Hoy he escuchado en la consulta una historia insólita. Casi sin querer, de estas cosas que ocurren por sí solas, como dejándose caer.
La mujer en cuestión, una anciana respetable de setenta y seis años, me cuenta un relato muy raro para ser encajado como un proceso clínico, como un síntoma de enfermedad. Uno difícilmente se extraña ya de nada, pero esto no me cuadra. Una de las cosas buenas de la experiencia médica es ésta, la de olerse uno cuando algo no va como debiera. Que días pasados se ha perdido en las calles de su pueblo, que se ha extraviado sin ser capaz de dar con su casa. Una hora y media dando bandazos por ahí.
-¿Pero usted reconocía a la gente por la calle?
-Sí, claro.
-¿Y entonces por qué no les preguntó por dónde llegar a su casa?
-No se me ocurrió, mire usted.
-A lo mejor es que le daría vergüenza ¿verdad?
-Bueno...Puede ser, sí.
Existe un trastorno parecido a esto que se llama amnesia global transitoria, síndrome que consiste en que durante un tiempo corto el paciente está confundido, no conoce a nadie, a veces ni a sí mismo y es consciente de lo que le está ocurriendo. Y se agobia, claro. No sabemos la causa que lo produce, no siempre es por "falta de riego" y desaparece en minutos habitualmente. Es raro que sobrepase una hora. Podría ser el caso. No digo que no. En esto estaba yo, dilucidando conmigo mismo si sí o si no, cuando su acompañante, una mujer joven que resultó ser su sobrina política, vino a echarme un cable.
-No le de usted muchas vueltas, doctor. Está así de nerviosa desde que la guardia civil vino a por ella.
-¿La guardia civil? ¿pero qué ha hecho usted, criatura?
-Nada, nada -vuelve a intervenir la sobrina- ya está todo aclarado y ella se encuentra más tranquila. Pero ha pasado unos días muy malos. Los nervios, ya sabe usted...
Y me cuenta la historia. La anciana es mocita y entera (bueno, supongo), vecina, casa con casa, de su hermana; de estas hermanas que han estado siempre juntas, muy parejas por la edad, que una se casa, que la otra no, pero que no se separan; casa arriba, casa abajo. Herencia de los padres, se le echa un tabique por medio y sacamos dos casas de una. Muy bien. Y, como es natural, la soltera está incordiando de contínuo y metiéndose en cualquier cuestión de la otra casa con derecho propio. Esto es algo consuetudinario, tan habitual que no se vive ya como un problema sino simplemente como la cruz que todos y cada uno de nosotros tenemos que soportar. A mí, mismamente, me ha tocado aguantar año tras año a un vecino que es culé, con eso está todo dicho. Ahora viene lo peor: ambas hermanas tienen una cuenta bancaria en común que heredaron de sus padres. Treinta mil euros. Joder con las ancianas. No es un depósito, es una cuenta corriente, pero ellas han acordado no tocarla, una reservita para cuando envejezcan, cosas de viejas. Y ha resultado que un día de éstos han recibido un aviso del banco informándoles de que la cuenta va ya por dieciocho mil euros, que, de un tiempo a esta parte, un señor desconocido para el bancario se viene presentando con una autorización firmada supuestamente por mi paciente y saca hoy trescientos, anteayer quinientos, la semana pasada otros tantos...Y así, en unos pocos meses, hasta doce mil euros distraídos de manera tan tonta. Y, claro está, todas las miradas apuntan a la hermana soltera, mi paciente. La firma es suya. O muy parecida.
Y nadie sabe quién sea el susodicho afortunado. Al parecer la cámara de vigilancia lo ha capturado varias veces, pero siempre de espaldas o con la cara tapada, como si el mangante se ocultara a conciencia. ¡Hay que ver! El caso es que las hermanas han denunciado al banco, el banco a ellas y ellas entre sí. ¡Vaya follón!
-Pero bueno -me invisto ahora de policía, el de Castle, que es la serie que me gusta- es de suponer que el de la ventanilla le pidiera el carnet al ladrón ¿no?
-Sí, ya lo creo que sí, pero le presentaba un documento falsificado. Por lo visto ese número de carnet no existe, pertenció a un fallecido.
-¡Estamos apañados!
Y curioseando me pongo a indagar, a hacerles a ambas preguntas capciosas, así a lo tonto, como el teniente Colombo.
-¿Y cómo ha podido este hombre conseguir su firma de usted?
-Yo qué sé, es que no me lo explico.
-Puede, entonces, que sea alguien cercano a la familia ¿no?
-Pero si fuera así lo hubiera reconocido el del banco...No sé, no sé...Y me echan a mí la culpa por lo de la firma, qué vergüenza doctor. Vinieron a por mí y tuve que ir a declarar al cuartelillo, a mis años..., con lo maliciosa que es la gente... -Y amaga con unos cuantos pucheros. Entonces me doy cuenta de que no debo insistir más. Pero ahora es ella la que no para. -Pa que usted vea, andan diciendo que es un querido mío que tengo escondido por ahí. ¡A mis años! Yo, que no he conocido hombre alguno...
-¿Y la firma es suya auténtica?
