martes, 1 de mayo de 2012

Comunión del colesterol

La antigua estación de Luque, hoy parada y fonda preferida por los japoneses en tránsito entre Córdoba y Granada, no espera el primer convoy de orientales hasta las dos de la tarde. Esta mañana, sin embargo, ha tenido que abrir un poco antes de la cuenta para acoger a unos visitantes singulares. No vienen juntos en autobús, ni tienen los ojos achinados, ni hablan lenguas extrañas. Van llegando  de dos en dos o de cuatro en cuatro en sus coches particulares, parecen a simple vista gente del terruño y charlan sin parar, comiéndose unos a otros las palabras, como nosotros. Gentes de por aquí. Pero no son del pueblo, bueno, quizás dos sí lo sean.

En una media hora han llegado todos, hombres y mujeres emparejados. No les incomoda la fina lluvia bobalicona, o por lo menos no lo manifiestan, se abrazarían si pudieran, pero tienen ambas manos ocupadas, la derecha con el paraguas, la izquierda con una bolsa repleta de algo. Se besan unos a otros, se vuelven a besar, "huy, que a tí ya te he saludado", "no importa, otra vez". Hasta los paraguas abiertos, juntitos y formando carpa parecen reconocerse de encuentros anteriores. El dueño del local los debe de conocer muy bien porque se confunde entre todos repartiendo saludos y parabienes. Salta a la vista que son amigos que llevan tiempo sin verse y que van a celebrar algo en este restaurante. 

Es catorce de Abril, día del ochenta y un aniversario de la segunda República. Cualquier lugareño que los vea pudiera pensar que van a celebrar algún acto político reivindicativo. Para más abundancia esta misma mañana se ha conocido por la radio la última faena del Borbón en su desafortunada jornada de cacería clandestina. Pero no, hace muy mal tiempo para una manifestación, no se ven banderas, no se aprecia ánimo belicoso por ninguna parte, no son tanta gente. Aún faltan fechas para Mayo, no hay primeras comuniones a la vista, y, desde luego, sería la primera boda a la que alguien haya asistido tan temprano. No, no es nada de eso.

Dentro del local hay una sala preparada para ellos, reservada desde meses antes. Un comedor. Con la prestancia conocida las mujeres del grupo (y algunos hombres apañados y abducidos) distribuyen las viandas de las bolsas por entre las distintas mesas ya ataviadas con sus respectivos manteles de papel y sus cubiertos. Juntan las mesas de dos en dos y paralelas a las paredes a fin de disponer de más espacio en el centro y facilitar la comunión de todos con todos. En cada grupo de mesas se colocan delicadezas culinarias elaboradas con esmero por cada pareja (no siempre la mujer).

Estas mesas de aquí serán para las tortillas. Apreciaremos una exquisita variedad de ejemplares y mezcolanzas: la clásica de patata y huevos, la de atún, de cebolla, de pimientos, de chorizo...Estas otras dos mesas recibirán las empanadas, estas otras para gambas, mejillones y boquerones en vinagre, vamos a dejar cuatro mesas para el colesterol puro: el jamón, los chorizos fritos, los salchichones, los quesos pestosos. Y todo un testero de mesas, por lo menos cinco juntas, para dar cabida a los dulces: bizcochos caseros de chocolate, de naranja, de anis, roscos fritos, pastelitos finos, borrachuelos de miel, piononos...La bebida corre a cargo del propietario. De manera que  este amigo, el dueño del local, no solo les deja el salón de gratis, sino que, encima, les invita a la bebida. Una mente malintencionada podría pensar en algún tipo de interés o chanchullo comercial. Nada más lejos. No me lo van a creer, ya lo sé. Pura amistad y nada más. Y más mérito aún si sabemos de buena tinta que este amigo mayor lleva el negocio en la masa de su sangre.

Todo, pues, a punto. ¡Que empiece el convite!

Por primavera, unos años en Abril, otros en Mayo, muchos amigos del seminario nos reunimos con nuestras familias para celebrar una jornada de comunión. Es una fiesta muy entrañable. Con los años nos volvemos un poco nostálgicos, es una cosa natural y gratificante. Los hay a quienes, por cercanos, vemos casi a diario, amigos íntimos, hasta cansinos podríamos decir, otros con quienes nos encontramos por Navidad, la mayoría de año en año y algunos se añaden en cada nueva convocatoria de los que no teníamos noticias quizás desde cuarenta años atrás. ¡Y aún con éstos nos reconocemos! Lo normal es que cada pareja aporte su cuota de condumio para ponerlo luego todo en común.

