Mi padre, nuestro padre, nuestro patriarca de toda la familia, no iba a morir nunca. Va para eterno. Pero si algún día lejano hubiera de morir prometo no llorar. En lugar de eso me reiré con él y con todos vosotros de sus disparatadas ocurrencias.
Ese día no lloraré. Mejor que eso, me reconfortará el recuerdo intacto de mis vivencias con él, desde la primera que recuerde a la última de antes de ayer. No me avergonzaré del plato chorreante de gazpachuelo sobre mi cabeza a modo de sombrero por ser niño tan caprichoso con la comida; no me pesa en absoluto haberme ido al catre sin cenar algunas noches de bronca; no le reprocho que muchas tardes del verano no me dejara irme al pueblo porque sabía de mis intenciones con la "Peque" y él todavía creía en mi vocación de cura. Y siento muy, muy cercanos sus halagos; aspiro el olor del estío, a trigo segado, montado con él en la segadora de aspas tirada por mulos; saboreo aún la carne de membrillo que me subía a la cama cuando tenía anginas; noto sus manos fuertes y ásperas yendo con él por las noches a la taberna de mis padrinos a tomarnos nuestro té, el mío sin aguardiente; y siento como propio su orgullo por mis notas en los primeros años del seminario. A él le debo el no renegar nunca del campo, pese a lo mal trabaja que he sido siempre.
Ese día aguantaré las lágrimas. Me alegraré por él porque será uno de los pocos días de su vida en que pueda contemplar a todos sus hijos, sus nietos y sus bisnietos, todos juntos en la iglesia. A su edad, ya de mayor, ha sido ésta una pequeña frustración para él, que hayamos salido casi todos tan descreídos, muy buenos hijos, los mejores que unos padres podrían haber soñado en aquellos tiempos suyos del hambre, pero todos con esa falta de devoción. Bueno, todos, menos mi Manolo, que echa más horas legas que un sacristán.
Ese día me ahorraré el llanto. Consideraré, mejor, que tendrá ya más de noventa años, ha vivido en dos siglos, ha conocido la pobreza, la escasez, el hambre, el trabajo afanoso de sol a sol, la postguerra... la cara mala del mundo, pero también le ha dado la vuelta a la tortilla y luego han venido días de realización plena, de satisfacción por su trabajo y por sus cargos, de orgullo por una familia unida y sin fisuras, por la nobleza de sus hijos, por verlos a todos colocados, por la llegada de los nietos y de los bisnietos.
No, no tendré duelo ese día. Pensaré, por el contrario, que toda su familia, todos los aquí presentes, debemos de dar gracias a Dios por haber sido bendecidos con un hombre como éste, un padre total, el más capaz de sacar adelante a su familia con todo el decoro posible, enérgico cuando se precisaba, colérico en cuatro ocasiones, entregado en cuerpo y alma a su casa, a su mujer y a sus hijos, humilde, pese a su posición de encargado, y, sobre todo, cariñoso a más no poder. Nosotros, sus hijos, no presumiremos de dineros ni de propiedades porque él nunca los tuvo, pero nadie nos va a ganar en el profundo sentimiento de unión vivido en nuestra infancia. Su legado, nuestro verdadero patrimonio, ha sido el cariño y la cohesión en el seno de la familia.
Ese día tendré que sorber para dentro. Lo consideraré, sí, una estupidez del destino, un error grave llevarse por delante a un hombre de los que no quedan. No deberían irse personas como mi padre. Y no es porque sea mi padre, sino porque son necesarias. Personas con un sentido optimista y positivo de la vida, con ganas de seguir haciendo cosas, cosas buenas, con su eterna curiosidad por descubrir y visitar sitios desconocidos, enseñando a la gente nueva con su ejemplo, sirviendo de modelo de vida, sembrando paz y alegría por doquier. Si, finalmente, ha de morir, por lo menos que nos dejen su molde.
Pero al final tendré que llorar. Y si lo hago será de alegría porque, al fin, podrá volver a encontrarse y abrazarse, en eso vive esperanzado, con su mariquilla del alma, María Josefa la de Higinio, y con su niña grande, María Josefa la Caoba.
