La Peque iba radiante, más estupenda que nunca, casi provocativa, de ponerse uno verraco. Las demás mujeres tampoco desmerecían, ya se sabe cómo les gusta a todas pavonearse en ocasiones como ésta. Siempre he confesado que lo que más me atrae de una boda es lo bonitas que se ponen las tías, tanta cacha buena, tanto escote profundo y misterioso. Los hombres, en cambio, íbamos de cualquier manera, aunque yo tuve que encasquetarme mi traje, el kit habitual de las bodas. Orden de la superioridad. Ni rechistar.
Nuestra parejita casada en secreto hace ya meses nos ha invitado a almorzar en un chalet-restaurante de por aquí cerca. Al grupo rociero, cinco parejas de amigos de siempre. Apenas me fijo en los tíos. Ellas, todas, están deslumbrantes. Pero insisto en la Peque: guapísima y güenísima. Los medio rizos naturales de su ahora tupido pelo dan a su cara un aspecto muy juvenil. Lo más llamativo, sin duda, un vestido de ésos ceñidos y ajustados que tanto le afinan la silueta y le resaltan el culo, terminando el paño, para mayor regocijo, cuarta y media por encima de las rodillas; y por fin, unas piernas de mocita, rectas y firmes, sin venillas, manchas ni hoyuelos tan comunes en las mujeres de su edad. Me ha recordado a mi novia de diecisiete años, tan menuda, tan apretada, tan bonita. A sus cincuenta y tantos.
Apenas disfrutamos del jardín; las fotos de rigor, mis primeros chistes, qué guapísimos estamos todos y padentro, que parece que chispea. Ocho horas cautivos en un reservado, (desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche) comiendo y bebiendo a barba regada agotarían los temas de cháchara a cualquier grupo de amigos. Pero a éstos no. Empezamos (como es normal entre los tíos) con el Betis, el Sevilla y el Madrid (a Dios gracias no hay ninguno del Barsa) y terminamos en el segundo grado de la embriaguez, a saber, el estado de exaltación de la amistad, somos más amigos que ruchos. No alcanzamos más allá, no hubo insultos a la autoridad ni al clero, ni se llegó a a entonar, que yo recuerde, el Asturias patria querida. La Peque, poco asídua a estos buenos caldos, tuvo su genial momento de desinhibición alzándose lo poco que le queda de vestido y mostrando al personal toda una nalga. El éxtasis. "¡Tía güena, tía güena, la otra, la otra cacha!", se le escucha al Palanco con su voz ya tomada de Moet Chamdom, o como quiera que se llame ese champám tan afamado. Si el cobertizo hubiese sido más amplio se hubiesen zapateados ambos unas rumbas. ¡Si los conoceré yo!
Una vez que el grado de enolismo colectivo encontró su equilibrio en la sangre y en el cerebro de cada uno pudimos asistir a un muy enriquecedor coloquio. Esta gente mía es la mar de sofisticada y detallista a la hora de desmenuzar cualquier tema. El Pozuelo, el Pinedo, las mujeres en general y yo somos algo más simples, vamos por derecho, pero el Jaime, el Palanco y, sobre todo Juan Francisco, son unos verdaderos hermenéutas del discurso hablado, de textos de todo tipo, desde artículos de opinión, de prensa o de libros. A todo le sacan punta. Éstos ven un cuadro abstracto y extraen más conclusiones que el propio autor; a la salida de una película tan relajante y divertida como "si tú de verdad quieres", con una Merly Strep y un Tommi Lee John fantásticos, dan el tostón pormeronizando todos los detalles, que si una americanada, que si los personajes no son creíbles, que si todo lo reducen al sexo (como si eso no fuese lo real), no se conforman con un me ha gustado o no, como hacemos el resto del mundo. A mí me parece que se complican demasiado la vida, la verdad. El aroma y el retrogusto del tinto de la casa suelta las lenguas favoreciendo diálogos a varias bandas y tormentas de ideas apelotonadas hasta que Juan se erige como gurú para poner algo de orden con su dialéctica tomasiana.
