Aunque me meta mucho con vosotras sabéis que sois mi debilidad. Las mujeres me encandilan. Y cuanto más viejo es uno, peor. O mejor. Salvando mucho la distancia (y con perdón), de las mujeres, hasta los andares.Y debe de ser que mi parte femenina esté muy desarrollada. Eso es lo que me dice mi amiga Paqui, que tengo mucha sensibilidad, no como el basturrón del Jaime. Yo creo que ésta busca algo conmigo. A mi mujer le chiflan mis manos y mis dedos, estirados, delicados y sin pelos, muy femeninos, dice. Mi Meli se fija más en mis ojos, verdes y de mirada felina. Entre todo ello y que cada vez me cuesta más encontrármela para mear llego a pensar si no estaré pasando de carne a pescado. "Cuando menos lo esperes rompes en maricón", me pronostica mi amigo Juan Francisco.
El caso es que no tengo más remedio que quereros y que meterme con vosotras. Y es que me lo ponéis a huevo.
Por la mañana, muy temprano, casi de madrugada, da gusto llegar al aparcamiento. Los gorrillas ni se molestan en señalarte nada porque tienes cientos de sitios libres. Como soy tan rutinas, me gusta aparcar siempre en la misma calle y en el mismo hueco. Llegar, ver el sitio, dejar el coche, buenos días, buenos días, y enfilar para el hospital. No todos los días, sin embargo, es así de fácil. En ocasiones, no pocas, me reconcomen los nervios viendo cómo alguien delante mía está maniobrando una vez y otra, ahora palante, ahora patrás, ahora pal lao, otra vez palante...hasta conseguir entrar el vehículo de culo, en el espacio justo entre otros dos coches. No falla, una mujer. Y uno piensa ¡con todos los huecos que hay! ¿por qué se empeñan en aparcar con tanta estrechez, y por qué de culo? Son cuestiones insondables para nosotros los hombres, tan simples. Y llega la Peque y se pone: es muy sencillo, lo hacemos así para que el coche esté protegido entre otros dos y a nadie le de por rayarlo, y lo ponemos de culo para luego, a la salida, con tanta prisa, no tener que maniobrar. Ea.
Sobre las tres de estas tardes saharianas de mayo, con la desbandada del hospital, los aparcamientos son hervideros de gente apresurada, sofocada y hambrienta. Cada cual va derecho a su coche resoplando y mascullando lindezas sobre las pobres madres del Rajoy, del Griñán y de otros prendas. Los hombres vamos directos, sin ningún titubeo, a encontranos con nuestro coche. "Hasta mañana", le decimos al gorrilla. "Ya está bien por hoy", nos contesta gentil. Pillamos, arrancamos y nos vamos. No son pocos los días, sin embargo, en los que me tropiezo por mi calle del parking con enfermeras y auxiliares, solas o en grupitos, atisbando matrículas y colores, porfiando entre ellas y con el gorrilla dónde puñetas ha sido bueno que hayan dejado sus coches. "Las prisas, que no son buenas para nada", se justifican. Y el gorrilla, guasón: "si es que tenéis muchas cosas en la cabeza, no os centráis". Cuando ya se han alejado prosigue el gorrilla conmigo: "¿Ve usted esos dos coches de ahí? Llevan toda la mañana con los faros encendidos. ¿De quién cree usted que serán?". "De quién van a ser? -me hago yo el enteradillo- pues de una tía". "Digo".
Este aparca coches de quien os hablo es un tío alto, de malas trazas, algo desarrapado, pero tiene el ojo muy vivo, mucha correa y es muy simpático. Es gorrilla oficial del hospital, no de esos otros intrusos que se meten en terreno ajeno. Siempre tiene una palabra graciosa para todo el mundo, se mete más con las mujeres, lógico, se le nota algo falto de roce, y si llegas un día tarde por un atasco en el quinto centenario saca un hueco imposible, y si no, te deja en doble fila y él se encarga de empujar lo que haga falta.
-Lo más grande que yo he visto aquí fue un día en que le tuve que abrir la puerta del coche a una enfermera, ¡coño, que no atinaba!, como si el mando no le obedeciera.
-¡Anda ya!
-En serio, que si era el coche de su hermana o de una amiga y que no lo entendía bien...Yo qué sé, el caso es que no sabía abrirlo.
-Después se quejan de que nos metemos con ellas...
-Hay que estar aquí para darse uno cuenta.Tendría usted que ver la de veces que le he tenido que sacar el coche a más de una.
Tienes que hacer como que llevas prisa, de lo contrario este hombre no para de dar palique.
-Usted debe de conocer a esa enfermera que le digo, la que no podía abrir la puerta.
-No sé, hay tantas.
-Y tan buenas -se ríe de buena gana. - Sí, hombre, trabaja aquí abajo, en Urgencias. Creo que es compañera de su mujer de usted.
Después de cinco años en el aparcamiento el tío este conoce a Dios y a su madre.
-Ah, sí?
-Sí, es una mujer así corpulenta y echá palante, me parecen que le dicen la Vasca.
-Claro que la conozco hombre, ¿quién no conoce a la Vasca en el hospital? Es amiga nuestra, además. Ésa no se ahoga ni en el mar océano.
-Pues ésa.
No acabo de creérmelo. Si a la Vasca se le resiste una puerta le da un zangarreón y la manda a Fernado Po.
Lo dicho, que os quiero mucho por graciosas, por despistadas y por buenas, tías buenas quiero decir.
Me encanta, me he reido un monton,. No me ha pasado asi, pero aun estoy a tiempo, tambien es verdad que en ocasiones me hubiese venido estupendamente tener al lado a ese gorrilla para que me echase una mano!.
ResponderEliminarNo pares de escribir, guapo, es bueno pasar un ratito agradable.