Pero mejor que ese día tarde todavía. No hay prisas.
----------------------------------------------------------------------
Mis queridos amigos y lectores: el escrito que acabáis de leer fue ideado por un servidor de ustedes hace cuatro años, el mismo día que celebramos el nonagésimo aniversario de mi padre. No ha visto la luz hasta hoy.
"Ese día" del que hablo en el escrito, ese día en que he prometido no llorar, llegó anteayer de forma precipitada. No fue, sin embargo, un día trágico ni fatídico; no fue un "dies irae, dies illa". Ocurrió algo muy natural y ciertamente esperable: que un hombre de 94 años afectado por un cáncer de próstata muy avanzado acabara desarrollando una insuficiencia renal grave y, finalmente, falleciera. Por mucho que ese hombre fuese Juan Rivera Velasco, un hombre bueno, íntegro, de fe cristiana inquebrantable; por mucho que fuera el padre del afamado doctor Rivera... No hubo nada que hacer. Solo esperar en casa, rodeado de los suyos, la llegada de la señora con la guadaña.
Se nos ha ido mi padre, casi a la chita callando -poco ruido nos ha dado-, ha sido bueno hasta para eso, para morir sin molestar mucho. Un hombre sin par, un hombre total. ¡Que el Señor lo tenga en su Gloria!
----------------------------------------------------------------------
Mis queridos amigos y lectores: el escrito que acabáis de leer fue ideado por un servidor de ustedes hace cuatro años, el mismo día que celebramos el nonagésimo aniversario de mi padre. No ha visto la luz hasta hoy.
"Ese día" del que hablo en el escrito, ese día en que he prometido no llorar, llegó anteayer de forma precipitada. No fue, sin embargo, un día trágico ni fatídico; no fue un "dies irae, dies illa". Ocurrió algo muy natural y ciertamente esperable: que un hombre de 94 años afectado por un cáncer de próstata muy avanzado acabara desarrollando una insuficiencia renal grave y, finalmente, falleciera. Por mucho que ese hombre fuese Juan Rivera Velasco, un hombre bueno, íntegro, de fe cristiana inquebrantable; por mucho que fuera el padre del afamado doctor Rivera... No hubo nada que hacer. Solo esperar en casa, rodeado de los suyos, la llegada de la señora con la guadaña.
Se nos ha ido mi padre, casi a la chita callando -poco ruido nos ha dado-, ha sido bueno hasta para eso, para morir sin molestar mucho. Un hombre sin par, un hombre total. ¡Que el Señor lo tenga en su Gloria!
José María, siento mucho la muerte de tu padre.
ResponderEliminarComo muy bien dices, son sus bondades para con los demás a lo largo de los años, lo que os quedará en el recuerdo, su entrega y su cariño.
Un abrazo.
Juan Martín.
Muchas gracias, Juan Martín.
ResponderEliminarMis hermanos y yo estamos totalmente tranquilos. Le ha sobrevenido la muerte cuando tenía que ser, en el momento justo, una vez que él ya no disponía de su voluntad ni de su consciencia. Distinto hubiera sido si hubiese muerto en plenitud de forma, por ejemplo, seis meses antes. Entonces sí que nos hubiéramos afligido mucho más.
Un abrazo.
Siempre se siente la muerte de los seres queridos, bien por tu serenidad en afrontar la situación, un abrazo.
ResponderEliminarF.Sánchez.
Mi querido amigo,como bien dices,llegó lo inevitable y en el momento preciso por mucho que nos pese. Soy testigo de que esas virtudes que describes en tu padre se han transmitido a vosotros, sus hijos. Asi que el molde ha servido de replicante y se ha multiplicado en la tribu de los Rivera, dejando un grupo de personas honestas, generosas y alegres. Un abrazo a toda la familia Rivera.