Cada año un sitio nuevo. Hemos recorrido media provincia de Córdoba con nuestras reuniones: Cabra, Benamejí, Palenciana, Doña Mencía, Luque, Córdoba, Hornachuelos, Obejo, Montalbán...En algunos lugares hemos repetido, siendo el seminario de los Ángeles nuestro santuario predilecto, nuestra tierra de promisión. Cuando nos muramos nuestras mujeres deberían esparcir nuestras cenizas entre los escombros del patio o tirarlas al Bembézar.
Nació esta afortunada costumbre en un Marzo del 1995, creo, cuando en mi casa de Sevilla nos reunimos unos cuantos amigos para dar una especie de fiesta de despedida a nuestro querido Antonio Lara, tocado por la letalidad poco tiempo atrás y que falleció un mes más tarde. Acordamos entonces reunirnos cada primavera para honrar su memoria con nuestra amistad eterna, cosa tan valiosa para él. Y hasta hoy.

Con todo, no hubiera sido posible la continuidad de estas reuniones sin el pundonor, la entrega y el esfuerzo de nuestro gran maestro de ceremonias, el gran califa de todas las Alpujarras, el nunca bien ponderado Antonio Luna, de Fernán-Núñez, pero afincado en Bubión desde que era chico (bueno, chico ha sido siempre), ése a quien tanto gusta dormir con su mujer acoplándose a ella en forma de sillita. El Luna (como le decimos) es el alma del grupo, quien mejor representa y aglutina los sentimientos compartidos, el incansable conciliador de disputas, el que consigue unificar voluntades con su contagiosa sonrisa, su ánimo impertérrito y valiente, con su perenne disposición al trabajo y con su enorme corazón, desproporcionado para su talla. Él lo hace todo. Bueno, seamos justos, su santa, Pilar, no se queda atrás en la logística informática. Pero él es el maestro. Decide lugar y fecha, a veces consensúa con Jaime y conmigo como subalternos. Envía cartas, postales, e-mail y twiter (si supiera) a todo el mundo dando las instrucciones necesarias para que nadie se pierda por esas carreteras secundarias por donde nos mete. Un verdadero regalo de amigo.

Hoy, catorce de Abril, ha tocado en Luque. Hemos repetido en Luque. La experiencia de años nos aconseja sitios que tengan cobijo. En más de una ocasión la lluvia (como hoy mismo) nos la ha jugado pillándonos al descubierto, al aire libre. Ya nos pasó en la sierra de Córdoba y en Hornachuelos. Aquí estamos bajo techado. Antonio Molina se brinda cada vez que se lo pedimos. Disfruta más aún que nosotros. No le importa, siendo tan negociante, perder clientela este día, que se arrejunten un poco más los amarillos, que para éso son más enjutos y más acostumbrados a estrecheces de arenques. Antonio, seis o siete años mayor que nosotros, ingresó en los Ángeles como vocación tardía. Por entonces parecía nuestro padre, o mejor, nuestro hermano mayor. Estuvo poco tiempo, quizás cuatro años, pero caló hondo en nuestros corazones. Por su bondad, su sencillez, su inocencia. Lejos de comportarse de una manera prepotente o sobrada con nosotros, se hizo uno más, se olvidó de su edad y a sus dieciocho o veinte años se convirtió en un niño de doce. Después, claro está, despabiló. Y tanto. Ahora es amo de medio Luque.


