Siendo más joven, en mis primeros años de médico con plaza,
me encontraba tan sobrado de conocimientos y de oficio que pensaba que ya nada
de lo que viera en mis pacientes me sorprendería. Como si ya lo supiera todo,
lo habido y lo por venir. Es posible que la experiencia consista solamente en
la conducta reiterativa de los mismos errores, puede que sí o puede que no.
Pero desde luego en mi caso y en este aspecto concreto he rectificado hace ya
mucho. Ahora, a mis cincuenta y nueve años cada día puedo verme sorprendido por
cualquiera de mis pacientes.
R. C. S. es una mujer de 62 años a quien hace bien poco
he diagnosticado de metástasis óseas diseminadas de un tumor de origen
desconocido. Esto no es ninguna cosa rara en medicina, más bien es frecuente.
En ocasiones no encontramos nunca el tumor primitivo por más TAC o Resonancias
que hagamos. Lo más común, sin embargo, es que demos con él. Siendo ella mujer
y siendo las metástasis en los huesos, lo normal es empezar por las mamas.
-A ver, descúbrete el pecho.
-¿Para qué?
-Mujer, ¿para qué va a ser? Para auscultarte y para verte las
mamas.
-Ni hablar – responde rotunda.
-¿Y eso?
-Eso es que soy viuda desde hace 12 años.
-¿Y qué?
-Pues eso, que nada, que no le enseño yo a usted mi pecho.
-Por Dios bendito, mujer, no te hacía yo tan antigua.
-Pa que vea usted.
Viene acompañada por una hermana que, encima, es enfermera. Y
le pido ayuda para que interceda.
-Venga ya hermana, si queremos que el doctor te ayude tendrás
que hacerle caso ¿no?
-Puede mirar y toquetear todo lo que quiera, menos el pecho.
Entonces, ahora sí que la experiencia es un grado, ya me
huelo gato encerrado. Esta mujer esconde algo que no quiere que sea
descubierto. Y ese algo está en su pecho. Y, claro, no va a ser un escapulario
de la Virgen del Carmen.
-De acuerdo. No me enseñes el pecho. Pero al menos
dime desde cuando tienes ahí algo que no quieres decir, ni que nadie te lo vea.
Se me queda mirando fijamente, como diciéndose a sí misma
cómo coño ha averiguado éste lo mío.
-Pues…Unos diez años.
La hermana no se lo puede creer.
-Que llevas diez años con algo en el pecho y no has dicho
nada! ¡Esto es increíble!
Y ahora, como quien no quiere la cosa, esta mujer suelta por su
boca una sentencia senequista que no sé interpretar si como sabia o como
estúpida:
-Si llego a decir algo cuando me lo noté, y empezáis los
médicos conmigo seguro que ya estaría muerta.
-Puede que sí, pero también puede que no.
-Lo cierto y seguro –se pone la tía con una frialdad pasmosa-
es que estoy aquí, vivita y coleando. –
Y prosigue: si he aguantado diez años ¿por qué no lo voy a hacer otros diez años más?
-¡Qué hacemos entonces?
-Nada, ya se lo he dicho. No pienso someterme a pruebas, ni
biopsias, ni , por supuesto a intervenciones, ni siquiera a quedarme ingresada.
Usted me cae bien, en serio. Pero creo que no voy a venir más a la consulta.
-Pero, mujer, te estás sentenciando tú solita.
-¿Y qué? Cuando me toque iré al hoyo, como todo quisqui.
Es una mujer joven, sólo 62 años. Uno está dispuesto a poner
a su disposición toda la tecnología médica actual, y cree que la mujer está muy
equivocada. En la situación actual de su tumor diseminado, pero solo en el esqueleto, quizás un tratamiento hormonal y otro para los huesos, pero que no es quimio, pudieran ser suficientes. Sin embargo, no hay manera de convencerla. El derecho de autonomía del paciente nos obliga éticamente a respetar cualquier decisión tomada por el mismo en condiciones de lucidez mental, como es este caso. Y uno se queda frustrado e impotente hilvanando posibles estrategias de actuación futura que pudieran retomar esta decisión tan drástica. No todo en la consulta son risas, ni palmaditas en la espalda.
Por otra parte, los médicos somos muy dados a considerar nuestro criterio como el único válido, nosotros somos los que sabemos de esto, solemos decir. Y no es así del todo. Nuestra actividad consiste precisamente en una interacción entre dos personas, la relación siempre habrá de ser asimétrica, con el médico como consejero y el paciente como receptor, que no sujeto pasivo. El paciente tiene su propia forma de entender su vida, su enfermedad, su entorno, tiene sus creencias, su fe, su miedo, sus fobias. Una vez informado, bien informado por el médico, tiene libertad para decidir. Y por mucho que en este caso yo crea, de verdad, que esta mujer se equivoca, no sabremos nunca a ciencia cierta si lo suyo es tozudez o sabiduría.
¡JODER, ESTA REFLEXION ME DEJA CON LAS PATAS COLGANDO..!
ResponderEliminarEs verdad, pero las personas enfermas confiamos tanto en los médicos y tenemos tanta necesidad de seguir viviendo, que no entendemos lo que esta señora decide hasta que llegue el día que nos podamos encontrar en su situación y, a lo mejor, decidamos lo mismo que ella. Lo que dure, dura!
ResponderEliminarMe cuesta entender su decisión, pero por otro lado es valiente
ResponderEliminaren disponer lo que quiere hacer con su propio cuerpo.
No me hubiera gustado estar en tu pellejo, me hubiera quedado
la duda de no haber insistido lo suficiente.
Jose Maria esta mujer me a recordao a mi madre, ella no es le importara k le viesemos el pecho,ella era pa no darnos un mal rato,,k atraso xd,,
ResponderEliminarun beso fuerte
TU PRIMA ROSI de Antequera
niño de anonima nada jajajaja es k no sabia como se ponia.
ResponderEliminarTu meli como tu le dices me dio tu blog.sabe k me gusta leerte.
En un dia lo e leido tooooo,eres genial Jose Maria, lo mimo me parto de risa con tus cosas k me haces llorar.
ADELATE ERES GENIAL