jueves, 28 de febrero de 2013

Semana blanca, día blanco.

En Málaga es semana blanca para los docentes. Nosotros, los médicos, tenemos todo el año de blanco, pero trabajando. Es broma, no me quejo, hasta ahora también hemos disfrutado de bastantes días de asueto. Hasta ahora. Estoy contento por mi Meli, toda la semana de descanso practicando el tarjetazo. Y por la Pegui, que tanto agradece su compañía. Gracias a la blancura de esta semana malagueña ella y su Pepe han podido disfrutar de nuestra reciente convivencia en el Rocío.
 
En medio de la albura de esta semana, hoy mi pueblo ha amanecido sembrado de otro tipo de blancura: ¡ha nevado! Con nocturnidad, sin alevosía, a la chita callando. Y yo aquí, encerrado en el hospital. Mis hermanos y otros amigos me han enviado por "guasa" veintitantas fotos de veintitantas calles (¿hay tantas calles en mi pueblo?) y de otros sitios emblemáticos cubiertos por la blanca capa. Para darme envidia. Coches blancos, tejados y asfalto blancos, la plaza y la torre blancas; los olivos, de la noche a la mañana, salpicados de borbotones blancos dando al campo un aspecto fantasmagórico; el río, el Genil, desbarrando en el meandro de la "Puntona" para  ver más de cerca las retamas vestidas de novia. Nieve cuajada y espesa, no sé cuántos centímetros, me dice mi Frasco. Tanta, que la Ana María ha montado un gran muñeco de nieve en su terraza. Con sus ojos, su nariz, su boca, su sombrero y su escoba al lado. No sé por qué razón los muñecos de nieve tienen que llevar escoba. Le faltan el pito y los güevos, le contesto por mensaje. ¡Qué envidia!

Y entonces me acuerdo del Luna y de Pilar. Unos tanto y otros tan poco. Ellos tienen nieve todo el invierno. Nosotros lampando por un día de nieve. A lo que se ve, no llueve ni nieva a gusto de todos. Los de las sierras están de nieve hasta los cataplines; los de las llanuras dejamos la cama calentita para asomarnos a la ventana o bajamos hasta la misma calle con tal de recibir los copos juguetones en la cara. A las tres de la madrugada. Sólo es un día cada muchos años.

Feliz día de nieve, feliz día de Andalucía.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Hormiguitas

De siempre he tenido para mí que, de todos nuestros amigos, Agustín Madrid es el más hormiguita. Lo guarda todo. Algunas mañanas de domingo, después de misa, saca a pasear por las calles de nuestra urbanización su bicicleta cincuentenaria mohosa y chirriante, pero con su faro y sus frenos intactos. Tan ufano. Para los trabajos de jardín se enfunda un mono azul, cien veces remendado por María Parra, que compró en Palma de Mallorca en el verano de 1973 para trabajar en el aeropuerto. O se lo dieron allí. O lo mangó. Entre los libros y tratados leguleyos de su despacho esconde apuntes de los tiempos de san Telmo ya con la tinta medio corrida y todo y hojas sueltas de un libreto de efemérides de cuando los Ángeles. Nos agrada vernos en aquellas listas de niños de primer y de segundo curso de latín. Es bonito.
Pero hace unos días he recibido un e-mail de otro amigo, Francisco Sánchez ,"el Leñero", que echa por tierra mi teoría. Éste es aún más hormiguita que Agustín. Me ha encantado. Me ha emocionado. Guarda el tío, no sólo las efemérides, sino los cuadernos-revistas del seminario. Y ha tenido la infinita paciencia de rebuscar y rebuscar, seleccionar y encontrar entre ellos páginas donde estuviera mi nombre. Aunque pensándolo bien no ha debido de resultarle tan gravoso dado que mi condición de empollón me aseguraba salir en muchas portadas como uno de los agraciados componentes de los cuadros de honor.

