Esta es una parte de la historia de su padre que no conocen bien mis sobrinos del Convento. Va para ellos.
En la misa de su funeral, el cura, don Lorenzo, dijo de él que fue un hombre que no abría la boca por no molestar. Muy cierto, sí señor, hasta qué punto no sería así que en los últimos años ni siquiera lo he visto enfrascarse con los culés del pueblo. La edad y su buen temple de cuna lo habían conformado como un jubilado sensato y centrado.
¡El fútbol!, su gran pasión desde chico. ¡El Real Madrid!, su delirio. A todo esto, era muy malo con la pelota en los pies. En los partidillos que echábamos en el patio de los chinos de La Capilla con José "El Bolo" y los hijos de los aceituneros, había que chutar de empalme, es decir, antes de que la pelota tocara el suelo porque un piso tan irregular como aquél hacía imprevisible el bote. Para cuando él armaba su zocata, el bote travieso lo pillaba desfasado y propinaba unos remates increíbles... al aire. Así tenía el pobre las rodillas casi descoyuntadas. De haber habido móviles en aquel tiempo lo hubiera grabado de mil amores para que hoy sus hijos futboleros se rieran de él y aceptaran que el talento con el que ellos manejan la bola no es herencia de su padre, sino de su tío.
En la misa de su funeral, el cura, don Lorenzo, dijo de él que fue un hombre que no abría la boca por no molestar. Muy cierto, sí señor, hasta qué punto no sería así que en los últimos años ni siquiera lo he visto enfrascarse con los culés del pueblo. La edad y su buen temple de cuna lo habían conformado como un jubilado sensato y centrado.
¡El fútbol!, su gran pasión desde chico. ¡El Real Madrid!, su delirio. A todo esto, era muy malo con la pelota en los pies. En los partidillos que echábamos en el patio de los chinos de La Capilla con José "El Bolo" y los hijos de los aceituneros, había que chutar de empalme, es decir, antes de que la pelota tocara el suelo porque un piso tan irregular como aquél hacía imprevisible el bote. Para cuando él armaba su zocata, el bote travieso lo pillaba desfasado y propinaba unos remates increíbles... al aire. Así tenía el pobre las rodillas casi descoyuntadas. De haber habido móviles en aquel tiempo lo hubiera grabado de mil amores para que hoy sus hijos futboleros se rieran de él y aceptaran que el talento con el que ellos manejan la bola no es herencia de su padre, sino de su tío.
"Frasquito el de la Capilla" era nuestro cuñado, el cuñao, el entregado marido de nuestra hermana mayor, Josefa, "La Niña", fallecida ya hace la friolera de catorce años. Para nosotros, Frasquito ha sido un hermano más. Y para nuestros hijos, el chacho del Convento. No sé si alguna vez tuvo la tentación de rehacer su vida futura con otra mujer. Nosotros, incluso mi propio padre, lo animábamos, pero nada. Ha permanecido fiel por entero a su difunta esposa, a sus hijos, a sus nietos y a su casa. Él ha sido el tapado instigador de que todas las reuniones y comilonas familiares sigan desarrollándose en El Convento, igual que cuando vivía mi hermana, tan pródiga en estas cosas, tan clueca, tan matriarca. A su vez, nosotros, mis hermanos, mis cuñados, la Peque y yo mismo, lo hemos tenido siempre en nuestras reuniones o comidas no solo por uno más sino por el que más. Enteramente ligado a su familia, que es la nuestra. De su familia natural solo le quedaban dos hermanas y varios sobrinos que, por residir unos en Pedrera y otros en Cataluña, no han podido tener el mismo roce nuestro.
Por eso, su muerte, tan prematura como inesperada, ha sido la muerte de un hermano, de nuestro hermano mayor. Y para mi hermana pequeña, Carmen, la muerte de un segundo padre. Es así. Cuando ella nació, mi hermana Josefa tenía diecinueve años, y Frasquito -su novio a la sazón-, veintiuno. Con mis padres ya mayorcitos, esta hermana pequeña fue para la parejita de novios algo así como un ensayo acelerado de paternidad sobrevenida. A su manera, la malcriaron como hoy hacemos los abuelos con los nietos, y durante toda su crianza permaneció de alguna manera bajo el cobijo de ellos. Por edad y crianza, mi hermana Carmen es más hermana de nuestros sobrinos del Convento que de nosotros mismos.
