lunes, 9 de septiembre de 2024

Noruega y la Libertad.

 

Permitidme filosofar un poco a costa de las cataratas noruegas.

 

Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en el mar/, que es el morir…

En este territorio montaraz y salvaje, dominio del agua, contemplamos asombrados los borbotones de nata que saltan por la cascada de la montaña. Es un espectáculo grandioso e hipnotizador. Toneladas de agua y espuma que se precipitan a la nada con estruendo y ansiosas por estrellarse contra las piedras. Y todo, para contentar a un público escaso -nosotros solos en medio de un mundo virginal - abducido por tan descomunal belleza.  

Lo mal repartido que está el mundo, en Noruega el agua es como el aire, lo abarca todo. Y nosotros, los ribereños del Mare Nostrum, a dos velas. En Noruega, las cascadas son vómitos escandalosos de unas montañas borrachas de agua. Cada noruego se reparte 64 metros cuadrados de tierra de un país enorme para muy pocos habitantes, mientras nosotros andamos por menos de 10 metros. Pero algo bueno tendremos también nosotros cuando ellos, los nórdicos, están lampando pon venir a nuestra tierra, tan seca, tan distinta, tan distante.

Y, en la contemplación mística de la cascada pienso también en la libertad. La libertad. El libre albedrío (pedrío y almendrío, se dice en algunos sitios, el libre almendrío, porque ¿quién sabe lo que es albedrío?). La libertad ilusoria en que cree vivir el agua y en la que creemos vivir nosotros.

Liberadas de la prisión del glaciar por un sol tibio y generoso, gotas y moléculas de ese agua pura, alegre y saltarina, se van rejuntando entre ellas, como si fuesen aficionados eufóricos del Madrid que desde distintas calles convergen en Cibeles, para formar chorreones de agua a espuertas y finalmente la inmensurable caterva que desborda la montaña, y celebrar así masivamente su excarcelación.  Se creen libres de tirar por aquí o por allá, por esta calle o por la otra, de seguir la ruta que mejor les convenga, de regatear peñascos y torcer para la izquierda, de meterse en esta cueva tan angosta y bonita y volver a salir cuando les plazca …, incluso se creen capaces de volverse para atrás en algún recodo del cauce. ¡Al fin libres!, con este deshielo libertador, pensarán. Inconscientes, desconocen su curso y su destino inexorables. Ignoran por completo que todo lo que dure su alegre singladura hasta morir en el mar está determinado por fuerzas físicas que se les escapan: fuerza telúrica de la tierra y fuerza de gravitación. Para ella, para el agua, aunque lo crea, no existe el libre albedrío.


¿Y si resultara que nosotros, las criaturas pensantes y libres, tuviésemos nuestro destino tan marcado como lo tiene el agua sin saberlo? Mi hermano Manolo, como persona libre que se le supone, no puede, sin embargo, elegir cualquier cosa que quisiera en la situación en que se encuentra en la foto. Le gustaría seguir subiendo por ahí donde señala hasta lo alto de la cascada, pero prefiere no hacerlo para evitar regañinas de unos y de otros. Le encantaría zambullirse en la poza, pero es que no sabe nadar, el pobre. Estaría deseando de desprenderse de sus impermeables y ponerse pingando, pero ¡ay! es demasiado sensible su garganta para los resfriados. Somos libres dentro de unas coordenadas muy concretas, más o menos estrechas, según los casos. Es posible que, sin ser conscientes de ello, nos suceda como al agua, que no puede abandonar su cauce. Elegir en libertad no es cosa tan fácil como pueda parecernos, estamos demasiado condicionados por nuestras "circunstancias" personales y sociales, propias y ajenas. Y no sólo en aquellos nudos gordianos que puedan ser determinantes de nuestro futuro, incluso en las decisiones cotidianas más prosaicas nos encontramos atrapados por las "circunstancias". Es posible que nosotros, como el agua de la cascada o como aficionados del Madrid, tiremos por donde tiremos acabaremos en Cibeles.

Os invito a considerar estas cuestiones en vuestra propia singladura vital. Podréis comprobar en carne propia la fatuidad del libre albedrío. Nacemos débiles, como nace esta grandiosa cascada, apenas un venero escuálido monte muy arriba; cogemos fuerza y vigor en la juventud, nos comemos el mundo, capaces de cualquier cosa, arrasamos con todo, igual que hace este torrente poderoso; pronto aparecen cuestas, obstáculos, problemas y empezamos a madurar y, al igual que este río caudaloso cuando le plantan un pantano, dudamos de nuestra cacareada libertad. Y ya en el otoño florido de nuestras vidas comprendemos que, como cualquier río, no hemos tenido más opción que seguir el cauce marcado por nuestras circunstancias, las propias y las ajenas. Y lo aceptamos y vamos apaciguando nuestra energía y nuestras ganas para entrar plácidamente en el inmenso mar, que es el morir, donde todos somos iguales. Que no es que lo diga yo, que ya lo dijo el poeta.

