jueves, 31 de diciembre de 2020

A tomar por saco 2020

El hombre que hoy conduce el coche de salpicadero empolvado se llama Carmelo Cruz, y va más apurado de tiempo que ayer. La gélida intemperie del parking ha vestido el vehículo con un pijama de hielo azul glacial para pasar la noche. Diez minutos largos le ha llevado descongelar el parabrisas. Va tarde. De camino a Rute, como ayer, la temperatura que marca el cuadro es de -2,5ºC. Medio grado menos que ayer. En la Vega, sin embargo, no se notaría si no fuera por la seresa que le cae de la nariz o porque las bandadas de gorriones se arrejuntan y se posan sobre los cables de alta tensión para ir entrando en calor. Pero hoy, diez minutos más tarde, el sol rubicundo y generoso está repartiendo calorcito tibio a todas sus criaturas. En lugar de escarcha, los esparragales, las tierras calmas y los barbechos ofrecen lágrimas irisadas de agradecimiento al gran astro. Las cunetas, otrora encrespadas, amanecen rasuradas a navaja para recibir el año nuevo. Con todo, aguantan algunos rescoldos de hielo en la greñura de las umbrías. Benamejí y su castillo, allá en lontananza, han perdido parte del misterio neblinoso de ayer, pero siguen envalentados y altivos en lo alto de la colina. ¡Ay, lo que son diez minutos...! Se ha deshilachado por completo la gigantesca nube de algodón que serpenteaba por el río. A Carmelo, ya sobrepuesto del disgusto, le compensa la visión de las huertas ribereñas tan variopintas y tan fugaces. Y llega a Rute con hora. Las diez clavadas. Hasta le daría tiempo de pasarse, de nuevo, por Galleros. Pero resiste la tentación.


Amigos: no ha sido bueno el año 2020 con nosotros. Demasiado sufrimiento; demasiada impotencia; demasiada muerte. Mejor que nos deje, sí. Personalmente, me ha afectado mucho el miedo a enfermar y morir. Y también, la muerte de compañeros médicos. Con frecuencia presumo ante mi mujer y mis amigos de tener todo hecho en la vida, de haber cumplido mi parte y de afrontar la muerte con gallardía. Pero, me parece que hay en ello mucho de "boquilla". Me ha resultado complicado conciliar mi miedo con las ganas y la valentía de mi mujer. Ella es una rebelde indómita a quien le gusta el disfrute de la calle, de la familia y de los amigos de una manera apasionada. Y yo, por contra, un hombre prudente hasta la exasperación. Ahí vamos tirando. La cercanía con nuestra hija y nietos ha sido un colchón de desahogo muy importante. Así como el contacto diario on line con familiares y amigos. Admiro y venero la dedicación de los profesionales de la subsistencia, sobre todo la del personal sanitario y docente, gente que más me llega. He llevado muy mal la crispación y el enfrentamiento político y ciudadano en estos momentos en que tanto necesitamos de la unión de todos. He creído en la bondad de la Ciencia en este momento crítico y en la eficacia de la vacuna. Y, al contrario de lo que dicen muchos, no he aprendido gran cosa de esta calamidad. Ni creo que nos comportásemos de manera diferente en otra que nos llegara, Dios no lo permita. Algunas cosas, sí: me ha servido para comprender mejor las necesidades de los demás; para incrementar mis ratos de lectura y de meditación; he aprendido alguna cosilla nueva de pastelería doméstica y, sobre todo, he tenido todo el tiempo para escribiros casi, casi  a diario. La escribanía ha ocupado gran parte de mi tiempo, sobre todo en los meses duros del confinamiento.

Adiós, año maldito. Bienvenido el nuevo año para todos. Un nuevo año, esta vez sí, cargado de ESPERANZA en volver a una vida normalizada. 

FELIZ AÑO PARA TODOS, mis queridos amigos y lectores.    

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Ni hacer el huevo

Tengo comprobado que el sitio más frío de toda la Vega se encuentra entre el vivero "Soria" y la gasolinera. Esta mañana, de camino a Rute, me orillé en el arcén sólo para echar una foto con el móvil al indicador de temperatura de mi coche: -2ºC. Tres grados menos que al salir de Antequera. Enseguida, mandé la foto por wassapt al grupo de mi familia quienes, desagradecidos, solo tuvieron ojos para la suciedad añeja del salpicadero. "Padrino, por favor, limpia el coche", "papi, veo ahí estornudos desde los tiempos del puente del V Centenario", "¿dónde vas tan temprano con esa guarrería de coche?..." Peor para ellos, ya no les compro nada en "Galleros", la mejor pastelería de la subbética. Estoy padeciendo de un síndrome del músculo piramidal, y en Rute hay un fisio afamado que me lo está aliviando. De ahí, el viaje.