Ha resultado gracioso de verdad. En los cuatro años de los Ángeles nunca falté de esos cuadros de alumnos sobresalientes. Por abajo, dos cursos menor, mi primo Francisco Castro. Por arriba, un curso mayor, el Agustín. Recuerdo ahora con mucha simpatía que mis oponentes más directos en el estrellato de mi curso eran Pepe Ruz, Pablo Torres Márquez, Manuel Del Pino y Antonio Beteta. Alguna vez se nos acercaron con cierto peligro el Pepe "Huesos" y José Luis Roldán Murillo, pero enseguida apretábamos los de arriba y volvíamos a sacarles ventaja.

Durante las vacaciones de verano los curas nos hacían llegar esas revistas a nuestros pueblos a través del  párroco. Más que nada para que no desconectáramos tanto tiempo de nuestro particular mundillo cenobita. En dichas revistas había artículos de don Gaspar para la reflexión y la meditación. No faltaban nunca consejos directos sobre normas de urbanidad y acerca de nuestras relaciones con las amiguitas del pueblo, "mucho ojo, que esas niñas que parecen tan inocentes lo que quieren de vosotros es palique". Pero, sobre todo, había en ellas cartas de seminaristas dando parte de sus actividades veraniegas. En los recortes que me ha enviado "el Leñero" se lee perfectamente el relato de dos de los nuestros, en el Viso de los Pedroches, que fueron multados una noche por la guardia civil por ir en bicicleta sin faros. Y la más entrañable para mí: una carta de mi amigo Frasqui en la que cuenta, con un estilo bastante conseguido, nuestras peripecias, suyas y mías, en la Silera y en la Capilla, durante el mes de agosto de 1966. Se le ponen a uno los vellos de punta. Él tenía doce años y yo trece. Y me cuesta reconocerme. Me da coraje no recordar con nitidez todo lo bonito de aquellos años. ¡Qué carrozones estamos hechos!

Muchas gracias, Francisco. Me has alegrado el día. He reenviado el e mail a muchos de nuestros amigos, pero me lo devuelven regañándome porque no les llega el contenido. Soy un matao.

lunes, 18 de febrero de 2013

Historias oscuras de don Carlos.

En sus clases magistrales gustaba don Carlos de explayarse con su verbo certero y preciosista en relatos formidables recogidos de su archivo de historias clínicas del dispensario de psiquiatría, sito entonces en la avenida de la república Argentina. Nunca he escuchado otro orador con la pose y la prestancia de don Carlos Castilla del Pino. Daba gusto. El aula de los sótanos del hospital Provincial donde impartía sus clases se abarrotaba de alumnos y de libres oyentes seducidos tanto por el contenido de su discurso como por su prosodia cuasi poética. Por no sacar a relucir su merecida fama de rojo comunista, algo tan glamuroso en nuestra universidad de los años de la transición. Siendo ya sesentón, su cabeza bien poblada de un pelo recio y recortado a navaja, su barba enteriza y canosa, su figura erguida como un junco y su temple provocador le conferían un encanto especial. La Psiquiatría iba a ser para todos nosotros, alumnos del quinto curso de Medicina, una asignatura rara, oscura y muy poco atractiva. De ésas que conviene dejar para lo último por si cayera un aprobado más o menos colectivo. Pronto, muy pronto, pudimos comprobar nuestro error. De la noche a la mañana se convirtió en la asignatura estrella. Por culpa de don Carlos.

Le llegaban al dispensario historias increíbles de personas muy mal hadadas, de gentes desgraciadas con enfermedades y hechos inconfesables. De Córdoba capital, pero sobre todo de los pueblos profundos de "Los Pedroches" y de la "Subbética". Adolescentes con una forma incapacitante de esquizofrenia, la hebefrenia, que podían permanecer encerrados en un cuartucho de sus casas años y años, ocultos por sus propios padres de la lástima o de la vergüenza de sus paisanos; mujeres desnortadas, capaces de pasear en cueros por la plaza del pueblo (¡en aquellos tiempos!); el misterio de tantos suicidios por ahorcamiento en el trágico triángulo de Rute-Encinas Reales-Iznájar; casos extremos y fatales de complejos de Edipo o de Electra; el drama de muchos homosexuales de la época, a quienes se les consideraba como perturbados mentales por su propia familia y necesitados del tratamiento de un "loquero"...Era la primera vez que alguien nos abría los ojos a un mundo totalmente ignorado: el mundo marginal del enfermo psicótico.

