Debe ser verdad lo de que cada cosa requiere una edad y que hay una edad para cada cosa. No vamos a hablar ahora, ni mucho menos a presumir, de mis años "furboleros" en el seminario, entre otras razones porque muchos de mis lectores me delatarían. Fui un futbolista de clase refinada, pero enclenque y asustadizo. Mis piernas de alambre chutaban muy colocadito pero sin fuerza, y mi poca chicha no aguantaba el nervio belicoso del Baena, ni los empellones de Antonio Estepa. Sentía sana envidia de las piernacas de Jaime y de la fuerza de José Pablo. De éso hace ya mucho tiempo, tanto como cuarenta y cinco años. Una vida.
Pero no hace tanto que me hice un buen tenista. Mi afición al tenis comenzó en san Telmo, cuando me resigné como futbolista frustado. Jugábamos en unas pistas con más boquetes que cemento de un colegio salesiano de Dos Hermanas. Luego, en las vacaciones de verano, jugaba con mis hermanos y con mi cuñado en una pista de tierra tosca que había en la Capilla. Y me fui consagrando en los años de facultad, en Córdoba. De ese tiempo fueron mis enfrentamientos fratricidas con Manolo Baena, primo del Baena del seminario, con Javier Cosano, hoy neumólogo afamado y con mi hermano Frasco. Ya en Sevilla se depuró mi técnica de una forma definitiva gracias a los choques encarnizados con la Peque, aprendiz furibunda y cansina hasta la extenuación. Me tiraba chupinazos a las esquinas incluso en el peloteo. "Perdón, Sema, ha sido sin querer". Todo de forma autodidacta. Igualito que los niños de hoy!
Y, de pronto, en mi mejor momento, he visto truncada mi carrera deportiva. No ha sido una lesión inoportuna, ni siquiera una falta de sponsor. Mi fastidiosa taquicardia me ha apartado de los berrinches con la Peque. Así me lo ha recomendado mi cardiólogo, que soy yo mismo.
Durante un breve tiempo, que se me hizo interminable, anduve huérfano de toda actividad deportiva que me resultara placentera. La Peque me regaló un arco profesional, de ésos de tirar flechas, sabedora de mi antigua afición infantil. Pero no solo no funcionó, sino que devino en un peligro para la comunidad canina de mi urbanización. Las flechas caprichosas atravesaban la calle y los setos y se iban derechas a los perros de mi vecina Viqui. Me compró entonces la Peque unos palos de golf (con su bolsa de bolas y todo) para que fuera entrenando en mi patio antes de matricularme en el Zaudín. Peor. Las bolas salían con una violencia inusitada, subían y subían y subían más todavía y, al bajar, se alojaban en los jardines y en los tejados de los vecinos con resultados de perros asustados y tejas rotas. Aunque yo tiraba hacia el descampado, las bolas tenían que sobrevolar la parcela y el chalet de mi vecino Gabriel. Y había ocasiones en que por su cuenta y riesgo caían donde a ellas les parecía. Un día se presentó Gabriel en mi casa con una bola en la mano y me dice el tío: "oye José María, hazme el favor de apuntar para otro lado que esta bola ha caído en mi patio, ha rebotado en una loza y me ha hecho trizas una tinaja antigua, tan bonita". Para compensarlo le tuve que regalar un arado viejo y una jáquima roída por los años, antiguallas muy preciadas de las muchas que aún decoran las paredes del caduco salón de bodas de mi suegro. Le han quedado muy monos, mejor incluso que la tinaja, adornando el pasillo de la entrada. No, tampoco me convenció lo del golf.
El carril bici ha sido mi salvación, la solución perfecta para mi edad. No en bicicleta, que la Peque no sabe, sino by foot. Todos los días caminamos a buen paso por el carril entre Gines y Valencina. Este paseo es muy saludable para el cuerpo, reconfortante para el espíritu e incluso revitalizante para las relaciones de pareja. En este mundo nuestro de las prisas y la poca comunicación es muy aconsejable disponer de un rato para pensar y para charlar con tu santa. Sacamos los trapos sucios del hospital, arreglamos y desarreglamos los problemas de las Urgencias en cuatro pasos, vendemos el piso de Benalmádena y compramos otro en Antequera antes de llegar a la primera rotonda, colocamos a la Meli en su plaza definitiva en Alameda, en Mollina o en el mismo Benamejí, mira tú qué cerquita y le miento con descaro asegurándole que todo culo femenino que nos adelanta es bastante más fofo, más gordo y más descolgado que el suyo, ¡dónde va a parar!
