Esta historia no es de ahora. Ocurrió hace cuatro o cinco años. Pero el cariño no tiene edad ¿verdad?
Ya es que no podía ser, y mira que hemos tenido paciencia con ella, pero nada. Se conoce que su instinto de animal que necesita su espacio y su propia independencia ha podido con sus ganas, y con las nuestras, de una dócil domesticación. La Peque, la pobre, es la que peor lo ha pasado. A pesar de su visceral rechazo a todo lo que huela a perro, le ha ido cogiendo afecto en un año largo de convivencia, ha llegado, incluso, a dejarse babear manos y cara con esos lametones perrunos tan pegajosos, tan húmedos y amorosos. Tan de hembra. Le ha rascado muchas veces su barriga, panza arriba, y la ha piropeado a diario, guapa, guapa. Y sabe que la perra tiene que irse por mor suyo. La quería, la quiere, todos los de la casa la queremos. Pero no ha podido ser.
El jardín era de su dominio único, "aquí me meo y aquí me cago porque para eso esto es mío, aquí escarbo hasta hacer un socavón a ver si puedo atravesar los setos y salir al patio de la vecina y entretenerme con el pescuezo de las gallinas, oye, qué ricura los tallos verdes del níspero, lo ramoneo a mis anchas, y que luego venga el calvorota éste hablándome pausado y mimoso, como si yo le fuera a hacer caso, o que acuda la chiquitilla, el ama, con el escobón en alto, amagar y no dar, que me da lo mismo, si me encanta rozarme con sus macetas y olisquearlas qué culpa tengo que tropiecen con mi rabo y se vuelquen, ¿y la ropa tendida?, ¡pero si es que me la ponen a huevo!, a ver ¿qué perro que no sea un tontorrón se resignaría a no darle un buen revolcón por el suelo a unos trapitos tan inmaculados, con ese olorcito que despiden cuando se van secando? Y además, si no quieren que les estropee el jardín que me dejen entrar en la casa, mira que fácil." Con estos alegatos que ella no expresaba, pero que se le notaban en la frescura de sus gestos, en su mirada desafiante y en su rabo meneón, no ha habido más remedio que desprenderse de nuestra perra, nuestra Lana.
Se nos hizo muy extraño en los días primeros ver abiertas las puertas de la casa sin su acecho perenne, poder entrar los coches en el patio de atrás sin miedo a que se nos escapara a la calle, jugar en el patio sin que nadie me molestara mordiéndome el balón y desinflándolo, dejar las sobras encima del poyete de la cocina sin prevención de que nadie, sigilosamente, las recogiera con su hocico y las arrastrase afuera…Parecían más contentos y cantarines los pájaros en nuestros árboles, incluso el periquito del porche resolló, al fin, con un par de píos, veíamos milanos picoteando aceitunas, las gallinas de Lola, antes acobardadas, cacareaban bulliciosas, y hasta los viejos del asilo de más arriba se atrevían a pasear por la calle sabedores de que no les asaltaría esa perra juguetona y medio loca que ha estado a punto de echarlos al suelo en alguna ocasión.
Mi Meli, sin embargo, la echará mucho en falta, la perra ha sido su niña, su juguete, su peluche vivo, juguetón y cariñoso. Se consolaba haciendo planes para regalarse un perrito enano, de esos pequineses o yorksire, que no crecen, que pueden estar dentro de las casas, que apenas comen, ni mean , ni cagan. Todo a su tiempo.
Los niños de la parada del autobús escolar me preguntaban por ella, también la echaban de menos, natural. Cada mañana formaba un alboroto jugando con ellos a través de la alambrada y de las tuyas, ellos le metían sus deditos por entre los claros y ella los limpiaba de migajas de bollicaos y de bimbos, venga a chupar y chupar. Y ladrándoles, les decía: "más, más, otro, otro, venga tú Miriam que te lleves tu ración, y tú Guadalupe, y tú José Ángel…" y barría todo el rincón con su rabo nervioso de lana blanca.
Sentada en el coche con mi Meli en el asiento de atrás, camino del exilio, parecía saber su destino. Iba tristona, amilanada, ella tan nerviosa y juguetona, ni siquiera le echaba cuentas a su balón despellejado, único equipaje para su viaje. Nos contagió la penuria, parecía una persona, una niña traviesa y muy mala estudiante a quien sus padres fueran a ingresarla en el colegio interno, el de Campillos, por ejemplo. Pero cuando se encontró con otros dos perros en el jardín de Tomás volvió su instinto, revivió la fiera y, cual lobo de Gubio, fauces de furia, ojos de mal, pero de broma, arrasó con todo lo que se le ponía por delante, lo olió todo, césped, palmeras, limoneros…y dijo, "¡coño, esto es lo mismo, aquí hay faena, sí señor!", lamió el culo, la boca y la cabeza de los otros perros, se revolcó con ellos, los amenazó con su corpachón, los arrinconó, se hizo, otra vez, la ama del patio. Y luego, como dándose cuenta de quienes iban a ser sus nuevos dueños, se tiró para Beni y para Tomás, les colocó sus patas en el pecho, marcas de barro de la casa, y los chupó hasta en la coronilla. Y nos miró a la Meli y a mí, ea, ya podéis iros por donde habéis venido.
Allí la dejamos, más relajados al comprobar lo fácil que es para una perra cambiar de amores.
Una hora más tarde me llamó Tomás: "oye, en el primer descuido se nos ha escapado calle abajo, por poco tengo que llegar hasta Mairena para encontrarla, ¡qué perra más viva!"
No le hemos perdido la pista. Hemos estado al corriente de sus andanzas como guardiana en la casa de campo que tiene Tomás en la Granjuela. Se ha corrido la voz entre las gallinas y los pavos de la comarca, cada vez que se escapaba se cepillaba todo lo que vuela, era todo cariño y docilidad con las criaturas, pero la pluma le podía. Nunca lo ha sabido remediar. Hace ya unas fechas nos enteramos por Beni que en una de sus correrías furtivas fué atropellada por un coche. Lo sentimos muchísimo, sobre todo mi Meli, pero sabíamos que eso iba a ocurrir, que moriría, más pronto que tarde, por mor de su vicio irrefrenable.
No le hemos perdido la pista. Hemos estado al corriente de sus andanzas como guardiana en la casa de campo que tiene Tomás en la Granjuela. Se ha corrido la voz entre las gallinas y los pavos de la comarca, cada vez que se escapaba se cepillaba todo lo que vuela, era todo cariño y docilidad con las criaturas, pero la pluma le podía. Nunca lo ha sabido remediar. Hace ya unas fechas nos enteramos por Beni que en una de sus correrías furtivas fué atropellada por un coche. Lo sentimos muchísimo, sobre todo mi Meli, pero sabíamos que eso iba a ocurrir, que moriría, más pronto que tarde, por mor de su vicio irrefrenable.
Genio y figura.
Otro día os hablaré de la Pegui, la perrita que no crece, el deseado anhelo de mi Meli y nuestra nieta en animal.