Yo puedo presumir delante de mis hermanos y de mis sobrinos de haber conocido a Frasquito en sus años de niño y de mozuelo. Al no haber más chaveas de su edad en el cortijo, tuvo que conformarse con jugar y convivir conmigo, cuatro años más chico que él, que ahora no se nota nada, pero entonces sí. De los varones yo era el hermano mayor, pero en aquellos tiempos nuestros ser el hermano mayor comportaba pocas ventajas, si acaso sentirte el favorito de tu abuela y poco más; te llevabas todas las reprimendas de tu padre, los alpargatazos de tu madre, y, encima, las visitas se prendaban de mi Manolo, un negrucillo parlanchín, o de mi Juan, un rubio querubín. Hasta que a mis once años -edad con la que llegué al cortijo- me encontré con una especie de hermano mayor. Ha sido siempre un hombre noble; a mis años podría haberme enseñado -según era costumbre- alguna que otra guarrería.
Pues no. Me enseñó a poner las trampas para los pajarillos y las perchas para los zorzales; a pisar por sus pisadas para no embarrarme más de la cuenta; a montar en la bicicleta de mi padre. En las tardes eternas del estío se bañaba conmigo en la gran alberca de La Capilla, de más de cinco metros de profundidad... por si las moscas. Aunque yo nadaba mejor que él. Y ya más adelante, según me hacía un mocito, me montaba atrás en su "Montesa" para ir al pueblo, a Antequera, a Pedrera...y me enseñó a conducir el tractor. Por mi parte, yo le enseñé a cocinar la rica y sabrosa porra frita del campo, pero no conseguí que aprendiera a jugar al fútbol tan bien como yo. Perdón por la inmodestia. Pero falta ya poco para que reciba de mí la mejor ayuda posible: mi influencia favorable a los ojos de mi hermana Josefa.
Ningún ejemplo mejor que el suyo para definir a un hombre apegado a la tierra, ni siquiera mi padre. Frasquito nació en La Capilla; su madre, Concha, mujerona de armas tomar, lo trajo al mundo sin ayuda de nadie, a la manera de las indias, en cuclillas. Y toda su vida ha estado ligada al cortijo hasta su muerte. Sus padres regresaron a Pedrera para jubilarse, y sus hermanos con ellos, pero él -pueden más dos tetas que dos carretas- permaneció en el cortijo. Ha sido el mejor capillero de todos nosotros que tanto presumimos de cortijeros. Prácticamente siempre bajo la tutela de mi padre, primero laboral y siempre afectiva, ha sido un trabajador de los pies a la cabeza, de los que gustaban a mi padre, muy noble y muy leal. Y con una humildad tal que acogió con una elegancia y gallardía admirables la sucesión del cargo de mi padre en la persona de mi hermano Juan, en vez de en la suya. Lo que no quita para que de vez en cuando le brotara su poquito de reivindicativo, herencia clara de su padre, Julián el hortelano.
