jueves, 23 de abril de 2020

Día 40. Linaje materno


Como no puedo regalaros un libro, hoy os voy a deleitar con una de ésas historias familiares que tanto me gustan.

Durante unas semanas de aquel invierno de 1924, la muy noble e industriosa ciudad de Antequera se vio desabastecida de la mejor leche de vaca y las mejores hortalizas que se podían comprar en los puestos del mercado municipal: las procedentes de Palenciana. Higinio Cruz, el carrero, un tío enjuto y bragado y con la testa más dura que sus mulas, se había negado en redondo a transportarlas. "Mire usted, don José -se enfrentaba a su amo-, que no y que no. Mande usted a otro, si quiere, pero yo no pienso ir más a Antequera hasta que esto no se aclare". "Pero, ¡hombre de Dios! Esto ya se ha aclarado -se esforzaba el señorito, periódico en mano-. Mira lo que pone aquí en el diario... Mira, léelo tu mismo". "Don José ¿usted no sabe que yo no sé leer?

Higinio Cruz era el hombre más madrugador del pueblo. Y el de más arrestos. Proveniente de aquella antigua casta de pobladores originarios que salían cada madrugada al campo en busca de la alborada, le había venido de perilla su oficio de carrero. A las cuatro de la mañana se atacaba el hato, se limpiaba las lagañas con manzanilla, engarzaba las mulas al carro, y salía por el postigo de las Eras Altas en busca de la taberna de Juan Marcos para calentarse con sus copitas de aguardiente seco. Pasaba luego por el molino de Pedro Pedrosa, el de "Los Aragones", recogía el pan para los cortijos, y salía del pueblo por la cuesta de "La Grea" con mucho brío y media melopea. En el cortijo "El Realengo", a una legua y media, hacía parada para soltar el pan y recoger las cántaras de leche y toda la verdura de la huerta de "La Capilla". Y desde allí, a la ancha vega con destino a Antequera. Y al mediodía, entregada y expuesta la mercancía, vuelta patrás. Ésa era su vida. Por eso mismo no podía entender lo que estaba pasando. Un hombre dedicado en cuerpo y alma a su empresa, a su amo, no se merece esto, pensaba.

-No me seas rebuscao, Higinio, son figuraciones tuyas porque este asunto te está afectando más de la cuenta.
- ¿Más de la cuenta, dice usted?...¡Me cago ya en mi estampa!...

Alguna gente del pueblo y, sobre todo, del mercado de Antequera se había hecho eco de un bulo de los de antes: personas humildes del campo que traicionaban a su amo por dinero. Había en Córdoba por entonces un semanario satírico, Patria Chica, picado con la Casa Carreira porque ésta no lo financiaba. Y publicaba con cierta frecuencia alguna columna cargada de crítica mordaz contra "el cacique más grande de toda la provincia", así llamaba el periodista a don José Carreira Gallardo, un anciano de 74 años a la sazón, ya muy achacoso, y que moriría ese mismo año. Y en una de esas columnas difamatorias se mencionaba indiscretamente que " lo que escribimos lo sabemos por nuestro confidente I.C." Y se corrió el rumor de que I.C. bien podría ser Iginio Cruz. El nuevo amo, Carreira Ramírez, pasó por alto tal sospecha porque tenía fe ciega en su carrero de toda la vida, un hombre áspero y mal encarado, pero leal hasta lo indecible. Siendo él todavía un niño, recordaba cómo su padre confió a Higinio el transporte clandestino del famoso "Tesoro" de Carreira, el arcano mejor guardado, la más fabulosa leyenda urbana, el Santo Grial de mi pueblo.

No obstante ello, don José se vio obligado a intervenir para zanjar el asunto de una manera definitiva y contundente, y así preservar el honor herido de su carrero. Mediante un generoso estipendio consiguió que la revista se retractase de esa acusación, alegando en un número posterior que lo de I.C. había sido un error de tipografía, bastante corriente en una revista de tan corto recorrido temporal. Además, don Bernardo Laude, yerno de don José, y abogado de prestigio en Antequera, había presentado una demanda en el juzgado de Córdoba contra el periódico. Aun así, Higinio, tozudo, no quedó conforme. A fin de cuentas, decía, ¿quién lee el periódico en Palenciana? Don José, entonces, resolvió convocar en el salón de su casa de La Capilla, cabeza de partido de todos sus cortijos, a toda la gente importante que trabajaba para él: administradores, manijeros, artistas, secretarios... Una treintena de personas influyentes. Por turnos, solicitando brazo en alto la palabra, cada uno fue exponiendo su punto de vista y reafirmando todos su apoyo incondicional a Higinio. Pero faltaba algo por llegar.
-Manolo -alza la voz don José-. Te estamos esperando. Danos tu opinión, hombre.

Y todas las caras se volvieron hacia Manolo Cívico, "El Pensaor". A sus veintiséis años, era considerado como el sabio, el oráculo del cortijo y del pueblo. Pese a su corta edad y su oficio humilde de cuidador de los pesebres, impartía saber y cordura, y todo el mundo le consultaba. Sabía leer el cielo, predecía el tiempo mucho mejor que la gente de la radio, pronosticaba las cabañuelas, y tenía memoria de lo más remoto oído de sus abuelos... Y Manolo habló, bien oiréis lo que dirá:
-Usted, don José, sabrá perdonarme -carraspeó un poco para aclararse la voz-. Lo mismo que todos los presentes. No he abierto el pico por ser Higinio mi suegro, como sabéis. Y, desde luego, todos conocéis mi opinión. Este hombre -señalando a Higinio- es el alma de esta empresa. Lleva trabajando para esta casa más que ningún otro de los aquí presentes. Es la persona en quien más ha confiado nuestro viejo amo, tan enfermo ahora. Confrontar estas verdades, para mí absolutas, con un garabato de un periódico primerizo me parece ridículo -y ante los aplausos de los concurrentes, sigue-: Hay, además un detalle que me gustaría resaltar. Mi suegro no sabe leer ni escribir, firma con la huella dactilar. Si este periódico lo tuviese como contacto no tendría otra forma de confirmar su nombre más que por el carnet de identidad ¿verdad? Y en Palenciana, que yo sepa, todos los Higinios lo son con hache. En el carnet de identidad de mi suegro pone Higinio Cruz Cívico. Luego I.C., quien quiera que sea, no es nuestro Higinio. Eso es todo, don José.

El salón se caía del retumbe de los aplausos y vítores. Y don José remató con un clásico: "Esta Casa, esta Empresa está donde está, en lo más alto, por mor de vosotros, sus buenos trabajadores".

Bueno, amigos, esto es todo. Hace unos días, bicheando en Internet cosas de los Carreira, me topé con una de esas columnas de Patria Chica atacando de manera cruel al Gallardo. Me llamó la atención la dureza excesiva de un párrafo: "Que sepa usted, don José, que a los vecinos de Palenciana no les gustan algunos de sus sucios asuntos, y los aguantan porque aún no han podido desprenderse de su condición de yunque. ¡Ay de usted, don José, el día en que esos mismos vecinos se conviertan en martillo!...

A raíz de este hallazgo casual me he recreado montando para vosotros esta historieta de ficción para resaltar las figuras de mi bisabuelo Higinio como hombre fajado, trabajador y muy cabezota, y mi abuelo Manolo como persona ponderada y sabia. Ambos por línea materna. Y como agradecimiento a la Casa Carreira, cacique y feudalista, desde luego, pero benefactora de mi pueblo y de mi familia.

¡Venga, a los balcones!

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