En estos días pasados he visto en el hospital a un paciente que me ha recordado alguna de aquellas historias de don Carlos. Es un hombre de 68 años que ha ingresado por un infarto de miocardio. Se le han colocado sus respectivos "muelles" en dos arterias coronarias y se ha recuperado hasta ahí de bien. Pero hay algo extraño en su comportamiento que no puede pasar ajeno al ojo clínico del médico. Y menos, de un internista. Es demasiado torpe para su edad. O se lo hace, nunca se sabe. Y es demasiado fantasioso. Os puede parecer una simpleza, pero no. La mujer y una hija con las que departo sobre ello no le han dado importancia alguna, es algo que han considerado normal después de tantos años acostumbradas a lo mismo. "Mi marido siempre ha sido así, nunca le han interesado otras cosas que no sean las vacas, las ovejas...,en fin, los bichos...Es un analfabeto". "No me diga que no sabe usted leer ni escribir", le apremio. "Yo conozco las letras, me dice, pero no sé juntarlas". ¡Qué cachondo el tío! Resulta alarmante su ineptitud mental: no sabe la fecha actual,  su fecha de nacimiento ni de su boda; no recuerda quién sea el actual presidente del gobierno (algo bueno ha de tener la demencia), no es capaz de repetirme tres palabras aprendidas cinco minutos antes; no sabe restar tres de treinta, no ya por escrito sino a la cabeza...Naturalmente, en el test del reloj es un fracaso, ni siquiera dibuja bien el círculo. Lo más curioso es que en una charla informal la gente no advierte estos fallos flagrantes. El paciente ha  aprendido a salir del paso con  frases y respuestas más o menos estereotipadas y, sobre todo, con una capacidad inventiva acojonante. Cuando se ve cogido y sin salida toma la tangente de un tema nuevo distrayendo así el hilo de su interlocutor y llevándolo a otro terreno más propicio. A esto se le llama en medicina fabulación.

Este hombre es un maestro en fabulación. Un artista. Es muy llamativa la cosa: a pesar de su demencia mantiene no ya intacta sino exagerada su capacidad mental para imaginar y creerse lo que cuenta. No me deja salir de la habitación. Mi residente se mea de la risa. Su mujer le regaña para que no sea tan pesado, oye Cristóbal, que el doctor tiene más cosas que hacer...Ni caso. Me cuenta que se ha codeado de tú a tú con magnates financieros, con Domecq, mismamente, con toreros, amigo de Jaime Ostos, con quien ha comido muchas veces en su finca de Salamanca, y del "Cordobés" padre; con artistas de cine, con políticos, "con Chaves hablo yo como si fuera mi hermano". Y se lo cree: No engaña, fabula. Y contando tales fantasías distrae al personal y oculta sus déficits y sus lagunas mentales. Debe de tratarse de una estrategia cerebral para seguir sobreviviendo.

Don Carlos me ha encendido la chispa: él contaba historias de hombres dementes con una enorme capacidad de fabulación. En sus tiempos, esta forma de demencia fabulatoria era producida principalmente por la Sífilis y por el alcoholismo crónico. En nuestro hombre descartamos esto último porque nunca ha sido bebedor.

-Cristóbal -le pregunto al oído- ¿usted ha tenido relaciones con mujeres malas? -Sorprendido, mira de reojo a su mujer, luego me sonríe y dice:
-Naturalmente que sí. Yo he sido un caballero legionario. -Como quiera que no me fíara de su fantasía, me lo confirma su mujer.
-Es verdad -asiente la esposa-. En Fuerteventura. Pero eso fue mucho antes de conocernos.
-Yo me conocía las casas mejores -toma el hilo de inmediato viendo la aprobación de su mujer-. Los mandos me llevaban como de lazarillo para que yo les recomendara en qué sitio entrar y en cual no. Y luego, cuando llegábamos al cuartel...,el pinchonazo de penicilina.
-¡Y eso? -me hago de nuevas.
-¡Hombre..! Pa no coger "purgasiones".