Hasta los diecisiete años Frasquito no salió del cortijo, incluida su primera comunión. Las primeras letras y los números los aprendió con un maestro republicano "repudiado" que contrató don José Carreira "El Viejo". Pero de manera sorprendente a partir de esa edad empezó a dejarse ver por el pueblo. A lo primero se iba en la Empresa o en el tractor; más tarde, en su Montesa. En el cortijo era para nosotros como de la familia, jamás le vi gesto alguno de aproximación sospechosa hacia mi hermana. Pero sucedió en aquel verano de 1967 que a la salida de misa -mi obligación diaria como seminarista que era- veía con gran sorpresa cómo Frasquito algunas tarde rondaba a mi hermana por toda la plaza. Y ella, que nones, metiéndose en el centro de su pandilla de amigas para evitar la cercanía del pretendiente. Y él, tozudo como borrico que huele hembra, sin cejar en su empeño, ahora por aquí, ahora por allí... En estas que, muchas veces, viéndose mi hermana ya sin salida, echaba a correr a todo correr por el arco de la plaza, y Frasquito detrás a toda mecha. ¡Qué bochorno! Yo sabía de sobra que ésa era la conducta habitual de seducción de los pretendientes sobre las muchachas en aquellos tiempos, corretearlas hasta cansarlas, pero viéndolo en mi hermana me daba no sé qué. Recordaba entonces que cuando dos años atrás la pretendió otro muchacho no tuve ninguna duda: yo mismo la cogía de la mano y me la llevaba, casi a rastras, a nuestra casa. Pero ahora era distinto: se trataba de mi amigo y compañero de fatigas, Frasquito. No sabía cómo debía de actuar. Mi hermana era muy orgullosa, muy riverona, las cosas por su sitio. Se consideraba un escalón o dos por encima de un cortijero, aspiraba a más. Yo lo notaba, y a veces la escuchaba quejarse ante mi madre: "¡Qué se habrá creído ése, que no ha salido del cortijo en toda su vida? Y encima, forastero." "¿Pero te lo ha dicho?" -le preguntaba mi madre. "No, ni lo voy a dejar que me lo diga" -respondía mi hermana, toda herida.
Mi relación con él no solo no decayó, sino que aumentó en intensidad, si cabe. Haciendo cálculos de mi posible influencia sobre mi hermana, me invitaba en el bar de la Chorro a Casera de limón con una tapa de calamares, junto a sus amigos "El Tosto" y Pepe "El Cuco", y charlaban en voz alta de asuntos picantes para que yo me sintiera como más hombre en sus compañías. Y, la verdad, yo le tenía mucha simpatía. Y sin querer uno va haciendo de Celestina, a ver. "Niña, yo no sé por qué tanto enfado con Frasquito". "Porque es mu pesao, ¿no lo ves?" "Mujer, es porque le gustas mucho, yo lo encuentro un muchacho muy formal, y que va en serio contigo. No sé, niña, pero yo lo veo hasta guapo, ¡no?". "Anda, calla, ¿qué sabrás tú de estas cosas, metido en el seminario?" Y lo dejábamos. Pero yo volvía una y otra vez, un día y otro: "Niña, pos que sepas que Frasquito me ha dicho que no piensa abandonar nunca, que te quiere demasiado, que sueña contigo todas las noches, que..." "Pues va apañao, que yo no lo quiero ni en pintura, se lo puedes decir de mi parte. Pero tú te crees que yo me voy a casar con un cortijero?" "Niña, ¿y nosotros qué somos?" "Anda que la ayuda que tengo contigo..." Joer, tanto fue el burro al trigo, que al final la cosa acabó cuajando. Pero fue muy dura, excesivamente dura con él. No sé ya cuántos meses duró aquella ardua berrea, pero muchos, muchos.
Su boda, para la Inmaculada del año 1972, se celebró en la casa del Arrecife y duró tres días, como las de los gitanos. Yo me traje a mis amigos del seminario todo ese fin de semana. Para mis amigas Jaime fue un auténtico bombazo, parecía que hubiese venido al pueblo el Junior de "Juan y Junior", así de guapo era. El Luna casi se ennovia en esos días con una paisana; y al Pepe Montes lo tiramos al pilón de los mulos en las Eras Bajas. Y mi madre estaba radiante de felicidad. No sabía ella que ya por ese tiempo se estaba fraguando el futuro de otra feliz pareja: la Peque y yo mismo. De luna de miel se fueron a Sevilla, al corral de vecinos de nuestra querida prima Noberta. Como quiera que por entonces yo estudiaba en el seminario de san Telmo salía casi a diario con ellos como guía turístico. Uno de esos días, comiendo en un bar, Frasquito compró un número de una rifa, y le tocó el premio: dos entradas para el Betis-Málaga del domingo, en el Benito Villamarín. Y fuimos los dos, claro. Era la primera vez que entraba en un campo de fútbol de primera división. Y se emocionó. No era para menos, vimos en carne y hueso a Biosca, a López, a Viberti, a Quino, a Rogelio...
