De siempre he tenido para mí que, de todos nuestros amigos, Agustín Madrid es el más hormiguita. Lo guarda todo. Algunas mañanas de domingo, después de misa, saca a pasear por las calles de nuestra urbanización su bicicleta cincuentenaria mohosa y chirriante, pero con su faro y sus frenos intactos. Tan ufano. Para los trabajos de jardín se enfunda un mono azul, cien veces remendado por María Parra, que compró en Palma de Mallorca en el verano de 1973 para trabajar en el aeropuerto. O se lo dieron allí. O lo mangó. Entre los libros y tratados leguleyos de su despacho esconde apuntes de los tiempos de san Telmo ya con la tinta medio corrida y todo y hojas sueltas de un libreto de efemérides de cuando los Ángeles. Nos agrada vernos en aquellas listas de niños de primer y de segundo curso de latín. Es bonito.
Pero hace unos días he recibido un e-mail de otro amigo, Francisco Sánchez ,"el Leñero", que echa por tierra mi teoría. Éste es aún más hormiguita que Agustín. Me ha encantado. Me ha emocionado. Guarda el tío, no sólo las efemérides, sino los cuadernos-revistas del seminario. Y ha tenido la infinita paciencia de rebuscar y rebuscar, seleccionar y encontrar entre ellos páginas donde estuviera mi nombre. Aunque pensándolo bien no ha debido de resultarle tan gravoso dado que mi condición de empollón me aseguraba salir en muchas portadas como uno de los agraciados componentes de los cuadros de honor.
Ha resultado gracioso de verdad. En los cuatro años de los Ángeles nunca falté de esos cuadros de alumnos sobresalientes. Por abajo, dos cursos menor, mi primo Francisco Castro. Por arriba, un curso mayor, el Agustín. Recuerdo ahora con mucha simpatía que mis oponentes más directos en el estrellato de mi curso eran Pepe Ruz, Pablo Torres Márquez, Manuel Del Pino y Antonio Beteta. Alguna vez se nos acercaron con cierto peligro el Pepe "Huesos" y José Luis Roldán Murillo, pero enseguida apretábamos los de arriba y volvíamos a sacarles ventaja.
Durante las vacaciones de verano los curas nos hacían llegar esas revistas a nuestros pueblos a través del párroco. Más que nada para que no desconectáramos tanto tiempo de nuestro particular mundillo cenobita. En dichas revistas había artículos de don Gaspar para la reflexión y la meditación. No faltaban nunca consejos directos sobre normas de urbanidad y acerca de nuestras relaciones con las amiguitas del pueblo, "mucho ojo, que esas niñas que parecen tan inocentes lo que quieren de vosotros es palique". Pero, sobre todo, había en ellas cartas de seminaristas dando parte de sus actividades veraniegas. En los recortes que me ha enviado "el Leñero" se lee perfectamente el relato de dos de los nuestros, en el Viso de los Pedroches, que fueron multados una noche por la guardia civil por ir en bicicleta sin faros. Y la más entrañable para mí: una carta de mi amigo Frasqui en la que cuenta, con un estilo bastante conseguido, nuestras peripecias, suyas y mías, en la Silera y en la Capilla, durante el mes de agosto de 1966. Se le ponen a uno los vellos de punta. Él tenía doce años y yo trece. Y me cuesta reconocerme. Me da coraje no recordar con nitidez todo lo bonito de aquellos años. ¡Qué carrozones estamos hechos!
Muchas gracias, Francisco. Me has alegrado el día. He reenviado el e mail a muchos de nuestros amigos, pero me lo devuelven regañándome porque no les llega el contenido. Soy un matao.
Ha resultado gracioso de verdad. En los cuatro años de los Ángeles nunca falté de esos cuadros de alumnos sobresalientes. Por abajo, dos cursos menor, mi primo Francisco Castro. Por arriba, un curso mayor, el Agustín. Recuerdo ahora con mucha simpatía que mis oponentes más directos en el estrellato de mi curso eran Pepe Ruz, Pablo Torres Márquez, Manuel Del Pino y Antonio Beteta. Alguna vez se nos acercaron con cierto peligro el Pepe "Huesos" y José Luis Roldán Murillo, pero enseguida apretábamos los de arriba y volvíamos a sacarles ventaja.
Durante las vacaciones de verano los curas nos hacían llegar esas revistas a nuestros pueblos a través del párroco. Más que nada para que no desconectáramos tanto tiempo de nuestro particular mundillo cenobita. En dichas revistas había artículos de don Gaspar para la reflexión y la meditación. No faltaban nunca consejos directos sobre normas de urbanidad y acerca de nuestras relaciones con las amiguitas del pueblo, "mucho ojo, que esas niñas que parecen tan inocentes lo que quieren de vosotros es palique". Pero, sobre todo, había en ellas cartas de seminaristas dando parte de sus actividades veraniegas. En los recortes que me ha enviado "el Leñero" se lee perfectamente el relato de dos de los nuestros, en el Viso de los Pedroches, que fueron multados una noche por la guardia civil por ir en bicicleta sin faros. Y la más entrañable para mí: una carta de mi amigo Frasqui en la que cuenta, con un estilo bastante conseguido, nuestras peripecias, suyas y mías, en la Silera y en la Capilla, durante el mes de agosto de 1966. Se le ponen a uno los vellos de punta. Él tenía doce años y yo trece. Y me cuesta reconocerme. Me da coraje no recordar con nitidez todo lo bonito de aquellos años. ¡Qué carrozones estamos hechos!
Muchas gracias, Francisco. Me has alegrado el día. He reenviado el e mail a muchos de nuestros amigos, pero me lo devuelven regañándome porque no les llega el contenido. Soy un matao.
Cuatro años (De los 13 a los 17 años) pasados en la sierra – Seminario-preparándote con ilusión para ser sacerdote con doscientos y pico chavales de tu edad (la mayoría) y con unos 10 o 12 curas profesores y educadores para “todo” marcan para toda la vida. Nunca me he arrepentido de haber estado allí, por supuesto que guardo algunas cosas materiales que al fin al cabo pueden desaparecer, pero lo que siempre estará en mi y perdurará para siempre será la amistad y los entrañables momentos vividos con esos “chiquillos “. Con esa edad es imborrable.
ResponderEliminarUn abrazo campeón, se que tienes muchos que te leen, sigue escribiendo
Por fin se ha destapado El Leñero. Gracias, Leñero, por conservar estas cosas tan entrañables. Y por compartirlas.
ResponderEliminarA nuestros años es normal la nostalgia. No como sentimiento de pérdida irreparable, sino como afirmación de otra vida, que existió de verdad y que fue nuestra. No es verdad que la vida sea corta, ni que haya una sola vida. En una vivimos muchas.
EliminarUn abrazo a todos.