Anteanoche algunos de mis amigos de Sevilla, los rocieros y otros, me dieron en mi propia casa una fiesta sorpresa por mi cumpleaños. Los ganchos fueron mi mujer y la Paqui y el pretexto la visita del Luna y de Pilar. De estas veces que, inocente uno, vas a por mandados a horas intempestivas, lloviendo y todo, regresas con todo hecho antes de tiempo, tu mujer te vuelve a encargar otro, ve a casa de Antonia y le pagas los diez euros que le debemos, pero mujer a estas horas..., que vayas te digo, para que a la vuelta te encuentres tu casa a oscuras, qué coño está pasando aquí, y te lleves el susto monumental de unos energúmenos chillando como locos cumpleaños feliz. Yo soy más de programado que de sorpresas, que de éstas tengo todos los días en el hospital, ya sabéis lo rutinario y organizado que soy. Pero bueno, fue muy agradable. En cualquier caso lo hubiese sido; mi casa se ha convertido ya en el centro neurálgico de cualquier celebración con nuestros amigos. No en vano Miriam, la hija adolescente de Agustín y Paqui, con todo lo redicha que es, exclamó el primer día que vió nuestro nuevo porche: "¡Ay, José María, ésta es la mejor obra que habéis hecho en tu casa! Así podréis reuniros toda la pandilla como a tí te gusta". Y así ha sido.
La sorpresa de verdad fue que cada pareja me regaló un dulce casero con una dedicatoria. No voy a exagerar: doce tartas, una fuente de rosquillos y un plato de gachas. Y cada cual con su gracia. ¡Qué cosa! No había visto una mesa tan repleta de dulces y tartas variadas desde la boda de María, la hija mayor de Frasqui. Y luego los regalos. El que más me gustó fue un dado de madera en el que en cada una de las caras viene un dibujo de una pareja en diferentes posturas del camasutra. Dió la casualidad que en las primeras tres veces que lo tiré salió la suerte de la mamada. O a lo mejor es que me lo tenían trucado. Lo que pasa es que luego, a la hora de la verdad, en el tálamo, "a mí déjame de tonterías chiquillo, con el dolor de cuello que tengo..." Después, he pensado que voy a borrar algunas de las caras porque hay posturas imposibles ya para mi espalda y mis caderas. Tú, que son sesenta tacos.
Sesenta años. Muchos años ya. No es que no quiera más, pero que son muchos. Cuando uno tenía veinte años veía el año 2000 como un horizonte lejanísimo. ¡Jóder, en el 2000 tendré cincuenta años, un viejo del todo! Y resulta que llega, y que pasan doce años más, y que no estoy hecho un viejo. Aunque resople durmiendo. La Peque dice que el primer síntoma de la vejez es que hacemos ruídos mientras dormimos. Se refiere a ruídos con la boca, por abajo los he tenido de siempre. Bueno pues tendré eso, el primer síntoma. Seré sincero, a lo mejor hay alguno más. Cuando me miro al espejo me veo con cuarenta años, pero si después de salir de la ducha me manoseo un poco la churra entonces sí comprendo mi edad real. "¿Dónde ha ido a parar" -me encaro con ella, criatura de carne y hueso hasta hace bien poco- "aquel muelle tuyo capaz de levantarte a pulso con sólo mirarte yo? ¿Qué ha sido de aquel brillito acharolado de tu bellota enhiesta? ¿Dónde tu altivo ojo de cíclope que, ciego, me miraba fijamente a la cara?" Y por toda respuesta, abandonada de su antiguo nervio, se encoge de vergüenza. Es igual, habrá que aceptarlo y ya está.