Y luego han sido ellos una pareja muy afortunada y feliz. Con cinco primores de hijos. Y se han ido muy pronto, es verdad. Demasiado pronto. Injustamente pronto. Vale. Pero han sido las suyas unas vidas completísimas de anhelos y satisfacciones. Por lo pronto, no han tenido que sufrir la pérdida de ninguno de sus hijos, error el más devastador de la condición humana; frustración insufrible que padeció mi madre en dos ocasiones. Y luego, mi hermana, no, pero Frasquito se ha marchado dejando a todos sus hijos en buena posición y habiendo conocido a todos sus nietos. Porque no creo que la Mari se ponga a su edad a esas cosas, y los demás han echado el cerrojo.
La muerte de mi cuñado, una vez más, le hace reflexionar a uno sobre nuestro destino. ¿Habrá cumplido sus expectativas? ¿Se habrá quedado con algo en su tintero? ¿Le ha visto él sentido a su vida? Yo quiero creer que sí, que se ha ido satisfecho de lo que ha hecho: trabajar duro; ser muy feliz con la mujer de sus sueños; crear una familia cariñosa y unida; ser un niñero tierno y entregado y un padre ejemplar con dedicación y devoción por su casa. Y ya de jubilado, un abuelo algo quisquilloso, un amo de casa la mar de aseado, el mejor tortillero del pueblo, un devoto moderado del bar de Riles y de sus amigos, y un eterno aficionado a la huerta. Sin lograr pasar de ahí, de aficionado.
-Mari, ¿no se habrá quedado tu padre con las ganas de ir a algún viaje de esos del Inserso?
-¡Qué va, ni mucho menos! La de veces que yo misma le he insistido... El era para eso muy suyo, ha hecho lo que ha querido, me decía que toda esa gente del Inserso son unos laborindiosos sin haciendas. Èl, con su huerto, su amigo Rafael y su canal Real Madrid, andaba más que sobrado.
Descanse en paz nuestro cuñado, nuestro hermano, un hombre cabal y bueno.
Por eso, su muerte, tan prematura como inesperada, ha sido la muerte de un hermano, de nuestro hermano mayor. Y para mi hermana pequeña, Carmen, la muerte de un segundo padre. Es así. Cuando ella nació, mi hermana Josefa tenía diecinueve años, y Frasquito -su novio a la sazón-, veintiuno. Con mis padres ya mayorcitos, esta hermana pequeña fue para la parejita de novios algo así como un ensayo acelerado de paternidad sobrevenida. A su manera, la malcriaron como hoy hacemos los abuelos con los nietos, y durante toda su crianza permaneció de alguna manera bajo el cobijo de ellos. Por edad y crianza, mi hermana Carmen es más hermana de nuestros sobrinos del Convento que de nosotros mismos.
Yo puedo presumir delante de mis hermanos y de mis sobrinos de haber conocido a Frasquito en sus años de niño y de mozuelo. Al no haber más chaveas de su edad en el cortijo, tuvo que conformarse con jugar y convivir conmigo, cuatro años más chico que él, que ahora no se nota nada, pero entonces sí. De los varones yo era el hermano mayor, pero en aquellos tiempos nuestros ser el hermano mayor comportaba pocas ventajas, si acaso sentirte el favorito de tu abuela y poco más; te llevabas todas las reprimendas de tu padre, los alpargatazos de tu madre, y, encima, las visitas se prendaban de mi Manolo, un negrucillo parlanchín, o de mi Juan, un rubio querubín. Hasta que a mis once años -edad con la que llegué al cortijo- me encontré con una especie de hermano mayor. Ha sido siempre un hombre noble; a mis años podría haberme enseñado -según era costumbre- alguna que otra guarrería.
Pues no. Me enseñó a poner las trampas para los pajarillos y las perchas para los zorzales; a pisar por sus pisadas para no embarrarme más de la cuenta; a montar en la bicicleta de mi padre. En las tardes eternas del estío se bañaba conmigo en la gran alberca de La Capilla, de más de cinco metros de profundidad... por si las moscas. Aunque yo nadaba mejor que él. Y ya más adelante, según me hacía un mocito, me montaba atrás en su "Montesa" para ir al pueblo, a Antequera, a Pedrera...y me enseñó a conducir el tractor. Por mi parte, yo le enseñé a cocinar la rica y sabrosa porra frita del campo, pero no conseguí que aprendiera a jugar al fútbol tan bien como yo. Perdón por la inmodestia. Pero falta ya poco para que reciba de mí la mejor ayuda posible: mi influencia favorable a los ojos de mi hermana Josefa.
