Al estilo de mi amigo Pintor, hoy os voy a impartir una clase, esta vez de geriatría. Empezaré diciendo que no soy conocedor del día a día en las residencias de ancianos, y que, por tanto, las opiniones que vierta aquí para vosotros no son otra cosa que eso, opiniones. He conocido "por dentro" solamente las residencias de Benamejí y la de Villanueva del Trabuco, por distintas razones familiares. Y tengo referencias, por amigos, de la de Añora. Y aunque, ciertamente, da un poco de repelús permanecer en ellas más de lo socialmente correcto en las visitas, mi experiencia la valoro como favorable. La "chacha chiquita" hasta echó su barriguita y todo; la madre de mi amigo Cristóbal se erigió en el ama y señora de la del Trabuco, y María Parra es la alegría de la huerta en Añora.
En lo que sí me considero experto es en geriatría, es decir, en los mecanismos y misterios que rigen nuestro envejecimiento, nuestras enfermedades de viejos y, finalmente, nuestra muerte. Me avalan para ello mi larga vida de internista y mis muchos años de profesor universitario impartiendo, precisamente, clases de geriatría. De manera que aquello que os diga acerca de las residencias de mayores lo tomáis con todas las reservas que os apetezca, y en lo referente a los procesos y efectos del envejecimiento os lo creéis a pies juntillas. De acuerdo.
En lo que sí me considero experto es en geriatría, es decir, en los mecanismos y misterios que rigen nuestro envejecimiento, nuestras enfermedades de viejos y, finalmente, nuestra muerte. Me avalan para ello mi larga vida de internista y mis muchos años de profesor universitario impartiendo, precisamente, clases de geriatría. De manera que aquello que os diga acerca de las residencias de mayores lo tomáis con todas las reservas que os apetezca, y en lo referente a los procesos y efectos del envejecimiento os lo creéis a pies juntillas. De acuerdo.
A partir de los treinta, nuestro organismo inicia un lento y progresivo declive. Cuando llegamos a los cincuenta, todos estamos más o menos tocados. No lo notamos, nos encontramos en la cresta, pero nuestros órganos y sistemas se están resintiendo. Y es a partir de los sesenta cuando, por regla general, empezamos a tener achaques. Quizá lo que antes nos alerta sea el sistema músculo esquelético en los hombres y el de la piel en las mujeres, pero esto es variable. Todos nuestros órganos ya están picados aunque no lo manifiesten. A este fenómeno se le llama la pérdida progresiva de la reserva funcional de los distintos órganos. Funcionan, y lo hacen bien, pero en situaciones basales. Si se les aprieta dan el cante. Y la sobrecarga puede ser algo tan simple como una intervención quirúrgica, una anestesia general, una simple hospitalización, una infección viral o una fractura de cadera. El corazón, el riñón, el hígado, el cerebro... aparentemente sanos pueden verse superados en situaciones de estrés y sobredemanda funcional. Hace poco, un amigo setentón se operó de la vesícula. Todo perfecto. Pues luego se tiró un mes en que apenas podía orinar, y hubo necesidad de sondarlo hasta que por fin se recuperó. Y todo el estudio urológico fue normal, ni siquiera hipertrofia prostática. Había superado la reserva funcional del músculo vesical por mor de la anestesia. Es como si el depósito de un órgano joven tuviese una reserva para 100 kilómetros, y el de un viejo, sólo para 10. Algo así.
El otro fenómeno que explica en parte el hecho del envejecimiento es la homeoestenosis, perdonad el palabrejo. Significa la estrechez en los márgenes del equilibrio en la sangre. La homeostasis es precisamente el estado de equilibrio entre todos los componentes sanguíneos: células, fluidos, elementos minerales, iones, pH... etc. La sangre joven se maneja en unos márgenes más flexibles, se adapta bien a los cambios, compensa unos con otros... A medida que envejecemos esto ya no es así. Desarrollamos rigideces en todos los campos, perdemos capacidad de maniobra correctora.
Y el tercero en discordia es el sistema inmunitario. No es necesariamente que el anciano "tenga menos defensas", como suele decirse; es que las tiene mal avenidas. Digamos que nuestro sistema inmune posee una serie de controles para que funcione correctamente, que no se quede corto, pero que tampoco sobreactúe. Porque ambas cosas son perjudiciales. En el proceso de envejecimiento tiene mucha importancia la pérdida de los puestos policiales de control. Esta función la ejecutan los llamados linfocitos T supresores. Con sus controles de barrera impiden las avalanchas y regulan los pasos sucesivos de respuesta ante el agente invasor. La pérdida sustancial de linfocitos T supresores deja demasiada libertad a los linfocitos B y otra clase de linfocitos T activadores que, eventualmente, pueden sobrepasar las necesidades estrictas de defensa, y se convierten en fuego amigo: el llamado síndrome de hiperactivación macrofágica, que es uno de los nominados al oscar en la patogenia de la enfermedad grave por coronavirus.