Sin duda, ha sido el de hoy un día de invierno de los de antes. Frío de cojones. Y de sabañones. Toda la amplia vega sembrada de escarcha. Al pasar por La Capilla es inevitable el recuerdo de aquellos días gélidos de aceitunas en que los olivos adquirían formas fantasmagóricas envueltos en la niebla, y en los que mi abuelo nos retaba a mi hermano Manolo y a mí a probar a hacer el huevo con nuestras manos. Imposible mover los dedos, ateridos por el frío. Repelones me dan sólo de pensarlo. Ni calentádonos en la candela ni luego más tarde, con el calorcito del sol del mediodía, conseguíamos el huevo en todo el santo día. Arreciitos perdíos. Comparado con eso, el Latín del seminario me parecía pan chupado.

En la bajada hacia el Tejar, se me ofrece una vista idílica de Benamejí en lo alto y su Castillo del Moro sobre una loma, rodeados ambos en una bruma espumosa traspasada dulcemente por los rubios rayos del gran astro, que hoy se muestra un tanto perezoso. Es una postal de ensueño. Ahora me alegro del madrugón y del desayuno a trompicones. ¡Sioputas, los ahumaos, qué suerte de pueblo con vistas! Pero lo mejor estaba por llegar: Desde antes de encarar el puente, un caudal arrebatado de niebla densa y espesa se precipita río abajo ocultando por completo todo el cauce. Es una visión  irreal, onírica. En los segundos en que se recorre el puente he deseado un arcén más amplio donde poder pararme a contemplar este fenómeno atmosférico tan abracadabrante. Todo el recorrido del río que puede abarcar la vista se encuentra cubierto con un enorme edredón de algodón compacto que quisiera proteger del frío esas aguas desamparadas. Una preciosidad. Tan ensimismado voy con esas visiones tan placenteras, que por poco me paso el cruce.

A la vuelta, con el sol en todo el pimpollo del cielo (y yo con mis piononos de Galleros), los olivos de Rute me despiden con sus perlas de cristal que resbalan por las hojas, y, más adelante, nuestro gran río se ha desperezado y destapado de tan contumaz y pegajoso abrigo.

A ver mañana, qué me encuentro por esas carreteras de Dios. 

Un día menos para mi vacuna.


 

domingo, 27 de diciembre de 2020

Día V (De vacuna)

Será un día para la historia. Araceli, una anciana de 96 añitos, ha sido la primera en España. Como cualquiera de nuestras abuelas antiguas, lo primero que ha hecho, antes del pinchazo, ha sido santiguarse. Entrañable. ¡Qué poquita vida le queda a ese gesto tan nuestro! Creo que los católicos practicantes sólo lo hacen al comenzar la misa. Antes, era una práctica bastante común cuando alguien se disponía a acometer algún asunto de cuidado. Bueno, y hasta para iniciar una actividad tan rutinaria como comer la familia en torno a una mesa. ¡Qué velocidad de vida! Me entristece ver la pérdida de esas sustancias con las que uno se ha criado. Como el "Ave María Purísima", al entrar en las casas. O, mejor aun, como aquella jaculatoria con que nuestras madres nos mudaban la camiseta: "bendita sea tu pureza/ y eternamente lo sea/ pues todo un Dios se recrea/ en tan graciosa belleza/ a ti, celestial princesa..." Uno será muy ateo, pero sigue teniendo su corazoncito.

Pero hoy es día de alegría. Es el principio del fin, ha dicho nuestro ministro Illa. Y yo, sinceramente, lo creo así. A mi hermano el chico, médico internista en el hospital de El Ejido, lo han llamado hoy mismo, domingo, para que acuda a vacunarse. Estando de vacaciones en Palenciana, se ha desplazado doscientos y pico de kilómetros sólo para eso, para vacunarse. Podría haber esperado al miércoles que reanuda el trabajo. Pues, no. Hoy. Y, a instancias mías, ha preguntado al responsable del centro de vacunación si podría acompañarlo, también para recibir el consiguiente pinchazo, un hermano suyo, médico jubilado, que presenta algunos factores de riesgo y, además, es muy cagao. Por ver si colaba. No ha podido ser. Las dosis vienen contadas. No he querido, yo mismo, que insistiera alegando que seguramente habrá dosis sobrantes por ausencia voluntaria o involuntaria de algunos profesionales. No he querido tensar esa cuerda en unos momentos tan iniciales y comprometidos para todos los responsables. Pero ahí queda mi intención clara de ser de los primeros. Soy asustadizo y pusilánime para cualquier asunto de salud. Incluso, pelín hipocondriaco. Y, sin embargo..., para la vacuna, el primero, si me dejaran.