Ningún ejemplo mejor que el suyo para definir a un hombre apegado a la tierra, ni siquiera mi padre. Frasquito nació en La Capilla; su madre, Concha, mujerona de armas tomar, lo trajo al mundo sin ayuda de nadie, a la manera de las indias, en cuclillas. Y toda su vida ha estado ligada al cortijo hasta su muerte. Sus padres regresaron a Pedrera para jubilarse, y sus hermanos con ellos, pero él -pueden más dos tetas que dos carretas- permaneció en el cortijo. Ha sido el mejor capillero de todos nosotros que tanto presumimos de cortijeros. Prácticamente siempre bajo la tutela de mi padre, primero laboral y siempre afectiva, ha sido un trabajador de los pies a la cabeza, de los que gustaban a mi padre, muy noble y muy leal. Y con una humildad tal que acogió con una elegancia y gallardía admirables la sucesión del cargo de mi padre en la persona de mi hermano Juan, en vez de en la suya. Lo que no quita para que de vez en cuando le brotara su poquito de reivindicativo, herencia clara de su padre, Julián el hortelano.
Hasta los diecisiete años Frasquito no salió del cortijo, incluida su primera comunión. Las primeras letras y los números los aprendió con un maestro republicano "repudiado" que contrató don José Carreira "El Viejo". Pero de manera sorprendente a partir de esa edad empezó a dejarse ver por el pueblo. A lo primero se iba en la Empresa o en el tractor; más tarde, en su Montesa. En el cortijo era para nosotros como de la familia, jamás le vi gesto alguno de aproximación sospechosa hacia mi hermana. Pero sucedió en aquel verano de 1967 que a la salida de misa -mi obligación diaria como seminarista que era- veía con gran sorpresa cómo Frasquito algunas tarde rondaba a mi hermana por toda la plaza. Y ella, que nones, metiéndose en el centro de su pandilla de amigas para evitar la cercanía del pretendiente. Y él, tozudo como borrico que huele hembra, sin cejar en su empeño, ahora por aquí, ahora por allí... En estas que, muchas veces, viéndose mi hermana ya sin salida, echaba a correr a todo correr por el arco de la plaza, y Frasquito detrás a toda mecha. ¡Qué bochorno! Yo sabía de sobra que ésa era la conducta habitual de seducción de los pretendientes sobre las muchachas en aquellos tiempos, corretearlas hasta cansarlas, pero viéndolo en mi hermana me daba no sé qué. Recordaba entonces que cuando dos años atrás la pretendió otro muchacho no tuve ninguna duda: yo mismo la cogía de la mano y me la llevaba, casi a rastras, a nuestra casa. Pero ahora era distinto: se trataba de mi amigo y compañero de fatigas, Frasquito. No sabía cómo debía de actuar. Mi hermana era muy orgullosa, muy riverona, las cosas por su sitio. Se consideraba un escalón o dos por encima de un cortijero, aspiraba a más. Yo lo notaba, y a veces la escuchaba quejarse ante mi madre: "¡Qué se habrá creído ése, que no ha salido del cortijo en toda su vida? Y encima, forastero." "¿Pero te lo ha dicho?" -le preguntaba mi madre. "No, ni lo voy a dejar que me lo diga" -respondía mi hermana, toda herida.
