viernes, 20 de abril de 2018

El indio de la vega tiene rinofima

Antes de nada definamos brevemente el concepto de rinofima: condición de la nariz regordeta, aporretada y con algunos borbotones. 

Bien, ya podemos empezar.

En Antequera, a nada que te asomes un poco por alguna calle periférica ya estás viendo la figura sobresaliente de un gigante de piedra yacente, el indio acostado, el referente de la comarca, el vigía impertérrito de la vega y de su río, el oráculo de nuestros ancestros del Bronce. La verdad es que enfocado por sus caras noreste o suroeste, es enteramente la cabeza de un indio tumbado boca arriba. No es, pues, de extrañar que nuestros pasados paleolíticos lo adoraran como a una divinidad y que enfocaran en su dirección la puerta del dolmen de Menga.  


Mi amigo Juan Francisco, que es geógrafo, nos ha explicado muchas veces que dicho peñasco calizo se denomina técnicamente un olistolito, que significa el desprendimiento y posterior rodamiento de piedras enormes desde la Penibética hasta que asientan en un lugar a su gusto. Una cosa así como un canto rodado, pero a lo bestia. Por lo visto, no es algo infrecuente, es producto de una serie de movimientos geodésicos post plegamiento de las placas tectónicas. Igual que en Antequera, ha ocurrido en la sierra de Estepa o en la de Morón. Vale, Juan. Estamos enterados. 

La foto de abajo muestra la cueva de Menga vista desde lo alto del peñón.


De siempre, en toda la comarca se le ha llamado a este ingente pedrusco "El Peñón de los Enamorados" debido a que una antigua leyenda medieval daba fe de la historia malhadada de un joven cristiano, Tello, y de su amada, Tagzona, que era mora. El joven cayó prisionero de los moros yendo de cacería, y Tagzona, hija del jefe musulmán, quedó prendada de su bella prestancia. Juntos se escaparon por esos mundos, y el padre de ella mandó a su ejército en su busca y captura. Arrinconados los amantes al pie del Peñón, subieron hasta su cima, se cogieron de sus manos y se tiraron al vacío. Antes muertos que separados. Lo mismito que ahora.


Pero a mí, que ya no tengo edad de impresionarme por las historias de los romances de ciego, me ha dado por pensar, viendo así fijamente el Peñón, que le encuentro mucho parecido con el perfil de mi padre acostado. No me digáis que no. Se me antoja, además,  que mi padre se forjó de jovencito trabajando en un cortijo al pie de la Peña, y que de ella recibió los dones de su fortaleza, su dureza de testuz, su constancia, su fidelidad al terruño, su amor incondicional a la tierra madre. Y cuanto más lo miro, mejor se me representa la imagen serena y plácida de mi padre dormitando. ¡Coño, hasta la nariz es la suya! Vosotros no lo sabéis, pero para eso estoy yo aquí para decíroslo: la nariz del indio tiene su poquito de rinofima, como la de mi padre.


Nota: como veréis, estoy aprendiendo a insertar fotos, aunque sea de una manera algo burda. ya iré mejorando.


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