Hay ocasiones, como en ésta que nos va a ocupar hoy, en que la consulta me sorprende con algún caso extraño. Uno se cree -de mentirijilla- que después de treinta y cinco años de oficio, nada nuevo bajo el sol. Y la cosa es que sabemos que no es verdad, que siempre se necesita estar al acecho de la sorpresa.
Este hombre es un tío raro en el sentido médico y en el sentido personal y social. Tiene 61 años, de nuestra edad más o menos, está felizmente casado, tiene dos hijos mayores y trabaja de albañil o haciendo de manitas para cualquier cosa que lo llamen en el pueblo. Hasta ahí, lo normal. Su aspecto externo no llama la atención, lo habitual en un hombre de pueblo nada instruido y alicortado delante del médico.
El caso no pasaría de ahí si no fuera porque, preguntado por mí sobre sus dolencias, el hombre se mostrara totalmente incapaz de expresarse de una manera más o menos precisa. No hilaba una sola frase entera, parecía trastabillarse cada dos o tres palabras, saltaba de asunto a ver si por otro camino hallaba solución a su negada fluidez, algo parecido a cualquiera de nosotros -que no sean Agustín o Paco Pinedo o mi hermano Frasco, claro está- cuando queremos contestar en inglés a algún guiri que nos pregunta en la calle por la catedral de Triana. Un hombre corto, demasiado corto. Quizás sea una de estas personas de quienes solemos decir que les falta un hervorcito, pero, ¡coño!, un médico debe de afinar un poco más.
-Déjeme usted que se lo cuente yo -salta al ratito la mujer dándose cuenta de mi perplejidad.
-Pero ¿por qué? -replico yo un poco contrariado-. Que me lo explique él mismo.
-Usted verá... Pero no se va a enterar de ná.
No tuve más remedio que aceptar la mediación de la esposa.
-Ha sido siempre así, mire usted. Yo lo conozco desde niños, de nuestra primera pandilla, novios desde siempre.
-Y se quedó usted con este prenda -me sale mi vena de imprudente.
-Vaya! -se ríe la mujer mientras le extiende, cariñosa, la mano sobre su hombro-. Y muy contenta que estoy.
-Pero si este hombre es un muermo, mujer.
Mientras converso con ella estoy maquinando en mis adentros qué trastorno será el que aqueja este hombre tan raro. Pienso si de niño habrá sido un autista o tendría un síndrome de Asperger, ahora tan de moda y antes totalmente desconocido, o algún tipo de encefalopatía connatal por un mal parto o una deshidratación neonatal... Pero las explicaciones de la mujer dan al trasto con mis elucubraciones.
-¡Qué va! A primera vista, sí. Pero es un hombre buenísimo. Pregunte usted por él en el pueblo. Tiene cantidad de amigos, se lleva bien con todo el mundo, es el primero a la hora de trabajar en lo que sea, es un manitas de verdad, mis hijos están encantados con el padre... Y yo... más todavía.
-Estoy confundido, de verdad señora. ¿Qué cree usted que le pasa entonces?
-Sinceramente, nada. Lo he traído por contentar a sus hermanos, que si vaya que tenga un Alzheimer o un tumor en la cabeza... ya sabe usted lo enterados que estamos hoy de todo. Pero yo digo cómo va a tener nada si ha sido así desde chico? Pa que usted se entere: él tiene solamente dos problemas, uno, que carece de iniciativa. Es el mejor mandado del mundo, pero se lo tienen que decir, haz esto, haz lo otro. En mi casa yo llevo las riendas, él se dedica a trabajar. El otro problema: su enorme dificultad para expresarse en público. Nada más. Desde luego que no es tonto ni subnormal ni nada parecido. Es un hombre cabal.
Me quedo anonadado. Había ido trajinando si mandarlo a la consulta de Neurología o al psicólogo, pero ahora ya no sabía cual sería el mejor proceder.
-Manuel ¿tú te encuentras bien?
-Yo sí -responde el pobre, agobiado con tanta investigación sobre su persona.
-¿Tú te consideras contento y feliz con tu vida?
-Más contento que unas pascuas.
Y los dejé marchar en paz.
-----------------------------------------------------------
Si os parece, ahora vamos a tratar la viceversa.
