No tenemos, ni de lejos, el arrojo del "Cabeza" ni del "Culebra". Además, ¡qué hacen dos médicos tan decentes asaltando un banco? No hemos sido capaces siquiera de hacer alguna vez un "simpa", aunque solo fuera por la emoción que se debe de sentir, ni nunca nos hemos metido nada en los bolsillos de manera distraída cuando vamos al Corte Inglés. Y mira que dan ganas. No, nada de eso.
Mientras Tomás, muy entendido en estos menesteres, se entretenía por las tardes con el monopoli de la Bolsa cambiando a voleo sus acciones de aquí para allá, Victoria agarró seis mil euros y los escondió entre las fundas de su colchón. Al final prefirió ese sitio mejor que el de los perros, que son muy grandotes, pero medio tontos y se lo comen todo. El colchón de Victoria es ecológico, no creáis. Es capaz de enderezarte la espalda accionando cierto mecanismo y hasta de provocarte sueños eróticos. Pero ha sido una novedad inesperada que sirva también de tan práctico recoveco. Muchas cosas de su casa y de su vida son ecológicas. Por su mano, plantado tiene un huerto (como el beatus ille) donde cultiva tomates, pimientos y pepinos, todos ellos picados e incomestibles por privación de insecticidas; su agua de beber debe pasar unos cuantos filtros antes de ser ingerida; no come féculas ni gluten ni lácteos; su dieta es todo el año depurativa; se aplica a sí misma homeopatía, risoterapia, magnetoterapia y todo lo que de estrafalario cae en sus manos o llega a sus oídos. Ésta es como Mercedes, ya lo véis. Es muy solidaria, una verdadera mecenas, con su dedicación y aporte contribuye al sostenimiento de una encomiable caterva de sanadores alternativos.
Antonio y yo sacamos dos mil euros cada uno y nos abrimos una cuenta en un banco de ésos ecológicos, Triodos Bank. Más que nada para tranquilizar nuestra conciencia. Ya ves tú lo que éso le importará al Botín. No contento del todo, y después de mucho pensarlo, saqué tres mil euros más y los escondí en mi casa. En el hospital cundió el run run del corralito, de las cajas fuertes y cosas así. Un paciente amigo que es multimillonario, y del que otro día os contaré cosas, me había aconsejado distraer del Banco casi todo lo que tuviera. Pero yo albergué muchas dudas porque creía (y sigo creyendo) que mi dinero está más seguro en el Banco que en mi casa, tan al alcance de la larga mano de la Peque. Total, que al final me decidí. Pero solamente me atreví con tres mil euros.
Nunca lo hubiera hecho. ¿Dónde, Peque, los escondemos? Tres mil euros en billetes de 50 y de 20 hacen un paquetito bueno, no se camuflan en cualquier parte ¡Qué zozobra! ¡maldita sea! ¿Quién me manda a mí semejante marrón? ¿Qué necesidad tengo yo de esta preocupación, de este sinvivir? Mi mujer dispuso que detrás del cabecero de la cama. "Ni hablar Peque; si vienen a robarnos que yo no me entere, me muero del susto; los escondemos en el patio". "Bueno" -proponía ella- "los repartimos en varios paquetes y los ponemos en sitios distintos". "Tampoco me gusta eso, Peque, que al final ni yo mismo voy a saber dónde he puesto cada uno". Un follón. Cada día los cambiaba de sitio, entre los álbunes de fotos, entre mis libros, en el cajón de los paños de cocina, a pique de que los descubra Antonia, nuestra muchacha, debajo del plato de alguna maceta..., hasta llegué a revelar los distintos escondrijos a la Paqui y al Jaime. "Chiquillo, esas cosas no se cuentan, ni siquiera a los amigos", me reprochaba Paqui. No encontraba paz. ¡Con lo que me gusta a mí la tranquilidad de mi casa..! Un día creí haber dado con la solución: cogí el paquete dichoso, lo metí en una bolsa de plástico, bien atadito y lo amarré en una rama de uno de mis naranjos, una rama bien frondosa que lo ocultaba por completo. Nadie lo supo, ni siquiera la Peque. Ea, a ver quién se va a imaginar que alguien con dos dedos de frente vaya a dejar tres mil euros en un naranjo. Estando en el pueblo de fin de semana y mis dineros pendiendo de una rama, cayó allí un chaparrón inesperado, seguramente una tormenta local, que ni siquiera pasara de Benamejí. Pero yo no cabía en mi pellejo creyendo a mis billetes pingando de agua. No hubo tal, pero ya desconfié también de esa solución. Al final, los dejé en el cajoncito de siempre y fuera lo que Dios quisiera. Pero cada vez que salía de viaje, o preveía una ausencia de mi casa de varias horas me llevaba el paquete metido en mi bolsillo. Un caso. "Mira Peque, que no, que yo así no vivo. Dejo el dinero en su sitio de siempre y tú lo vas gastando, ea. Pero que dure, eh". Ella, claro está, no sólo respiró, sino que vió el cielo abierto con el cajoncillo repleto de billetes.
