martes, 14 de abril de 2020

Día 31. "Cá uno es cá uno"

Con frecuencia, en las tertulias con mis amigos, sale el tema de los factores que más inciden en el comportamiento de las personas. Y es curioso, oye: los docentes, en su mayoría, se inclinan por la educación y el entorno como los elementos más determinantes. Sin embargo, los sanitarios apoyamos más el molde genético, aquello de que "el que nace lechón muere cochino". Hombre, al final llevará razón Ortega con aquello del yo y mis circunstancias, considerando "el yo" como lo genético, y la educación y el ambiente como las circunstancias. En cualquier caso, siendo yo médico, sigo apostando por la herencia.

No tenéis más que mirar a vuestros nietos chiquititos, antes de ser engullidos por nuestras costumbres y nuestra cultura. Los míos apenas tienen entre dos y cinco años, son la inocencia embutida en sus cuerpecitos morcillones. Viven en la misma casa, con los mismos padres, comen lo mismo, van a la misma escuela... 

Veamos: mi Lucas, el de cinco años, es un crío cuya característica más sobresaliente en su forma de ser es la nobleza. Tiene sus cosas, sus rabietas, sus caprichos, sus rarezas, pero es noble. Jamás una queja de sus señoritas de la guardería ni mucho menos ahora de su seño Reme. Muy querido por sus coleguillas. Ordenado y disciplinado, recoge sus juguetes y le gusta colaborar en las tareas de la casa. Ante una mirada severa de su padre o un "vete al rincón de pensar" de su madre, el niño agacha su cabeza y obedece más o menos a regañadientes. Se toma en serio, mejor que un adulto, su medicación para la alergia al olivo. Va para artista, le encanta pintarrajear. Muy poco habilidoso con los pies, las cosas como son. Contra lo que nos temíamos, la llegada del hermano pequeño, el sentirse destronado, no le ha afectado apenas, no se le han visto trazas gruesas de celos, digamos que lo ha aceptado con bastante seny, con gallardía. Mientras el chico se ha dejado, ha conseguido engañarlo en los juegos, cambiándole juguetes viejos por los nuevos más atractivos, siempre intentando sacar alguna ventaja, claro. Hasta que el otro se ha dado cuenta del percal.

El otro. El Daniel. Tiene dos años. Lo chapurrea todo. Y es un dictador, un dominante, un enteradillo. Pendiente en todo momento de su hermano para aprenderlo todo y, si pudiera, superarlo en todo. Mide los platos para asegurarse de que su hermano no tenga más trozos de salchicha que él; y si Lucas se levanta a la cocina a por agua, él aprovecha la fugaz ausencia de su hermano para sustraerle un par de trocitos y añadirlos a su plato. Y no solo eso, sino que, ejecutada la travesura, mira de reojo a la madre y le echa una sonrisa de pillo, como diciendo: "Se creerá éste que me va a engañar..." No conoce el rincón de pensar, pasa. Es futbolero, está ciego con la pelota. Desprecia los lápices de colores. Es obediente para dormir, en eso son iguales. Espurrea el paracetamol. Su señorita Rosi, la de la guardería, ya ha dado varios avisos a mi hija de que el niño es peleísta y pegón, el capo de su clase. Y con toda la mala idea aprovecha cualquier ocasión para darle una patada o un manotazo a toda la granja de playmóvil que con tanto esmero y cuidado ha estado construyendo el Lucas durante horas. Sin ningún provecho propio, solo por molestar. He ahí los dos elementos.

Poco a poco les irá llegando la influencia doméstica y escolar de las buenas costumbres y normas sociales, y serán buenos chicos y sacarán buenas notas, y aprenderán el respeto debido a todo el mundo, y serán tolerantes, y el uno quizá sea artista, y el otro futbolista, y se harán ciudadanos de bien en una nueva República, que para eso es hoy 14 de abril... Pero son y lo seguirán siendo muy diferentes en lo primario, en lo jondo de su ser particular. Y así debe ser. "Cá uno es cá uno", que diría "El Guerrita".

Mi conclusión provisional, pendiente de vuestro veredicto, es que Lucas posee la genética conductual de su simiente paterna, la de "los tomates" (F1, F2, F3) y parte de la bondad de su madre; y que Daniel ha saltado directamente al gen "araíllo" (F2), clavadito a su abuela Antonia. Sí, sí, la Peque. Su abuela Gracia y yo quedamos en el banquillo, por ahora.

Bueno... ¡pal balcón echando leches!

4 comentarios:

  1. Efectivamente amigo José Maria, Ortega dio en el clavo. Nacemos con unas predisposiciones genéticas, qoe no determinaciones, y el entorno nos completa.Se te nota el mono de nietos. Un abrazo

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  2. Efectivamente amigo José María, el tema da para escribir un libro.
    Los nietos/as, los padres y las madres, los y las abuelas y abuelos, todos vamos recorriendo un camino de opciones y de posibilidades.
    Al final con las herramientas que tenemos, cada cual con aciertos y errores escribe su biografía.
    Un saludo amigo.
    Juan Martín

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  3. Nacemos con unas predisposiciones genéticas pero la educación, el entorno y las circunstancias familiares y sociales pueden modificar esas predisposiciones. Mi prooia experiencia personal me lo confirma. Se nota que cino es y quieres nucho a tus nietos, como yo a los míos. Un abrazo

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  4. La teoría completa, (perdonadme que salga haciéndome el enteradillo), recoge tres factores básicos: personalidad álmica, la que nos conforma tras cientos de reencarnaciones personales, la herencia genética y el medio social.
    Como la reencarnación tiene pocos creyentes entre nosotros y me da pereza explicarla, voy a los otros dos factores.
    La carga genética, según Castaneda, depende de los cónyuges en el momento del coito triunfador. Si éste es lánguido, la criatura no andará sobrada de energía. Y si el polvo es épico no habrá manera de contener al "bicho". También el reparto genético del hombre y la mujer en la herencia de la criatura estará relacionado con la pasión y energía que pusieron en el "encuentro" cada uno de los participantes.
    La influencia de la educación en general, padres, escuela, amigos..., debería saber explicarla a la perfección tras 37 cursos con niños y niñas. Pero no.
    Sólo un par de apuntes: Nos adaptamos lo mejor que sabemos o podemos en nuestra "sociedad", con la táctica del ensayo y error.
    Los segundones de la familia, dada su evidente inferioridad, se hacen valer con todo lo que encuentran a mano: sobrevigilancia al herman@ mayor, chivateo, lágrimas y acusaciones falsas, hurtos y alguna que otra putada imaginativa. Por suerte, no suelen conquistar la "plaza" del todo y acaban negociando. Finalmente, cuando descubren que el hermano/a mayor puede ser un aliado/a, cambian de táctica y, entonces, suele terminar lo peor del conflicto.
    Dan ganas de rematar diciendo que la influencia de los tres factores es similar, pero mi experiencia me enseña que es variable y los factores comentados no tienen el mismo peso en cada persona.
    Amén.

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