Éste ha sido un verdadero problema en aquella época: Los hombres temían la gonorrea como a la peste. Con una o dos inyecciones de penicilina evitaban esta enfermedad, pero no la Sífilis. La Sífilis no duele ni supura, puede incluso que ni siquiera produzca el famoso chancro ni ganglios palpables. Es una puñetera. En ocasiones, como digo, se comporta como una enfermedad lenta y silenciosa, sin apenas ninguna molestia. Y treinta o cuarenta años más tarde dice buenas, aquí estoy yo. Y lo malo es que cuando se afecta el sistema nervioso de forma tardía ya no hay cura.

Este hombre pudo haberse contagiado en Fuerteventura o en Melilla  hace cuarenta años. Creyó que con las inyecciones aisladas de penicilina estaba a salvo. Pero no siempre era así. La Sífilis necesita dosis muy altas de penicilina y de forma reglada y repetida. No ha habido tal,  gracias a Dios. Las pruebas serológicas han resultado negativas. No tiene Sífilis. Ni tiene ninguna otra forma de demencia "tratable". Una de tres: o este hombre ha tenido suerte, mucha suerte; o ha presumido mucho más que fornicado; o acabó con la penicilina del cuartel. Su demencia, por tanto, en este hombre sí, es debida al temido Alzheimer.

Es hoy día el Alzheimer la causa más frecuente de demencia. Pero en cualquier paciente con deterioro de sus funciones intelectuales es obligado descartar otros procesos potencialmente tratables y hasta curables. No ha sido el caso de este hombre, vale. Pero podría haber sido. Y a mí me ha embriagado un nostálgico tufillo de cordobita al rememorar aquellas historias fantásticas de don Carlos en los sótanos umbríos del Hospital Provincial.

Descanse en paz el insigne profesor.

  

