Es una verdad incontestable que circular por el centro de Antequera es un despropósito: coches orillados en las aceras parpadeando sus cuatro ojos, como diciendo "que es sólo un momento, que ya me voy"; camiones y furgonetas que no caben en el espacio restante y que protestan a pitorrazos; transeúntes que, acostumbrados por esa rutina, zigzaguean por entre los vehículos o buscan amparo en los vestíbulos de las tiendas para no ser atropellados; gente (que hay para todo) que detiene su coche en mitad de la calle para saludar (o conversar) con un paisano como si tal cosa...
Y aun siendo conocedor de todo esto, un servidor ha cometido esta misma mañana una tropelía injustificable. Terminada mi partida de golf, me llego en coche a retirar un mandado de la Peque en una de las zapatilleras de la calle Lucena. "Nada -me había dicho mi mujer-, sólo tienes que bajarte del coche en la misma puerta, sin apagarlo siquiera. Entras en la tienda y pides mis zapatos. Están pagados. Diez segundos, no más".
La tienda en cuestión está en una calle peatonal perpendicular a la calle por donde circulo. Sin pensarlo mucho, pongo los cuatro intermitentes y me pego todo lo que puedo al muro exterior de un gran convento abandonado. Y le doy instrucciones a mi copiloto, compañero del golf, de que mueva el vehículo en caso de estorbar.
En efecto, no tardé más de medio minuto. La tienda hacía esquina, entrar, pedir el mandado y salir. Y ya había un policía local echándole una foto a la matrícula del coche.
-Pero, hombre... ¡Si no ha sido ni un minuto!!! -protesto por protestar.
-En un minuto pueden pasar muchas cosas -me contesta el agente-. ¿No se da usted cuenta de que es que no se puede estacionar en una calle tan estrecha y tan comercial como ésta? ¡Ande!, sígame en su coche que nos vamos al cuartel a tomarle la documentación.
A mi amigo se lo llevaban los demonios. Íbamos con prisa por llegar al pueblo antes del cierre del estanco donde él echa su quiniela semanal, y ahora... con este engorro veremos a ver si llegamos.
-¡La madre que lo parió! -se cabrea indignado-. ¡Por menos de un minuto!... -Y la toma conmigo-: Y tú, tan tranquilo, oyes. ¿Por qué no le has contestado más?
-Porque es peor, hombre. Si me pongo farruco, la multa no hay Dios que me la quite. Si me muestro prudente y sumiso... a lo mejor tenemos suerte.
Para más cabreo, el policía nos dio un rodeo por las afueras de Antequera, cuando sabemos que se podía haber llegado antes por el centro.
¡Será el tío hijo de... su madre!
Al llegar al cuartel de la Policía Local, nos dimos cuenta de que la calle de acceso habitual estaba cortada por obras.
-¿Ves como no podemos hablar sin saber?
Paramos en un estacionamiento a las puertas del cuartel y le entregué la documentación. Se alejó el agente un poco y yo aproveché para llamar con el móvil a otro policía local que es amigo mío, por ver si podía mediar. Pero no me lo cogía.
-Todo en orden -se dirige a mí el agente visiblemente cambiado de talante-. Viviendo usted en Antequera, no me explico cómo se le ocurre estacionar en la calle Lucena...
-Hombre -saqué ahora mi carácter guasón-, yo no iba a esperar que en sólo un minuto fuera usted a aparecer por allí. Ha sido mala suerte, no me diga que no.
Al agente le hizo gracia mi ocurrencia. Y aprovechando la marea favorable, me atreví:
-Mire, lleva usted razón, he cometido una imprudencia. Pero..., en fin, a lo mejor se podría quedar todo en una advertencia. Una tarjeta amarilla. No ha sido tanto como para merecer una roja. Soy bastante amigo de Migui, un compañero suyo, y sé que sois personas razonables la gente de la Local... -Arriesgué bastante, porque el hombre bien hubiera podido pensar que intentaba aprovecharme de mi amistad con un compañero suyo. Pero..., me salió bien.
-No lo voy a multar -me dijo-. Pero no porque sea amigo de mi compañero Miguel, sino porque me parece desproporcionada la sanción de 200 euros para la falta cometida.
-Muchas gracias, agente. Es usted un caballero con sentido común. Y con sentido humanitario.
Y llegamos a tiempo al pueblo para echar la quiniela.
La tienes cuadrà, como los elefantes de carrera.
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