Poca gente habrá en el mundo tan amigos como éstos. Su amistad data de hace treina y siete años, de la mili, fíjate tú. Y la de las mujeres ha ido paralela a la suya, lógicamente. Estando Jaime, el Palanco y Juan Francisco de oficiales de complemento en Tablada, conocieron a un soldado solitario que venía de Madrid. Era un muchachote grande, alto y corpulento, en quien tan sobrada corporeidad no se correspondía con su pobreza de espíritu. Aislado por el resto de la tropa por su edad y por sus paupérrimas habilidades sociales, causó cierta compasión en aquellos oficiales rebeldes con fama de rojillos, que tanto despotricaban del ejército en sus corrillos. Maduró del todo la fruta el día en que el Pinedo, el solitario madrileño, solicitó un pase de pernocta.
-¿Da usted su permiso, mi alférez?
-Adelante Pinedo, adelante. -Juan Francisco, sentado en su despacho, lo recibe con cierta solemnidad. El Pinedo, siempre tan exquisito y educado, entra, se desprende del gorrillo cuartelero, se cuadra y permanece en posición de firmes con su mano derecha mantenida en el primer tiempo del saludo. -Tú me dirás. Pero hombre de Dios, déjate de saludos y polladas, además que descubierto no se saluda así, deberías de saberlo ingeniero de pacotilla.
-Perdone usted mi alférez, los nervios.Verá usted,...-titubea largamente el soldado-, es que...
-Al grano Pinedo. Eres ya mayorcito para andarse con mojigangas, hombre. Y universitario. No te cortes ¡hostía!
-Bueno, es verdad. Verá...Como sabe usted, me encuentro aquí más solo que la una, no tengo amigos, no me hallo entre tanto paleto, la verdad, me aburro por las tardes, no tengo novia a quien escribir...Estoy amargado, vaya.
-¡No te jode!, y yo, y todos. A ver si te crees que nosotros estamos aquí encantados. Pasamos el tiempo y ya está.
-Ya, ya lo sé, mi alférez. Pero ustedes, ustedes tres, yo lo veo, son amigos...No es lo mismo que lo mío, ¿no le parece?
-Sí, de acuerdo, vale. Estás solo y aburrido, ¿qué culpa tiene nadie?¿Qué quieres que haga yo, Pinedo?
-Yo había pensado en pedir el pase de pernocta. Así podría salir a la calle, ir al cine, entretenerme algo, ya sabe usted.
-Incluso ligar, ¿no? -sonríe Juan.
-Bueno, si se tercia...
Seguramente ya lo tendrían hablado entre ellos, el Jaime, el Palanco y Juan Francisco. Y ahora se presenta la ocasión que ni pintiparada.
-Está bien, está bien, lo comprendo. Pero dime ¿dónde vas a pernoctar?
-Había pensado alquilarme un apartamento. Vaya que ya casi lo tengo apalabrado, aquí cerca, en Triana.
-¿Has adelantado ya algún dinero? ¿La fianza?
-No, aún no.
-No lo hagas, Pinedo.
-¿Y eso, mi alférez? -Y ahora Juan, por primera vez, se despatarra en su silla, cierra sus ojillos y le dedica una amplia sonrisa.
-Eso es que hemos pensado, mis amigos y yo, ofrecerte que te vengas con nosotros. -El Pinedo no da crédito a lo que ha escuchado.
-¿En serio?, ¿a vuestro piso?
-En serio, palabra de alférez. Pero atiende: solo te vamos a poner una condición. Si no la aceptas, se acabó el carbón.
-¿Qué condición?
-Tienes que hacerte del Betis -se pone Juan la mar de serio. Y el Pinedo, sin poder reprimir la risa.
-Pues claro que me hago, ahora mismo. Pero ¿no se molestará Jaime, tan sevillista.
-Que se joda Jaime, él es sargento; Palanco y yo somos alféreces. El mando es el mando.