ResponderEliminarA Carmen decirle que me ha gustado mucho el comentario sobre su abuelo. Me gustaria que llegado el momento, mi nieto, o nietos si hubiesen mas, dijesen de mi cosas tan bonitas y cariñosas como ella a dicho de su abuelo. Un abrazo Carmen
ResponderEliminarLa muerte abre un momento mágico y un nuevo horizonte.
ResponderEliminarCon nuestros seres amados nos volvemos a encontrar muchas veces en distintas existencias, (al menos pienso que es así para los que creemos en la reencrnación).
Lo valioso es vivir y sentir el amor hacia los que nos rodean transitoriamente (¡pasa el tiempo vertiginosamente sobre nuestras torpes ilusiones!) y de los que nos rodean.
Subscribo todos los comentarios anteriores.
Un fuerte abrazo, Fili.
Pedro
Querido amigo Jose Maria: Te envío desde aquí mi más sentido pésame por la muerte de tu padre, para ti y para toda la familia.
ResponderEliminarEs de resaltar la gran entereza que has demostrado con tu escrito y esa deseada ausencia de lágrimas por su fallecimiento. Es una gran suerte llegar a 94 años, con plena lucidez, disfrutando de la familia y del respeto de todos.
En fin te mando un montón de ánimos y un fuerte abrazo para que podáis superar su ausencia.
Todas las muertes debieran ser así, como la de tu padre. Después de una vida plena, una muerte por agotamiento biológico. Las religiones, algunos filósofos como nuestro Séneca, Epicteto o Marco Aurelio que pensaron el dolor, el sufrimiento y la muerte, el budismo que con Epicteto son a mi parecer los más acertados, reducen nuestra ansias de inmortalidad a la evidencia de los procesos naturales del cambio continuo entre el nacer y el morir. Salvo las religiones, no el budismo que es una religión atea, cusha tú, prometen una vida gloriosa en el más allá pero a eso no se llega por evidencia alguna sino por fe. Benditos aquellas personas que la tienen.
ResponderEliminarYo no dejo de pensar en mis seres queridos y doy gracias por las muertes de mis padres tan longevos y que nos dejaron una gran herencia espiritual como tu padre. Y no dejo de echar sobre mis espaldas las muertes injustas y evitables como la de los migrantes del Mediterráneo que dejan sus vidas en esa tumba azul.
Mi madre me diría: Por qué no dejas eso en manos de Dios: Y yo le diría: Mamá, no puedo hacer otra cosa. Esas muertes son un asunto de miedo al extraño y de egoísmo colectivo, un asunto humano. Y no me quejaré de la muerte más cercana que me ha dejado como tonto. Todas las muertes, como la de tu padre. Todos los dolientes, como vosotros, gente sabia que ha recibido una gran herencia espiritual de vuestro padre. Descanse en paz Juan Rivera.
Un fuerte abrazo.
Un abrazo
Me pillais fuera de casa. En el móvil no me siento cómodo escribiendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros sabios comentarios y reflexiones.
Un abrazo.
José María, acabo de enterarme de la muerte de tu padre al leer ahora mismo tu post, por eso quiero enviarte un sincero abrazo que desearía hicieras extensivo a tus hermanos.
ResponderEliminarHay veces que, aun viviendo lejos, le llegan a uno noticias del pueblo casi al instante de producirse. En este caso no ha sido así, cosa que lamento.
Si de verdad existe el paraíso, ten por seguro que a tu padre lo habrán recibido centenares de amigos. Yo, sin ir más lejos, conozco a unos cuantos que estarán aún celebrando su llegada.
Soy de los que opinan que, mientras a una persona se le recuerde y se conserve su memoria, no muere del todo.
Un abrazo y hasta pronto,
P.D. Aunque el detalle no tenga demasiada importancia, me llena de orgullo saber que yo me apellido como tu padre.
Muchas gracias, Cele. No te apures. En ese día uno se ve superado por las circunstancias. Tengo dudas de si la noticia le habrá llegado al primo Manolin, espero que sí.
ResponderEliminarSeguro que allá arriba ya lo están celebrando tantos amigos y familiares que nos abandonaron.
Un abrazo fuerte para todos vosotros, los Rivera catalinos.