Estoy
escribiendo en este día incierto en que Julio Anguita permanece en estado
crítico en la UCI del Reina Sofía. ¡Qué penuria el protagonismo que en estos
dos meses han cobrado la enfermedad y la muerte! No se habla de otra cosa. Me
gustaría poder presumir de amistad con Julio. No es el caso. Pero sí que he
podido disfrutar de varios contactos esporádicos con él. Lo conocí en persona
un día de barbacoa en la casa de Antonio Luna y Pilar, en su
privilegiado sitio de Bubión. Lo acompañaban su mujer de
entonces, Juana, y otros amigos de Córdoba. Se mostró afable pero algo
retraído ante una concurrencia muy pendiente de su figura, como es natural. Hace
ya muchos años de este primer encuentro. Cuando lo comenté con mi madre, puso
el grito en el cielo: “Niño, tiene cara de buena persona, pero ¡¡¡es comunista!!!”.
Mis padres, como tanta gente antigua de nuestros pueblos, identificaban el
comunismo con la quema de iglesias y el asalto a los cortijos para matar a los
señoritos, con el anticristo. Más reciente, he coincidido con él y su nueva
esposa, Agustina, varias veces en la casa que Antonio Pintor y Victoria tienen en “El Arrecife”. De estos encuentros y alguno más en
cursos sobre derechos humanos en la facultad de filosofía de Córdoba sé que
Julio es un excelente conversador, un sibarita de lo sencillo y tradicional
como la tortilla de papas, el salmorejo o el rabo de toro, aficionado a los balnearios del Imserso con sus íntimos y un notable y
cansino jugador de dominó: las tardes enteras a la sombra de los chaparros,
haciendo pareja con el Pintor, contra José Antonio Naz y
Pedro Antúnez, un comunista de Fernán Núñez. Y sé también de sus mañanas
placenteras de dominó en un puesto de la Corredera con su charpa habitual. Un
vicioso. Me llama hace un rato mi amigo Pintor para comunicarme que la cosa
pinta fatal, que se apaga la luz clarividente de Julio… ¡Lástima! Se ha resguardado
a conciencia del virus, apenas ha pisado un breve paseo, pero no ha habido
parapeto suficiente para detener el ímpetu mortífero de su corazón ardiente y
desbocado. Se nos va el referente político más decente y coherente a mi modo de ver, a quien todo el mundo quería y
admiraba, pero que poca gente votaba; aquel de aquella solemne sentencia: “Prefiero
vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente… vivir”. Un hombre
ejemplar en su ejercicio de función pública, un brillante orador, un eterno
soñador, un apasionado de la política y de la vida que ha vivido con tanta
vehemencia. Os
diría que, más que llorar su pérdida, celebraría su vida tan repleta de
vivencias, no todas buenas, naturalmente, de emociones, de coherencia, de ejemplaridad
y de sabio senequismo cordobés. Acaba de morir. La noticia ya vuela por las
antenas. Y ahora, ya no lo siento tanto por él, sino por su familia y por
tantos amigos a los que deja huérfanos de su amistosa presencia, de su serena
sabiduría y de su infatigable rebeldía por llevar la honestidad a la política. Digo ahora lo que pensé cuando murió mi padre: hay personas que nunca deberían de abandonarnos. Por todo lo que llevan dentro. Retendré a Julio en mi memoria echando su partida bajo la encina generosa del campo de Victoria: "La salida del contrario matarás, tengas o no tengas más". Descanse en la paz de los justos.
Respeto, como es lógico y natural, los sentimientos que tan bien expresas. Pero se me ha venido a la mente aquello de que "hay amores que matan", y tú (o tus amores) acabas de matar a un montón de gente decente que yo conozco. Sabes que he estado en política pública (he sido lo que se dice un político) durante catorce años, y antes y después he estado en política (he sido politikós en el sentido del griego antiguo) dentro de una opción partidaria (el Psoe) desde octubre de 1976. Tanto en una como en otra condición he conocido y frecuentado a muchísimos políticos decentes, la casi totalidad de ellos, tan decentes al menos como Antonio Pintor, tú o yo. Creo que a los políticos indecentes (como a los jueces, a los periodistas o a los médicos) hay que señalarlos por su nombre para no votarlos (o evitarlos en los juicios, obviarlos en los medios de comunicación y rehuirlos en la consulta, según cada caso). En cuanto a Julio Anguita, no he tenido ocasión de tratarlo; pero, de su trayectoria y manifestaciones públicas, tengo gran respeto por su gestión como Alcalde, y siempre consideré desacertado el modo en que concibió y llevó a la práctica su tarea al frente del PCE/IU y como parlamentario del grupo correspondiente
ResponderEliminarHola Daniel. Tú has estado en la cocina y conoces mucho mejor que yo los entresijos, maldades y bondades de la política. Naturalmente que deben de haber muchos políticos decentes. No lo dudo. Al hablar yo del último político decente que se nos va no tengo más remedio que circunscribirme a lo notorio, a aquellos políticos mediáticos que conoce la gente corriente. No consigo encontrar entre la pléyade de dirigentes y líderes políticos españoles vivos a ninguno que se le pueda acercar a Julio en coherencia, honestidad y decencia. Un abrazo, Daniel.
ResponderEliminarCon todo, modificaré algo la frase para que no suene tan contundente ni hiera sensibilidades. Un abrazo.
ResponderEliminarLo que uno siente poco que mmodificar, nunca nos puedes contentar a todos.
EliminarEs verdad, pero reconozco que la frase puede dulcificarse un poco. Tened presente que ha sido éste un escrito realizado sobre la marcha, en la hora que va desde que Pintor me avisa de la gravedad inminente hasta la muerte de Julio. Sin revisión, tal como salió.
ResponderEliminarUn abrazo.