miércoles, 13 de mayo de 2020

Día 60. Las colas del hambre

No tengo edad para acordarme de los años del hambre, ni siquiera de las llamadas entonces cartillas de racionamiento con que nuestras madres podían acceder a determinados géneros y cantidades alimentarios haciendo cola en las tiendas del pueblo, aunque he oído hablar de ello muchas veces en mi casa. Sí que recuerdo, sin embargo, y con una sensación placentera -la poca edad-, la cola que hacíamos los escolares a las puertas de la Casa Carreira -El Señorito- para recibir el "aguilando" en los días previos a la Navidad: una lata de leche en polvo, un puñado de mantecados, una botella de aceite, un kilo de garbanzos y una tableta de chocolate "Elgorriaga". Puedo decir que, de niño, yo no he conocido el hambre, un poquito de necesidad, sí, pero hambre, lo que se dice hambre, no.
Barcelona en postguerra | Miseria | Ajuntament de Barcelona
Y hoy, sesenta años más tarde, hay demasiada gente en España que vuelve a pasar hambre, que necesita bonos canjeables para comprar comida o tiene que comer en comedores sociales o recibir alimentos envasados. Y todo ello, naturalmente, de una manera vergonzante. Porque las colas no son para el cine, el Gran Teatro o El Maestranza, sino para mendigar comida. ¿Cómo es posible esto? Mi amigo Fraski, voluntario del banco de alimentos de Córdoba, me dice que no dan abasto, que se abochorna de ver "las colas de la miseria" en algunas parroquias y en otros locales de Cáritas, "lo nunca visto". Córdoba no es solamente la ciudad bonita atestada de turistas donde la gente come caracoles en las terrazas o hace footing en el parque Cruz Conde. Hay dentro otra ciudad de ciudadanos desprotegidos que amanecen sin saber qué dará el día. Mi amiga Victoria, trabajadora hasta su reciente jubilación en los servicios sociales del Ayuntamiento de Córdoba, se reafirma en lo mismo, no está habiendo la suficiente agilidad administrativa para atajar el problema con eficacia, están desbordados. Y encima, no todas las organizaciones vecinales están coordinadas con los servicios sociales municipales sino que algunas, con muy poca experiencia, van por libre. Me comentan ambos que la comunidad rumana cordobesa y también bastantes personas de determinados barrios han vivido hasta ahora de los trapicheos y las chapuzas que les iban saliendo, y que la crisis y el consiguiente confinamiento los ha dejado con el culo al aire. Hoy leo un reportaje en El País, que me deja perplejo: 102.000 madrileños hacen cola para recibir alimentos o comen en comedores sociales, las colas del hambre. Y que, al igual que en Córdoba, y supongo que en cualquier otra gran ciudad, no hay la suficiente coordinación entre ayuntamiento y organizaciones vecinales de ayuda. Está claro que todo nos ha venido de golpe y no hemos sabido anticiparnos ni prepararnos. En Madrid -dice el periódico-, más de cincuenta asociaciones vecinales dan de comer a la gente en una red paralela a la de los  servicios sociales municipales. Y que mucho han de cambiar las cosas para que en el corto plazo estas redes vecinales trabajen de la mano del Ayuntamiento.
Vuelven las colas del hambre y las peticiones de ayuda a Cáritas ...
Y entonces uno se pregunta que qué es lo que está pasando aquí, dónde está esa renta mínima a la que iba a tener derecho todo aquel necesitado, si ha llegado ya a manos de sus destinatarios o si lo hará dentro de tres meses... Dónde, la solidaridad entre familias o incluso entre vecinos. Es necesario echar afuera complejos y miedos: hay que saber dar y hay que saber recibir: nada de vergüenza, amor propio o pundonor. Podemos pensar que estas situaciones han de tener una respuesta adecuada de la administración, no nos vale la caridad. Y yo digo que no, que sí que vale la caridad en casos tan extremos como éste. Os animo desde aquí, por tanto, a donaciones o cualquier otro tipo de ayuda alternativa posible en estos momentos críticos. Primum, manducare. Lo primero es comer, y luego, si eso -deinde, filosofare-, ya iremos pensando en las medidas más estructuradas y certeras para que nadie pase hambre.

Nos hemos visto en la cresta y nos hemos creído a salvo de cualquier mal: las cosas malas pasan en otros sitios, nosotros somos intocables. El hambre fue cosa de nuestros abuelos en la posguerra o es algo acostumbrado en África o en nuestros campamentos periurbanos de rumanos. "Por lo menos pa comer tenemos", suele decir la gente. Y fíjate, en apenas dos meses un bichito de mierda nos cambia la vida de pe a pa. Tanto, como para retroceder casi un siglo. "No semos naide."  

En mi calle ya nadie aplaude. Bueno, pues vámonos de paseo.

Por cierto, me ha llegado hoy un wassapt en el que se nos pide que a fin de dar una despedida solemne al homenaje diario a los sanitarios, ya decayendo por razones de temporalidad, hagamos todos un acto multitudinario de gran aplauso el próximo domingo a las 20 horas, nos pille donde nos pille. Aprovecho el medio para hacerlo extensivo.

10 comentarios:

  1. Muy oportuno tu grito de queja y dolor ante tan dramática situación. Lamentable que a estas alturas tengamos que invocar aún a la caridad para dar respuesta a emergencias sociales. Seguiremos esperando tus recuerdos nostálgicos y acertadas reflexiones. Un abrazo

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  2. Muy de acuerdo con este grito oportunísimo que me da para una reflexión. Tenemos un gobierno de izquierdas, posiblemente el mas de izquierdas que podemos tener y aún así no somos capaces de establecer una paga mínima para evitar estas situaciones. Convenid conmigo que en este mundo occidental en el que vivimos solo mandan las multinacionales.

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  3. Convenimos contigo, sí. Pero también es verdad que las administraciones públicas caminan a paso de elefante cuando precisamos carreras de galgos. ¿Cuándo va a llegar la renta mínima vital?

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  4. Impecables reflexiones.

    Pero... Si existiera una iglesia cristiana ¿también esta derería arrimar el hombro? ¿O no?

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  5. Pedro te remito a mi escrito de principios del confinamiento: "Qué espero de la Iglesia". Por supuesto que debería. De hecho, muchas comunidades de base, muchas parroquias y conventos lo están haciendo. La jerarquía, sin embargo, se limita a seguir los consejos sanitarios, esto es, se lava las manos y se distancia socialmente. Ha tenido incluso la desvergüenza de menospreciar la renta mínima vital, no sea que no quede presupuesto para ellos, obispos adiposos, estómagos desagradecidos. En fin, un abrazo, amigo.

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  6. Tienes razón. Lo malo de los fondos del obispado es que dan poca información de sus gastos y no permiten que el Estado controle "SU" patrimonio, lo que demuestra que iglesia no somos todos, como pasa también con Hacienda. ¿No estarán conchabados?
    Gracias Fili. Por cierto, das una imagen en el video de Casimiro como si llevaras toda la vida en TV. Excelente.

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  7. Ya lo pongo en el comentario que hago: que aparezco como el más natural, ¿a que sí? Jajaja. Oficio que tiene uno.

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  8. Jajaja. Claro, quién mejor que uno mismo para echarse flores?

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