miércoles, 13 de febrero de 2013

Real Madrid 3 - Manchester United 3

Una ardiente noche de mayo del 68 el Real Madrid y el Manchester United empataron a tres el partido de vuelta de las semifinales de la Copa de Europa. Pasó el Manchester porque había ganado el partido de ida por uno a cero. A la postre sería también el United el campeón al derrotar en la final al Benfica, no me acuerdo por cuánto.
Desde entonces cada nuevo encuentro entre Madrid y United me evoca irremisiblemente a aquel partido, a aquella noche de nervios y de amargura final. Quién sabe si fue por culpa de ese partido que ya no pueda ver los encuentros del Madrid en directo. Ninguno. No puedo. Es algo superior a mis fuerzas. Mis amigos no lo entienden, "Tío, que sólo es un partido, que mañana volverá a salir el sol, que aprendas a relajarte y a disfrutar..." Y es verdad, no tiene esa actitud mía la más mínima racionalidad. Pero a estas alturas de nuestra vida ya conocemos de sobra que la mayor parte de nuestras acciones y decisiones del día a día se basan en emociones y no en razones. Bendita irracionalidad, pues.
Son las nueve de la noche. Estoy solo en casa con la Pegui. La Peque se ha ido por ahí con la Miki, su hermana chica. A estas horas está todo cerrado, no habrá tarjetazo, espero. Todo lo más, que se hayan ido al cine. Cuando juega el Madrid prefiero estar solo y distraído con mis cosas. Si se queda la Peque me incordia, pone la tele y se asoma de cuando en cuando a mi cuarto para decirme "¡Huuyyyyy! ¡No ha faltao ná!" Y me deja en ascuas porque no sé en qué portería ha sido el susto. O peor todavía: "por mucho que te escondas, ya váis perdiendo." ¡La madre que la parió! Prefiero quedarme a solas, mi perrita no entiende de esas crueldades, es mucho más razonable que yo para eso y no tiene la maldad de mi mujer. Se sienta a mi lado o encima de mis piernas mientras escribo. Me mira de vez en cuando y suspira...¡Qué hombre más tonto!, pienso yo que pensará.
Aquella noche mayo del 68 la llevo grabada a fuego en mi romboencéfalo, hábitat de las emociones. Pero más aún que yo quedaron marcados para siempre Joaquinillo Baena y José Pablo. Los curas, oh milagro de nuestra Señora de los Ángeles, nos dejaron ver el partido. Trabajito debió de costarle a don Manuel Cuenca convencer a don Gaspar, el rector insobornable, el hombre místico. Un alma sin tacha posible. "Oye Gaspar, que es el Madrid, la Copa de Europa, un partido así no se ve todos los días. Además, los chicos se han portado fenómeno esta semana; pregúntale, si no, al prefecto; hasta "el Cuartillas" ha aprobado las matemáticas..., que ya es decir". "No me fío, Manolo, no me fío. Ese Baena, el de Luque, ¡qué poco se parece a su tío, me cachis ya!, es muy capaz de liarla; y el Barbero, el Jaime, el José Pablo, el Castro Navas..., es que puede ser un polvorín". "Gaspar, hombre, son todos del Madrid, van a una, te lo digo yo; no va a haber ninguna pelea; te lo garantizo." "No, que el chiquitillo ése de Luis Enrique es del atlético...", le rectifica el rector. "Bueno, vale, es el único, pero por otra parte, considera que ya, el próximo curso, pasarán a Córdoba, son ya unos mocitos, va siendo hora de comprobar su responsabilidad."
Sólo pudimos ver el primer tiempo. La tele estaba en la sala de juegos, por encima de uno de los pinchonchos. Ganaba el Madrid por tres a uno. Goles de Pirri, Gento y Amancio. El patoso de Zoco había marcado en propia puerta. Estábamos clasificados. Pero la liamos, como temía don Gaspar. Nada más comenzar la segunda parte, una de las muchas faltas cometidas sobre Amancio provocó el alboroto entre los que lo tachaban de cuentista, azuzados por Rafa Marín Palomares, y los aferrados, como yo mismo. La cosa llegó a mayores. Se escuchó allí una zafia dialéctica de taberna de pueblo impropia de unos niños de catorce o quince años. Y seminaristas. Tanto, que superó con mucho la escasa capacidad de comprensión de don José Delgado Albalá, el cura que nos custodiaba. "Ea, se acabó, todo el mundo a la cama". De nada aprovecharon las súplicas: "por favor don José, que vamos a estar calladitos, que por dos de éstos que son unos bocazas vamos a pagar todos, que se lo prometemos..." "A la cama", don José, cabreado, era inflexible. A las once de la noche nos enteramos del tres a tres definitivo. Joaquín Baena y José Pablo, escurriéndose de las sábanas, escucharon el segundo tiempo entero apostados en la mismísima puerta de la sala de juntas donde los curas se lamentaban también de los goles de los ingleses. Me los imagino mordiéndose las uñas o pegando puñetazos al suelo cada vez que desde adentro les llegaran los ayes y lamentos de nuestros queridos profesores.
El partido llevará ya más de media hora y yo intento olvidarme de él escribiendo y rememorando la historia de aquella noche. Hoy, como entonces, vuelven a enfrentarse Madrid y Manchester. Han pasado cuarenta y cinco años de aquello y, oye, la emoción es la misma. Aquí me tenéis, atrincherado en mi cuarto con todo muy bien cerradito y con unos auriculares viejos de mi Meli escuchando a los chicos del coro con tal de no percibir los cohetes con que el vecindario celebra los goles. Uno no sabe con qué carta quedarse: si el cohete será de un madridista contento por un gol del Madrid o de un culé eufórico por un gol del Manchester. En otras ocasiones he llegado a acertar el resultado final de un partido del Madrid por la procedencia de los distintos cohetes. Mi vecino de enfrente, como ya sabemos, es culé y otro de varias casas más abajo es merengue como yo. Esta noche que sea lo que Dios quiera. Pero mi recuerdo se va hoy para Joaquín y para José Pablo, valientes héroes del apostolado madridista.

domingo, 10 de febrero de 2013

Huelga de basura en Sevilla.