En realidad, si lo pensáis da un poco lo mismo. Yo creo que la vida de las personas se divide en tres etapas principales: desde que nacemos hasta los diez años; de los diez a los veinte y de los veinte a los cuarenta. De ahí palante la vida se hace demasiado previsible, un día tras otro, muy rutinaria, y más la mía. Los primeros diez años estás en tu pueblo, con tu familia, disfrutas de la calle, de la escuela, de los Reyes Magos, de la primera comunión, de tus primeros amigos... La vida se abre a tus ojos. La segunda década es la crucial, se forja tu formación y tu personalidad, te matas a estudiar pero también a pajillas, conoces a los que van a ser tus amigos de toda la vida, te ennovias, te vuelves a liar..., el mundo se rinde a tus piés. En el caso nuestro del seminario fue punto y aparte. El bagaje educacional, vivencial y curricular que hemos tenido nosotros no creo que tenga parangón con lo usual en nuestra época. Para muchos de nosotros, desde luego para mí, el seminario ha sido el punto de inflexión que cambia el destino de mi vida. Aunque hoy no mole lo nostálgico, mis sesenta años recién cumplidos me otorgan la licencia para recurrir a esa memoria de lo antiguo. Si hay cosas, vivencias, circunstancias que por sí solas puedan rellenar o, al menos, impregnar toda una vida yo digo que en mi caso esa cosa o circunstancia ha sido el seminario. Ya sé que estáis hartos de oírme siempre lo mismo. No me importa. Me moriré diciéndolo. Es más, le tengo advertido a la Peque que esparza mis cenizas fúnebres por la fuente de los tres caños; de esta manera dispondré de un angular perfecto para contemplar a través de ellas el vetusto y malogrado edificio de los Ángeles toda la eternidad. Y si no lo hace vendré desde el más allá para arrastrarla. De los veinte a los treinta te putean en la mili, te enrolas luego en el mundo del trabajo, te realizas, como decíamos antes, te casas con la mujer que te ha elegido, la más bonita del mundo para uno, vienen los hijos (aunque mi Meli llegó algo tardía), eres enteramente un hombre de provecho. Por lo menos en nuestros tiempos era así. De los treinta a los cuarenta te asientas en la vida, echas formalidad, das el máximo en el trabajo, en la casa, hasta en la cama, perdón por la inmodestia, y llegas a creerte que eres alguien, que eres importante. De los cuarenta parriba, como decía antes, ya es todo decadencia, notas que no eres quien eras y que tu vida ya no te pertenece solo a tí, sino también a los hijos y a los padres, ya chocheantes y necesitados. Empiezan a morírsete gente allegada, sufres tus propios achaques y, oh sorpresa, te ronda de vez en cuando la idea de la muerte, algo impensable cuando joven. El último hito que nos queda por disfrutar es el de los nietos, pero mi Meli es terca como ella sola.
Muy emotivo fue el pregón que me dedicó Jaime, haciendo hincapié en nuestra amistad de siempre y en mi tedioso papel de alter ego para él, como emotivas fueron las palabras que les dirigí, uno a uno, uno a una, a todos los presentes. No lo dije en público, es cierto, pero también tuve un recuerdo muy cariñoso para los ausentes. Mi casa es grande y más todavía el corazón y el ánimo de la Peque, pero ni aún así puede cobijar a tanta gente. Ha habido fiestas en mi casa de más de cincuenta criaturas, pero han sido de día y con sol y en el jardín. Anteanoche lloviznaba y no era cosa, tuvimos que meternos dentro. Siempre pasa, cuando improvisas te dejas atrás cosas importantes. Tendría que haber dicho más de cada uno, de cada una, pero todos saben la torpeza de las palabras para expresar sentimientos. Mención especial, como es natural, para la Meli, el Pepe y la Pegui. Les hablé a todos de la alegría que sentimos la Peque y yo cuando nos visita nuestra hija, más que nada porque entonces, durante esos días, nos damos cuenta de lo que nos hemos quitado de encima. Agradecimiento, también muy especial, al Luna y a la Pilar, venidos de los confines del oriente andaluz para la ocasión . El Agustín, en Viena a la sazón, nos envió un correo. Más que felicitarme, lo que decía era que le reserváramos algo de tarta. Genio y figura.
Dice el tango que veinte años no es nada. Es posible. Pero sesenta ya es otra cosa ¿verdad? Sin embargo, hoy, a mis sesenta años y un día, me he levantado como si tal cosa. Incluso habiendo cumplido por la noche. Como un toro. No habrá sido tanto, tío.
Lamento no haber podido estar en fecha tan significativa: 60 tacos, si yo los tuviera ya me habría jubilado, esperemos que el año próximo que me toca siga pudiendo hacerlo.
ResponderEliminarNo dejas de asombrarme con el uso tan poetico de las palabras-poesia prosaica- de tus escritos, lo de ¿Dónde tu altivo ojo de cíclope que, ciego, me miraba fijamente a la cara? me ha dejado perplejo por lo bien que describe aquellos tiempos pasados.
Un abrazo y muchas felicidades