miércoles, 24 de abril de 2013

Escrúpulos.

Ha sido la primera vez.

Nunca antes recuerdo haber sentido escrúpulos comiendo fuera de casa. Yo me lo como todo, como Agustín, como Jaime, como el Pintor. Delante de un buen plato no me afectan comentarios maliciosos o paranoicos acerca de posibles manipulaciones en las cocinas, sabe Dios qué le habrán echado a esto o dónde se habrán posado antes los dedos que lo han manoseado. Padentro. Sin problemas por mi parte, lo que no mata engorda.

Ha sido ésta la primera vez, os digo. Y la culpa, de Victoria.

Como es tan intensa para todo se ha tenido que atrancar con el camarero. Por una tontería. Algo le ha visto que no lo traga. Intuición femenina, quizás. Mujer, si estamos fuera de nuestra tierra, si ajenos a ciertas costumbres, a ciertas cosas... pues se amolda uno a lo que hay y ya está. Pero ella no. No puede. Lo lleva en la masa de la sangre. Todo muy clarito en la carta, los entrantes, la carne, el pescado, los postres..., todo.

-Vamos a pedir unos entrantes al centro y luego cada uno un plato -me adelanto yo. ¡Qué ganas de sentarme, oye! Nos preparamos para almorzar en el mejor restaurante de Arenas de san Pedro luego de haber visitado la cueva del águila en Ramacastañas y de haber paseado muy placenteramente por la orilla de un río Tiétar bravo y arrollador como joven que es aún. Llegamos cansados a la plaza del pueblo, es dura la vida del turista rural, no creáis, todo el tiempo tirados por esos montes de Gredos como cabras silvestres. Pero mucho menos llevadero sería otra tarde en la Feria. Tanto es así, que nos hemos traspuesto a quinientos kilómetros de Sevilla. En una confitería del centro, visita obligada, una guapa pastelera nos indica dónde comer bien. Y en ello estamos.

-Muy bien -dice el camarero-, les puedo ofrecer fuera de carta...
-Con la carta tenemos suficiente, no se moleste -así de cortante es la puñetera. Mal empezamos. Antonio y yo nos miramos como diciendo qué tía, veremos a ver cómo acaba esto...Y la Peque, tal para cual, se tapa la cara con la carta abierta para que nadie note su risita cómplice. Y el camarero, circunspecto.
-Como quieran ustedes.

El segundo encontronazo se produjo cuando el camarero, al uso por aquellos lugares serranos, interpretó que los entrantes eran primeros platos y que el plato individual sería el segundo. Y, seamos justos con nuestra amiga, ahí se emperró más de la cuenta. Es verdad, mostraba sin disimulo un cierto aire chulesco, las cosas como son.

-De ninguna manera -salta mi amiga-, los entrantes son entrantes y ya está, y luego cada uno pide un plato, ni primero ni segundo: entrantes y plato único -pero todo esto dicho con un poderío que te cagas.
-Como diga la señora, muy bien.

El tercero fue el definitivo. Victoria había elegido de plato único judías verdes salteadas con jamón. Por aquello de la dieta. Los demás habíamos pedido ya. Ahora era su turno.
-La señora ¿qué va a ser?
-Habichuelillas -se pone muy suya ella.
-¿Perdón?
-Habichuelillas he dicho.
-No la entiendo, por favor, ¿qué es eso?
-Habichuelillas verdes hombre, ¿no sabe usted lo que son? -Al camarero que hasta ahora había mostrado temple se le nota nerviosillo. Y tiene que mediar Antonio.
-Judías verdes. Es que en Córdoba las llamamos así. -Antonio, tío pachorra donde los haya, siente especial debilidad por los camareros, le disgusta que la gente se meta con ellos. Será porque en su familia todo el mundo es o ha sido camarero. Él mismo lo fue en el bar de su padre.
-¡Ah, muy bien. Perfecto. -Y se va el hombre con la comanda.
-No me digáis que no es un capullo el tío -se enfurece Victoria-, amos, que no va a saber lo de las habichuelillas...Capullo, eso es lo que es.
-¿Y tú? ¿Qué eres tú? -la reprendo-. Una quisquillosa y una impertinente. Con lo bien que lo estamos pasando y tienes que endemoniarte por nada. Déjalo ya, coño, y vamos a disfrutar de este momento.
-Es verdad, perdonadme, pero el tío es un sieso.
-Vale, pero ya está.
Y entonces fue cuando me invadió la zozobra. Verás tú -pensé- si este hombre cabreado se va  a desquitar de nosotros haciendo cualquier marranada en nuestros chuletones. Pero si es justo lo hará sólo en las habichuelillas de Victoria ¿no?


PD: Vaya paliza que le han dado al Madrid. Y yo aquí escribiendo tonterías.

2 comentarios:

  1. Hola José María, me he reído tanto que te perdono las licencias literarias, y quiero decirle a tus lectores, por si pensaban tomar partido por el camarero que este era un poco fartusco y sólo tenéis que ir a Arenas de S. Pedro y entrar en el mesón que hay al lado del Castillo y pedir " habicholillas" y ya vereis.
    Victoria

    Genio y figura hasta la sepultura , así es ella.
    Antonio

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  2. Querida Victoria: como es lógico, el autor del relato queda siempre muy bien parado. Resulta muy fácil hablar y escribir acerca de las debilidades del otro, pero uno se queda a salvo. Tú misma podrías pensar (y con toda razón)por qué no escribo siquiera un párrafo sobre mi "cagada" de la última noche en Gredos. Son privilegios de autor.

    Un abrazo.

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