Sobre las ocho y media de la mañana tenemos la sesión clínica. La prima matina. Para los que no lo sepan, se trata de una reunión de los médicos de una misma Unidad o Servicio en la que se presentan y discuten casos de pacientes complejos, o se actualiza un tema médico de interés, o se entrena a los residentes para exponer en público.
Hoy se ha retrasado el ponente. No es ninguna cosa extraña, llegar al hospital por las mañanas puede ser todo una odisea. Si accedes desde el norte te pilla el atasco en la Se 30 o en la Palmera, si lo haces desde el sur tienes problemas en la travesía desde los Palacios, si desde Levante circulación lenta por Dos Hermanas, y si, como yo, tienes la mala fortuna de venir desde Poniente entonces levántate a las seis de la madrugada y ponte en marcha a las siete menos cuarto si no quieres morirte de risa, o mejor de pena, en el puente del Centenario. No, no es fácil llegar al hospital on time.
En estas ocasiones, mientras llega el apresurado ponente, charlamos animosamente de nuestras cosas, o bien el saliente de guardia, desganado, despeinado y con halitosis da el relevo al entrante con un impío "no te queda na...", o bien, cosa nada infrecuente, cuento algunos chistes verdes, con lo que me tengo más que merecido el mote con el que secretamente me nombran los residentes: el pornojefe.
Como quiera que el retraso fuera a más y sin visos de pronta solución, me da por comentar lo mal que he dormido esta noche pasada. Alego que solo en la cama no me hallo, no me encuentro cómodo, no consigo la postura. Me pasa con frecuencia cuando la Peque trabaja de noche, como ha sido el caso. Con mi habitual estilo guasón les explico a los presentes que para quedarme dormido necesito echarle la pata por encima a la Peque y tenerle cogido el culo. La estampa es para no perdérsela: los hombres sentados en un lateral de la sala, uno al lado del otro, una fila de siete u ocho. En frente, en el otro lateral, la misma fila pero de médicas. Frente a frente, hombres y mujeres. Ha coincidido así esta mañana. Las mujeres, como siempre, aparentan escandalizarse llevándose las manos a la boca y meneando negativamente la cabeza: ¡ay, ay, Dios mío, qué hombre éste! Los hombres, en cambio, se desternillan de risa. Termino detallando el tiento con el que tengo que proceder para no despertarla y así evitar un bufido amedrantador. Y ahora, abierta la caja de Pandora, todos se despendolan.
Uno de ellos cuenta que cuando se arrima mucho a su mujer en el cálido tálamo ésta le suelta un "¿pero dónde vas, so animal?" Otro, que yo me conozco bien, venciendo su natural recato, se lanza a la arena: "pues la mía se pone y me dice echa pallá so pesao". El bueno del mayor de los nuestros refiere que su contraparte le protesta con un "¿qué quieres tú a estas horas?" Y así cada uno fue exponiendo las cuitas conyugales de alcoba, las graciosas, claro. No hablamos de las guarras. Las médicas, mucha risita allí enfrente, pero son incapaces de abrirse. En el sentido metafórico. Y en el otro, menos aún.
Resulta curioso comprobar cómo entre mis amigos de fuera del hospital ocurre algo similar en sus jugueteos nocturnos con sus respectivas santas. Como ejemplo pondré el de un amigo que, por más señas, vive en la Alpujarra. Allí, con tanto frío en invierno y tanto fresquito en verano, mi amigo gusta de acostarse componiendo con su mujer la figura del cuatro o de la sillita, que también se llama. Completa el cuadro dando resoplidos cariñosos en el cogote de su fémina. ¿Es o no es una escena tierna y delicada? A todas luces, sí y sí. Pues no. La mujer, desagradecida donde las haya, se lo quita de encima a patada limpia.
Es lo que hay, los hombres nos quejaremos siempre de lo desaboridas que son nuestras mujeres en el lecho, ásperas como pleita de esparto, y ellas de lo pesadísimos que nos ponemos cuando se nos calienta...la sangre. Que es siempre. Solo he conocido a una mujer, una amiga mía cuyo nombre no puedo revelar por imperativo legal, esto es, porque no me deja la Peque, a la que le guste pegarse como lapa a su marido. Pero no creáis que es mérito solo de ella, es que a su marido también me pegaría yo.
Bueno, esto es algo que ya sabéis: detrás de una bata blanca, con corbata o sin ella, detrás de un fonendo, de un bigote y de una cara seria y respetuosa, detrás de la figura más o menos hierática con la que nos investimos los médicos (y las médicas), si raspamos y quitamos la pátina de solemnidad encontraremos una persona de carne y hueso, con sus gustos y debilidades, con sus secretos inconfesables, con sus vicios y todo, como cualquier hijo de vecina.
bueno, bueno, si yo fuera la amiga lapa se ebteraba el Fili, por narrar mis intimidades.
ResponderEliminarComo dice el Pintor, no te retiras un dedo de los humedales inferiores.
Vaya, vaya con las sesiones clínicas! Qué divertidas, no?
ResponderEliminarEn mis recreos los comentarios son al contrario, las mujeres ponemos coloraos a los pocos masculinos que tenemos.
ResponderEliminarY...como yo te digo al final vas a romper.