domingo, 5 de abril de 2020

Día 22. Pueri hebraeorum

Hoy, Domingo de Ramos, se me ha venido a la cabeza conmemorarlo con mi padre.

Quizás fuera ésta la liturgia más festejada por mi padre de cuando más nuevo: la procesión de las palmas. De los pocos días que se enfundaba en su traje. Era presumido dentro de su condición de desastrado. Lo que hablábamos ayer de las contradicciones de cada uno. Admiraba el porte de su primo Blas, tal vez dos dedos más chico que él, pero más tieso y con más elegancia natural. Mi madre se lo refregaba cada vez que quería molestarlo: ¡Te querrás parecer a tu primo Blas!... A todo esto, a mi padre le duraba muy poco la compostura del traje. En mitad de la procesión, portando su  palma alisada de un pajizo inmaculado, ya llevaba la camisa coja, y desentonaba un montón al lado de Blas, Aurelio, Lorenzo, Paco,  administradores como él de fincas de don José Carreira "El Viejo". Estaba claro que lo suyo ha sido siempre el campo. Y el afán por el trabajo. Lo recuerdo mucho, lo echo de menos. Han sido sesenta y cuatro años juntos.

Es curioso lo que son las cosas y las asociaciones de ideas: de siempre, el domingo de ramos lo asocio con el latín, por aquello de pueri hebraeorum portantes ramos olivarum... Y porque mi añorado amigo Manolo (q.e.p.d.), compañero mío en los Ángeles, no entendía por qué después de obviaverunt venía Domino, y no Domini, que sería lo suyo. Y yo, que ya apuntaba a empollón, se lo explicaba: "Mira Manolo, es que hay verbos que rigen una determinada forma de declinación. Y este verbo rige dativo". Y a lo que iba: el latín me lleva a mi padre. Sí, porque mi padre, a mis once años, me tenía por caso perdido. Su única vara de medir a las personas entonces era su valía en el campo. Y yo era un desastre. Un negado. Mi hermano Manolo, cinco años más chico que yo, era un fuguilla, le cundía el trabajo el doble que a mí. Mis notas del primer trimestre de ese curso le hicieron cavilar. Menos mal. Sobre todo, mi diez en latín. Su hijo mayor no era un inútil, ya servía para algo, no iba a ser la vergüenza de la familia. Y de ahí para adelante, ya sabéis: yo creo que he sido siempre su ojito derecho. De todas formas, mi padre ha tenido la virtud de hacernos creer a cada uno de los hermanos que éramos su "preferido". Y eso no debe de ser fácil con seis hijos.

Os he contado otras veces cómo mi diez en latín cambió el rumbo de mi vida. Parece una simpleza, pero no lo es. Un crío cateto y acomplejado entre tantos niños de pueblos grandes y más cultivados se hubiese venido abajo del todo. Como bien pudo sucederle a alguno de los que abandonaron. El latín me salvó. Me lo creí. Y don Eduardo, mi profesor, me dio el espaldarazo definitivo cuando me nombró primus inter pares, "A este muchacho le vamos a llamar Fili, como el nombre de la tele Philips, porque mejores no hay". De la noche a la mañana, casi, conseguí la estima de mi padre, la consideración de los curas y la admiración de mis compañeros. Ya solo me quedaba jugar bien al fútbol. Pero esa es otra historia.

Domingo de Ramos, Latín, don Eduardo, mi padre... ¡Qué cosas tiene la mente!...

Nota importante: hay gente que matrimonia solamente de Pascuas a Ramos. Que no se os pase: hoy toca.

¡Enga ya! ¡Vámonos pal balcón!






2 comentarios:

  1. Gracias de nuevo José María. Mira tú por dónde hoy me he enterado de donde viene el sobrenombre "Fili".
    Te felicito por tu crónica y me reitero en el agradecimiento por hacernos más agradable el retiro. Un abrazo compañero

    ResponderEliminar
  2. Desde muy pronto, en los Ángeles, mis más cercanos me apodaron Filiberto Canoa, por encontrarme ellos parecido en lo "primitivo" a ese personaje de una novelilla de las que nos leían en el comedor. Y don Eduardo dijo en clase que lo de Filiberto le parecía muy largo, que lo íbamos a dejar en Fili, por aquello de que, como en los televisores de la época, mejores no hay. Esta historia es leyenda para mí, y la llevaré con mucho orgullo a la tumba. Un abrazo.

    ResponderEliminar