Mi relación con él no solo no decayó, sino que aumentó en intensidad, si cabe. Haciendo cálculos de mi posible influencia sobre mi hermana, me invitaba en el bar de la Chorro a Casera de limón con una tapa de calamares, junto a sus amigos "El Tosto" y Pepe "El Cuco", y charlaban en voz alta de asuntos picantes para que yo me sintiera como más hombre en sus compañías. Y, la verdad, yo le tenía mucha simpatía. Y sin querer uno va haciendo de Celestina, a ver. "Niña, yo no sé por qué tanto enfado con Frasquito". "Porque es mu pesao, ¿no lo ves?" "Mujer, es porque le gustas mucho, yo lo encuentro un muchacho muy formal, y que va en serio contigo. No sé, niña, pero yo lo veo hasta guapo, ¡no?". "Anda, calla, ¿qué sabrás tú de estas cosas, metido en el seminario?" Y lo dejábamos. Pero yo volvía una y otra vez, un día y otro: "Niña, pos que sepas que Frasquito me ha dicho que no piensa abandonar nunca, que te quiere demasiado, que sueña contigo todas las noches, que..." "Pues va apañao, que yo no lo quiero ni en pintura, se lo puedes decir de mi parte. Pero tú te crees que yo me voy a casar con un cortijero?" "Niña, ¿y nosotros qué somos?" "Anda que la ayuda que tengo contigo..." Joer, tanto fue el burro al trigo, que al final la cosa acabó cuajando. Pero fue muy dura, excesivamente dura con él. No sé ya cuántos meses duró aquella ardua berrea, pero muchos, muchos.
Su boda, para la Inmaculada del año 1972, se celebró en la casa del Arrecife y duró tres días, como las de los gitanos. Yo me traje a mis amigos del seminario todo ese fin de semana. Para mis amigas Jaime fue un auténtico bombazo, parecía que hubiese venido al pueblo el Junior de "Juan y Junior", así de guapo era. El Luna casi se ennovia en esos días con una paisana; y al Pepe Montes lo tiramos al pilón de los mulos en las Eras Bajas. Y mi madre estaba radiante de felicidad. No sabía ella que ya por ese tiempo se estaba fraguando el futuro de otra feliz pareja: la Peque y yo mismo. De luna de miel se fueron a Sevilla, al corral de vecinos de nuestra querida prima Noberta. Como quiera que por entonces yo estudiaba en el seminario de san Telmo salía casi a diario con ellos como guía turístico. Uno de esos días, comiendo en un bar, Frasquito compró un número de una rifa, y le tocó el premio: dos entradas para el Betis-Málaga del domingo, en el Benito Villamarín. Y fuimos los dos, claro. Era la primera vez que entraba en un campo de fútbol de primera división. Y se emocionó. No era para menos, vimos en carne y hueso a Biosca, a López, a Viberti, a Quino, a Rogelio...
Y luego han sido ellos una pareja muy afortunada y feliz. Con cinco primores de hijos. Y se han ido muy pronto, es verdad. Demasiado pronto. Injustamente pronto. Vale. Pero han sido las suyas unas vidas completísimas de anhelos y satisfacciones. Por lo pronto, no han tenido que sufrir la pérdida de ninguno de sus hijos, error el más devastador de la condición humana; frustración insufrible que padeció mi madre en dos ocasiones. Y luego, mi hermana, no, pero Frasquito se ha marchado dejando a todos sus hijos en buena posición y habiendo conocido a todos sus nietos. Porque no creo que la Mari se ponga a su edad a esas cosas, y los demás han echado el cerrojo.
La muerte de mi cuñado, una vez más, le hace reflexionar a uno sobre nuestro destino. ¿Habrá cumplido sus expectativas? ¿Se habrá quedado con algo en su tintero? ¿Le ha visto él sentido a su vida? Yo quiero creer que sí, que se ha ido satisfecho de lo que ha hecho: trabajar duro; ser muy feliz con la mujer de sus sueños; crear una familia cariñosa y unida; ser un niñero tierno y entregado y un padre ejemplar con dedicación y devoción por su casa. Y ya de jubilado, un abuelo algo quisquilloso, un amo de casa la mar de aseado, el mejor tortillero del pueblo, un devoto moderado del bar de Riles y de sus amigos, y un eterno aficionado a la huerta. Sin lograr pasar de ahí, de aficionado.
-Mari, ¿no se habrá quedado tu padre con las ganas de ir a algún viaje de esos del Inserso?
-¡Qué va, ni mucho menos! La de veces que yo misma le he insistido... El era para eso muy suyo, ha hecho lo que ha querido, me decía que toda esa gente del Inserso son unos laborindiosos sin haciendas. Èl, con su huerto, su amigo Rafael y su canal Real Madrid, andaba más que sobrado.