Uno se cree, de mentirijilla, que después de treinta y tres años de oficio nada puede sorprenderle. Nada nuevo. Y, sin embargo, raro es el día en el que algo nuevo no te pilla fuera de juego. Éste es el argumento que empleo con los residentes y conmigo mismo para no desistir en el estudio. En mi último año de residente, en el Reina Sofía, me creía el rey del mambo, ninguna enfermedad, por rara que fuera, iba a escabullirse del dominio de mis vastos conocimientos médicos. Fatua presunción. No es necesario excusarse en la imposibilidad real de estar al tanto de los avances y experimentación en medicina; es que en nuestra propia práctica diaria, en aquello que manejamos de una manera más o menos rutinaria, hay margen de error y, por tanto, margen de mejora. El espíritu crítico, la curiosidad y el estudio son tres bastiones fundamentales en la formación continuada del médico. Y seguramente de cualquier otro profesional.
 
Viene esto al caso porque anteayer mismo, haciendo de pasante de otro compañero, (pero usted no es su médico, me dice la hermana del paciente; no; yo soy su pasante) me topé con una enfermedad conocida en los libros y en los periódicos, pero nunca vivida por mí. El joven en cuestión tiene unos cuarenta años, es soltero y vive en la casa de una hermana, con su marido y tres hijos. No sé bien por qué ( o sí lo sé) se me viene a la cabeza la imagen de un amigo nuestro que "sufre" en propias carnes una situación parecida: la del cuñado soltero y sin haciendas. Pero no es comparable a lo de este cuarentón. Ni mucho menos. Ha ingresado este paciente por una neumonía bilateral, una pulmonía doble para el público. Y nadie se la ha contagiado, la ha cogido en su casa, bueno, en casa de su hermana, en su propia habitación. La historia, contada por la propia y sufrida hermana es espeluznante. El tío es de éstos que no tiran nada, ni ropa vieja, ni periódicos caducos, ni zapatos tiesos y de puntas retorcidas, ni envases vacíos y enrollados de dentrífico...Nada. Y no sólo eso: recoge de la calle lo que le va pareciendo, hasta cosas de los contenedores de basura ( perchas, sillas cojas, un trozo de antena, auriculares desorejados...), por si un día pudieran serle de utilidad. Mi suegro, mi amigo Sebas y Agustín "el añoro" no tienen este síndrome pero lo pasan rozando. Nadie puede entrar en su cuarto. No se cabe. Vale, lo habéis adivinado, creéis que se trata de un síndrome de Diógenes. Se ha intoxicado con alguna de tantas porquerías acumuladas y ha cogido la susodicha pulmonía doble. Así lo creía yo también.

Naturalmente que es un gravísimo problema, no sólo para él sino también para su familia. La pobre hermana no lo va poner de patitas en la calle, claro está, pero la cosa ha llegado ya a mayores: la casa huele mal, no pueden recibir visitas, sus hijos en riesgo de coger cualquier enfermedad... Y no sabe qué hacer. Los servicios sociales del ayuntamiento le están buscando un alojamiento, pero él se niega a abandonar lo que considera de su propiedad. Cuando estas personas les cogen afecto a algo no pueden desprenderse de ello. Les confieren a los objetos tal valor sentimental que sólo la posibilidad de una eventual pérdida les provoca ataques de ansiedad y de pánico. Esto es parte de la enfermedad.