Jueves Santo en Palenciana. Las once y media de una mañana radiante. Estamos en la calle Sol viendo el desfile de los soldados romanos. Como cada año, la Centuria toca diana en la casa de mi vecino y pariente José Manuel Velasco, uno de los capitanes. Interrumpe la algarabía la llegada inoportuna de una grúa. Me acerco.
-Buenos días, ¿qué se le ha perdido a usted por aquí un día como hoy, buen hombre?
-¿Qué va a ser? Que me han llamado por un pinchazo.
-Ya! Ha sido el coche de mi amigo Frasqui, lo sé.
-Por dónde es?
-Allí en lo hondo. Mire ¿ve usted? Aquel hombre que está haciendo señales.
Bajé la calle por acompañar a Frasqui. Nada, en un periquete el hombre de la grúa cambió la rueda. Sólo el pequeño inconveniente de que la rueda de repuesto era una de éstas provisional, muy canija que nada más que sirve para un trayecto corto. Y mi amigo tenía que desplazarse al aeropuerto de Málaga a recoger a su Paco y luego tirar para Córdoba.
-Frasqui, seguro que en Benamejí hay abierto algún taller de neumáticos. Seguro.
-Pero hoy, Jueves Santo?
-Seguro. Ya sabes lo atestados que son la gente de Benamejí.
En efecto. Hizo una llamada y localizó un taller.
-Ven conmigo y charlamos.
-Pero Frasqui, ya mismo es la hora de la "Bandera".
"La Bandera" es una de las ceremonias lúdicas más celebradas por la gente de mi pueblo en todo el año. Es una suerte de Liturgia civil que vivimos con tanta emoción como si de la Procesión del Nazareno se tratase. Toda la Centuria al completo se concentra a lo largo del tramo horizontal de la calle Sol cercando la casa del Comandante en jefe para que éste, con gran solemnidad, saque la bandera al son del himno nacional. Emocionante. Hasta los catalanes emigrados que vuelven al pueblo para las fiestas se emocionan. Para que luego vengan con milongas independentistas.
-A esa hora estamos aquí de sobra. Falta más de una hora, hombre.
Vámonos pa Benamejí. Enseguida localizamos el taller. Un hombre menudo y mal averiguado nos estaba esperando. Resulta que se acordaba de Frasqui de cuando éste trabajaba de mocito en la gasolinera. Y además que este hombre hizo la mili con Blas, el hermano mayor de Frasqui. El mundo es un pañuelo. Por ahí empezó todo.
En mi vida (en mi puta vida, que diría el castizo) he visto a nadie charlar más, a más velocidad y más seguido, oye, sin parar. No había Dios que agotara a este hombre, no le faltaba nunca tema, saltaba de una cosa a otra, daba igual, nos dio explicaciones de los cien tipos de pinchazos, de reventones, de huellas, de ruedas... que si las originales, que si los recauchutados, que si la alineación manual es mejor que la automática, que si cuando vengas otro día te cambio ésta por otra original y te descuento el precio de hoy, que si encarga la rueda que sea para ponerla, no vaya a ser como un guardia civil que hace un tiempo le encargó una y luego se la dejó colgada, que si las procesiones en Benamejí son más sosas que en Palenciana, que hoy, aún siendo Jueves Santo, todavía, las horas que son, tiene que ir a reparar una rueda de un tractor que ha dejado tirado en el campo a un paisano, que si conoce muy bien a nuestro pariente Higinio, que es casi vecino suyo y no digamos a Antonio "El Maúro", pobrecita Rosario Bueno, su mujer de Antonio, que murió hace poco, que si agarra aquí un momento esta manguera de aire -y me endosa a mí un compresor de aire comprimido sin que yo sepa para qué- que era para un ciclista que venía a inflar la rueda de la bici... Con cierto disimulo Frasqui y yo intentábamos irnos a la acera de enfrente para librarnos del pelma y para que el hombre pudiera trabajar, pero nada, nos daba voces para que no nos perdiéramos nada, nos daba fatiga y volvíamos a acercarnos.
-No vamos a llegar a "La Bandera" -protestaba yo quedamente.
-Que sí hombre, esto está ya -se ponía el parlanchín.
Pero no estaba. Más de una hora para poner una simple rueda de coche. Naturalmente, no llegamos a "La Bandera".
