Hoy, jueves de feria, teníamos la Peque y un servidor una cita en el Real con nuestros amigos sevillanos. Pero no vamos a ir. Ellos ya lo saben y no les ha pillado de sorpresa conociéndome como me conocen. Aunque esta vez se equivocan... Bueno, a medias. Dan por hecho que el renegado soy yo, el comodón, el aburrido, el cortarrollos, el aguafiestas que cohíbe y alicorta las ganas flamencas de su explosiva y feriante esposa... Todo eso es verdad. Pero no es menos cierto que la Peque ya no es la que era, tiene su edad y su tratamiento hormonal para la mama, y ambas cosas la han apaciguado bastante. No aguanta de buen talante tantísimas horas de vagabundeo. Ha sido ella quien ha vetado el viaje a Sevilla. Ni que decir tiene que a mí me ha venido... Iba a decir como agua de mayo, pero este año no es apropiado el refrán. Más agua no, por favor; tengamos un mayo florido y hermoso. Me ha venido como las uvas al queso.
Este año he tenido la suficiente dosis de feria con la ración del sábado pasado, la del pescaíto. Lo de cenar todos los amigos en un bar, los sevillanos y los vascongados -que María José y Ramiro se apuntan a todo-, estuvo fenomenal. Lo malo fue que esta gente del norte no tiene jartura ni la Peque -una vez metida en harina-, tampoco. Reconozco, de todas formas, que la caseta de Tomás y Beni estaba la mar de animada con un tablao flamenco casero que tenía al público encandilado, la verdad. Pero yo me caía de sueño y de cansancio. Las dos de la noche, tú, acostumbrado mi body a acostarse a las once... Solamente me despabilé un ratito, el tiempo que duraron las sevillanas que bailó una morena rellenita ataviada con un pantalón corto y apretujado, y un chaleco de sisa laxa por donde en cada revolandeta se le salía media teta por cada lado. A las tres de la aurora caímos en la cama. Por fin. Y a las cinco, derechos al hospital con otra -una más- de mis taquicardias. La madre que...
Este año he tenido la suficiente dosis de feria con la ración del sábado pasado, la del pescaíto. Lo de cenar todos los amigos en un bar, los sevillanos y los vascongados -que María José y Ramiro se apuntan a todo-, estuvo fenomenal. Lo malo fue que esta gente del norte no tiene jartura ni la Peque -una vez metida en harina-, tampoco. Reconozco, de todas formas, que la caseta de Tomás y Beni estaba la mar de animada con un tablao flamenco casero que tenía al público encandilado, la verdad. Pero yo me caía de sueño y de cansancio. Las dos de la noche, tú, acostumbrado mi body a acostarse a las once... Solamente me despabilé un ratito, el tiempo que duraron las sevillanas que bailó una morena rellenita ataviada con un pantalón corto y apretujado, y un chaleco de sisa laxa por donde en cada revolandeta se le salía media teta por cada lado. A las tres de la aurora caímos en la cama. Por fin. Y a las cinco, derechos al hospital con otra -una más- de mis taquicardias. La madre que...
Ni acordarme quiero de las fatigas de otros años, de otras tantas ferias de obligada visita solo por vivir allí. ¡Coño, vives en Sevilla y no vas a ir a la Feria!... No estaba ni bien visto. Y mucho más cuando hemos vivido en Triana, a tiro de piedra. ¡Qué de sin razón!, como canta Sabina.
Mirad, si no. Son las cinco y media de la tarde. Acabo de levantarme de mi siesta reglamentaria y me meto en mi cuarto a escribiros con toda tranquilidad y sosiego. De haber ido a Sevilla ya estaría inquieto, ya me sobraría media feria. Tanto jamón y tanta fritanga exigen más y más rebujito, y este dichoso brebaje aumenta exageradamente la diuresis. Ponte en cola pa mear, anda. Eso si las papas con chocos no te pegan un retortijón de los míos. Entonces ni te cuento. Yo no soy exquisito, soy capaz de mear en cualquier sitio por manchado y encharcado que esté, ancha es mi experiencia en estas lides, como ya sabéis. Lo que no puedo es mear con prisas, la próstata. Contri más prisa, menos sale. Y menos, con la puerta del wáter pegándote en la espalda por los achuchones de la gente. Y pienso: "Menos mal que he nacido tío, no puedo imaginarme cómo se las arreglarán las tías para trajinarse las meadas en estos sitios tan cutres, tan estrechos, tan puercos... y con sus trajes de flamenca y sus abalorios". Por lo que me cuenta la Peque, ella no se sienta en la tapa, sino que se sube encima y se agacha en cuclillas. ¡Qué equilibrio, macho!
Dentro de una hora, sobre las siete de la tarde, ya me estorba todo, me sobra la feria entera. Empieza el mareo. Caminatas lentas y eternas bajo un sol inclemente, con interrupciones continuas por encontrarse alguien con otro alguien, o por perderse la María Jesús o el Jaime, y todo para alcanzar a llegar a la caseta de fulanito. Y el fulanito que ha salido hace un rato y que no está. O que sí está, que no sabe uno qué sea peor, pero no hay sitio dentro. Y aguantas en la puerta con una copita de fino en una mano y con un plato de calamares en la otra para que vayan picando los colegas. Y nadie se queda con el plato. Y ya no sabes en qué pierna apoyarte. Ni de qué hablar. Y cuando parece que una mesa se va a quedar libre va y dice alguien que no, que ahora toca a la caseta de perenganito... Y así todo el rato. Y entre caseta y caseta, kilómetros de arena, de sudor, de peste a mojones o a zotal, de humana marabunta...