La persona anciana, por tanto, está mucho más expuesta a enfermar y a morir. En biología, a esto se le llama vulnerabilidad, la característica más definitoria de la vejez. Aparte de los factores antes mencionados, incrementan la vulnerabilidad una serie de condiciones "externas", tales como la diabetes mal controlada, la mal nutrición, el abandono y la soledad, la pluripatología... Lo sabíamos de manera empírica. Ya lo sabemos de manera científica. Según el Ministerio de Sanidad, el 87% de los fallecidos por coronavirus eran personas mayores de 70 años: 23.500 en números redondos al día de hoy, sobre un total de fallecidos de 27.000. Bien, pero ahora resulta que en los datos del INE relativos al año 2018 (el último publicado) el 86,1% de todos los fallecidos por cualquier causa corresponden a personas mayores de 65 años. Es decir, que la dinámica del Covid 19 es bastante similar a la de cualquier otro agente mortal, se encarniza con los ancianos. Hemos tenido un exceso de mortalidad sobre lo esperado en estos dos meses, de acuerdo. Pero el porcentaje de ancianos caídos no se aleja de la casuística habitual. La letalidad media del virus ronda el 4%, mientras que en las personas mayores de 75 años, se eleva al 20%. Y esto, que nos asusta, ocurre también, en proporciones parecidas, con otras causas de muerte tales como las neumonías, los infartos, los ictus o los cánceres. Con independencia del coronavirus, en España mueren cada mes alrededor de 30.000 ancianos. Cada mes. O sea, 1.000 diarios. Imaginaros que la tele radiara cada día el número de fallecidos. Los mayores estaríamos siempre acojonados, pensando que el día menos pensado nos va a tocar.
Bueno, dejamos la clase aquí. Mañana seguiremos con las residencias de ancianos.
La persona anciana, por tanto, está mucho más expuesta a enfermar y a morir. En biología, a esto se le llama vulnerabilidad, la característica más definitoria de la vejez. Aparte de los factores antes mencionados, incrementan la vulnerabilidad una serie de condiciones "externas", tales como la diabetes mal controlada, la mal nutrición, el abandono y la soledad, la pluripatología... Lo sabíamos de manera empírica. Ya lo sabemos de manera científica. Según el Ministerio de Sanidad, el 87% de los fallecidos por coronavirus eran personas mayores de 70 años: 23.500 en números redondos al día de hoy, sobre un total de fallecidos de 27.000. Bien, pero ahora resulta que en los datos del INE relativos al año 2018 (el último publicado) el 86,1% de todos los fallecidos por cualquier causa corresponden a personas mayores de 65 años. Es decir, que la dinámica del Covid 19 es bastante similar a la de cualquier otro agente mortal, se encarniza con los ancianos. Hemos tenido un exceso de mortalidad sobre lo esperado en estos dos meses, de acuerdo. Pero el porcentaje de ancianos caídos no se aleja de la casuística habitual. La letalidad media del virus ronda el 4%, mientras que en las personas mayores de 75 años, se eleva al 20%. Y esto, que nos asusta, ocurre también, en proporciones parecidas, con otras causas de muerte tales como las neumonías, los infartos, los ictus o los cánceres. Con independencia del coronavirus, en España mueren cada mes alrededor de 30.000 ancianos. Cada mes. O sea, 1.000 diarios. Imaginaros que la tele radiara cada día el número de fallecidos. Los mayores estaríamos siempre acojonados, pensando que el día menos pensado nos va a tocar.
Bueno, dejamos la clase aquí. Mañana seguiremos con las residencias de ancianos.
Estaba leyendo sobre la vida "afectiva" de Isabel II.
ResponderEliminarLlega tu escrito.
Buenísimo. Muy claro, desgraciadamente muy real. conozco bien a tu amigo el operado de vesícula y sus problemas.
Se dice que en la década de los sesenta, las personas son enfermos crónicos pero leves. En los setenta son crónicos y graves. En la década de los ochenta crónicos terminales.
Una clase estupenda para conocer una realidad a veces malinterpretada. A ver que nos cuentas de las residencias. Por cierto nuestro amigo y compañero Félix ha estado gestionando los aspectos sanitarios en las residencias de los Pedroches durante la fase algida de la epidemia.
ResponderEliminarArdino, esa cronopatología que cuentas de los viejos se ha quedado anticuada. Conozco y conocemos todos a octogenarios y nonagenarios que están en flor. Jajaja.
ResponderEliminarAntonio, hablo de algunas residencias de los Pedroches, sí. Ya lo veremos.
No va conmigo. Acabo de cumplir 19!!!!!!!!?
ResponderEliminarJajaja. Tu eres un capullo todavía. Sin ofender, eh.
ResponderEliminarEsteartículo tenías que llevarlo a TV
ResponderEliminarPara un recién estrenado octogenario y ya sexagenario ratón de biblioteca, una lección de las de verdad, de las que enseñan. Gracias y un abrazo
ResponderEliminarGracias a todos, muchachos. Vuestro entusiasmo me anima. Gracias.
ResponderEliminarMe admira tu capacidad de expresar de manera sencilla y comprensible temas tan complejos.
ResponderEliminarPor otra parte me ha hecho recordar con nostalgia ( que no habia sentido desde que deje aquella casa comun que compartimos tantos años) tiempos pasados, en que recurriamos a ti para que nos resolvieras problemas clinicos que nos sobrepasaban, siempre con la confianza puesta en tus conocimientos y nunca nos decepcionastes y ademas con tu amabilidad de siempre.
Bueno sigo tus ¨proclamas¨. Ya he visto que hoy habia.
Me tienes intrigado. ¿Quién coño eres? Dame alguna pista más. La casa común no puede ser el seminario porque allí no teníamos problemas clínicos. Debió de ser un piso de estudiantes, o el Reina Sofía o el Valme. Me tienes en ascuas. jajaja
ResponderEliminarFili, lo voy a poner en tuiter
ResponderEliminarUn abrazo, después de tanto tiempo
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaluca, me alegro de saber de ti. Por Daniel sé que estáis bien. Me alegro. Mi blog está abierto para todo el mundo. Podéis enviar los artículos a vuestros amigos o a quien os plazca. Faltaría más... Uno escribe para el mundo.
ResponderEliminarOye, y carjubero sigue sin responder. En serio que no sé quién es.
ResponderEliminarYa sé quién es carjubero. Jajaja. Un amigo cardiólogo del Valme.
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