lunes, 30 de octubre de 2023

Educando en valores

Mi nieto mayor, Lucas, con nueve años recién cumplidos, es ya un niño mayor. Noble y sensible, poco tiene que ver con su hermano Daniel, un bicho de cuidado a quien corretean cuatro niñas en los recreos al grito de "mi novio, mi novio". Seguramente "adoctrinado" por sus amigos del cole, Lucas gusta mucho más de fútbol, palabros y otras ganserías varoniles que de los cuentos e historias de sus abuelos que hasta hace poco nos reclamaba.

Esta mañana lo he recogido del colegio antes de tiempo porque tenía fiebre. Fiebre con unas poquitas de gachas, todo hay que decirlo.

-Abuelo ¿puedo poner los resúmenes de los partidos?

-Claro. Pero luego te pones a estudiar, eh.

-Es que me he dejado los libros en el cole...

-Bueno, pues te pones...,  a pintar.

Al cabo de un buen rato, aburrido de tele y de pinturas, me requiere.

-¿Qué estás leyendo, abuelo?

-Un libro muy interesante. Si quieres te leo algo.

Se trata de un libro de muy reciente aparición en las librerías, "Rumbo al ecocidio", de mi amigo y prohombre Pepe Esquinas. Un hombre de mundo, un hombre global. Un hombre comprometido que ha trabajado durante casi cuarenta años en la FAO y en Naciones Unidas en briega descarnada contra el hambre. Un libro que no debería faltar en ninguna casa donde vivan niños y adolescentes. Un libro esencial en todas las aulas de cualquier colegio o instituto. Un libro de obligada lectura por imperativo de conciencia. Los temas fundamentales que toca son el hambre en el mundo y la escalada de atropellos que nuestra civilización moderna inflige a la madre Naturaleza hasta ponerla en peligro de extinción. Pero no se limita a hacer diagnósticos generales o a exponer datos escalofriantes de nuestro malhacer y malandar por el mundo, sino que también ofrece propuestas concretas de mejora a nivel individual, colectivo y global. Muy recomendable.

-Pero ¿qué es, un cuento?

-No, Lucas, es un libro de verdad.

Y le leo las dos primeras páginas. Y no puedo seguir por la emoción que veo en sus ojos y por las lágrimas que asoman en los míos.

El autor cuenta que una noche de 1977, cenando con otros colegas en un restaurante de la Ciudad de Guatemala, se colaron dos niños, seguramente hermanos, de entre seis y ocho años. Se les acercaron a la mesa y le pidieron con mucho respeto si les podían dar los huesos del pollo asado que acababan de comer. Nuestro hombre no daba crédito. Se quedó paralizado. Repuesto al fin, alcanzó a decirles que nada de huesos, que se quedaban con ellos a cenar. En esto que aparece el dueño del local e increpa a los niños, al grito de "fuera ahora mismo, no podéis entrar aquí, que sois unos indios". Nuestro hombre, armado de valor y convicción, se levanta de la mesa y le dice al dueño que esos niños son sus invitados. "Si ellos se van, nosotros también". Entre avergonzado y colérico, farfullando improperios, el dueño accede. Sentados a la mesa, los dos niños observan ojipláticos el medio pollo asado que un camarero les ha servido. Y no saben de qué manera hincarle el diente. "Perdone señor -le dicen a nuestro hombre-, nosotros no sabemos cómo se parte esto. Nunca hemos comido en una mesa ni con tenedor y cuchillo". De reojo, veo que a mi Lucas se le escapa una sonrisa compasiva.

-Abuelo, ¿eso es de verdad? ¿Con ocho años no sabe comer solo? Daniel lo hace y tiene cinco años.

-Claro que es de verdad. A ti te resulta increíble. Vives en un pueblo, en una ciudad, en un país en el que no te falta de nada. Tienes cualquier juguete que se te antoje, ropa para dar y vender, las equipaciones de todos los clubs de fútbol del mundo entero... Hace nada has sentido gazuza, has ido al frigo y te has zampado un yogur con tropezones. Y hay niños en el mundo, niños como Daniel y como tú, en otro mundo que no conoces, que carecen de todo, que pasan hambre, que pasan días y días sin apenas probar bocado.

