domingo, 24 de junio de 2012

Sexo es vida

Este abuelo, no sé bien por qué, me recuerda a mi padre. He cogido la manía de comparar con mi padre a cualquier anciano de los que veo en la consulta. A cualquiera que frise los noventa. No se le parece nada en lo físico, éste es enjuto y larguirucho, bastante cargado de espaldas, de cabeza mejor poblada y aguanta perfectamente su dentadura postiza. Pero hay algo intangible, quizás su risa, algún gesto en sus arrugas, la manera de mover sus manos sarmentosas, que pertenece a mi padre. No sé, me estaré volviendo viejo, tanto comparar a la gente.

En los últimos tres meses ha sufrido varios síncopes. (Para los legos, un síncope es una pérdida momentánea de la consciencia, una lipotimia, vaya). Y ambas hijas vienen muy preocupadas.
-No me digan que andan ustedes angustiadas por este hombre.
-Pues sí, doctor, nos tiene con el corazón en un puño.
-Vamos a ver, ¿de cuántos años estamos hablando, aquí el caballero?
-Noventa y uno -me contestan ambas a la vez-. Y miro al paciente y nos reímos los dos, como anticipando nuestra futura connivencia.
-Noventa y uno, eh, pues sepan ustedes que aparenta setenta.
-Pues eso mismo es lo que nosotras decimos, que con lo bien que se conserva no queremos que se nos muera tan pronto.
-¿Tan pronto, han dicho? ¿He oído bien?
-Bueno, no...en fin, ya sabe usted, que está muy bien para morirse así de pronto.
-¿Y quién les ha dicho a ustedes que se va a morir así de repente?
-Usted, doctor, no lo ha visto cuando le da eso que le da.
-Bueno, pues venga, manos a la obra.

Síncopes repetidos en un anciano son asunto de mal presagio. En muchas ocasiones encontramos una enfermedad cardíaca grave que puede necesitar de un marcapasos. En este hombre, sin embargo, ni la auscultación ni un electrocardiograma de hoy mismo indican ningún tipo de arritmia. Su médico del pueblo ya le ha realizado un estudio de EKG de 24 horas en el que tampoco se aprecia nada relevante. Tiene algo peor: un soplo cardíaco que se irradia al cuello y que es muy sugestivo de una estenosis aórtica severa. Estoy decidiendo si le solicito o no un ecocardiograma para confirmar la estrechez valvular, cuando las hijas me muestran sobre la mesa tal estudio que ya lo traen hecho por un cardiólogo particular.
-Amigas mías, a este hombre no le falta un miriñaque, eh.

Les explico a los tres la situación. Se trata de una enfemedad del corazón, muy frecuente en la población anciana, que es la causa de sus síncopes y que la única solución definitiva es la cirugía cardíaca para cambiarle su válvula aórtica por otra biológica, habitualmente de cerdo o de oveja. Pero que con su edad muy posiblemente no sea aceptado por los cirujanos. Por el riesgo elevado de muerte intraoperatoria. Y siempre será mejor morir de muerte natural que no en un quirófano.
-Naturalmente -salta enseguida nuestro hombre.
-Papá, por favor, deja hablar al médico.
-Que no, que de ninguna manera, yo, ¡a mis años! ¡Ni pensarlo!
-Yo soy de su opinión. Viva la gallinita con su pepita.
-¿Qué hacemos entonces, qué hay para ésto? -preguntan las hijas aún más agobiadas.
-Nada. Cuidar de su tensión, que coma sin sal o con muy poca y, sobre todo, que no haga ningún tipo de esfuerzo físico, solo caminar por lo llano y poco más.
-¿Se va a a morir, entonces?
-Claro, como todo el mundo. Pero si no somete su corazón a esfuerzos puede tirar todavía unos años, ya lo verán ustedes.
-Bueno -se quedan algo más relajadas- en realidad él, lo que se dice esfuerzos...No, no le dejamos que haga nada.

Hago el ademán de levantarme para despedirlos. Y ya de pié los cuatro, me dice el hombre:
-Doctor, a mí me gustaría referirle una cosa...
-Ande, ande, papá, éso no le interesa al doctor, déjelo ya.
-Hija, que yo tengo interés en decírselo al médico.
-Que no, papá, no sea usted tan pesado con eso.
-Vamos a ver -tercio yo en la disputa familiar-, a mí me interesa cualquier cosa que mi paciente quiera decirme. Le escucho caballero-. Y nos volvemos a sentar.
-Verá -y ahora baja mucho la voz-, es que...-mira para todos lados para asegurarse que no hay nadie más-, resulta que siempre que me he mareado estaba haciendo la misma cosa. Y digo yo que vayamos a que éso tenga la culpa.
-Papá, nos está usted avergonzando a mi hermana y a mí. Si llegamos a saber ésto no le hubiéramos traído al médico, ea.
-¿Qué cosa es ésa que hace que se maree?
-Masturbarme, mire usted-. Como no podía ser de otra manera, mis carcajadas alarman a medio pasillo de la zona de consultas, para más bochorno aún de estas dos hijas remilgadas.
-¡No me diga! -puedo balbucear algo más calmado.
-Como lo oye. Últimamente cada vez que me la meneo me desmayo-. Tendríais que ver las caras encendidas de ambas hijas-.¿Qué hago, sigo  o no? ¿Usted qué me aconseja?- Y pienso para mí: "a uno bueno le has preguntado".
-No sé qué decirle, hombre. Desde luego, la masturbación es lo que le está desencadenando los mareos, eso está claro.
-Sí, de acuerdo, pero el mareo ése es solo un momento, después me despierto como si tal cosa.
-¿Y si en uno de ésos ya no despierta usted más?
-Doctor, ¿conoce usted muerte más gustosa?

Decididamente, este hombre tiene mucho de mi padre. Y ya sé lo que es: el optimismo, el sentido positivo de la vida, la capacidad de disfrutar de todo pese al carnet de identidad, la picardía...  La próxima vez que vaya al pueblo le preguntaré cómo anda de sus bajos, que él también tiene mareos y un marcapasos puesto. Vayamos a leches.


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