viernes, 2 de noviembre de 2012

Felicidades Peque

Aviso legal: éste va a ser el primer artículo que salga a la nube virtual sin haber sido supervisado por la Peque. Ella es la censura, el nihil obstat. Sin su tijera certera e insobornable hubiérais tenido que aguantar algunas meteduras de pata dadas mi ingenuidad y mi gusto pervertido por lo sórdido y lo libidinoso. Aprovecho mi soledad por estar ella trabajando de noche para escribir sin coacción. Espero no cometer hoy ninguna inconveniencia.

El día 2 de noviembre de 1977, día de los difuntos, no fue puente como hoy. Fue un día normal. Quizás miércoles. Lo recuerdo porque ese día fui a clase en la facultad y mis compañeros no me dejaron entrar. Me abuchearon y tuve que volverme a mi casa. No, no estaban enfadados conmigo porque yo fuera un empollón y no los dejara copiarse ni porque fuese un esquirol, no había huelga que yo recuerde. No; simplemente me había casado el día de antes y mis compañeros no daban crédito a lo que veían: que después de la misma noche de bodas, al amanecer, yo estuviera en clase. Me echaron. Pero ya no me acosté sino que seguí estudiando en mi casa. Y la Peque, recién casada, retozando en las primeras sábanas del ajuar...aún sin lamparones.

Hace ya treinta y cinco años de esto, que se dice pronto. Y ayer, día primero de noviembre, maldita sea, ni siquiera me he acordado de felicitarla. A las siete de la tarde, cuando ya se iba para el hospital, me dice seria: hoy podías haberme pedido que cambiara mi turno para estar esta noche juntos. ¿Y por qué hoy?, le respondo ignorante de mí. Porque es el día de nuestro aniversario. Se me cayó el mundo encima. ¿Cuándo se ha visto que a mí se me olvide algo así?. Seré malísimo para escoger regalos, de acuerdo, pero olvidárseme la fecha del uno de noviembre...¡Jamás! Pues ahí lo tienes tío. Cómete el marrón.

No he sabido reaccionar a tiempo, me he quedado "pillao", como dice mi Meli, balbuceo torpemente un perdona Peque no sé cómo se me ha podido pasar. Esto es fuerte, dice ella. Sí que lo es, digo yo. Te pasa porque estás absorto por la escribanía. Sí, es posible, perdona Peque. Y se ha ido.

Y me hace pensar. Anteanoche ví una película interesante "el ladrón de palabras", en la que los dos proganonistas pierden a sus mujeres respectivas por culpa de la "escribanía". Lo mío no va a llegar a tanto, claro que no, y ni siquiera creo que esto haya sido la razón de mi imperdonable olvido. Simplemente relajación. Está uno tan saturado de hospital, de pacientes, de problemas que un día de descanso entre semana me aleja de la vida real, me aisla en mi mundo meditativo, me entretiene en simplezas. Y así, de esta manera tan tonta, recargo pilas. Pero no es excusa. Tampoco quiero pensar que sea ya el deterioro de memoria  asociado a la edad. Mi memoria es el principal bastión de mis capacidades intelectuales. Como la pierda, estoy perdido.

Reflexionando a solas, me sonrojo ante lo  que pensarán el Frasqui, que se casó dos días antes que yo, verás tú como a éste no se le olvida felicitar a su "leona", o el Pinedo, tan exquisito con las mujeres. No lo entenderán. Como tampoco yo lo entiendo.

La llamé por teléfono a Observación de Urgencias:
-¿Se puede poner la Peque?
-Un momento que la llamo -me responde una de sus compañeras. 
-Dime. Y rápido que aquí hay tarea esta noche.
-Felicidades Peque.
-Anda, anda, felicidades, ahora vienes con ésas.
-Mañana te voy a compensar el descuido, pa que veas.
-¿Y qué es lo que piensas hacerme?
-Me da corte decírtelo por teléfono.
-Si es una guarrería, vas apañao.
-Bueno, una guarrería y algo más.
-Ve preparándote porque tendrás que estar  toda la semana dorándome la píldora.
-Estoy en ello.

Ya me pareció más tranquila. Pero ¡hay que ver! es que no me lo creo. Por la noche, durmiendo solo, he dado un montón de vuelcos, hasta he tenido pesadillas. Esta mañana, ya día de los difuntos, continúo con mi tema. Ahora que no me oye os confesaré algo que todos comprenderéis: después de nacer, la cosa más importante que he hecho en mi vida es casarme con la Peque. ¿Y la Meli, qué? La Meli también, pero si no me caso con mi mujer no hubiese existido la Meli, se hubiese quedado en el limbo.

A mi mujer la conozco desde que éramos niños. En la escuela era Antoñita "la araílla", luego Antoñita Villalba, cuando se fue a Antequera ya era Toñi Villalba. Y así se mantuvo hasta que se casó en que pasó a ser la Peque. No fuí yo quien así la bautizara, fue una amiga nuestra, Pilar Bustos, que vivió tres años con nosotros en nuestro piso de Pintor Zurbarán. La pequeña, le decía. Y de ahí, la Peque. Estos cambios en su nombre también se aparejaron con una metamorfosis en su personalidad. "La araílla" era un niña chica, regordeta y de pelo rizado y negro zahino. Muy dominante con sus amigas, o se jugaba a lo que ella quería o rompía la baraja. Genio y figura. Antoñita Villalba era una preadolescente minifaldera de piernas indecentes para su edad. Enviciada por la calle, traía locos a sus padres por sus malas notas y a los niños de su pandilla por sus cachas, su trapío y su desenvoltura. Siempre valiente. Toñi Villalba fue una bachiller acomplejada por vivir en un entorno hostil de monjas y de niñas pijas, por no encajar bien los cambios puberales en su cuerpo de cría  y por el talante tan exigente de su padre. Hasta que nos conocimos más a fondo. Ésa fue su suerte (¿o fue la mía?). Mi novia siguió llamándose Toñi, pero, poco a poco, su carácter volvió a ser el de la Antoñita antigua: tiposa, menuda, apretada y con nervio. Mucho nervio. Bueno, y a la Peque ya la conocéis de sobra.

Detrás de sus prontos y de sus arranques, se esconde una mujer increíble; energía desbordante, ambición sin límite por aprender y hacer cosas nuevas y desprendimiento son  principales virtudes, un pedazo de pan. Algo duro, no vamos a decir que no, pero comestible. El único defecto que yo le encuentro es su tozudez. Si ella piensa una cosa no hay Dios que la saque de ahí. "Por mucho que digas, a mí no me vas a convencer", es una de sus frases favoritas. Igualito que la Meli. Pero ¿qué sería de mí sin mis dos mujeres? Me lo imagino, pero no os lo voy a decir, que luego me regaña.

Soy, desde luego que sí, un hombre de suerte.

¡Muchas felicidades Peque!

2 comentarios:

  1. A cualquiera le pasa lo mismo. Y a la caída de la tarde le vino el recuerdo después de un día bien cargado de trabajo. ¿La edad, la memoria, el trabajo, el nieto...? Da igual.
    Que no es la escribanía, hombre, sigue con ella, que una legión de lectores espera tus artículos.
    Frasqui

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  2. Menos mal Frasqui. Ya tengo alguna excusa. Es la memoria dispersa. Felicidades a vosotros también. Besos.

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