…Allí, los ríos caudales,/ allí los otros, medianos/ y más chicos./ Allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos. (Jorge Manrique)

6 comentarios:

  1. Hay poco libre albedrío (a menos que seamos muy ricos y poderosos) en lo social y material.
    Un profe de acupuntura dudaba que se pudiera considerar siquiera el libre albedrío espiritual ya que el karma y el dharma nos controlan.
    Pero existe el libre albedrío de la conciencia: podemos elegir amar u odiar, seguir la verdad o la mentira, la rectitud y el respeto o la irresponsabilidad, etc.
    Un criminal era torturado a diario con el propósito de joderle la existencia hasta la muerte por una venganza entre mafiosos. Reflexionó y llegó a la conclusión que no podía evitarlo, pero podía odiar a los sicarios torturadores o renunciar a ello, sabiendo que sólo cumplían órdenes. Eligió lo segundo.
    La anécdota la cuenta Gregory David Roberts en su novela autobiográfica Shantaram.
    En mi caso, elegí no hacer la mili, pese a los riesgos y preocupación de mis padres. Quizás era mi destino rebelarme y me dejé llevar. Las dos opciones, hacer la mili o huir a Francia, me tuvieron indeciso hasta el último momento. No digo que hubiera libre albedrío en mi decisión de forma categórica, pero elegí una posibilidad a contracorriente que me dio más libertad de movimientos que a los soldados y me evitó odiosas vacunaciones.
    Si nuestra vida es anodina, despiadada, aventurera, mafiosa o lo que sea... alguna responsabilidad tendremos en ello.
    No me parece un argumento válido que nuestras vidas obedecen exclusivamente a fuerzas económicas, sociales, etc. sin opciones de evitar asistir al Camp Nou, o revisar nuestras creencias y fidelidades.
    Comprendo, sin embargo, que no pudiste dejar de publicar este artículo y yo contestar a mi manera. El destino es inexorable.
    Un abrazo.

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    1. Muy agudo, amigo Pedro. Claro que podemos elegir, pero siempre bajo unas circunstancias que nos condicionan lo suficiente para que cualquier elección que hagamos no sea enteramente libre. Mi amigo Antonio Pintor hubiese elegido de mil amores hacer el MIR y dedicarse a la Neurociencia, su pasión. Pero estaba ya casado y con dos hijos cuando le ofrecieron irse de médico de cabecera al pueblo más pequeño de toda la provincia: Conquista. ¿Acaso tuvo elección?

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  2. Magnífico derroche de filosofía en este tremendo relato, con el que has ilustrado amigo José María. Y si no fuera porque tú lo dices, yo diría que refleja la nostalgia y el sentimiento que aprendimos en aquel Seminario, en que un día ya hace años, fuimos compañeros de partidos de fútbol.
    Un abrazo
    Juan Martín

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    1. Muchas gracias, amigo Juan Martín. Nuestras raíces melojas son muy profundas, en efecto.

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  3. Estamos condicionados, como bien dices por las circunstancias, que seguramente no hemos elegido del todo, como el caso de Antonio Pintor, que, no obstante eligió casarse y tener hijos.
    También estamos condicionados por la TV y su continua propaganda, además de las programaciones familiares, escolares y sociales.
    Y, por supuesto, por el nimio detalle de ser seres mortales.
    Pero también hay momentos cruciales en nuestras vidas en los que elegimos el camino a seguir. Los espíritus más valientes eligen el camino comprometido, mientras que los pusilánimes eligen el acomodaticio. También esto nos condiciona.
    Elegir es una prerrogativa de la libertad. Y la voluntad, en lo que le es posible, una potestad del ser libre.
    Atrapados en el miedo y los apegos ni siquiera concebimos la posibilidad de un mínimo libre albedrío.
    Haberlo hailo.

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  4. Sabes que me gusta tu prosa y tu poesía. Mas puestos a filosofar: sí condicionados, no determinados. Se me ofreció ser cura a cambio de retirar la demanda contra el Cardenal. Yo decidí. Cuídate, que te me haces mayor. Un abrazo, el añoro.

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