-¡Qué va! La han analizado unos especialistas de la policía y han dicho que es una imitación.
En fin, doy por sentado que los síntomas de esta buena mujer corresponden a algo que nosotros llamamos somatizaciones, es decir, trastornos y disfunciones mentales y emocionales que repercuten de una manera notoria en distintos órganos corporales, hasta el punto de simular un enfermedad de esos sistemas o aparatos. La mujer ha perdido apetito y peso, se la ve triste y ajada, cuenta esa historia rara de perderse por la calle...Su médico, lógicamente, piensa que puede tener "algo malo". Pero no, su cuerpo no alberga ninguna enfermedad aparente, las pruebas (como dice la gente) han salido bien. Incluso los marcadores tumorales, tan de moda, han sido negativos. La enfermedad de esta mujer habita en su mente. Pongámonos en su lugar. Se ve en el punto de mira de todo el pueblo; hasta su propia hermana, su única familia directa, la ha repudiado. Ha de venir al médico acompañada por una sobrina política, alguien que no es de su sangre. Y quién sabe si lo hace por el interés.
Con bastante frecuencia el manejo de determinados pacientes complejos requiere de nosotros una verdadera labor de investigación y estudio. Tienes que rebuscar en el historial detalles antiguos que han podido pasar desapercibidos, analíticas añejas y olvidadas, antecedentes de hábitos que nadie ha recogido...A veces, uno de esos nimios detalles te ilumina el camino del diagnóstico. Y desde luego siempre en estos casos difíciles has de repasar tus conocimientos en tu casa, a la luz solitaria del flexo, fisgoneando en Internet cualquier cita bibliográfica que relate casos parecidos al tuyo. Todo esto, como digo, forma parte de nuestro trabajo. Estamos acostumbrados al estudio y a la investigación clínica.
Lo que ya no es habitual es lo de esta paciente, que la consulta se convierta en una sala de interrogatorio policial ni yo en un agente del C.S.I.
-Pero bueno -me invisto ahora de policía, el de Castle, que es la serie que me gusta- es de suponer que el de la ventanilla le pidiera el carnet al ladrón ¿no?
-Sí, ya lo creo que sí, pero le presentaba un documento falsificado. Por lo visto ese número de carnet no existe, pertenció a un fallecido.
-¡Estamos apañados!
Y curioseando me pongo a indagar, a hacerles a ambas preguntas capciosas, así a lo tonto, como el teniente Colombo.
-¿Y cómo ha podido este hombre conseguir su firma de usted?
-Yo qué sé, es que no me lo explico.
-Puede, entonces, que sea alguien cercano a la familia ¿no?
-Pero si fuera así lo hubiera reconocido el del banco...No sé, no sé...Y me echan a mí la culpa por lo de la firma, qué vergüenza doctor. Vinieron a por mí y tuve que ir a declarar al cuartelillo, a mis años..., con lo maliciosa que es la gente... -Y amaga con unos cuantos pucheros. Entonces me doy cuenta de que no debo insistir más. Pero ahora es ella la que no para. -Pa que usted vea, andan diciendo que es un querido mío que tengo escondido por ahí. ¡A mis años! Yo, que no he conocido hombre alguno...
-¿Y la firma es suya auténtica?
-¡Qué va! La han analizado unos especialistas de la policía y han dicho que es una imitación.
En fin, doy por sentado que los síntomas de esta buena mujer corresponden a algo que nosotros llamamos somatizaciones, es decir, trastornos y disfunciones mentales y emocionales que repercuten de una manera notoria en distintos órganos corporales, hasta el punto de simular un enfermedad de esos sistemas o aparatos. La mujer ha perdido apetito y peso, se la ve triste y ajada, cuenta esa historia rara de perderse por la calle...Su médico, lógicamente, piensa que puede tener "algo malo". Pero no, su cuerpo no alberga ninguna enfermedad aparente, las pruebas (como dice la gente) han salido bien. Incluso los marcadores tumorales, tan de moda, han sido negativos. La enfermedad de esta mujer habita en su mente. Pongámonos en su lugar. Se ve en el punto de mira de todo el pueblo; hasta su propia hermana, su única familia directa, la ha repudiado. Ha de venir al médico acompañada por una sobrina política, alguien que no es de su sangre. Y quién sabe si lo hace por el interés.
Con bastante frecuencia el manejo de determinados pacientes complejos requiere de nosotros una verdadera labor de investigación y estudio. Tienes que rebuscar en el historial detalles antiguos que han podido pasar desapercibidos, analíticas añejas y olvidadas, antecedentes de hábitos que nadie ha recogido...A veces, uno de esos nimios detalles te ilumina el camino del diagnóstico. Y desde luego siempre en estos casos difíciles has de repasar tus conocimientos en tu casa, a la luz solitaria del flexo, fisgoneando en Internet cualquier cita bibliográfica que relate casos parecidos al tuyo. Todo esto, como digo, forma parte de nuestro trabajo. Estamos acostumbrados al estudio y a la investigación clínica.
Lo que ya no es habitual es lo de esta paciente, que la consulta se convierta en una sala de interrogatorio policial ni yo en un agente del C.S.I.
Tu es que vales para un roto y un descosió.
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