Cuando luego se lo conté a mi suegro, le faltó tiempo para acertar el nombre de ese hombre tan singular.
-Ése es el "Licenciao", charla por los codos.
Y resulta que también mi padre, mi hermano Manolo, mi cuñado Jondy... todo Dios lo conoce en Palenciana... Menos Frasqui y yo.
Pero después de todo, agradecidos porque nos sacó de apuros en un día tan especial.
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Unos tanto y otros tan poco.
El caso no pasaría de ahí si no fuera porque, preguntado por mí sobre sus dolencias, el hombre se mostrara totalmente incapaz de expresarse de una manera más o menos precisa. No hilaba una sola frase entera, parecía trastabillarse cada dos o tres palabras, saltaba de asunto a ver si por otro camino hallaba solución a su negada fluidez, algo parecido a cualquiera de nosotros -que no sean Agustín o Paco Pinedo o mi hermano Frasco, claro está- cuando queremos contestar en inglés a algún guiri que nos pregunta en la calle por la catedral de Triana. Un hombre corto, demasiado corto. Quizás sea una de estas personas de quienes solemos decir que les falta un hervorcito, pero, ¡coño!, un médico debe de afinar un poco más.
-Déjeme usted que se lo cuente yo -salta al ratito la mujer dándose cuenta de mi perplejidad.
-Pero ¿por qué? -replico yo un poco contrariado-. Que me lo explique él mismo.
-Usted verá... Pero no se va a enterar de ná.
No tuve más remedio que aceptar la mediación de la esposa.
-Ha sido siempre así, mire usted. Yo lo conozco desde niños, de nuestra primera pandilla, novios desde siempre.
-Y se quedó usted con este prenda -me sale mi vena de imprudente.
-Vaya! -se ríe la mujer mientras le extiende, cariñosa, la mano sobre su hombro-. Y muy contenta que estoy.
-Pero si este hombre es un muermo, mujer.
Mientras converso con ella estoy maquinando en mis adentros qué trastorno será el que aqueja este hombre tan raro. Pienso si de niño habrá sido un autista o tendría un síndrome de Asperger, ahora tan de moda y antes totalmente desconocido, o algún tipo de encefalopatía connatal por un mal parto o una deshidratación neonatal... Pero las explicaciones de la mujer dan al trasto con mis elucubraciones.
-¡Qué va! A primera vista, sí. Pero es un hombre buenísimo. Pregunte usted por él en el pueblo. Tiene cantidad de amigos, se lleva bien con todo el mundo, es el primero a la hora de trabajar en lo que sea, es un manitas de verdad, mis hijos están encantados con el padre... Y yo... más todavía.
-Estoy confundido, de verdad señora. ¿Qué cree usted que le pasa entonces?
-Sinceramente, nada. Lo he traído por contentar a sus hermanos, que si vaya que tenga un Alzheimer o un tumor en la cabeza... ya sabe usted lo enterados que estamos hoy de todo. Pero yo digo cómo va a tener nada si ha sido así desde chico? Pa que usted se entere: él tiene solamente dos problemas, uno, que carece de iniciativa. Es el mejor mandado del mundo, pero se lo tienen que decir, haz esto, haz lo otro. En mi casa yo llevo las riendas, él se dedica a trabajar. El otro problema: su enorme dificultad para expresarse en público. Nada más. Desde luego que no es tonto ni subnormal ni nada parecido. Es un hombre cabal.
Me quedo anonadado. Había ido trajinando si mandarlo a la consulta de Neurología o al psicólogo, pero ahora ya no sabía cual sería el mejor proceder.
-Manuel ¿tú te encuentras bien?
-Yo sí -responde el pobre, agobiado con tanta investigación sobre su persona.
-¿Tú te consideras contento y feliz con tu vida?
-Más contento que unas pascuas.
Y los dejé marchar en paz.
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Si os parece, ahora vamos a tratar la viceversa.
Jueves Santo en Palenciana. Las once y media de una mañana radiante. Estamos en la calle Sol viendo el desfile de los soldados romanos. Como cada año, la Centuria toca diana en la casa de mi vecino y pariente José Manuel Velasco, uno de los capitanes. Interrumpe la algarabía la llegada inoportuna de una grúa. Me acerco.
-Buenos días, ¿qué se le ha perdido a usted por aquí un día como hoy, buen hombre?
