domingo, 10 de febrero de 2013

Huelga de basura en Sevilla.

Uno se cree, de mentirijilla, que después de treinta y tres años de oficio nada puede sorprenderle. Nada nuevo. Y, sin embargo, raro es el día en el que algo nuevo no te pilla fuera de juego. Éste es el argumento que empleo con los residentes y conmigo mismo para no desistir en el estudio. En mi último año de residente, en el Reina Sofía, me creía el rey del mambo, ninguna enfermedad, por rara que fuera, iba a escabullirse del dominio de mis vastos conocimientos médicos. Fatua presunción. No es necesario excusarse en la imposibilidad real de estar al tanto de los avances y experimentación en medicina; es que en nuestra propia práctica diaria, en aquello que manejamos de una manera más o menos rutinaria, hay margen de error y, por tanto, margen de mejora. El espíritu crítico, la curiosidad y el estudio son tres bastiones fundamentales en la formación continuada del médico. Y seguramente de cualquier otro profesional.
 
Viene esto al caso porque anteayer mismo, haciendo de pasante de otro compañero, (pero usted no es su médico, me dice la hermana del paciente; no; yo soy su pasante) me topé con una enfermedad conocida en los libros y en los periódicos, pero nunca vivida por mí. El joven en cuestión tiene unos cuarenta años, es soltero y vive en la casa de una hermana, con su marido y tres hijos. No sé bien por qué ( o sí lo sé) se me viene a la cabeza la imagen de un amigo nuestro que "sufre" en propias carnes una situación parecida: la del cuñado soltero y sin haciendas. Pero no es comparable a lo de este cuarentón. Ni mucho menos. Ha ingresado este paciente por una neumonía bilateral, una pulmonía doble para el público. Y nadie se la ha contagiado, la ha cogido en su casa, bueno, en casa de su hermana, en su propia habitación. La historia, contada por la propia y sufrida hermana es espeluznante. El tío es de éstos que no tiran nada, ni ropa vieja, ni periódicos caducos, ni zapatos tiesos y de puntas retorcidas, ni envases vacíos y enrollados de dentrífico...Nada. Y no sólo eso: recoge de la calle lo que le va pareciendo, hasta cosas de los contenedores de basura ( perchas, sillas cojas, un trozo de antena, auriculares desorejados...), por si un día pudieran serle de utilidad. Mi suegro, mi amigo Sebas y Agustín "el añoro" no tienen este síndrome pero lo pasan rozando. Nadie puede entrar en su cuarto. No se cabe. Vale, lo habéis adivinado, creéis que se trata de un síndrome de Diógenes. Se ha intoxicado con alguna de tantas porquerías acumuladas y ha cogido la susodicha pulmonía doble. Así lo creía yo también.

Naturalmente que es un gravísimo problema, no sólo para él sino también para su familia. La pobre hermana no lo va poner de patitas en la calle, claro está, pero la cosa ha llegado ya a mayores: la casa huele mal, no pueden recibir visitas, sus hijos en riesgo de coger cualquier enfermedad... Y no sabe qué hacer. Los servicios sociales del ayuntamiento le están buscando un alojamiento, pero él se niega a abandonar lo que considera de su propiedad. Cuando estas personas les cogen afecto a algo no pueden desprenderse de ello. Les confieren a los objetos tal valor sentimental que sólo la posibilidad de una eventual pérdida les provoca ataques de ansiedad y de pánico. Esto es parte de la enfermedad.

Durante los días de estancia en el hospital los psiquiatras han procurado acceder al paciente, pero él los ha evitado siempre que ha podido y cuando no, se ha mostrado huidizo, ausente o, incluso, suspicaz rozando lo paranoico. Bien poco han podido hacer. Nos hemos enterado por ellos que no es, la de este hombre, una enfermedad de Diógenes, sino un nuevo trastorno del comportamiento que se denomina el síndrome de acumulación compulsiva. El enfermo de Diógenes es un demente que ha perdido el norte por completo y vive entre basuras descuidando todo aseo personal. El del síndrome de acumulación compulsiva, nuestro hombre, es una persona normal en la calle en quien nadie puede sospechar ninguna anomalía. La enfermedad se descubre solamente al entrar en su casa. No hay basura en el sentido de desperdicios o inmundicias, pero la tiene atestada de maderas, muebles viejos, libros y apuntes del Bachiller, bicis mohosas sin manillar, aperos del campo...Cosas inservibles. Y lo peor: no tiene un tratamiento eficaz. No sirven los fármacos. Sólo ayuda un tratamiento psicoterapéutico conductual, que se llama.

El caso es que, curada la neumonía, su médico le tenía ya preparada el alta y yo, su pasante, soy el encargado de entregarle el informe a la hermana y explicarle los pasos recomendados por los psiquiatras. La mujer, resignada a su destino y sabedora de lo poco que pueden aprovecharle al paciente consejos y medicinas, me comenta en tono casi lastimero:

-Doctor, ¿y hoy mismo tiene que ser el alta?
-Sí -le respondo algo sorprendido-, así lo tenía previsto su médico. Me ha comentado antes de irse esta mañana que ya lo había acordado con usted.
-Es verdad, pero yo no había caído en la cuenta de lo de la huelga de basura en Sevilla...
-¿Y qué? -me pongo sin entender por dónde puede ir.
-Pues ¿qué va a ser?, que este animalucho se va a poner las botas con tantos trastos viejos en la calle.

Y me río. Y ella se ríe conmigo a pesar de su tribulación.

Hoy hemos aprendido todos un poquito, ¿verdad?

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