Durante los días de estancia en el hospital los psiquiatras han procurado acceder al paciente, pero él los ha evitado siempre que ha podido y cuando no, se ha mostrado huidizo, ausente o, incluso, suspicaz rozando lo paranoico. Bien poco han podido hacer. Nos hemos enterado por ellos que no es, la de este hombre, una enfermedad de Diógenes, sino un nuevo trastorno del comportamiento que se denomina el síndrome de acumulación compulsiva. El enfermo de Diógenes es un demente que ha perdido el norte por completo y vive entre basuras descuidando todo aseo personal. El del síndrome de acumulación compulsiva, nuestro hombre, es una persona normal en la calle en quien nadie puede sospechar ninguna anomalía. La enfermedad se descubre solamente al entrar en su casa. No hay basura en el sentido de desperdicios o inmundicias, pero la tiene atestada de maderas, muebles viejos, libros y apuntes del Bachiller, bicis mohosas sin manillar, aperos del campo...Cosas inservibles. Y lo peor: no tiene un tratamiento eficaz. No sirven los fármacos. Sólo ayuda un tratamiento psicoterapéutico conductual, que se llama.

El caso es que, curada la neumonía, su médico le tenía ya preparada el alta y yo, su pasante, soy el encargado de entregarle el informe a la hermana y explicarle los pasos recomendados por los psiquiatras. La mujer, resignada a su destino y sabedora de lo poco que pueden aprovecharle al paciente consejos y medicinas, me comenta en tono casi lastimero:

-Doctor, ¿y hoy mismo tiene que ser el alta?
-Sí -le respondo algo sorprendido-, así lo tenía previsto su médico. Me ha comentado antes de irse esta mañana que ya lo había acordado con usted.
-Es verdad, pero yo no había caído en la cuenta de lo de la huelga de basura en Sevilla...
-¿Y qué? -me pongo sin entender por dónde puede ir.
-Pues ¿qué va a ser?, que este animalucho se va a poner las botas con tantos trastos viejos en la calle.

Y me río. Y ella se ríe conmigo a pesar de su tribulación.

Hoy hemos aprendido todos un poquito, ¿verdad?

martes, 5 de febrero de 2013

Gente que hay rumbosa.

Abundando más en el asunto de los regalos a los médicos os contaré hoy algunas anécdotas graciosas.

La gente espera que uno se acuerde de cada uno de ellos,  de sus nombres, de sus caras, incluso de los pueblos donde viven. A mí también me gustaría, es verdad, y les hago a mis pacientes  muchas preguntas personales en ese sentido. De algunos de ellos soy depositario de secretos y detalles que ni la propia familia conoce, se confiesan conmigo, como ya sabemos. Pero me resulta imposible acordarme de todos. Necesitaría para ello la memoria prodigiosa de mi abuelo Manolo "el pensaor". Quizás la tuviera siendo yo más nuevo, pero ahora...,¡hasta uso agenda!, algo irrisorio para mí hace unos años. 

No me acordaba, la verdad, de esta mujer. Y debería haberme acordado. Se presenta tan pimpollita en la consulta a sus ochenta años.
-No me diga que no se acuerda usted de mí.
-Mujer..., sois las viejas tantas y tan iguales, que ahora mismo no caigo.
-Pero ¿cómo va a ser eso si hasta me llamó usted por teléfono a mi casa?
-A ver, dígame alguna cosa más, alguna pista.
-Venga: me dijo usted que con el tratamiento nuevo iba a correr como un perdigón.
Y es verdad, hombre, ahora caigo. Hay enfermedades muy agradecidas al tratamiento. Pocas, pero las hay. La de esta mujer es una de ellas. Se llama Polimialgia Reumática. Se ceba con los pobrecitos viejos y los deja envarados, rígidos, sin apenas permitirles mover los brazos ni caminar. Una de las pruebas que les hago es que intenten llevarse el brazo atrás todo lo que puedan, como si quisieran limpiarse el culo. Les da mucha risa, pero ni aún así lo consiguen. Tampoco pueden hacerse el moño, con lo que eso supone para una vieja, que la tengan hasta que peinar...Bueno, pues los corticoides (la cortisona para la gente) vencen a esta enfermedad en dos días. Literalmente.
-Ya está, mujer. Ya me acuerdo. Era un viernes ¿verdad?. Y le dije: el lunes está usted corriendo como un perdigón.
-Así fue. Vaya, un milagro.
-Ah, amiga...Pero ahora que lo pienso también me estoy acordando de una cosa que me dijo entonces. -Tan desesperada debía de estar el día de la primera visita que me prometió un millón (de pesetas, eh) si la curaba.
-Sí, y lo mantengo -y se pone la tía seria de verdad- deme usted su número de cuenta y se lo ingreso enseguida.
-Por Dios, mujer, ande, ande y no insista que está la cosa nada más que regular -me río para mostrarle mi ánimo de broma. -Y entonces salta su acompañante, una mujer de mediana edad, bien plantada, asalariada sin duda.
-Yo que usted, doctor, lo aceptaría. Aunque le parezca una broma, ella lo dice de corazón. Se lo aseguro.
-Eso es imposible para mí, mujer, compréndanlo...
-Ya, yo le comprendo, doctor; pero sepa usted que esta mujer tiene bastante dinero, no tiene hijos y sus sobrinos se lo están fundiendo de muy mala manera. Es de ésas que luego le dejan todo el capital a la Iglesia o al Ayuntamiento con tal de fastidiar a unos herederos que no le hacen ni puñetero caso en vida. Si no fuera por mí... -Y la vieja asentiendo a todo.
-Vaya, de verdad que lo siento. De todas formas..., no es posible, ya está. Centrémonos en lo importante, en que su enfermedad se ha ido a hacer puñetas ¿vale?
-Vale -se pone ya la vieja con su desparpajo habitual.
Y nos citamos para otra ocasión. Y ya siempre me acordaré de ella. Por si cae algo en la herencia. Nunca se sabe.

