Ya está mi níspero florecido. Le tengo las fechas cogidas, floración en diciembre, fruto maduro por mayo. Ya los insectos en lo suyo; un aluvión de abejas corteja los cientos de ramilletes blanco canela con morisquetas y bailes petulantes, con zumbidos suaves, románticos…, enamorados. No porfiéis criaturas, veréis cómo al final hay sitio para todas.
Me gusta contemplar el apareamiento insecto-floral, es cosa digna de verse. Cuando la flor, caliente por el sol del mediodía, accede dando su sí, despliega sus pétalos perfumados y se ofrece sugerente y provocadora. En un ejercicio de acrobacia singular, la abeja, entonces, en suspensión alada, la acaricia apenas con sus antenas enhiestas, luego la besa con fruición y, finalmente, se refriega en ella con embriagador frenesí. Tendrán que ser abejas macho, zánganos hormonados y abejorros, claro.
Sucede como con las personas, tú, unas se quedan todo el tiempo en una misma flor, las menos; otras picotean livianas y presuntuosas aquí y allá; éstas aguantan en el fornicio largo rato; aquéllas es visto y no visto. Y pienso ¡qué gusto tendrán las hijas de puta ésas chupando y venga a chupar! Me molesta que los pajarillos inoportunos revoloteen cerca e interrumpan escenas tan amorosas. Cosas mías, de mi perversión sexual, siempre con lo mismo. Pero es la esencia de la vida; sin fecundación no hay herencia posible y el sexo es la guinda de la fecundación. ¡Ay de aquellas especies de fornicación asexuada! Lástima me dan.
Con unas cosas y con otras, llevaba largo tiempo sin hablar de sexo. Ya es que tocaba. Tenía mono, oye. Y nada más apropiado para empezar un nuevo año venturoso.
Con unas cosas y con otras, llevaba largo tiempo sin hablar de sexo. Ya es que tocaba. Tenía mono, oye. Y nada más apropiado para empezar un nuevo año venturoso.
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