El punto de no retorno, la hora crítica en que ya no aguanto más, lo marca el momento en que ya ni siquiera me interesan las gachises, cuando ya no atiendo al paso de tórtolas. Estoy hundido. Eso solía ocurrir sobre las nueve de la noche. "Peque, vámonos a los buñuelos". "Pero si son las nueve na más" -se revolvía furiosa. De ahí en adelante era todo un suplicio para mí, aguantando la fiesta de los demás casi sin sentir, anestesiado por el cansancio, como un sonámbulo.
No me considero un hombre aburrido, ni mucho menos. Lo que pasa es que mi cuerpo, tan disfrutón como el de cualquiera, me pone límites. Celebro mucho más las pequeñas reuniones domésticas con los amigos que estos esperpentos multitudinarios que agobian mi espíritu tan sensible. No puedo estar doce horas seguidas en pie derecho. Imposible. No puedo comer, beber y deambular sin hora como perro sin amo. Las cosas tienen su tiempo. Seis o siete horas de feria es algo muy razonable para mí. No más. Eso es todo. Lo demás, un tostonazo.
Dado que una imagen vale más que mil palabras, mirad la diferencia en las sensaciones que os transmiten estas dos fotos. En la primera, mis amigos Juan Francisco y Palanco departiendo en un chiringuito de playa, plácida y saludablemente, ayer mismo.
En la siguiente, mi amigo Pozuelo se lo está pasando genial esta misma tarde en su caseta de Feria.
Vosotros mismos.
Mirad, si no. Son las cinco y media de la tarde. Acabo de levantarme de mi siesta reglamentaria y me meto en mi cuarto a escribiros con toda tranquilidad y sosiego. De haber ido a Sevilla ya estaría inquieto, ya me sobraría media feria. Tanto jamón y tanta fritanga exigen más y más rebujito, y este dichoso brebaje aumenta exageradamente la diuresis. Ponte en cola pa mear, anda. Eso si las papas con chocos no te pegan un retortijón de los míos. Entonces ni te cuento. Yo no soy exquisito, soy capaz de mear en cualquier sitio por manchado y encharcado que esté, ancha es mi experiencia en estas lides, como ya sabéis. Lo que no puedo es mear con prisas, la próstata. Contri más prisa, menos sale. Y menos, con la puerta del wáter pegándote en la espalda por los achuchones de la gente. Y pienso: "Menos mal que he nacido tío, no puedo imaginarme cómo se las arreglarán las tías para trajinarse las meadas en estos sitios tan cutres, tan estrechos, tan puercos... y con sus trajes de flamenca y sus abalorios". Por lo que me cuenta la Peque, ella no se sienta en la tapa, sino que se sube encima y se agacha en cuclillas. ¡Qué equilibrio, macho!
Dentro de una hora, sobre las siete de la tarde, ya me estorba todo, me sobra la feria entera. Empieza el mareo. Caminatas lentas y eternas bajo un sol inclemente, con interrupciones continuas por encontrarse alguien con otro alguien, o por perderse la María Jesús o el Jaime, y todo para alcanzar a llegar a la caseta de fulanito. Y el fulanito que ha salido hace un rato y que no está. O que sí está, que no sabe uno qué sea peor, pero no hay sitio dentro. Y aguantas en la puerta con una copita de fino en una mano y con un plato de calamares en la otra para que vayan picando los colegas. Y nadie se queda con el plato. Y ya no sabes en qué pierna apoyarte. Ni de qué hablar. Y cuando parece que una mesa se va a quedar libre va y dice alguien que no, que ahora toca a la caseta de perenganito... Y así todo el rato. Y entre caseta y caseta, kilómetros de arena, de sudor, de peste a mojones o a zotal, de humana marabunta...
El punto de no retorno, la hora crítica en que ya no aguanto más, lo marca el momento en que ya ni siquiera me interesan las gachises, cuando ya no atiendo al paso de tórtolas. Estoy hundido. Eso solía ocurrir sobre las nueve de la noche. "Peque, vámonos a los buñuelos". "Pero si son las nueve na más" -se revolvía furiosa. De ahí en adelante era todo un suplicio para mí, aguantando la fiesta de los demás casi sin sentir, anestesiado por el cansancio, como un sonámbulo.
No me considero un hombre aburrido, ni mucho menos. Lo que pasa es que mi cuerpo, tan disfrutón como el de cualquiera, me pone límites. Celebro mucho más las pequeñas reuniones domésticas con los amigos que estos esperpentos multitudinarios que agobian mi espíritu tan sensible. No puedo estar doce horas seguidas en pie derecho. Imposible. No puedo comer, beber y deambular sin hora como perro sin amo. Las cosas tienen su tiempo. Seis o siete horas de feria es algo muy razonable para mí. No más. Eso es todo. Lo demás, un tostonazo.
Dado que una imagen vale más que mil palabras, mirad la diferencia en las sensaciones que os transmiten estas dos fotos. En la primera, mis amigos Juan Francisco y Palanco departiendo en un chiringuito de playa, plácida y saludablemente, ayer mismo.
En la siguiente, mi amigo Pozuelo se lo está pasando genial esta misma tarde en su caseta de Feria.
Vosotros mismos.
No hay color. Qué bien se lo pasa Pozuelo! Así cualquiera va a la feria. Pobrecitos Juan y Antonio que mal lo deben estar pasando, tan solitos, tan tranquilitos, con esas vistas y esas viandas... En fin, hay gente pa to.
ResponderEliminarJosé Maria, te comprendo perfectamente. Seguramente los años nos llevan a esta situación en la que tenemos que dar prioridad para emplear con acierto las energías que nos quedan.
ResponderEliminarParticularmente no estoy para una larga noche en la Feria de Sevilla ni tampoco para las fiestas de mi pueblo. De día cuenta conmigo...
Recibe un abrazo.