En términos futbolísticos es sabido de todos que la mejor defensa es un buen ataque. Éste va a ser mi propósito de hoy: defender la sanidad pública atacándola. Mira tú qué paradoja. Pero bueno, seré benévolo, ya me váis conociendo.
Antes de seguir hablando, ha de quedar meridianamente claro para todo el mundo que yo soy un médico público, que siempre lo he sido y que siempre lo seré. Treinta y tres años de ejercicio lo avalan. La verdad, no me veo cobrando por una consulta. Iba a continuar diciendo que mi compromiso de vida y de profesión es con lo público, pero rectifico a tiempo: mi compromiso es con la persona enferma. Lo que ocurre es que siempre he desarrollado mi actividad en hospitales públicos y de ahí la lógica de confundir el todo por la parte, como si no existiese otra alternativa a lo público. Pero la hay. Y quizás sea conveniente conocerla, más que nada para quedarnos con lo bueno que pueda ofrecer, que para lo malo ya estamos nosotros. Mal empezamos.
A la gente corriente se le llena la boca hablando de la sanidad pública, de lo buenos profesionales que somos, de los magníficos hospitales que tenemos, de la tecnología tan avanzada, de las resonancias, del aparato ése de operar tan moderno, un cirujano robótico al que llaman DaVinci, de los transplantes y donaciones, ejemplo para el mundo entero...Y todo eso es verdad. Pero no es menos cierto que la gente, en general, se conforma con poco. Las encuestas sobre satisfacción en la atención sanitaria nos ponen por las nubes. Y ya empiezo yo a ponerme de los nervios. Porque los que vivimos dentro conocemos mejor que nadie nuestros trapos sucios. Que los hay. Tiene uno la impresión de que todas las deficiencias que el personal detecta en nuestro sistema (que no son pocas) las pasa por alto con tal de que la asistencia siga siendo gratuita y con que no le quiten nunca la posibilidad de ir a las Urgencias de los hospitales cuando a cada cual le venga en gana. Gratuidad y libertad. Esas dos cosas son lo más valioso para el ciudadano de la calle. La calidad en la asistencia, como el valor en el soldado, se presupone. Les importa bien poco a nuestras criaturas de Dios que una consulta con el especialista tarde tres meses, si no más; o que una cadera deformada y artrósica tenga que esperar seis meses para ser intervenida y que pasar dos veces por "la prueba de la anestesia". Les basta con coger el autobús del pueblo y venirse a las Urgencias. Les trae sin cuidado que sean atendidas en las mismas por personal médico inexperto, residentes de primer año, porque saben que lo suyo no es de mucho cuidado; soportan gustosas permanecer todo el santo día en la sala de espera porque se llevan, de una tacada, todas las pruebas hechas; se pelean a gritos con el personal de enfermería de la sala de observación cuando el familiar enfermo no sube a la planta por falta de camas, pero no ponen reclamaciones ni van a la puerta del director a protestar. Todo se queda en ladridos. Nuestra querida sanidad pública es universal, sí, pero tiene mucho margen de mejora en la equidad y en la calidad.
¿Y los médicos? ¿Qué pensamos los médicos al respecto? Yo creo que todos los que trabajamos en lo público somos conscientes de éstas y otras muchas deficiencias, algunas tan vergonzosas que atentaría contra el decoro ponerlas sobre el papel. Hay de todo, naturalmente. Muchos de nosotros queremos este modelo público, pero ocultamos sus carencias. Nos sucede algo parecido a esos padres que, conociendo la debilidad de algún hijo, se molestan muchísimo hasta llegar incluso a perder las amistades si alguien, con la mejor de las intenciones, les insinúa lo más mínimo. Hay médicos también, pocos afortunadamente, para quienes lo público es sólo un sueldo asegurado. En la actual huelga de residentes, algunos de estos médicos de los que hablo, han salido a la palestra mediática muy ofendidos por el contínuo y despiadado ataque de la Administración contra la sanidad pública. Y en realidad, cuando conoces los entresijos, te enteras de que el motivo de su airado clamor no es otro que tener que retomar su trabajo sin disponer de sus peones de carga. En fin, hay médicos también que, desde una ideología claramente izquierdista, han montado una plataforma social "en defensa de la sanidad pública". Médicos éstos honestos y trabajadores que pelean a capa y espada por nuestro actual modelo y demonizan cualquier otra alternativa. Su error, creo yo, es pensar que todos los médicos del seguro somos tan buenos y tan decentes como ellos.
¿Cuál es mi posicionamiento? Creo que pertenezco al primer grupo, al que se da cuenta de los fallos pero no los denuncia ni hace nada por corregirlos. Soy hombre muy acomodadizo, me adapto enseguida al medio en vez de intentar cambiarlo. Soy cómodo, ya está. Puedo presumir de una consulta la mar de saneada, de ser un médico querido por los pacientes, de recibir lisonjas y regalos por parte de ellos, de ser competente y honesto. Pero tengo conocimiento de que mi lista de espera es de un mes de promedio. Problemas de agenda, solemos decir; excesiva demanda por parte de los médicos de cabecera, nos excusamos. A lo mejor podría ampliar un poco mi agenda. Sería igual, me justifico a mí mismo, al cabo de poco estaríamos en las mismas: cuantos más huecos dejas más se llenan, cuanto más oferta mayor es la demanda. Es así. Por otra parte, un excesivo número de pacientes en la consulta puede empobrecer la calidad en la atención a los mismos. Si nos ponemos encontramos explicación para todo.