Bueno, después de todo ha servido de algo tanto desvelo. Muchos de mis amigos han sacado dinero del Santander y se han abierto cuentas en Triodos. Empezamos muy valientes, transfiriendo cada mes unos quinientos euros. Pero luego, con los recortes, hemos cerrado el grifito. Algunos de ellos tienen algo en sus casas, yo lo sé, aunque no vayan por ahí pregonando su escondite. ¿Lo notará Botín? Lo dudo.
Yo os animo (con la boca chica) a que hagamos como mi Peque: salgamos de la crisis gastando y consumiendo. ¡Con dos cojones!
El artículo en cuestión viene a decir que España no está tan mal como se pinta en el extranjero, que no es el mismo caso que Grecia, que tiene posibilidades y potencial para salir adelante, y que si no lo hace no es porque vivamos para la fiesta ni haya exceso de funcionarios ni se cobren muchos y elevados sueldos (que no es así) ni defraudemos en el IVA, sino porque nuestro modelo de estado se resquebraja, tenemos dieciséis mini estados que multiplican por dieciséis los mismos organismos oficiales, muchos de ellos totalmente inútiles, el poder judicial no es independiente, nuestro tejido empresarial ha olvidado su función social y sólo piensa en enriquecerse, nuestra clase bancaria carece por completo de escrúpulos y de decencia y nuestra casta política es corrupta y complaciente con los poderosos. Ea, ahí queda eso.
Y, al hilo de esto, se me ha ocurrido escribiros algo sobre la crisis, pero algo gracioso, de broma, que nos desintoxique, siquiera unos minutos, de tanta pesadumbre. No creáis que no me tomo la crisis en serio. Sería un irresponsable. Hay ya algunos pacientes míos que no pueden pagarse medicamentos. Tengo algún compañero despedido y, seguramente, me van a hacer trabajar gratis alguna tarde. Claro que es preocupante. Y encima Jaime me alienta asegurándome que lo peor está por venir. ¡No me jodas, tío!
Por ello quiero, yo mismo, despejarme un rato.
¿Cuánto tiempo hace, Tomás, que estuvimos en Italia? ¿Cinco años, quizás? Sí, puede ser. En Venecia, desayunando una bonita mañana en una cafetería cercana a nuestro hotel a Tomás le cambió el semblante una noticia que leía por internet en su móvil. "Macho, ha quebrado Leman-Broders" -farfullaba con la tostada en la boca, que por poco si se atraganta-. "¿Quién coño es ése tal Leman-pregunto yo inocente-. "Joder, José María, no me seas tan pueblerino, es uno de los Bancos más potentes del mundo". Y seguía cada vez más preocupado. "Joder, joder, esto es la crisis, ya la tenemos encima".Y Antonio y yo bromeábamos: "en cuanto que lleguemos a España sacamos del Santander los cuatro mil euros que nos quedan". "Antonio, -le decía yo- tú los escondes en la corraleta de tus perros, ahí no hay Dios que tenga cojones de entrar. Y yo los esconderé en la casetilla de la depuradora de mi piscina, que tanto monta de asquerosa". No vayáis a pensar que los perros de Antonio y de Victoria se pasan de trapío, ¡qué va!, son unos mansos, pero parecen borricos, imponen cierta desazón a las visitas. Y sobre todo, tienen su porqueriza la mar de apestosa.
Naturalmente, resultaron ciertos los malos auspicios de Tomás y en muy poco tiempo nos encontramos inmersos en la crisis. Dado que todas las miradas se dirigían a los Bancos, y principalmente al Santander, como los verdaderos responsables del desastre, nos propusimos, de verdad, hacer algún gesto en contra, algo testimonial. No, no; no planeamos ningún atraco. No tenemos, ni de lejos, el arrojo del "Cabeza" ni del "Culebra". Además, ¡qué hacen dos médicos tan decentes asaltando un banco? No hemos sido capaces siquiera de hacer alguna vez un "simpa", aunque solo fuera por la emoción que se debe de sentir, ni nunca nos hemos metido nada en los bolsillos de manera distraída cuando vamos al Corte Inglés. Y mira que dan ganas. No, nada de eso.
Mientras Tomás, muy entendido en estos menesteres, se entretenía por las tardes con el monopoli de la Bolsa cambiando a voleo sus acciones de aquí para allá, Victoria agarró seis mil euros y los escondió entre las fundas de su colchón. Al final prefirió ese sitio mejor que el de los perros, que son muy grandotes, pero medio tontos y se lo comen todo. El colchón de Victoria es ecológico, no creáis. Es capaz de enderezarte la espalda accionando cierto mecanismo y hasta de provocarte sueños eróticos. Pero ha sido una novedad inesperada que sirva también de tan práctico recoveco. Muchas cosas de su casa y de su vida son ecológicas. Por su mano, plantado tiene un huerto (como el beatus ille) donde cultiva tomates, pimientos y pepinos, todos ellos picados e incomestibles por privación de insecticidas; su agua de beber debe pasar unos cuantos filtros antes de ser ingerida; no come féculas ni gluten ni lácteos; su dieta es todo el año depurativa; se aplica a sí misma homeopatía, risoterapia, magnetoterapia y todo lo que de estrafalario cae en sus manos o llega a sus oídos. Ésta es como Mercedes, ya lo véis. Es muy solidaria, una verdadera mecenas, con su dedicación y aporte contribuye al sostenimiento de una encomiable caterva de sanadores alternativos.
Antonio y yo sacamos dos mil euros cada uno y nos abrimos una cuenta en un banco de ésos ecológicos, Triodos Bank. Más que nada para tranquilizar nuestra conciencia. Ya ves tú lo que éso le importará al Botín. No contento del todo, y después de mucho pensarlo, saqué tres mil euros más y los escondí en mi casa. En el hospital cundió el run run del corralito, de las cajas fuertes y cosas así. Un paciente amigo que es multimillonario, y del que otro día os contaré cosas, me había aconsejado distraer del Banco casi todo lo que tuviera. Pero yo albergué muchas dudas porque creía (y sigo creyendo) que mi dinero está más seguro en el Banco que en mi casa, tan al alcance de la larga mano de la Peque. Total, que al final me decidí. Pero solamente me atreví con tres mil euros.
Nunca lo hubiera hecho. ¿Dónde, Peque, los escondemos? Tres mil euros en billetes de 50 y de 20 hacen un paquetito bueno, no se camuflan en cualquier parte ¡Qué zozobra! ¡maldita sea! ¿Quién me manda a mí semejante marrón? ¿Qué necesidad tengo yo de esta preocupación, de este sinvivir? Mi mujer dispuso que detrás del cabecero de la cama. "Ni hablar Peque; si vienen a robarnos que yo no me entere, me muero del susto; los escondemos en el patio". "Bueno" -proponía ella- "los repartimos en varios paquetes y los ponemos en sitios distintos". "Tampoco me gusta eso, Peque, que al final ni yo mismo voy a saber dónde he puesto cada uno". Un follón. Cada día los cambiaba de sitio, entre los álbunes de fotos, entre mis libros, en el cajón de los paños de cocina, a pique de que los descubra Antonia, nuestra muchacha, debajo del plato de alguna maceta..., hasta llegué a revelar los distintos escondrijos a la Paqui y al Jaime. "Chiquillo, esas cosas no se cuentan, ni siquiera a los amigos", me reprochaba Paqui. No encontraba paz. ¡Con lo que me gusta a mí la tranquilidad de mi casa..! Un día creí haber dado con la solución: cogí el paquete dichoso, lo metí en una bolsa de plástico, bien atadito y lo amarré en una rama de uno de mis naranjos, una rama bien frondosa que lo ocultaba por completo. Nadie lo supo, ni siquiera la Peque. Ea, a ver quién se va a imaginar que alguien con dos dedos de frente vaya a dejar tres mil euros en un naranjo. Estando en el pueblo de fin de semana y mis dineros pendiendo de una rama, cayó allí un chaparrón inesperado, seguramente una tormenta local, que ni siquiera pasara de Benamejí. Pero yo no cabía en mi pellejo creyendo a mis billetes pingando de agua. No hubo tal, pero ya desconfié también de esa solución. Al final, los dejé en el cajoncito de siempre y fuera lo que Dios quisiera. Pero cada vez que salía de viaje, o preveía una ausencia de mi casa de varias horas me llevaba el paquete metido en mi bolsillo. Un caso. "Mira Peque, que no, que yo así no vivo. Dejo el dinero en su sitio de siempre y tú lo vas gastando, ea. Pero que dure, eh". Ella, claro está, no sólo respiró, sino que vió el cielo abierto con el cajoncillo repleto de billetes.
Bueno, después de todo ha servido de algo tanto desvelo. Muchos de mis amigos han sacado dinero del Santander y se han abierto cuentas en Triodos. Empezamos muy valientes, transfiriendo cada mes unos quinientos euros. Pero luego, con los recortes, hemos cerrado el grifito. Algunos de ellos tienen algo en sus casas, yo lo sé, aunque no vayan por ahí pregonando su escondite. ¿Lo notará Botín? Lo dudo.
Yo os animo (con la boca chica) a que hagamos como mi Peque: salgamos de la crisis gastando y consumiendo. ¡Con dos cojones!
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