-Pero... -se me queda mirando incrédulo-. ¿Y sus papás, qué hacen?

-Lo que pueden. No tienen trabajo ni dineros. Seguramente serán pedigüeños de esos que ver pedir en las aceras. Tus padres os llevan a Daniel y a ti de vacaciones a Italia, Irlanda, Suiza o Francia. En esos sitios no hay niños pobres, todo lo que veis es parecido a lo nuestro de aquí. Pero existen otros países, en África y en América del Sur que son extremadamente pobres. Y los niños de esos sitios pasan hambre, comen en la calle rebuscando sobras en los basureros. Y algunos de ellos, quizás muchos, mueren de hambre. Mira tú qué injusticia tan grande, que un niño muera de hambre.

Lo dejo pensativo, y al cabo le sigo leyendo. Nuestro hombre, para cambiar de tema y hacer entrar a los niños en conversación les pregunta que qué quieren ser de mayores: "Limpiabotas" -dicen al unísono. "¿Por qué limpiabotas?"-se extraña nuestro hombre. "Porque tenemos un tío que es limpiabotas y come casi todos los días". Según voy leyendo, casi se me saltan las lágrimas. Por su parte, Lucas ha perdido la sonrisa y parece un hombrecito meditando en silencio. Tonto de mí, insisto más de la cuenta. "Lucas, cuando tu hermano y tú seáis mayores no permitáis nunca que pasen estas cosas. Todas las personas tienen derecho a comer, a vestirse, a vivir en una casa. Igual que nosotros".

Decido no seguir leyendo. Ya está bien por hoy. Y entonces aparece mi Lucas inocente, noble y bueno. Y va y me pregunta:

-Abuelo, y esos niños por qué no le piden comida a los Reyes Magos?

Y ahí quien se desplomó fui yo. Me fui al wáter con cualquier excusa para poder desahogarme.

¡Quiera Dios que tarde mucho mi nieto en perder esa noble inocencia!!!


11 comentarios:

  1. Ésa lección no se la dan en el colegio .La aprende en la casa de sus mayores.Muy bien.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad Diego. Yo creo que todos los maestros deberían leer en clase un par de páginas de este libro cada día.

      Eliminar
  2. Querido amigo, con tu sensibilidad has puesto en el punto de mira esa lamentable realidad extraída de las vivencias de nuestro amigo Pepe Esquinas. Es difícil no emocionarse con la anécdota. Al propio autor, a pesar de los años transcurridos, se le saltaron las lágrimas cuando me la contó. A esa triste realidad en la actualidad tenemos que añadir la denuncia de Save of children de que El 40% de los miles de "terroristas" abatidos por el "valeroso" ejército israelí son niños. Mundo indecente de los llamados países desarrollados. Admirable la respuesta de tu nieto Lucas. Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Entrañable y perfectamente situado con tu nieto. Es cierto que ese planteamiento y mensaje debe presidir la alerta de las familias, puede que en la escuela asomé algo, depende del o de la profesional, pero seguro tendrá una carga distinta, no tan emocional, ni llega con tanta fuerza y emotividad. Esto si es crear conciencia y sensibilidad

    ResponderEliminar
  4. Dos cosas:
    1. Compraré el libro para mis 2 nietas y mi nieto.
    Y 2. Has sido un buen médico. Hubieras sido también un buen maestro.
    Pepe Ramírez

    ResponderEliminar
  5. De cura, no. Salvo que fueran los curas casados y ni por esas. Ja,jaja
    Pepe Ramírez

    ResponderEliminar
  6. Precioso, Jose María ❤❤❤

    ResponderEliminar
  7. Claro que es para quedarse en suspenso José María, a poco que se de un vistazo y no tan lejos, aparece el mundo real en donde el ser humano sale retratado tal como somos en primer plano. Un abrazo.
    Feliz Navidad

    ResponderEliminar
  8. El hambre en el mundo es el síntoma que evidencia la injusticia, y ésta el síntoma de que la humanidad vive en guerra permanente.
    Los reyes magos somos todos y cuesta creer que merezcamos un mundo mejor. El hambre, la miseria, las barbaridades contra los indefensos son sencillamente un genocidio silencioso, confortable.

    ResponderEliminar