Pudiera mi actitud tan confiada parecer irresponsable habida cuenta de que no estoy en posesión de todos los detalles técnicos de la vacuna. Y más aún siendo médico y actuando con tanta efusión proselitista sobre ella. Es verdad..., a medias. A grandes rasgos, conozco el procedimiento y los pasos seguidos hasta su aprobación. Pero, sobre todo, confío en el esfuerzo tan extraordinario que la Ciencia ha desarrollado en estos meses de pandemia. En nuestro oficio de médicos no sería posible la práctica clínica sin confiar en los conocimientos nuevos que la investigación va generando. No a ciegas, desde luego, sino comprobando la adecuación de tales conocimientos al método científico. Nunca antes habíamos conocido una simbiosis tan perfecta entre países, gobiernos, centros de investigación, empresas privadas..., hasta lobys financieros en pos de un objetivo prioritario y común: la vacuna. Nunca antes ha habido tanta inversión dineraria pública y privada en un proyecto sanitario. Nunca antes, tan pertinaz búsqueda de la gloria del premio. No dudo que también del negocio redondo. De llevarse "El Gordo". Vale. Pero una cosa no quita la otra. Nunca antes..., quizás porque nunca antes habíamos conocido en el mundo desarrollado una plaga como la presente. Es triste, ahora que nos paramos a pensarlo, que la otra plaga, aun más devastadora que la pandemia, el hambre en el tercer mundo, necesite de muchísima menos inversión financiera para erradicarla, y, sin embargo, no se ponga la mitad del empeño que se ha puesto en la consecución de esta vacuna. Acaso esa inversión no proporcione tan buenos dividendos. Lástima. Pero ésa es otra historia en la que no me siento capaz de ahondar.

Ya la tenemos. Los optimistas, la propia creadora de la vacuna de Pfizer, creen que para el verano próximo la vida será parecida a la de antes. Ojalá. Me conformo con que lo sea a lo largo de todo el año. Y ojalá, también, que el deseado éxito de la vacuna lograra desarmar a los negacionistas de su argumentario de conspiración. Será difícil, pero constituiría, sin duda, un primer paso de muy gran alcance y calado. Después de una gestación de nueve meses largos y terribles de miedo, aislamiento social, heroicidades épicas de sanitarios, desempeño ejemplar de empleados públicos y privados para la subsistencia, crispación política, división ciudadana, incertidumbre, sufrimiento y muerte, la Ciencia ha alumbrado un hijo, bueno..., una hija que, coincidiendo con la natividad de nuestro Señor, pretende también como Él, salvar al mundo de sus miserias.

Que así sea.  



 

viernes, 25 de diciembre de 2020

¿Qué pasó con lo sagrado?

¿Qué es lo que está pasando en estos últimos tiempos? No es cosa de ahora, ya llevamos algunos años con ello. Me refiero a la escasa penetrancia del discurso navideño del rey en nuestros hogares. No hablo de audiencia, seguramente elevada, sino de atención, de escucha. Escena de muchas casas en estos años de atrás: la tele está encendida, sí, y ocupando un lugar de privilegio en nuestro salón, sí. El rey, solemne y en su papel; también. Ni puñetero caso: los chicuelos juguetean removiendo a los Magos y al caganet; los abuelos, empotrados en sus butacas respectivas, reparten céntimos a los chaveíllas que entran pidiendo el aguinaldo canturreando el mismo villancico; las mamás emplatan y adornan la ensaladilla, y los papás discuten en la cocina sobre el corte del jamón. A los más jóvenes les falta todavía media hora para bajar de la cámara. Acicalándose.

¡Si mi padre levantase la cabeza!!! Era éste, el discurso del Rey, uno de los momentos más sublimes para él. Tan sagrado o más que la bendición papal televisada Urbi et Orbi, o que  los rancios y monótonos discursos de Franco. "Tiene semblante de buena persona" -decía en referencia al rey Juan Carlos I. Mi padre, en lo político, todo lo fiaba al semblante. Le parecían buena gente Suárez, Felipe González, Calvo Sotelo, Fraga. Incluso Anguita, "aunque sea comunista, tiene cara noble". No así Santiago Carrillo, "ése no me gusta un pelo, es feo y arrugao". Podíamos ir picoteando, pero hasta que no concluía el discurso del rey no se empezaba la cena de Nochebuena. Todo un rito. 