Últimamente, sin embargo, a la Peque le gusta más pasear por senderos solitarios que rodean nuestra urbanización y nos llevan hasta Salteras entre olivos y campos de labor. A mí no me hace tanta gracia porque le faltan el colorido y la vistosidad del carril, y porque en medio del campo me lleva asfixiado, no me permite que vaya ni siquiera tres pasos por detrás. "Como te retrases me voy sola", me amenaza acelerando aún más el paso. "Ponte a mi lado, coño ya" Es así de intensa. Yo me hago el remolón y para contentarla le digo: "Peque, como por aquí no pasan otros culos me gusta ir detrás para verte el tuyo". Y se vuelve para mí con gesto de tirárseme a la cara, y lo haría si alcanzara. Pero por dentro va halagada, ¡si lo sabré yo! La única ventaja que le encuentro al circuito campestre es que me permite echar una meadita al aire libre. La próstata dichosa.
Me he enviciado con el carril bici. Me engancha, como se dice ahora. Los días en que la Peque no puede acompañarme por estar trabajando de tarde voy a mis anchas, a mi bola, sin prisas, recreándome en el paisaje y en el paisanaje. Me relaja aspirar el perfume intenso de las higueras enfiladas que flanquean al huerto de enfrente, admiro la perfecta ordenación y cuadriculación de los distintos estancos, éstos de lechugas, éstos otros de cebollas, los de más allá de alcauciles, de coliflores...Me resulta de una belleza especial el verdor tan fresco de los trigales (aunque no haya llovido apenas), los nacientes brotes de las moreras y la raya del horizonte donde un sol de púrpura se arrima, como caliente galán, a las últimas casas de Salteras, su blanca novia de la tarde.
Una cosa, sin embargo, no quita la otra. No todo es paisaje. Las tardes tibias de primavera hacen del carril bici un reguero sin fin de criaturas de todo pelaje, solas o acompañadas, con perro o sin él, gordas o flacas, con chándal o vestidas de calle. Apenas queda sitio para los ciclistas que se ven obligados a chiflar para hacerse notar.
Lo mío son las tías. Rara es la tarde en que no me tropiezo de frente con alguna "tiílla" moderna embutido todo su tren inferior en unas mallas elásticas, de ésas ajustadísimas que lo señalan todo. Sin querer, cambio el paso para poder preparar mejor el objetivo. Según los casos, unas veces interesa más apuntar hacia arriba, al pecho saltarín, o a la cola de caballo que se bambolea de forma tan armoniosa de lado a lado. Las más veces, sin embargo, el punto de mira se dirije sin remisión al triángulo mágico tan marcadamente delimitado con esa prenda, la malla diabólica. Tan bien se dibuja el triángulo que hasta se insinúa la bisectriz como una graciosa ranurita de hucha. Cuando alguna de éstas gachises me pilla de espaldas dejo que me adelante y luego, para no perder la vista trasera, me llevo un buen rato caldeando detrás, manteniendo a duras penas la distancia propicia. Entonces caigo en la cuenta de por qué prefiere la Peque el campo a través, "es que se te van a salir los ojos", me recrimina. Me quedo tan embobado que se me nota, claro. Me da igual. Mi amigo Jaime dice que ya que no podemos otra cosa habrá que darle al ojo.
Las mujeres, sin embargo, y esto es cosa conocida, son gente de seso más complicado (he dicho seso, eh). No se fijan, como nosotros hacemos con ellas, en los tíos buenorros que le vienen de frente, ni en sus paquetes bajunos, el de éste, horondo y prieto por la bermuda estrecha, el de este otro, más suelto y pendulón por el calzón de pernil desahogado, el de aquel otro, en fin, encogido por el frío o por ser de natural pichicorto. No, ellas no van pendientes de otra cosa que no sea las anchuras de unas y de otras. "Hasta que no me quede como ésa de delante no pienso dejar la dieta Ducan, que no me rozen los muslos". Son así. ¡Con lo listas que son para todo!
Está claro. A mi edad, lo suyo es el carril bici.
Ya lo dijo "la marisita"en Boltaña : Juan , no le tires fuerte al Tito¡!!!!!!
ResponderEliminarjajaja el triangulo magico jajaja Somen, tengo que decir que opino como tu, donde se ponga un carril bici con esas vistas que se quiten los trigales y demas jajaja
ResponderEliminarPD: mi portatil esta roto y no puedo poner tildes.
Soy tu sobrino Javi.