En hablando de herencias os diré que a las hermanas de Paqui, las Falconas, se las comen los celos cuando voy a Lebrija a visitar a su madre. Y todo porque un día a la pobre mujer le dió por decir que me iba a incluir en su herencia. Tontas que son, total para un par de fanegas de tierra que van a recibir...La especial relación de esta anciana mujer conmigo se inició hace ya años, cuando yo iba a Lebrija de médico. Hacíamos una pequeña sociedad simbiótica: un día en la semana me presentaba en su casa, le tomaba la tensión, la auscultaba, le miraba sus piernas cada vez más torcidas...Y ella, a cambio, me ponía un refresco con una tapa de acedías fritas y me obsequiaba con un pomposo bizcocho casero. Mi voluntad, pues, no se compra con dinero, sino con dulces.

Esto es algo que no acaba de comprender mi amigo el millonario, el que me llena el maletero del coche por Navidad. Desde que nos conocemos no hace otra cosa que intentar agradarme de la manera que él cree más adecuada, la que ve y conoce en su relación profesional diaria, con bienes y riquezas. Hace ya años, sabedor de mi gusto por el campo serrano, compró un terrenito de cuatro fanegas en la sierra norte de Sevilla, cerca del Real de la Jara, para luego regalármelo a mí. "Manolo, que no puede ser, hombre de Dios". "Pero Rivera, aquí arriba te haces una casita, con su piscina y todo, y esto es la gloria". Era verdad; el terreno asienta en la ladera de una montaña en cuyo valle hay una aldeita perdida, casi abandonada, pero de cuento, con una pequeña ermita cuyas campanas mágicas congregan en ella a cuatro parroquianos y en la era hermanan a ciervos y a jabalíes. "Mira Manolo, tú te quedas el terreno, te haces la casita y luego nos invitas a la Peque y a mí, ea". Y así fue. No contento con ello, un día me llama por teléfono para decirme que me ha comprado un caballo. "Pero, tío, ¿qué hago yo con un caballo, dónde lo guardo...Además, que a mí no me gustan los caballos y a mi mujer menos...Anda, anda y devuélvelo si puedes". Y ahí tengo que andar frenando a este hombre sin luces a quien todo le parece poco para mí. "Vamos a ver Manolo -me pongo serio con él- lo tuyo son los jamones de Navidad. Ya está. No me seas cansino".
Cuando le doy cuenta  a mi hija de estas peripecias admirándome de la capacidad de desprendimiento de estas personas me responde muy secamente: "Papi, a ver si tú te crees que todo el mundo es tan rácano como tú. Hay personas rumbosas". Ea, lo de siempre.