Hoy he visto en la consulta a un jovencito de quince años, imberbe, de ésos que aparentan menos edad, casi un niño, vaya. Viene acompañado de su madre, mujer joven y de buen ver. Ya sabéis, lo de siempre, que le han salido unos bultitos en las ingles. Me imagino que son ganglios (adenopatías en nuestro argot). Antes de explorarlo le hago unas preguntas de rigor. Que sí, que tiene novia y que mantienen relaciones sexuales, aunque siempre, eso sí, con preservativo. Esta gente nueva de la generación del póntelo, pónselo no pierde el tiempo, vaya que no. Pero no fuma, algo es algo.
En la camilla boca arriba me encuentro lo que ya barruntaba: todo el pubis rasurado. Ya no me extraño, pero qué cosa más fea. De tanta porfía con la cuchilla o con la cera se ha provocado folículitis en varios puntos de irritación local. Ésa es la causa de la pequeña inflamación en los ganglios. Así se lo explico a ambos, madre e hijo, y ya está. Problema resuelto.
Este caso me hace reflexionar sobre dos cuestiones recurrentes en mi pensamiento. La primera es que vivimos en una sociedad asustada, miedica, temerosa no de Dios, como antes, sino de la enfermedad y de la muerte. Ni mentalla. Una sociedad tan absurdamente medicalizada que la gente va al médico por auténticas minucias. Y lo malo no es sólo eso, sino que el propio médico, incluso el especialista, contagiado de ese miedo, se ve, en ocasiones, inseguro para resolver por sí solo cuestiones relativamente simples y corrientes, como lo es, por ejemplo, el caso de este chaval.
La segunda reflexión es más jocosa, no lo puedo remediar, ya me conocéis. Se trata de cómo han cambiado tanto las cosas en sólo cuarenta años. Este chaval, casi un niño, a sus quince años ya tiene relaciones con toda naturalidad. Mi amiga Mercedes cuenta que las estadísticas al respecto afirman que la edad media con que los jóvenes inician sus escarceos íntimos es de trece años. Y que nuestra legislación permite el matrimonio a partir de los catorce. ¿Será buena tanta precocidad? ¿No nos estaremos pasando de modernos? Mira tú que yo para estas cosas soy de lo más tolerante porque, de siempre, me han gustado mucho, pero me inquieta tanta libertad sexual en niños. Porque mentalmente son niños por mucha tranca que armen. "Nosotros éramos igual, se ríe mi amigo Pintor, unos salidos; lo que pasa es que no teníamos tantas oportunidades como ahora". No, no lo creo. Con trece años yo dormía aún con mi abuela y con quince me tenían acojonado con el fuego eterno y el reblandecimiento medular; temía a los curas, a la Guardia Civil y a mis padres. Miedo e ignorancia. Lo único que sabíamos hacer por entonces era meneárnosla. Eso sí se me daba bien, ¿ves tú?
Con todo, prefiero que los muchachos de hoy se gasten el poco dinero que tienen en condones antes que en tabaco, alcohol o drogas. O que en móviles. Desde luego.
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