Sobre las tres de la tarde tengo cita diaria con mi negrita. De lunes a viernes. Sábados y domingos descanso de tanto ajetreo. Me resulta una mujer encomiable por su valentía, por cómo encara su vida. No es fea, tampoco creáis que es Noemí Campbell. Pasable, vaya. Negra, negra y corpulenta, caballo grande, tiene unos labios asiliconados de manera natural, unos ojos bellos y de mirada triste y un culo alto y respingón, de ésos que no pasan hambre. Ya os digo, todos los días. Menos sábados y domingos, como la digoxina. Y nos conocemos desde hace al menos tres años.
A eso de las tres de la tarde raro es el día que no me pilla en rojo el semáforo de la venta de Antequera, parece que me tiene manía. O a lo mejor es querencia. Voy desmayado vivo después de una mañanada tan intensa en el hospital, deseando llegar a mi casa, comerme las albóndigas en salsa, desabrocharme el cinto y pegarme mi siestecita. Llevo a cuestas esa inquietud nerviosa que produce la hipoglucemia de siete horas de ayuno. Y el semáforo, que no cambia. Ahí me espera mi negrita. Me relaja. Todos los días se lleva cincuenta céntimos o un euro y a cambio me tiene el coche alfombrado de pañuelitos de papel. Me viene bien porque no hay cristiano que estornude o moquee más que un servidor. Esta es, brevemente, mi aventura, so mal pensados.
Al principio de conocernos me acompañaba siempre mi sobrina Imma que estudiaba medicina en Valme. Y un día, ya con cierta confianza, mi negrita va y me pregunta:
-Oiga, ¿ésta es su mujer?
A la Imma se le encendió la cara de momento.
-No, no, mujer, ésta es mi hija -le respondí rápido antes de que a mi sobrina le diera un patatús.
-¡Ah!, perdón señorita, es que su padre está muy joven, y por éso ha sido...
Y tuve que consolar a la Imma que se pasó media hora refunfuñando.
-Padrino -me dice- ¿tan vieja me ha visto la tonta ésa?
-Mujer, no seas así. Se ha creído que tú serías mi "segunda" o mi amante. La de cosas que habrá visto esa mujer en este semáforo...
-Lo que es es un "ronro puñetero" -sentencia definitivamente.
En alguna otra ocasión han coincidido conmigo la Imma y la Meli. Como la negrita siempre lo pregunta todo me dice:
-¿Y ésta?
-Mi otra hija.
No se le pasa por alto que son de una edad similar, altas y guapas las dos.
-Son muy parecidas.
-Son mellizas.
-¡Ah!
Y ya deja que nos vayamos.
La primera vez que me vió con la Peque se puso muy contenta y me dice:
-¡Ésta sí que es su mujer!
-Vaya, ésta sí.
-¿Qué tal está usted caballera? - le pregunta muy cortés.
-No se dice caballera, mujer -la corrijo.
-Ah! ¿no?
-No. Se dice señora.
-Vale.
Los días que me ve solo en el coche:
-¿Y su señora? ¿Lo he dicho bien?
-Trabajando. Sí, lo has dicho muy bien.
-¿Y las niñas?
-En Málaga, trabajando también.
-¿Las dos?
-Las dos.
-Vale.
En fin que después de tres años de vernos todos los días pues ya es que nos preguntamos por la familia y todo. Ella sabe de mi vida, de mi trabajo, de los coches que tengo, si éste es el de mi hija, si éste el de mi mujer, "hoy has traído el coche de tu hija, ¿qué le pasa al tuyo?". Yo de ella, sin embargo, sé poco. Que es de Nigeria y que ha aprendido a hablar en el semáforo.
No le amilanan las inclemencias. En los días tórridos del verano, a las tres de la tarde, humeante el asfalto, se cobija debajo del techo de la parada del autobús. Va tocada con un pañuelo de colores y con una pamela amplia. Y me río con ella: "Oye mi negra, ponte a la sombra que te vas a tostar". En días lluviosos gasta un impermeable azul dos tallas por encima de la suya, seguramente prestado. No he visto persona más fiel a su trabajo. Desde luego que solo conmigo tiene, casi, el jornal ganado. Es una mujer amable, muy tranquila y, sobre todo, muy dulce. Un abismo con la loca maricona de Plaza de Armas.
Hoy, lloviendo a mares, se me acerca a la ventanilla. Viene ataviada con el impermeable susodicho y con una gorra de plástico transparente muy mal averiguada que le cubre la cabeza. Entre el medio vaho en los cristales y la lluvia que los golpea no distingo bien si lo que chorrea por su cara negra como un tizón es agua o son lágrimas. Abro solo una rendija para no empaparme, lo justo para que quepa su paquete de pañuelos y mi euro.
-Se ha muerto mi papá.
-¿Cómo dices?
-Que se ha muerto mi papá. -Ahora sí distingo bien las lágrimas.
Por unos segundos me quedo sin reaccionar, no sé qué decir.
-¿Aquí en Sevilla? ¿Vive contigo?
-No, en mi país, en Nigeria.
-¿Y tú estás aquí sola?
-Sí.
Cuesta tragarse el nudo. El semáforo se abre, pitan los coches de atrás.
-Lo siento muchísimo, mujer.
Y me alejo con una tristeza amarga, con congoja y rabia, con sed de justicia. Mañana vendré prevenido, me digo a mí mismo, dejaré el coche con los cuatro intermitentes en la parada del autobús y charlaré un poquito más con ella. Seguramente es la hija mayor de unos padres enfermos, allá en su país, que se ha visto obligada a emigrar para mendigar alguna cosa que los socorra. Ya sabemos que ésto es muy duro, pero lo que hoy más me hiere en el pecho es que la pobre chica ni siquiera haya podido desahogarse con su familia, que esté aquí tan sola, que busque un consuelo fugaz de un minuto compartiendo su pena ahogada y solitaria con una persona medio extraña a quien ha conocido de un tiempo acá solo un instante repetido, lo que tarda en abrir el semáforo de Bellavista.
Ésta historia de hace tener un pellizquito en la barriga....Pobre negrita, tenías q haberla llevado a comer para q se desahogase. Es como las historias de mis niños inmigrantes. No hay tutoría con los padres q no salga con el mismo pellizquito.
ResponderEliminarPues por lo visto según nuestro querido presidente del gobierno, Sr. Rajoy y su escudera la Santamaria, por culpa de personas como "tu negrita" la sanidad está en crisis. Tendran poca verguenza.
ResponderEliminarAntonio