Ahí nació todo, qué caprichoso el destino, te mandan a Sevilla a la puta mili y encuentras una nueva vida, tu vida de verdad, que jamás hubieras imaginado. Tablada no tiene ni idea de quién sea Paco, ¡no habrán pasado pacos por el cuartel!, pero Pinedo no olvidará jamás a Tablada. Y todo por un gesto simple tan solidario, tan inaudito, tan irrepetible como que unos oficiales de complemento acojan a un soldado amargado, madrileño y, encima, del Madrid. Éstos tres son así, nada tienen suyo, todo lo comparten. Como los Kikos, pero en civil y mucho más divertidos. Como antiguos comunistas que creen de verdad en la justicia social. Como cristianos, si queréis, aunque descreídos.Y han tenido la suerte de encontrar en sus santas respectivas calcos de su propia conducta solidaria y generosa. La Peque y yo nos incorporamos al grupo más tarde, coincidiendo con la última enfermedad seria de Juan, aquélla en que murió y luego resucitó. Como ha sido siempre tan suyo, Juan no precisó de tres días, resucitó en cinco minutos. Del paso por tal trance le han quedado varias secuelas, unas confesables y otras no. De las primeras, la más notoria es el exceso verbal, del que hoy estamos teniendo buena muestra. En treinta y muchos años han pasado muchas cosas, pero la amistad ha seguido inquebrantable. Estos son más que amigos, más que hermanos, parecen mismamente un alma única que se hubiese separado para alojarse en distintos cuerpos. Pero ¡ojo! no son iguales, cada uno tiene su particular genio y figura.
Algún problema del grupo que no se había resuelto en la dinámica habitual de los últimos tiempos, sino que se había quedado enrocado por no sé qué pamplina, ha salido a la palestra. Ha sido casi al final, cuando lenguas y cerebros impregnados de Beronia se despojan de cualquier tapujo y hablan la verdad. Verdad entrecortada, emocionada y casi llorosa; pero verdad que era preciso aclarar en este momento. Ha habido otros momentos, otros lugares para ello, quizás sí, tal vez no. Hoy se han dado todas las condiciones precisas: tiempo por delante, personas las justas, ni más ni menos, ganas de resolverlo y vino para aclarar gargantas apretadas. Como era de esperar, todo se ha arreglado. Con templanza, con corazón, con ternura incluso, hasta con el tiempo justo para que Jaime pueda llegar al Sánchez Pizjuán para ver perder a su Sevilla.
A la salida, sobre las diez de la noche, una fina y refrescante lluvia nos acompaña hasta los coches. Voy cogido del brazo de la Paqui, coja de pareja por la ausencia de su marido el futbolero. La llevo bien agarrada, no sea que se descoñe al hincar un tacón en el césped empachado. La Peque, picarona, va contorneándose delante nuestra. "¡Qué bonita va la puñetera!", me dice Paqui. "¡Y qué culo tan apetitoso!", le contesto yo. "¿Caerá algo esta noche?", me pregunta. "Lo dudo, antes de lavarme los dientes ésta se queda frita". "Venga ya, no me lo puedo creer". "Lo que yo te diga, Paqui, palabra de borracho". Ya en el parking al aire libre, besos empapados y tiernos de amigos que se despiden como si no fueran a verse en meses cuando nos veremos mañana mismo. Aún corre tinto por las venas.
Vino y agua, dos elementos complementarios en esta jornada tan "beborable". El vino para la catarsis, para desembuchar; el agua para despejar el entendimiento y dar lucidez, que ahora toca conducir.
In vino veritas, in aqua sanitas, reza un antiguo proverbio latino. Que así sea.
Apenas disfrutamos del jardín; las fotos de rigor, mis primeros chistes, qué guapísimos estamos todos y padentro, que parece que chispea. Ocho horas cautivos en un reservado, (desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche) comiendo y bebiendo a barba regada agotarían los temas de cháchara a cualquier grupo de amigos. Pero a éstos no. Empezamos (como es normal entre los tíos) con el Betis, el Sevilla y el Madrid (a Dios gracias no hay ninguno del Barsa) y terminamos en el segundo grado de la embriaguez, a saber, el estado de exaltación de la amistad, somos más amigos que ruchos. No alcanzamos más allá, no hubo insultos a la autoridad ni al clero, ni se llegó a a entonar, que yo recuerde, el Asturias patria querida. La Peque, poco asídua a estos buenos caldos, tuvo su genial momento de desinhibición alzándose lo poco que le queda de vestido y mostrando al personal toda una nalga. El éxtasis. "¡Tía güena, tía güena, la otra, la otra cacha!", se le escucha al Palanco con su voz ya tomada de Moet Chamdom, o como quiera que se llame ese champám tan afamado. Si el cobertizo hubiese sido más amplio se hubiesen zapateados ambos unas rumbas. ¡Si los conoceré yo!