Pero entonces ¿en qué quedamos? ¿Qué te convence más, la sanidad pública o la privada? Hace treinta años no había color, la pública, por supuesto. Hoy también, pero con ciertos reparos. Conozco muy poco de la privada. Nada desde el punto de vista profesional, algo desde la visión del usuario. Muchos de vosotros sois docentes y tenéis compañías privadas (Asisa, Cáser, Adeslas, Orgasmos..., no, no, borrad lo de Orgasmos, que es un chiste). Quizás estéis más autorizados que yo para opinar de esto. Os puedo decir que en las ocasiones en que he acompañado o visitado a alguno de nuestros amigos con enfermedades serias, tan serias como un cáncer de pulmón, un infarto de miocardio, una intervención quirúrgica a corazón abierto, la colocación de un desfibrilador implantable, la intervención de un aneurisma de la aorta o simplemente una pequeña operación sobre el oído o sobre los senos nasales, he tenido buenas sensaciones, tanto por el manejo científico-técnico de las distintas patologías como, por supuesto, por la hostelería. Cuando alguno de vosotros solicitáis cita con cualquier especialista de vuestro libreto la tenéis en una semana, no más; por la mañana o por la tarde, a voluntad. Por ejemplo. La impresión que uno extrae con motivo de este conocimiento se aleja mucho de la opinión dada el otro día en la tele por el diputado Alberto Garzón, merecedor de todas mis simpatías, en el sentido de que en la sanidad privada los enfermos son clientes y en la pública son ciudadanos con derechos. No estoy de acuerdo. Creo que este buen hombre y buen político habla sin el adecuado conocimiento de los hechos. Nuestros gestores públicos también se refieren a los pacientes como clientes, cosa que no ha calado para nada entre los médicos. Para nosotros siempre son pacientes, ni siquiera usuarios. Pero es más, si este buen hombre, Alberto Garzón, tuviera ocasión de visitar la sala de evolución en mi hospital de Valme, pongamos un lunes a las doce de la noche, y viera el esperpento tercermundista de pacientes apelotonados, sin la más mínima intimidad, separadas sus camas por un cortinaje corredizo que siempre se queda a mitad de cierre, viejo echándole el culo a vieja, vieja demenciada con todo el hato arrollado en el cuello y todos sus pellejos a la vista..., se iba a empapar de lo que son ciudadanos con derechos.
No quisiera ser demagógico ni tremendista. Lo que cuento es real y sucede a diario, pero no quiero hacer más leña. Es cierto también que la sanidad privada juega con mucha ventaja: sus asegurados suelen ser gente joven o madura que presentan enfermedades agudas en las que el uso adecuado de alta tecnología es muy eficiente, muy rápido y muy limpio. La gran mayoría de los ancianos pluripatológicos y con una pléyade de enfermedades crónicas, sin embargo, son carne de hospital público, no tienen cabida en los privados. Habría que ver cómo se las arreglarían éstos si tuviesen que soportar la enorme carga social, sanitaria y económica que supone el sostenimiento de esta población, la que más recursos sanitarios consume.
¿Por qué este deterioro de lo público en los últimos tiempos? No es por la crisis, esto viene de antes. De alguna manera todos somos culpables. La población, por ser tan conformista, por no haber aprendido a usar los recursos sanitarios de una manera razonable, por equivocarse en la elección de las personas objeto de sus protestas...La Administarción, los gestores, unas veces por incompetencia, por no haber sabido acomodar el modelo fantástico de sanidad de los años setenta y ochenta a las circunstancias socio sanitarias y económicas actuales, otras por consentir una sociedad con un montón de derechos y ningún deber y siempre, cautiva del voto popular y temerosa de la prensa, por actuar solo a golpes de paternalismo demagógico y de desmentidos mediáticos. Los médicos, porque ya no somos los que fueron, ni siquiera los que fuimos. Ya hace tiempo que no encuentro en los pasillos o en las habitaciones de mi hospital a gente como don Ricardo López Laguna, don Pedro Sánchez Guijo, Gonzalo Miño, don José Jiménez, el propio don Carlos Pera, tan pinturero él, maestros todos ellos que fueron de mis primeros años de estudiante y luego de residente. Se está esfumando aquella afección al hospital y a nuestro quehacer diario, considerado mucho tiempo como sagrado. La vocación es un término anacrónico para muchos médicos, algunos quizás ni sepan qué significa. Nos hemos convertido en trabajadores por cuenta ajena que trabajamos de ocho a tres (y gracias). Menos hospital y más vivir la vida. Otro de los signos de los tiempos Los más viejos ya no tenemos las mismas ganas que antes, pero tampoco hemos sabido transmitir a nuestros residentes que cultiven esa esencia mágica del chamán, que aprecien la dimensión espiritual de nuestro oficio. No. Y el resto del personal sanitario, enfermeras y auxiliares, contagiado quizás de la desidia médica, vive el hospital con desacostumbrada desgana, como un lugar hostil donde no queda más remedio que echar duras horas de trabajo para sacar el jornal. Con muchas y muy honrosas excepciones. Y del Real Cuerpo de Celadores hablaré otro día que tenga más ganas.
Sanidad pública sí, pero distinta a ésta que sufrimos. Necesitamos una población más educada en lo sanitario, menos temerosa de la enfermedad y más exigente con la calidad. Echamos en falta una Administración competente y valiente que apueste de verdad por lo público, por la ciudadanía, que se arriesgue por su personal y confíe en los profesionales. Que se crea de verdad que somos, todos los trabajadores sanitarios, el principal activo de la empresa. Y los médicos tenemos la obligación moral de recuperar nuestros antiguos y olvidados valores de empatía con los pacientes y de implicación con el sistema. Que así sea.
Menos mal que la cosa va por la defensa de la sanidad pública. El día que me dé por atacarla...
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