Sería incontrolable pecado de abuelidad si yo dijera que mi nieto, Lucas, es el bebé más guapo del mundo, el pepón más hermoso, el niño más simpático. Aún así -sabiendo que es pasión perdonable-, hoy me voy a permitir saltarme a la piola la debida prudencia, el justiprecio, la cordura y la templanza para proclamar a los cuatro vientos que mi Lucas es la preciosidad más preciosa del Universo.
Sólo tiene 5 meses y medio. Ya conoce a las personas, mira con intención y viveza, se ríe a carcajadas, sabe su nombre, parlotea a su manera, agarra las cosas con fuerza inusitada, llora sin lágrimas cuando quiere conseguir algo... En fin, no me voy a poner meloso. Muchos de vosotros sois abuelos.
Me ocurre en ocasiones que -impostando la función paterna- me imagino tiempos próximos en los que deberé educarlo en los valores en que nosotros, los de nuestra generación, hemos crecido: el aprecio por la amistad, la solidaridad, la filantropía, la decencia y la honestidad; el esfuerzo por conseguir objetivos por encima de la comodidad y el lucro; la importancia de una vida sana -nuestro mens sana in córpore sano-; el menosprecio por la ostentación y la opulencia; el alejamiento de cualquier tipo de fanatismo... Tonterías, luego, cuando lo veo, sólo tengo sentidos para disfrutarlo.
Miradlo y decidme si me falta razón.
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