miércoles, 6 de junio de 2012

La muerta viviente


Treinta años largos de vida hospitalaria dan para un sinfín de vivencias,  curiosidades y anécdotas de lo más variado. Muchas de éstas, vividas  por el autor, están siendo relatadas a través de este blog, y otras que vendrán. Hoy quiero daros a conocer un hecho realmente insólito ocurrido a un compañero en fecha reciente. Para darle más realismo, más vida, más intensidad lo voy a relatar en primera persona, tal como el sufrido médico de guardia lo padeció.
El domingo pasado, sobre las diez y media de la mañana, nada más recoger el busca del compañero saliente, he de rellenar un certificado de defunción que me dejan pendiente porque la familia de la difunta ha tenido que ir  a por el carnet de identidad, que se lo habían dejado en el pueblo. Cosa corriente. Despacho el trámite sin problemas. Se trata de una mujer gitana, de setenta años, que después de haber permanecido en la UCI durante veinte y tres días, y habiéndose agotado las posibilidades terapéuticas, la trasladaron anoche mismo a la planta para que muriera en compañía de sus familiares. Y, como es habitual, el óbito ocurrió a las cinco y media de la madrugada. El compañero de guardia verificó el éxitus, lo escribió en la historia clínica  y ya solo quedaba el trámite del certificado oficial. Hecho, y a otra cosa, que las guardias de los domingos vienen cargadas.
Al cabo de un buen rato recibo una llamada de la centralita: que me necesitan en el mortuorio. Suele pasar, no es nada extraño. Algún familiar doliente ha tenido un desvaído, se le ha subido la tensión o se le ha bajado el azúcar. Cuando me persono allí me espera el celador: "mire Dr. López, que esta familia gitana cree que su madre está viva, y no paran de insistir en que quieren hablar con el médico."
Me acerco a ellos, buenos días, buenos días. El ataúd enfrente mía, abierto y con la muerta dentro, claro. "Mira usted doctor, que mi madre no está muerta, de verdad. Tóquela usted, está calentita, mira su carita que parece que quiere hablar, no está ni tiesa siquiera…"
Contarlo ahora da risa, lo sé, pero la situación es muy embarazosa. Cinco o seis gitanos alrededor de la caja, asintiendo con la cabeza a todo lo que dice la portavoz. Alguno, incluso, empieza con la consabida cantinela de que su madre no tenía que haberse muerto, que la han sacado de la UCI a toda prisa…
"Comprendo bien vuestros sentimientos –me da por empezar por ahí-. Yo mismo –les digo- sufrí algo parecido cuando murió mi padre. No me lo creía, lo veía en el ataúd y parecía tranquilamente dormido. Os entiendo, de verdad. Pero, por vuestro propio bien, no le deis más vueltas. Vuestra madre está muerta, ha muerto en paz, rodeada por la familia, habéis podido ver el electro plano…En fin, que lo siento, que os acompaño en vuestro sentimiento."  Y me despedí.
Sobre las una y media del medio día recibo otra llamada de la centralita: que otra vez me necesitan en el mortuorio. En vez de bajar llamo por teléfono al celador: "Faustino, ¿qué pasa ahora, otro muerto viviente?"  "No doctor, que han venido más familiares de la gitana, y que no se la llevan. El coche fúnebre lleva un buen rato esperando, pero nada, no hay quien los convenza, que la madre está viva, dicen."
La escena ahora es mucho más rocambolesca. Quince o veinte gitanos atestan el habitáculo. Sobra cualquier comentario acerca del tufillo que se respira. Fuera, en la calle, por lo menos cuarenta. Los de dentro, todos pendientes de la caja para no perder detalle de los posibles movimientos de la muerta. Varios chaveas, churumbeles de cuatro o cinco años, haciéndose hueco entre los mayores, gatean  por el ataúd para asomarse a ver a la abuela…De haber tenido valor y más sangre fría les hubiera hecho una foto con el móvil.
"Por favor, señores, yo creo que estamos sacando las cosas de su sitio. Vuestra madre está muerta, ¿cómo queréis que os lo diga, por Dios santo?"  Y ahora salta otro gitano: "doctor, usted no se moleste, pero es que estamos hartos de escuchar en la tele de que muchas veces se confunden los médicos y se entierran a las personas vivas. Y na más que pensarlo nos da mucho repelús."
Y la hija mayor: "doctor, que además, mi madre sigue calentita a pesar de haber estado en la nevera esa. Mire, tóquele usted aquí debajo del sobaco, métale usted la mano, verá qué calentita…"
Ni en sueños podía imaginarme esta escena. Armado de toda la paciencia del mundo observo la axila medio abierta. El frío de la cámara ha convertido el sudorcillo natural de la zona en una película blanquecina y pegajosa que, por respeto a la pobre difunta, no adjetivaré de repugnante, ni de nauseabunda, simplemente asquerosa. Introduzco mi mano en la llaga, como santo Tomás. El sobaco es un témpano.
"Tiene ya la frialdad propia y empieza la rigidez –les digo-. Si no se la llevan pronto se van a asustar más, porque puede sufrir muecas desagradables en sus facciones."
"Que no doctor, nosotros queremos que venga un forense."
"Pero hombre –le replico-. Como venga un forense le va a realizar una autopsia. ¡Entonces sí que os la cargáis del todo, pero por culpa vuestra!"
Aquella barbaridad con la que pretendí defenderme funcionó. Rápidamente formaron un corrillo y desistieron.
"Se  me ocurre – les dije viéndolos ya casi convencidos- que para total conformidad vuestra le hagamos un nuevo electro y os lo lleváis con vosotros, como prueba fehaciente de la muerte."
"Bueno, venga."
Llamo a la planta y le pido a uno de los enfermeros que bajara con el carrito de electros al mortuorio. No me puso pegas, creería que se trataría de algún dolor torácico en alguno de los familiares.
La estampa del enfermero y mía poniéndole los cables a una muerta dentro del propio ataúd  hace que me sienta ridículo en estos momentos. Pero para la ocasión fue una idea salvadora.

--------------------------------------------------------------------------------------------------
El escribano de estas páginas lleva diez años sin hacer guardias y no está al tanto del mercadeo de las mismas. ¿A cuánto decís que se pagan las guardias de domingo? ¿A cuatrocientos euros? Echadle entonces el muerto (la muerta) a otro.




3 comentarios:

  1. Por Dios, Sema, no me he podido reir mas ¡que estampa! ¡Increible! Es verdad que la realidad supera la ficcion y mucho. De pelicula.
    Conchi

    (tengo las tildes del ordenador estropeadas o de vacaciones)

    ResponderEliminar
  2. No son nadie ellos/as jajajaja
    javi

    ResponderEliminar
  3. Vaya susto, no por la muerta, sino por llevarle la contraria a una familia de gitano.

    ResponderEliminar