Me sale de una forma
natural y espontánea crear un ambiente distendido en mi consulta. No quiero que
los pacientes nuevos, los que aún no me conocen, se sientan temerosos o inseguros.
Os lo he explicado en anteriores relatos. Ya lo sabéis.
Todo eso está muy bien, pero sin pasarse.
Hoy he visto en la consulta a un chaval de 22 años, sano y
fuerte, de éstos que están cuadrados de tanto gimnasio. Pero luego, blandengues
de espíritu. Resulta que se encuentra en Londres, de Erasmus, estudia Filología
inglesa, vive en un piso alquilado con otros compañeros, y se ha tenido que
venir a Sevilla con sus papaítos a mitad de semana porque le ha acojonado un dolorcillo
de nada. Desde Urgencias lo derivan a mi consulta con la sospecha de
epididimitis, aunque tanto la analítica de sangre y de orina, como la ecografía
testicular son normales No os extrañéis, en Medicina Interna cabe todo.
El tío es un trinquete. Alto, guapo y fuerte. Viene
acompañado por su padre. Tal como cuenta los síntomas, me parecen banales. Una
molestia, ni siquiera dolor, en el cataplín derecho. Se tumba boca arriba en la camilla y me
dispongo a explorarlo. Tiene los rectos anteriores duros como piedras, parece,
sí, una lavadera de madera de las antiguas, es verdad, con todos los músculos y
las fascias señalados. Esto me hace pensar en la posibilidad de alguna hernia por
los sobreesfuerzos gimnásticos.
En un momento de la exploración le bajo más el calzoncillo
para asegurarme de lo de la hernia y para tocarle los huevos (en el sentido
clínico, se entiende). Nunca lo hubiera
hecho. Por debajo de la prenda se desenrolla un pedazo de badajo de proporciones desproporcionadas, un
morcillón gordo y turgente con venas como lombrices de tierra que
parece agradecer su liberación desperezándose más aún ingle abajo.
Impresionante. Como quiera que me estorba tanto bulto para palpar la fosa
inguinal, lo agarro con mucho tiento para echarlo al otro lado. Así, al peso, un cuarto de kilo bueno. Si esto es en posición de descanso, qué no
será cuando toque firmes. Y siento mucha, pero que mucha envidia de este
jovenzuelo tan tiquismiquis. “Hombre”, me consuelo mentalmente, “son 22 años,
con esa edad…”Pero enseguida caigo en la cuenta que yo nunca, ni con 22, ni con
16, ni siquiera en la mili he armado semejante pieza de artillería.
Para disimular mi asombro le pregunto:
-Oyes, ¿tienes novia?
-Sí.
-¿Estará contenta, ¿no?
-¿Por…? –me contesta el bobalicón si entender por donde voy.
-Por nada hombre, ¿por qué va a ser? Por lo fuerte y tiposo que estás.
Miro al padre, allí presente, y nos sonreímos con mutua
complicidad.-En “eso” –parece disculparse el padre, mirando el “mandao” del chaval- ha debido de salir a su abuelo, porque lo que es yo…
Vuelvo a reírme, y le contesto:
-No encuentro ninguna cosa llamativa, quizás un pequeño varicocele, pero si la menor importancia.
-Entonces, doctor, ¿qué será lo que le pasa a este larguirucho?
La gente de la calle, vosotros amigos lectores, creéis que los médicos tenemos respuesta para todo. Y no es así, ni mucho menos. En ocasiones en las que no disponemos de ningún dato clínico ni analítico de relevancia echamos mano de la imaginación, del empirismo, de semejanzas con otros casos similares. Y además, tienes que pensar rapidísimo, en segundos, lo mismo que un árbitro ante un penalti dudoso. Me viene a la memoria que si el ligamento suspensorio del pene puede haber dado de sí, de tanto estiramiento. Mejor, me acuerdo que un amigo, cuyo nombre no revelaré por prudencia, le tiene puesto nombre a sus dos testículos, el derecho se llama Marcial, el izquierdo, Ginés. Con frecuencia se queja de Ginés porque calza un poco más del izquierdo. Y entonces me sobreviene la inspiración:
-Yo creo que al chico le molesta el compañón derecho de aguantar tanto peso – le replico al padre guiñándole un ojo.
Salgo del paso con una broma y dejo a todos contentos. No lo olvidéis: la medicina es ciencia, sí, pero también es arte.
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