Descanse en paz nuestro cuñado, nuestro hermano, un hombre cabal y bueno.
Descanse en Paz,Fresquito!!! Qué boda nos corrimos,eh amigos, tres días ,tres...aún recuerdo aquellos imborrables momentos ,por más años que pasen.Ah y tan poco olvido la faena del Pilar...
ResponderEliminarVaya!, tú ibas con Antoñillo, que se salvó porque era del pueblo.
ResponderEliminarBesos.
Me parece muy linda la semblanza que has hecho de tu cuñado.
ResponderEliminarContar que se le daba mal el fútbol te pone en evidencia, a pesar de que menciones el "modestia aparte".
En el Seminario, fui uno de los peores futboleros del curso, si no el peor. Posteriormente, en los colegios, jugué mucho al fútbol con los alumnos. Y los partidos de profes contra alumnos no me perdía uno. Al parecer, acabé consiguiendo algunas habilidades. En voleibol y baloncesto llegué aún más lejos, ya que fui durante sendos cursos entrenador.
Pero volvamos a tu amigo y cuñado Frasquito: tu hermana acabó reconociendo su valía y nobleza como compañero y padre por ser un hombre cabal y directo.
Sin conocerlo de nada has conseguido que sienta aprecio por él.
Un hombre sencillo, trabajador y familiar que supo vivir ganando afectos a base de ser impecablemente ejemplar.
Honrada su memoria, le deseo una mayor evolución espiritual.
Pedro
Muchas gracias, Pedro. Tus palabras hacen justicia a la valía humana de este hombre.
ResponderEliminarUn abrazo
Jose Maria te acompaño en el sentimiento por la muerte de tu cuñado. Has hecho un resumen muy humano y sentido de la vida de Frasquito.
ResponderEliminarEstoy seguro que fue una persona sencilla, ejemplar y muy apegada a las costumbres de los pueblos pequeños. D.E.P.
Recuerdos y muchos ánimos para su larga familia.
Un abrazo para ti.
D.E.P. Frasquito
ResponderEliminarCon los años, llegamos a conocer a personas ejemplares y, como es el caso, personas a las que sin haber tenido el placer de conocerlas, se nos hacen familiares y queridas al descubrir su semblanza en boca de sus amigos o familiares.
Felicidades, Fili; felicidades por haber nacido en una familia tan hermosa como la tierra que ha labrado y que ahora acoge a los que con tanto mimo sacaron de ella los frutos con los que alimentar a sus hijos; felicidades por humanidad que respira cada palabra con las que nos muestras tu vida y las suyas y gracias por compartir con nosotros esos momentos de sencilla grandeza.
Muchas gracias a todos por tan bellas palabras. Es así, muchos de nosotros hemos tenido la fortuna de haber nacido y crecido en el terruño, de haber convivido con la escasez y la penuria, y de haber encontrado en esas raíces los valores humanos inculcados por nuestros padres y nuestros mayores.
ResponderEliminarY lo sabéis: me gusta escribir estas cosas, me sirven de desahogo, y, en estos casos concretos de mis padres, mi cuñado o mi hermana mayor, me ayudan a saldar una deuda de gratitud insalvable hacia ellos.
Un abrazo para todos.
Un escrito biográfico José María, muy sentido y emotivo hacia la persona de quien fue en su día tu amigo, y luego tu cuñado.
ResponderEliminarTus palabras, también nos resultan cercanas a quienes venimos de aquel mundo rural andaluz. Son las mismas raíces y valores, de una gran cantidad de hombres y mujeres, todos gente buena y noble de nuestra tierra cordobesa.
¿Qué si encontró sentido a su vida?
Por lo que dices me imagino que fue un hombre rico en generosidad, honesto y feliz. Repartiendo todo lo que tenía con los suyos, desde la fidelidad a su natural integridad de hombre del campo.
Sienten la pérdida sus seres queridos, pero queda el recuerdo de una vida de plenitud.
Descanse en paz.
Un abrazo.
Juan Martín