-¿Qué va a ser? Que me han llamado por un pinchazo.
-Ya! Ha sido el coche de mi amigo Frasqui, lo sé.
-Por dónde es?
-Allí en lo hondo. Mire ¿ve usted? Aquel hombre que está haciendo señales.
Bajé la calle por acompañar a Frasqui. Nada, en un periquete el hombre de la grúa cambió la rueda. Sólo el pequeño inconveniente de que la rueda de repuesto era una de éstas provisional, muy canija que nada más que sirve para un trayecto corto. Y mi amigo tenía que desplazarse al aeropuerto de Málaga a recoger a su Paco y luego tirar para Córdoba.
-Frasqui, seguro que en Benamejí hay abierto algún taller de neumáticos. Seguro.
-Pero hoy, Jueves Santo?
-Seguro. Ya sabes lo atestados que son la gente de Benamejí.
En efecto. Hizo una llamada y localizó un taller.
-Ven conmigo y charlamos.
-Pero Frasqui, ya mismo es la hora de la "Bandera".
"La Bandera" es una de las ceremonias lúdicas más celebradas por la gente de mi pueblo en todo el año. Es una suerte de Liturgia civil que vivimos con tanta emoción como si de la Procesión del Nazareno se tratase. Toda la Centuria al completo se concentra a lo largo del tramo horizontal de la calle Sol cercando la casa del Comandante en jefe para que éste, con gran solemnidad, saque la bandera al son del himno nacional. Emocionante. Hasta los catalanes emigrados que vuelven al pueblo para las fiestas se emocionan. Para que luego vengan con milongas independentistas.
-A esa hora estamos aquí de sobra. Falta más de una hora, hombre.
Vámonos pa Benamejí. Enseguida localizamos el taller. Un hombre menudo y mal averiguado nos estaba esperando. Resulta que se acordaba de Frasqui de cuando éste trabajaba de mocito en la gasolinera. Y además que este hombre hizo la mili con Blas, el hermano mayor de Frasqui. El mundo es un pañuelo. Por ahí empezó todo.
En mi vida (en mi puta vida, que diría el castizo) he visto a nadie charlar más, a más velocidad y más seguido, oye, sin parar. No había Dios que agotara a este hombre, no le faltaba nunca tema, saltaba de una cosa a otra, daba igual, nos dio explicaciones de los cien tipos de pinchazos, de reventones, de huellas, de ruedas... que si las originales, que si los recauchutados, que si la alineación manual es mejor que la automática, que si cuando vengas otro día te cambio ésta por otra original y te descuento el precio de hoy, que si encarga la rueda que sea para ponerla, no vaya a ser como un guardia civil que hace un tiempo le encargó una y luego se la dejó colgada, que si las procesiones en Benamejí son más sosas que en Palenciana, que hoy, aún siendo Jueves Santo, todavía, las horas que son, tiene que ir a reparar una rueda de un tractor que ha dejado tirado en el campo a un paisano, que si conoce muy bien a nuestro pariente Higinio, que es casi vecino suyo y no digamos a Antonio "El Maúro", pobrecita Rosario Bueno, su mujer de Antonio, que murió hace poco, que si agarra aquí un momento esta manguera de aire -y me endosa a mí un compresor de aire comprimido sin que yo sepa para qué- que era para un ciclista que venía a inflar la rueda de la bici... Con cierto disimulo Frasqui y yo intentábamos irnos a la acera de enfrente para librarnos del pelma y para que el hombre pudiera trabajar, pero nada, nos daba voces para que no nos perdiéramos nada, nos daba fatiga y volvíamos a acercarnos.
-No vamos a llegar a "La Bandera" -protestaba yo quedamente.
-Que sí hombre, esto está ya -se ponía el parlanchín.
Pero no estaba. Más de una hora para poner una simple rueda de coche. Naturalmente, no llegamos a "La Bandera".
Cuando luego se lo conté a mi suegro, le faltó tiempo para acertar el nombre de ese hombre tan singular.
-Ése es el "Licenciao", charla por los codos.
Y resulta que también mi padre, mi hermano Manolo, mi cuñado Jondy... todo Dios lo conoce en Palenciana... Menos Frasqui y yo.
Pero después de todo, agradecidos porque nos sacó de apuros en un día tan especial.
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Unos tanto y otros tan poco.
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