Una vez que el grado de enolismo colectivo encontró su equilibrio en la sangre y en el cerebro de cada uno pudimos asistir a un muy enriquecedor coloquio. Esta gente mía es la mar de sofisticada y detallista a la hora de desmenuzar cualquier tema. El Pozuelo, el Pinedo, las mujeres en general y yo somos algo más simples, vamos por derecho, pero el Jaime, el Palanco y, sobre todo Juan Francisco, son unos verdaderos hermenéutas del discurso hablado, de textos de todo tipo, desde artículos de opinión, de prensa o de libros. A todo le sacan punta. Éstos ven un cuadro abstracto y extraen más conclusiones que el propio autor; a la salida de una película tan relajante y divertida como "si tú de verdad quieres", con una Merly Strep y un Tommi Lee John fantásticos, dan el tostón pormeronizando todos los detalles, que si una americanada, que si los personajes no son creíbles, que si todo lo reducen al sexo (como si eso no fuese lo real), no se conforman con un me ha gustado o no, como hacemos el resto del mundo. A mí me parece que se complican demasiado la vida, la verdad. El aroma y el retrogusto del tinto de la casa suelta las lenguas favoreciendo diálogos a varias bandas y tormentas de ideas apelotonadas hasta que Juan se erige como gurú para poner algo de orden con su dialéctica tomasiana.
Poca gente habrá en el mundo tan amigos como éstos. Su amistad data de hace treina y siete años, de la mili, fíjate tú. Y la de las mujeres ha ido paralela a la suya, lógicamente. Estando Jaime, el Palanco y Juan Francisco de oficiales de complemento en Tablada, conocieron a un soldado solitario que venía de Madrid. Era un muchachote grande, alto y corpulento, en quien tan sobrada corporeidad no se correspondía con su pobreza de espíritu. Aislado por el resto de la tropa por su edad y por sus paupérrimas habilidades sociales, causó cierta compasión en aquellos oficiales rebeldes con fama de rojillos, que tanto despotricaban del ejército en sus corrillos. Maduró del todo la fruta el día en que el Pinedo, el solitario madrileño, solicitó un pase de pernocta.
-¿Da usted su permiso, mi alférez?
-Adelante Pinedo, adelante. -Juan Francisco, sentado en su despacho, lo recibe con cierta solemnidad. El Pinedo, siempre tan exquisito y educado, entra, se desprende del gorrillo cuartelero, se cuadra y permanece en posición de firmes con su mano derecha mantenida en el primer tiempo del saludo. -Tú me dirás. Pero hombre de Dios, déjate de saludos y polladas, además que descubierto no se saluda así, deberías de saberlo ingeniero de pacotilla.
-Perdone usted mi alférez, los nervios.Verá usted,...-titubea largamente el soldado-, es que...
-Al grano Pinedo. Eres ya mayorcito para andarse con mojigangas, hombre. Y universitario. No te cortes ¡hostía!
-Bueno, es verdad. Verá...Como sabe usted, me encuentro aquí más solo que la una, no tengo amigos, no me hallo entre tanto paleto, la verdad, me aburro por las tardes, no tengo novia a quien escribir...Estoy amargado, vaya.
-¡No te jode!, y yo, y todos. A ver si te crees que nosotros estamos aquí encantados. Pasamos el tiempo y ya está.
-Ya, ya lo sé, mi alférez. Pero ustedes, ustedes tres, yo lo veo, son amigos...No es lo mismo que lo mío, ¿no le parece?
-Sí, de acuerdo, vale. Estás solo y aburrido, ¿qué culpa tiene nadie?¿Qué quieres que haga yo, Pinedo?
-Yo había pensado en pedir el pase de pernocta. Así podría salir a la calle, ir al cine, entretenerme algo, ya sabe usted.
-Incluso ligar, ¿no? -sonríe Juan.
-Bueno, si se tercia...
Seguramente ya lo tendrían hablado entre ellos, el Jaime, el Palanco y Juan Francisco. Y ahora se presenta la ocasión que ni pintiparada.
-Está bien, está bien, lo comprendo. Pero dime ¿dónde vas a pernoctar?
-Había pensado alquilarme un apartamento. Vaya que ya casi lo tengo apalabrado, aquí cerca, en Triana.
-¿Has adelantado ya algún dinero? ¿La fianza?
-No, aún no.
-No lo hagas, Pinedo.
-¿Y eso, mi alférez? -Y ahora Juan, por primera vez, se despatarra en su silla, cierra sus ojillos y le dedica una amplia sonrisa.
