martes, 22 de mayo de 2012

El musulmán vicioso

Disponen nuestras consultas de un micrófono para llamar a los pacientes sin necesidad de moverte de la silla. Yo no lo uso, nunca lo he hecho ni sé cómo hacerlo. Me gusta salir a la puerta y llamarlos a viva voz por sus nombres. Me parece más natural. Compruebo, mirando el patio, cómo viene el día de cargado y además estiro las piernas.

Lo complicado se presenta cuando el paciente es un extranjero de nombre impronunciable. A nosotros, por el área geográfica que cubrimos, no nos llegan ingleses ni americanos, sino marroquíes y rumanos ¿qué le vamos a hacer?, también son criaturas del Señor. Os acordaréis de aquel negraco de Senegal, tan buena gente, de quien hablamos hace unas fechas. Pues lo mismo, nombres enrevesados donde los haya. Dado que mi dicción puede ser de todo menos académica y dada mi gana de guasa impenitente nombrar en voz alta cualquiera de esos nombres se convierte en el hazmereír de la sala de espera.

Le toca  pasar ahora a un marroquí, de cuyo nombre no voy a  acordarme por irrepetible. Para evitar risas tan tempraneras bromeo llamándolo con un nombre corriente:
-¡Manuel Sánchez Puerto! -alzo la voz dirigiéndome a él con la mirada. Nadie en la sala se mueve, el marroquí ni se inmuta, como si no fuera con él. 
-¡Manuel Sánchez Puerto! -insisto en la mirada, incitándole a que se levante dándose por aludido. Nada.
A todo esto, la enfermera de la consulta acaba por embrollarlo más todavía:
-Doctor Rivera -me corrige solícita desde el mostrador- ese paciente no aparece en la lista. -¡Estamos aviados!, pienso para mí, tantos años en la consulta y no reconoce mis bromas.
-Ande, pase usted de una vez - le regaño al paciente. - Y que sepa usted que de aquí en adelante cuando vea que yo lo miro, se levanta usted y entra, aunque le diga un nombre castellano. -Al final, no pude evitar las risas en el tendido.

Es la segunda vez que lo veo en la consulta, viene a recoger los resultados de los análisis y de una ecografía abdominal. No puede negar su raza bereber, enjuto y espigado, vivo y locuaz, acartonada su cara por el  sol achicharrante de nuestras marismas. Solo tiene 38 años. Los análisis son de pena y la ecografía muestra una cirrosis del hígado. Echo de menos a los estudiantes (hay huelga por los recortes), me gustaría que vieran en este hombre los estragos del alcohol.

-Manuel -le sigo la broma- ¿cuántos años lleva aquí?
-Tengo diez y seis años aquí, doctor -contesta sin titubear.
-Supongo, entonces, que hablará castellano perfectamente.
-Perfectamente.
-Pues no tan perfecto amigo, porque no se dice tengo tantos años aquí, sino llevo tantos años aquí.
-Ah, es verdad.
-¿Sabe el significado de papilla?
-Sí, papilla, sí, lo que se les da a los niños.
-¿Sabe lo que es el hígado?
-Claro doctor, el hígado, aquí en la derecha, sí, sí, claro.
-Pues su hígado está hecho una verdadera papilla. ¿Lo entiende?
Se queda un ratito pensativo, como rumiando lo que acaba de escuchar. Seguramente reprochándose haber caído en la trampa del alcohol, haber abandonado la norma del Corán, haber olvidado el Ramadán, sintiéndose un gran pecador. Supongo que dieciséis años de contagio con la vida algo más liviana del sur sevillano habrán nublado el recuerdo del muecín y su salmodia lastimera.
-Sí, doctor, y ¿por qué me ha pasado éso?
-¿Cómo que por qué? Por culpa de la bebida.
-Pero yo no creo que beba tanto como para éso.
-Ah, ¿no?, dígame, venga, ¿Cuánto bebe?

Increíble lo que se mete este hombre, no entro en detalles para no escandalizar a las mujeres ni a mis lectores más tiernos. Una burrada. Apenas le apetece comer porque se mantiene con las calorías del alcohol.
-¿Y qué me va  a pasar, eh doctor?
-¿Cuántos niños tiene?- . Ahora intento salirme un poco por la tangente.
-Un chico de 15 años. Es español, ¿sabe usted? Nació aquí, en este mismo hospital.
-Si sigue así, desde luego no va a conocer a sus nietos-. Es una fórmula suave de  meter algo de miedo en su cuerpo. Pero me temo que en este hombre no va  a funcionar.
-Bah, no conoceré a mis nietos de ninguna manera.
-¿Por qué no, hombre?
-Porque mi hijo me ha salido...¿cómo se dice?..Rarito, vaya.
-¿Y éso?
-Mire usted la edad que tiene y todavía no se ha echado ni novia ni amiga ni nada. Y yo me casé con diez y ocho años-. Saca una foto de su cartera y me muestra a su hijo.
No aprecio nada raro en el chaval, moreno, bien parecido, pelusilla en el bigote y una barbilla sembrada de granos, lo normal. El único defecto que le encuentro es que debe de ser del Barsa, en Xaouen todo el mundo lo era.
-¿No será del Barsa, eh?
-Vaya que sí- . ¿Lo ves?
Si zopenco soy para captar señales externas de homosexualidad entre nosotros los españoles, mucho más si tengo que distinguir tal cosa entre marroquíes, gente que pasean por la calle cogidos de la mano. Averigua tú quién es quién. Hay que ver lo que es la cultura. Me resultó chocante ver esta imagen de hombres de la mano en Fez, en Meknnes o en Xaouen, y, sin embargo, vemos como de machotes pasear con nuestros amigos entrelazados por los hombros.

-Vamos, déjese usted de lamentos, hombre de Dios, o ¿mejor de Alá?
-Ni una cosa ni otra, me he degenerado, doctor.
-Venga ya hombre, usted no se ha degenerado ni su hijo es rarito. El chaval es español, ha nacido y se ha criado aquí, tiene todas nuestras costumbres, ahora está en la fase de pandilla, ya se echará novia. Deje usted la bebida, pero de verdad, y verá las cosas de otra manera. ¿Cree que podrá?
-Desde luego, ya hace dos o tres años lo dejé en seco y ni siquiera tuve ninguna cosa rara de ésas de ver bichos por las paredes.
-Mucho mejor. ¿Nos vemos en agosto?
-En agosto estoy en mi pais, doctor, mejor en septiembre.
-En septiembre, y sin gota.
-Se lo prometo, doctor.

En mis tiempos de residente era muy frecuente esta enfermedad hepática por alcohol. Y, con cierta frecuencia, muy dramática. Una de las primeras cosas que aprendíamos de los residentes mayores en las tertulias tan animadas de las madrugadas de guardia era, precisamente, cómo tratar la hemorragia digestiva del cirrótico, su verdadero talón de Aquiles. En la actualidad, sin embargo, apenas vemos cirróticos descompensados ni, mucho menos, sangrantes. Ni  recuerdo ya cuándo fue el último balón de Segtaken que haya colocado. Hay menos cirróticos, menos hemorragias letales. Quizás la gente beba menos, tal vez sea por la mejora en las condiciones de vida y los tratamientos más eficaces y precoces, a lo mejor por ambas cosas. Y pienso que no debiéramos permitirnos que nuestros immigrantes repitan nuestra historia tan reciente por culpa de la incultura, de la pobreza y de la marginación. 

Ahora, viendo a este joven envejecido salir de la consulta tengo el pálpito de que, al menos con él, lo vamos a lograr. Ya veremos.
  



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