Todo el mundo va recorriendo los distintos corrillos que se forman y departimos acerca del trabajo (algunos afortunados recién jubilados), de los hijos, a unos pocos se les cae la baba mostrando las fotos de sus nietos (qué envidia!), de la crisis que no cesa, de nuestras parejas, hoy, incluso, hasta del próximo advenimiento de la tercera República, enarbolando "Pepe huesos" una bandera rojo y gualda vieja y arrugada tal que parece haber sobrevivido desde la guerra. Pero el tema estrella en estas reuniones es siempre el mismo: los recuerdos que cada cual evoca del seminario. Y revivimos con lucidez impropia para nuestra edad momentos mágicos en el refectorio, en la sala de estudio, en el recreo, en los dormitorios, en el campo de fútbol, incluso cochinadas en los wáteres. A veces, ni siquiera uno recuerda cosas que otro compañero le cuenta como vividas en común. Cada año, en cada encuentro, nos repetimos en las mismas o parecidas anécdotas y recuerdos, pero no nos importa, nos reímos y disfrutamos como si fuera la primera vez que los escuchamos.

Las mujeres atienden con curiosidad expectante todos nuestros relatos cargados de más o menos fantasía, pero enseguida se conjuran y con un "éstos están todos cortados por la misma tijera" nos dejan a nuestras anchas y se concentran todas alrededor de las mesas de los dulces para hablar, mientras picotean, de la suerte que han tenido con nosotros (aunque seamos "raritos"), de los distintos destinos y profesiones de los hijos, de nueras, yernos y consuegras, de dietas, morbideces y michelines, y para copiarse recetas de browni o del bizcocho de yema. Ya habrá lugar, luego a la vuelta, de sonsacarle al marido quién de las tías le ha gustado más, y cúal está más desmejorada. Mujeres. Y el marido, ya escarmentado, dirá sin parpadear que todas están muy buenas para su edad aunque algo ajamonadas.(No me cojáis manía, eh, es de cachondeo). Y se reirán ambos, marido y mujer, al recordar la broma que les ha gastado Miguel Estepa presentándonos a todos a su hija, una belleza de veintitantos años, como si fuera su "segunda".

La lluvia, pertinaz y cansina, nos ha tenido acorralados en el comedor. Mejor. No ha habido dispersión de gente. Todos con todos. Es la vez que más hemos charlado. Quizás también porque no hemos podido librarnos del acoso del Estepa de antes repartiendo vino de Montalbán con su alcuza ya célebre entre nosotros. Es un tío magnífico, fiel representante de la comunidad de su pueblo, tal vez la más constante en estos encuentros de curillas arrepentidos. Como decía, algunos abuelos se ufanan mostrándonos fotos de sus nietos, pero el Luna se ha presentado con su nieta en directo, una personita de cuatro meses, lindísima, que ha nacido con el encanto de no tener la cara del abuelo y con la inmensa fortuna de compartir con él algo de su corazón.

Ha faltado gente, es verdad. Echamos de menos las ausencias, pero tenemos ya una edad en la que no disponemos de nuestro tiempo como antes. A dos o tres de los habituales les ha tocado este fin de semana cuidar de su padre o de su madre impedidos. Algún otro ha tenido que resolver un problema de última hora con su hijo. Han llamado al móvil de alguien para reafirmar su presencia en espíritu. Pero las ausencias se compensan con nuevas incorporaciones que seguirán en adelante fortaleciendo al grupo. Resulta muy halagüeño comprobar la emoción con que dos nuevos comulgantes nos miran, como si se frotaran los ojos creyendo estar en un sueño imposible. Los dos son de mi curso. Éste de aquí es Molina Pavón, de Córdoba capital. Se mantiene el tío mejor, si cabe, que a los catorce años. Lo recordamos como un chaval larguirucho y endeble, muy aniñado, de los que no jugaban al fútbol. Y viene, prejubilado de la Banca, hecho un figurín. Vive en Málaga y tiene dos hijos. Me comenta emocionado que ya había perdido toda esperanza de reencontrarse con alguien del seminario. El otro es Francisco Sánchez, de Dos Torres. Era un muchacho alto, delgado y fuerte. Jugaba de defensa lateral derecho y era leñero. Muy leñero. A éste le ha cundido más el tiempo. Presume de barriga y papada. Nos enseña con orgullo fotos suyas del seminario formando equipo, todo un atleta, con Jesús Cantarero, José Pablo, Antonio Estepa, Jaime, el Baena, Rebollo...En fin, con los buenos. 

El seminario nos ha dejado muchas cosas buenas. El valor de la amistad ha sido una de las mejores.

Estamos hechos unos carrozones de cuidado. Da igual, que sigamos muchos años así.

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