-Eso es que hemos pensado, mis amigos y yo, ofrecerte que te vengas con nosotros. -El Pinedo no da crédito a lo que ha escuchado.
-¿En serio?, ¿a vuestro piso?
-En serio, palabra de alférez. Pero atiende: solo te vamos a poner una condición. Si no la aceptas, se acabó el carbón.
-¿Qué condición?
-Tienes que hacerte del Betis -se pone Juan la mar de serio. Y el Pinedo, sin poder reprimir la risa.
-Pues claro que me hago, ahora mismo. Pero ¿no se molestará Jaime, tan sevillista.
-Que se joda Jaime, él es sargento; Palanco y yo somos alféreces. El mando es el mando.
Ahí nació todo, qué caprichoso el destino, te mandan a Sevilla a la puta mili y encuentras una nueva vida, tu vida de verdad, que jamás hubieras imaginado. Tablada no tiene ni idea de quién sea Paco, ¡no habrán pasado pacos por el cuartel!, pero Pinedo no olvidará jamás a Tablada. Y todo por un gesto simple tan solidario, tan inaudito, tan irrepetible como que unos oficiales de complemento acojan a un soldado amargado, madrileño y, encima, del Madrid. Éstos tres son así, nada tienen suyo, todo lo comparten. Como los Kikos, pero en civil y mucho más divertidos. Como antiguos comunistas que creen de verdad en la justicia social. Como cristianos, si queréis, aunque descreídos.Y han tenido la suerte de encontrar en sus santas respectivas calcos de su propia conducta solidaria y generosa. La Peque y yo nos incorporamos al grupo más tarde, coincidiendo con la última enfermedad seria de Juan, aquélla en que murió y luego resucitó. Como ha sido siempre tan suyo, Juan no precisó de tres días, resucitó en cinco minutos. Del paso por tal trance le han quedado varias secuelas, unas confesables y otras no. De las primeras, la más notoria es el exceso verbal, del que hoy estamos teniendo buena muestra. En treinta y muchos años han pasado muchas cosas, pero la amistad ha seguido inquebrantable. Estos son más que amigos, más que hermanos, parecen mismamente un alma única que se hubiese separado para alojarse en distintos cuerpos. Pero ¡ojo! no son iguales, cada uno tiene su particular genio y figura.
Algún problema del grupo que no se había resuelto en la dinámica habitual de los últimos tiempos, sino que se había quedado enrocado por no sé qué pamplina, ha salido a la palestra. Ha sido casi al final, cuando lenguas y cerebros impregnados de Beronia se despojan de cualquier tapujo y hablan la verdad. Verdad entrecortada, emocionada y casi llorosa; pero verdad que era preciso aclarar en este momento. Ha habido otros momentos, otros lugares para ello, quizás sí, tal vez no. Hoy se han dado todas las condiciones precisas: tiempo por delante, personas las justas, ni más ni menos, ganas de resolverlo y vino para aclarar gargantas apretadas. Como era de esperar, todo se ha arreglado. Con templanza, con corazón, con ternura incluso, hasta con el tiempo justo para que Jaime pueda llegar al Sánchez Pizjuán para ver perder a su Sevilla.
A la salida, sobre las diez de la noche, una fina y refrescante lluvia nos acompaña hasta los coches. Voy cogido del brazo de la Paqui, coja de pareja por la ausencia de su marido el futbolero. La llevo bien agarrada, no sea que se descoñe al hincar un tacón en el césped empachado. La Peque, picarona, va contorneándose delante nuestra. "¡Qué bonita va la puñetera!", me dice Paqui. "¡Y qué culo tan apetitoso!", le contesto yo. "¿Caerá algo esta noche?", me pregunta. "Lo dudo, antes de lavarme los dientes ésta se queda frita". "Venga ya, no me lo puedo creer". "Lo que yo te diga, Paqui, palabra de borracho". Ya en el parking al aire libre, besos empapados y tiernos de amigos que se despiden como si no fueran a verse en meses cuando nos veremos mañana mismo. Aún corre tinto por las venas.
Vino y agua, dos elementos complementarios en esta jornada tan "beborable". El vino para la catarsis, para desembuchar; el agua para despejar el entendimiento y dar lucidez, que ahora toca conducir.
In vino veritas, in aqua sanitas, reza un antiguo proverbio latino. Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario