martes, 19 de junio de 2012

Ser jefe hoy




Malos tiempos para los jefes, al menos en el hospital, que es lo mío. Durante quince años lo he sido. Y creo, a tenor de los cánones actuales, que no he servido. No he terminado de cogerle el gusto ni el tranquillo. Mi desencanto no es producto de una rabieta puntual, sino de la experiencia de estos años de singladura administrativa. No doy el perfil que en la actualidad se requiere, quizás sí al principio, cuando se cotizaban en los despachos el prestigio profesional,  la actitud ante el trabajo,  y también del liderazgo, claro que sí, y cuando entre los compañeros se valoraban el conocimiento, la experiencia, los logros profesionales y la ejemplaridad.
Hoy no, hoy mandan los números, el producto contable, la gestión rígida, las altas, la estancia media, el gasto en farmacia y en pruebas, las comparaciones con otros hospitales, los incentivos por objetivos, los presupuestos ajustados a la producción…, términos completamente empresariales, con los que se pretenden el marchamo de la calidad. Conceptos nuevos tan ajenos a nuestra condición de clínicos puros, tan lejanos a los conocimientos médicos que nos enseñaron, pero tan necesarios en nuestra realidad socio-económica-sanitaria. Lo otro, la ciencia, la experiencia, el buen hacer con los pacientes, el estudio diario, estar al día, la calidad de las historias clínicas, la adecuación de los tratamientos…, eso, no es que sea lo de menos, es que se da por descontado, eso va en la profesión, en la soldada.
Lo que peor llevo, sin embargo, son las reuniones internas, las que hacemos nosotros mismos, hermanos de oficio. Nunca me ha importado pelear, discutir, despotricar, si necesario fuere, con otros jefes de otras unidades, auténticos depredadores en busca de sus piezas, (consultas, despachos, contratos, recursos…) a los que, por encima de cualquier otra consideración, solo parece moverles el provecho del propio servicio. Ni tampoco me acobardo ante los directivos, ciegos ante las evidencias, que se dejan convencer por quien más alto vocifera. Pero no puedo con las luchas intestinas, no he encontrado en tantos años la receta para conducirlas con éxito.
En fin, que no, que no sirvo. Un buen jefe hoy, en un hospital, tiene que ser un poco hijoputa, si no, no es bueno. Para sobrevivir con éxito ha de poseer una doble personalidad, colega sindicalista y reivindicativo con sus compañeros y adulador y colaboracionista con los directores. No apuesto por éstos ni por aquéllos, he estado, estoy, en los dos frentes y sé que en ambos bandos, gestión y clínica, hay mucho margen de mejora, y, sobre todo, existe un abismo de mutuo desconocimiento e incomprensión.
Los gestores critican de los médicos su falta de implicación en los problemas del hospital, que cada uno, cada servicio o unidad va a lo suyo, o incluso a ése suyo personal y nada más. Pero no advierten que, siendo eso cierto, puede ser una situación terminal a la que se aboca por tanta saturación, por tanta desmotivación, por tanto hastío, por tanta quemazón. Los clínicos, por su parte, menosprecian a los gestores, a los que consideran médicos inútiles que, no sirviendo para otra cosa, se dedican a labores menos “dignas”, como vaguear por los despachos, pisando siempre moqueta, franqueados por estupendas secretarias de faldita corta y culo respingón, ocupándose de firmar papeles y de urdir con los distintos jefes las más sutiles estrategias de puteo al profesional y cuya principal preocupación es que su hospital no salga en los periódicos. A todas luces, tampoco es justa esa visión.
Son necesarios ambos, buenos gestores y buenos clínicos y resulta muy conveniente un acercamiento de posturas, un mejor conocimiento mutuo. Aquéllos, que sepan administrar los dineros, con lo difícil que tiene que ser eso, es en la casa de uno, y ya sabemos lo que pasa…, cuánto más fuera. (Mi cuñada Dolores, la del Poniente, sería una directora magnífica). Y que sepan también motivar, conocer los problemas del personal de a pié, sus condiciones y limitaciones en el trabajo, que suban a las plantas y vean al personal en el tajo, por sorpresa, nada de visita oficial, que entren en los controles de enfermería y en las habitaciones de los enfermos, que aprecien las estrecheces, que inspeccionen los despachos  de trabajo de los médicos a ver si disponen de hilo musical, de cuadros abstractos en las paredes, o de cortinas de diseño, como en los suyos. Y son también necesarios buenos clínicos, como los nuestros, pero que se tomen el hospital como algo propio, que tengan una pizca más de capacidad autocrítica, que todos tenemos algo que ver en las deficiencias del día a día del hospital, que no todo es culpa de los demás, del jefe, de los directores, de la administración opresora.
Hoy el divorcio es patente. La normativa de ajustes y recortes es lo único que faltaba para distanciarnos aún más a los clínicos de los Directores. Afortunadamente para mí este nuevo paradigma, este tiempo apocalíptico al que nos enfrentamos, me ha cogido en fuera de juego. Hace ya unos años que he sido relevado. Ahora soy el segundo. Mi jefe actual es una persona noble, sensata y honesta, un médico comprometido. No durará mucho. Y por una de estas paradojas edificantes que tiene la vida resulta que se formó como residente en nuestra Unidad, siendo yo entonces su jefe. Papeles cambiados. Para bien, no hay duda. No le aprovechan, sin embargo, mis consejos. Cada quien es cada cual. "Rafa" -le digo-, "no te lo tomes tan a pecho, esto no cambia, va a seguir igual, los R1 continuarán desamparados en las Urgencias, las salas de observación seguirán a tope, el puto Diraya no dejará de mortificarnos, los ingresos llegarán casi de madrugada a las plantas...Ahora y dentro de cinco años, cuando tú seas relevado".
Y no va a cambiar porque, por una parte, no hay sentido conjunto del hospital por parte nuestra, los trabajadores, y, por otra, no hay voluntad política de hacerlo. Ahora no me meto con nuestros directores, unos mandados al fin y al cabo, sino con los prebostes de la Administración con mayúsculas. Yo pondría a trabajar en las Urgencias a nuestra consejera, la despampanante Montero, y al tal Toxo, como quiera que se pronuncie, o al Pastrana, que tanto me gusta escuchar por la radio porque habla igualito que mi amigo Paco Salamanca. Solamente una semana. Más que nada para que nadie pueda ofenderlos con aquello de que jamás hayan dado un palo al agua. Una semana nada más. Ella, de médica, de R1, claro está. Ellos, de celadores mismo. Se iban a enterar, entre otras cosas, de lo bien que malusan los ciudadanos las urgencias, lo requetebien que conocen sus derechos, del aguante insufrible de nuestro personal y, sobre todo, del "gran" provecho de su discurso, ése de "compañeros y compañeras", al lado de la singular prosodia de algunos de nuestros parroquianos. Al cabo de esa semana trágica para ellos el copago sería una realidad y desaparecería para siempre la angustiosa soledad de los residentes de primer año. Probémoslo.

En cualquier caso, malos tiempos para los jefes.



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1 comentario:

  1. Muy buena descripción de la realidad sanitaria, sincera e inteligente.El problema es que lo que se da por descontado, empieza a no existir y que los números como todos sabemos son fáciles de manipular. Una pena

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