domingo, 25 de marzo de 2012

El viejo verde










 J. G. R. es un antiguo paciente de mis primeros años en Sevilla. Me tomó aprecio porque yo lo escuchaba con santa paciencia. Por entonces era un paciente muy cascarrabias y exigente, de éstos que hoy llamamos multi frecuentador, pasaba más tiempo en el hospital que en su casa. Y todo el mundo lo rehuía. Yo también, cuando podía. Pero me engatusaba. Fidelísimo fan del Real Madrid, como yo, encontró ahí mi talón de Aquiles. Me camelaba, y yo me dejaba, nombrándome en público como el Distéfano de la planta. Nunca ha dado un palo al agua. Cardiópata sempiterno desde que tenía 15 años, adornan su curriculum médico dos válvulas cardíacas protésicas, de metal, varios cateterismos, otros tantos estent coronarios, anemia crónica e insuficiencia renal crónica. Un cromo. Entretiene sus horas muertas, que son casi todas, escribiendo romances rústicos un poco al estilo de los antiguos romances de ciego, pero con contenidos nada escabrosos, sino de más liviana índole, sea ésta médica, futbolera o erótica. Se autodenomina poeta del campo. Y me los dedica casi todos, bueno, a mí y a una médica joven recién llegada a su pueblo.

Ya no es lo que  era. “He dado una caída mu grande”, me dice. Medio ciego por unas cataratas de difícil operación y con 85 tacos a sus espaldas, no ha tenido más remedio que someterse al cuidado de sus hijos y de su mujer. Mi mujer no me quiere ya, Rivera, me comenta con frecuencia. ¿Por qué dices eso, me cachis ya? Porque no atiende mis necesidades sexuales, me refriega a todas horas que soy un obsceno. Bueno, hombre, lo intento reconfortar, ya sabes cómo son las mujeres para estas cosas, no tienen tanto deseo ni tanta necesidad como nosotros, hay que comprenderlas, ¿no? Conociendo uno lo que este hombre ha sido en el hospital y viéndolo ahora siento cierta pena, siento lástima.

Hoy se presenta en mi consulta en un carrito de ruedas, no se atreve a caminar solo. Cada vez que viene lo encuentro más deteriorado. Mal peinado, mal vestido, nada que ver con el viejo figurín de antaño. Pero no pierde su humor ni su ingenio.”No hace falta que mire los análisis”, me reta. “Debo de andar por una creatinina de 2 y una hemoglobina de 11,5, más o menos”. Y le sigo la corriente. “Pues sí señor, tienes una creatinina de 1,8 y una hemoglobina de 12 gr”. “Ole ahí mis cojones”, grita exaltado. “Cuidado hombre, que no estamos  solos”, le recrimino señalando a dos estudiantas de medicina que me acompañan. “Perdón señoritas, se me ha escapao”.

Me extraña que haya entrado solo en la consulta.

-Oye, ¿hoy vienes sólo?

-No, me ha traído mi Juanico, como siempre.

-¿Y por qué no entra?

-Le he dicho que espere fuera porque quiero contarte algo más en secreto.

-¿Quieres que se  salgan las chicas?

-No, no, ¿qué va? Ni mucho menos. Su presencia aquí me erotiza.

-Ya empezamos!…Venga cuéntame ya esa cosa tan particular.

-Mira, resulta que mi hijo, mi Juanico, sí. Resulta que me ha comprado un aparato de esos que se pone uno en la barriga y que vibra, vibra y vibra, y a fuerza de vibrar se pierde grasa.

-Pero , si tú no tienes barriga, hombre.

-Eso es por fuera, pero por dentro sí que tengo, y no me gusta estar fondón. Bueno, a lo que iba, –Y se pone ahora pícaro, mirando a las jóvenes- el caso es que he descubierto casi, casi sin querer que si me pongo el aparato en mis partes me entra un desasosiego gustoso que me quedo medio traspuesto.

Las estudiantes, rubicundez facial inmediata, no dan crédito a lo que  están oyendo. Supongo que  espantadas estarán pensando cómo se pueden decir esas cosas en una consulta médica, qué clase de médico permite tanta confianza, cómo un paciente puede ser tan grosero, qué tiene que ver todo esto con el pase de una visita médica…Y qué se yo cuántas cosas más.

-O sea  que te masturbas con el aparato dichoso -corto yo por lo sano y escandalizo aún más a las pobres chicas.

-Vaya, y con unos orgasmos de  escándalo. –Y se dispone el tío a contarnos detalles.

-Para, para, ya está, ya está. No querrás ruborizar a estas criaturas inocentes.

-Vale. Bueno, Rivera, lo que quería contarte es que si esto me perjudicará, estoy un poco asustado.

-Pero bueno, ¿cuántas veces lo haces?

-Todos los días. –Y ahora el que se espanta soy yo.

-¿Y cómo te sientes ?

-Mejor que nunca.

Entonces ya no puedo más y me  echo a reír a carcajada limpia.

-Amigo -le digo llorando de risa- me tienes que dar la marca de ese aparato.

Y se nos pasa el tiempo de la consulta hartos de reír.

 Un hombre de 85 años, enfermo e incapacitado la mayor parte de su vida, desahuciado por médicos y casi por la propia familia, que encuentra un motivo de seguir viviendo ilusionado con sus fantasías eróticas sobre la médica joven y guapa que llega  a su pueblo y con su vibrador particular merece todo mi respeto y todo mi apoyo. Y le he recomendado que siga con sus prácticas de gimnasia vibratoria. Y si un buen día le sobreviene la muerte jugueteando con su aparato, bienvenida sea la señora si es  a gusto.

3 comentarios:

  1. jajaja. La vegüenza perdida del todo! Seguro que las residentes alucinan cuando les toca contigo.

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  2. sencillamente, ME ENCANTA. Me gusta mucho como escribes, hAces sentir las cosas, bueno, no me se explicar. Bss. Roli

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  3. Ea! ya tienen en teletienda otra prestación que ofrecer del dichoso cacharro, quizás la mejor. Tú a lo tuyo, entre lo "escatológico" y lo otro....¡To mu presiso! ¿O no?
    Muchos besos, Conchi.

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