Este año, sí. Se ha cumplido el refrán: marzo ventoso y abril lluvioso traen a mayo florido y hermoso. Y arrebatao. Después de dos meses largos de calles fantasmales, ha vuelto la alegría, la bulla, la lozanía. Tal vez, demasiado. La gente nueva no concibe tanto encierro, necesita solazarse. De alguna manera se siente inmune al virus y a la muerte, y no es consciente del todo del peligro de contagiarse y contagiar a sus cercanos. Así y todo, es una gozada asomarse uno al balcón y disfrutar la calle como antaño, que parece haber pasado un lustro, escuchar el murmullo, el bisbiseo de los pasos en la siesta, las risotadas de las tardes, el envolvente ruido de los coches, las mesas en las terrazas; volver al colorido y animación que la gente mortal le ofrece a uno a la vista... Me gusta imaginarme las calles, no como arterias que suele decirse, sino más bien como venas. Las arterias van siempre deprisa, llevando sangre a la carrera; las arterias son las carreteras. Pero las calles exigen para su disfrute un paso reposado, "paso corto, vista larga y mala leche..." , decía Fernando "El Herraor", el padre de mi amigo Rafael. Dejamos la mala leche para otros, y nos centramos en el paso lento enfocando el iris según conveniencia. Mi calle es empinada y sinuosa. Desde mis balcones, le encuentro un parecido a la vena safena interna cuando desemboca, haciendo una especie de cayado, en la vena femoral, la calle Estepa.
Pero, además de la vista de pájaro, es necesario pisar el asfalto y la tierra, volver a sentirse uno ciudadano libre y activo, estar en el mundo. Recuerdo ahora aquellas clases de Urbanidad de nuestro rector del seminario en las que nos metía determinadas doctrinas a la remanguillé. Decía que los enemigos del alma eran tres: Mundo, Demonio y Carne. Pasamos del Demonio -invento disuasor de la Iglesia-, y nos centraremos en los otros dos, mucho más atractivos. No, el Mundo no es ocasión de pecado, como nos decía don Gaspar. No necesariamente. No es sólo Carne. El mundo es un espacio lleno de criaturas del Señor, criaturas que son las que lo hacen bueno, regular o malo. No tenemos que huir ni aislarnos del mundo. Al contrario, debemos ser Mundo, hacer Mundo. Y ahora, más que nunca. Para ello hay que entrar en harina, conocer los problemas de la gente, ser sensibles a ellos y aportar cada cual soluciones en la medida de sus posibilidades. Hacer Mundo es saber ser solidarios, justos y también caritativos, porque la Caridad llega allí donde no alcanza la Justicia. Qué bonito sería, mi querido rector, considerar al Mundo como ocasión de virtud, de mirar por él y por las personas, de cuidarlo y mantenerlo para disfrute propio y de las futuras generaciones. Un Mundo ideal, vale, pero ilusionante. Y un mundo agradecido: ninguna primavera como ésta, el monte está que se sale, los caminos abrazados de maleza, las cunetas greñudas, jabalíes atrevidos y montón de cabras sueltas, un abril de mil aguas donde sólo se esperaban treinta, olivos rebosantes de una hermosa trama nueva, y hasta de Madrid ha volado su boina oscura y polvorienta, bendito silencio del hombre que tanto al mundo contenta... ¡Joer!, habéis visto lo poético que me ha quedado?
¡Qué viejos verdes estamos hechos!...
Pero, además de la vista de pájaro, es necesario pisar el asfalto y la tierra, volver a sentirse uno ciudadano libre y activo, estar en el mundo. Recuerdo ahora aquellas clases de Urbanidad de nuestro rector del seminario en las que nos metía determinadas doctrinas a la remanguillé. Decía que los enemigos del alma eran tres: Mundo, Demonio y Carne. Pasamos del Demonio -invento disuasor de la Iglesia-, y nos centraremos en los otros dos, mucho más atractivos. No, el Mundo no es ocasión de pecado, como nos decía don Gaspar. No necesariamente. No es sólo Carne. El mundo es un espacio lleno de criaturas del Señor, criaturas que son las que lo hacen bueno, regular o malo. No tenemos que huir ni aislarnos del mundo. Al contrario, debemos ser Mundo, hacer Mundo. Y ahora, más que nunca. Para ello hay que entrar en harina, conocer los problemas de la gente, ser sensibles a ellos y aportar cada cual soluciones en la medida de sus posibilidades. Hacer Mundo es saber ser solidarios, justos y también caritativos, porque la Caridad llega allí donde no alcanza la Justicia. Qué bonito sería, mi querido rector, considerar al Mundo como ocasión de virtud, de mirar por él y por las personas, de cuidarlo y mantenerlo para disfrute propio y de las futuras generaciones. Un Mundo ideal, vale, pero ilusionante. Y un mundo agradecido: ninguna primavera como ésta, el monte está que se sale, los caminos abrazados de maleza, las cunetas greñudas, jabalíes atrevidos y montón de cabras sueltas, un abril de mil aguas donde sólo se esperaban treinta, olivos rebosantes de una hermosa trama nueva, y hasta de Madrid ha volado su boina oscura y polvorienta, bendito silencio del hombre que tanto al mundo contenta... ¡Joer!, habéis visto lo poético que me ha quedado?
¿Y la Carne? Amigo, ésa sí que existe. Sobre todo, en la calle. Hoy mismo, primer domingo de nuestra primera fase, he salido a un echar un bicheo. Más que nada para eso, pa ver carne. Bueno, y para sacar dinero. Las muchachas estaban anhelando el buen tiempo, y han salido desbocadas. Me ha pasado con la carne un poco como con lo del fútbol: ya no se acordaba uno del Vinicius ése de los cojones, ni tampoco de los cachetes apretujados rebosando por fuera de los perniles. ¡Ah, la carne fresca! ¡Qué calientes semos, Manuel! Os lo digo en serio, a mi edad la carne, bien entendida, ya no me incita como antaño al pecado, a la pasión o al deseo. Simplemente me alegra la vista y la vida. Como las brevas turgentes del Agustín, tan lejanas y añoradas, o las de Miguel, aquí al lado, pero igual de imposibles hasta los encuentros en la tercera fase, veremos a ver si aguantan. Me reconforta apreciar que la vida sigue siempre joven y eterna, y que qué bonito es todo lo que es nuevo.
¡Qué viejos verdes estamos hechos!...