martes, 10 de abril de 2012

Lo natural es más bello

He de reconocer que en ocasiones me paso de la raya. La Peque, mi hija y mis amigos me lo advierten: "un día te vas a llevar un disgusto". Pero es que me sale tan espontáneo y natural que me parece que lo que hago no puede molestarle a nadie.

-Buenos días. Siéntense ustedes, por favor. -salgo a la puerta de la consulta y hago pasar a dos mujeres que, supongo, son madre e hija. Y les invito a sentarse.
-Buenos días -me contestan, y se sientan.
-Ninguna de las dos tenéis cara de enferma, así que no sé a quién tengo que ver.
-A mí -responde rápido la chica.
-A ella -se trompica la madre por querer adelantarse.
¡Menos mal!, pienso para mis adentros. Acostumbrado a pacientes añosos, achacosos y, por qué no decirlo, fastidiosos es reconfortante para el espíritu tener muy de vez en cuando carne fresca en la consulta. Alguna vez verbalizo esta reflexión, pero hoy no, todavía no tengo confianza con ellas, claro.

La joven es un pimpollo de veintidos años que está preocupada, y la madre más aún, por unos bultitos que le han salido en ambas ingles. Uno enseguida se imagina que se trata simplemente de pequeños ganglios inguinales como consecuencia del rasurado en la zona. Carecen de importancia,  pero los médicos de cabecera, contagiados del miedo en que vive inmersa la sociedad del bienestar, nos envían casos similares con cierta frecuencia, unas veces por la propia presión familiar y otras para salvaguardar sus espaldas.
Pero es necesario y mandatorio explorar a la chica para asegurarme. En la mayor parte de los casos la exploración clínica nos proporciona pistas suficientes para dilucidar entre ganglios "benignos" y ganglios "sospechosos". Por tanto, hay que hurgar con cierta minuciosidad en las ingles y sus aledaños.

-Desabróchate un par de botones del pantalón y tiéndete en la camilla.
La chica se levanta, se desabrocha y se tumba boca arriba en la camilla. La madre permanece sentada en su sitio. Me acerco, le indico a la chica que se rebaje un poco más los pantalones y las bragas...Y me encuentro un pubis totalmente calvo, raso como el de una muñeca, salvo por una hilera negra y finísima, como un bigotito vertical que escinde el monte pelado en dos mitades iguales.
Y entonces es cuando no puedo contenerme y me sale eso que digo de la espontaneidad más inocente.
-¡Señora, -me dirijo alarmado a la madre- ¿usted ha visto esto?
-¿Qué, qué? -se levanta la pobre presa del miedo.
-¡Esto! ¿Qué modernura es esto? ¡Si parece una carrilera de hormigas!

Y a ambas, después de unos segundos de suspense, les da por reírse a carcajada limpia sin entender muy bien del todo cómo un médico que no las conoce de nada puede salir con expresiones semejantes. También me río yo de buena gana. Pero alguna vez caerá cruz la moneda y me llevaré un disgusto, como vaticinan los que me quieren.
De pronto, me asalta duda de si mi hija pudiera tenerlo igual, y yo aquí tan tranquilo sin saberlo. De esta noche no pasa, me digo. Cuando me llame para contarme cosas de la perrita (la Pegui es como nuestra nieta) le preguntaré sin rodeos: "Oye Meli, ¿tú cómo te afeitas el torrezno?

 Luego, ya de nuevo con ellas y con la confianza ganada, les digo:

-A mí me gusta más lo natural, peludo, como ha sido toda la vida de Dios.
Soy un caso, es verdad.



1 comentario:

  1. El torreznooooooo.......jajajaja. Es la primera vez que lo oigo, bueno, que lo leo. Es genial! Ya mismo está la Pegui así. Jajajaja......y mi Lolaaaaaaa......!!!!!!!

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