miércoles, 8 de abril de 2020

Día 25. La gripe asiática

En la primavera de 1958, a mis cinco años, retengo el primer recuerdo de mis padres presos de una angustia vital. Dos años antes había fallecido de una neumonía un hermanito de ocho meses, pero por entonces yo apenas me enteraba de nada, solo que se había ido al cielo con los angelitos. Pero luego, dos años más tarde, sí que me alcanza la memoria. Mi hermano Manolo, el de ahora, con cuatro meses de vida, se moría a chorros. En su brevísima edad no sé cuántas veces lo habrían llevado a don Ricardo, el pediatra de Cabra, catarro tras catarro, ahogos, pitos y echarse a morir. Lo que hoy conocemos como bronquiolitis del lactante. Mi madre, no obstante, sostenía su particular teoría de que todo era porque el parto le había sobrevenido estando ella sentada en la mesa camilla, con su copa de picón a los pies, y que al romper aguas el líquido sobre las ascuas formó una grandísima humareda que el niño, cabecita ya fuera, se tragó entera. Teorías de los antiguos. El caso fue que en ese mes de abril el Manolo se moría de verdad. Mi hermana Josefa y yo nos quedamos en manos de nuestra abuela, y mis padres se fueron a vivir a la posada de Cabra para evitar tanto desplazamiento. No lo sé, pero en aquellos tiempos la cosa debió costarles un pastón que ellos, naturalmente, no tenían. Supongo que mis padrinos y mis abuelos ayudarían lo suyo. Sobrevivió. Se crió fuerte. Y nos enterrará a todos. Pero los puñeteros catarros son su talón de Aquiles.

Fue la gripe asiática. Recién acabada la guerra de Corea, emergió en el panorama internacional un nuevo virus gripal, el H2N2, que procedente del sureste de China en febrero de 1957, se expandió pronto por el resto del mundo. Era un virus común en patos silvestres, que se cruzó con una cepa de otro virus humano. A España llegó en el verano de ese año, teniendo su pico máximo en octubre, y una nueva oleada en febrero y marzo del 58. Esta pandemia produjo un millón y medio de muertos en todo el mundo. Y en España infectó a un tercio de la población. Hubo vacuna, se habían introducido ya la penicilina y estreptomicina para tratar las complicaciones bacterianas, y la cosa amainó. Las crónicas de la época también hablaban de confinamientos, de hambruna, lógicamente, de personalidades fallecidas (aunque este virus atacó más a niños y adolescentes), y hasta de liga de fútbol suspendida. A los madridistas nos gustará saber que en octubre del 57, en un Madrid-Barsa, Gento jugó con gripe y fiebre alta, y que se desmayó en el vestuario. 

Situación médica en Suecia durante la pandemia de 1957Me sorprende con agrado comprobar que, pese a mi consabida y cacareada debilidad de espíritu, mi buena estrella me haya librado de la muerte en mi primer año de vida cuando contraje el tifus, y logrado escabullirme de aquella gripe fatal del 58. Solo espero seguir mereciendo su luz vivificante, y que a la tercera no vaya la vencida.

La foto que adjunto es la de un hospital de campaña, levantado a la carrera, en aquella Suecia, mucho más rica que nosotros, del año 1957. Ni se nos hubiese pasado jamás por la imaginación que una foto similar pudiera producirse en nuestra sociedad occidental, avanzada y supermegaguay de hoy. Pues ahí lo tenemos. Se nos olvida en tiempos de bonanza algo elemental para nuestra supervivencia como especie: siempre estamos expuestos. Nos creemos a salvo de todo. Nosotros no tenemos tsumanis devastadores, eso es para los asiáticos; no padecemos hambrunas, eso es para los africanos; ni guerras, para eso están los americanos y los fundamentalistas musulmanes. A nosotros no nos pasa nada. Todo lo más, alguna riada por aquí, o una inundación por allá. Y mirad que hemos tenido antecedentes: 1918, 1958, 1968, años de gripes terribles. Pues nada. Eso es historia pasada. Y hasta aquí hemos llegado, combatiendo una enfermedad infecciosa a la usanza medieval, encerrados en nuestras trincheras domésticas. En los tiempos de los smartfones y del cable. A ver si es verdad que de ésta aprendemos. Difícil lo veo. La lectura positiva es que nos levantamos. En estos duros momentos de incertidumbre, cuando en las anochecidas se cierne sobre nosotros cierta pesadumbre de ánimo y de malos presagios, os invito a reflexionar que si pudimos salir de esto en la etapa terrible y mísera de la postguerra cuánto más ahora con todos los adelantos médicos. Hagamos nuestras, de todos, aquellas olvidadas virtudes teologales que aprendimos en el catecismo: fe, esperanza y caridad. Falta nos hacen.

Bueno, enga, ¡vámonos pal balcón!

1 comentario:

  1. Cuanta razón amigo José María, el lienzo pintado de la Naturaleza de la que formamos parte, es enorme. Ahí hemos visto indiferentes las pandemias que arrasaron otras vidas lejanas, y nosotros a lo nuestro.
    Hoy nos toca de lleno en carne propia la pandemia, y nos parece terrible; encerrados para evitar la fiera.
    Seguro que alguna conclusión en claro sacará la Humanidad silenciosa, y la otra que conduce el rebaño.
    Como aquellos maestros antiguos de los pueblos, que nos enseñaban con la regla en una mano.
    Un abrazo amigo.
    Juan Martín

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