Y reconozco que a mí también me gustaba escucharlo con atención: aquella pose de solemnidad, aquella voz profunda y varonil cargada de recomendaciones tan bien intencionadas sobre la moralidad, la decencia y la ejemplaridad de las personas y de las instituciones. Eran tiempos en que yo creía en la honradez y honorabilidad de nuestro rey y me declaraba monárquico convencido. Porque mi padre lo era y porque disfrutábamos de una casa real modélica y ejemplar. Eso creíamos todos. Aquello, ciertamente, rayaba con lo sagrado. Era una especie de símbolo de espiritualidad laica, de trascendencia sobre nuestras miserias. Por supuesto que no me arrepiento, actué de buena fe. Lo que uno siente ahora no es arrepentimiento, sino frustración y desengaño. Y lástima porque nuestro admirado rey emérito no haya sabido preservar ese capital de confianza y de cariño que todo español le profesaba. Yo, el segundo, después de mi padre. Desde mi condición de español caliente y verderón, le perdono su lujuria. Hasta puedo entenderla en un hombre ardiente y pasional, aunque me apene un poco el papelón de la reina. Pero lo imperdonable, para mí, ha sido la avaricia desmedida. La ambición viciosa. Un palo grande para muchos de nosotros, españolitos de a pie.

Y lo malo, más aun, es que esa imagen de corrupción real se ha tornado como algo institucional, y ha manchado, de rebote, la reputación del hijo. El tiempo, juez implacable, dictará sentencia sobre el terrible e irreversible daño que la miserable actuación de don Juan Carlos I haya podido infligir a la Monarquía española.

Anoche no escuché el discurso. La tele estuvo apagada hasta después de la cena. Los medios hablan hoy de un discurso muy aceptable, muy bien preparado, donde se destaca como titular que el comportamiento ético nos incumbe a todos, y que la ética debe estar por encima de cualquier consideración familiar. Muy bien. También su padre nos embaucaba con bellísimas palabras. Hechos. Necesitamos hechos. Ya no creo en los discursos grandilocuentes.

Y, sin embargo, hoy, quizás imbuido mi espíritu de la consabida compasión navideña, me pide el cuerpo echar un capote a nuestro desprestigiado rey emérito. No sé, a lo mejor es sólo por la resaca. O que uno, republicano de nuevo cuño (republicano converso), todavía mantenga algún rescoldo de esperanza en la regeneración moral de aquella institución que creímos modélica.

Don Juan Carlos ha pecado de indecencia, de falta de ejemplaridad. El máximo exponente del Estado no puede arengarnos, año tras año, de no mearnos en la piscina comunitaria, y luego, va él y lo hace desde el trampolín. No hombre, no... Pero uno se pregunta si acaso se podría encontrar a sólo cuatro "justos" en ésta nuestra Sodoma que es España. Sólo a cuatro personas públicas y notorias que hayan demostrado decencia y ejemplaridad. A mí no me sale más que uno. Y ya no está entre nosotros. O una institución libre de corrupción. ¿Acaso es decente nuestra institución política, incapaz del más mínimo atisbo de concordia ni siquiera en las condiciones dramáticas del momento? ¿Es ejemplar nuestra Iglesia tapando corruptelas y abusos a menores, o inmatriculando propiedades a mansalva? ¿Es presentable nuestra Justicia de altura tan descaradamente politizada? ¿Es fiable nuestra institución militar, cuya cabeza, el mismo rey, no sale al paso, rechazándolos de plano, el chat de los fusileros o la carta subversiva dirigida a su persona por un grupo de jubilados de Aviación? ¿Es normal que en una sociedad avanzada y democrática sigamos siendo los ciudadanos tan obtusos, contrarios y cainitas...?

-El Rey Juan Carlos ha hecho lo que hubiese hecho cualquiera de nosotros, si pudiéramos -fue la sentencia final de una mujer ayer mismo en la sala de espera de mi fisioterapeuta.

¿De verdad somos así? ¿No nos queda ya nada de sagrado? Me niego a aceptarlo.


Feliz Navidad a todos y mi deseo de un Año nuevo cargado de esperanza.


   

  

domingo, 20 de diciembre de 2020

Un susto padre

Ya sabéis que mi siesta -cada vez más corta- es algo consustancial a mi entidad como ser humano. De tres a cuatro de la tarde no soy persona.

-¿A qué hora te puedo llamar? -es una pregunta habitual.

-Después de la siesta, cuando quieras.

Pues esta tarde mi amigo Fernando Palomo me ha llamado antes de la siesta. Pero no ha sido culpa suya. Lo ha hecho a las cinco. Lo que ocurre es que hemos tenido la Peque y yo una comida familiar en un restaurante, y toda mi rutina se ha ido al traste.

Que resulta que necesita mi opinión para quedarse tranquilo. Que la madrugada pasada, sobre las seis, después de levantarse para orinar se cayó redondo al suelo, golpeándose duro en la cabeza y en en el centro del pecho. Debieron ser segundos de inconsciencia, y al despertarse se vio rodeado por su mujer y su hija, y con una brecha en una de las cejas.

En el traslado en coche hasta "San Juan de Dios" de El Brillante iba el pobre acojonado pensando en que le había sobrevenido un infarto, porque le dolía un montón el centro del pecho, donde se había golpeado. Bueno, finalmente todo quedó en nada. Doce puntos de sutura en la ceja y una fisura en el esternón.

Lo que ha tenido Fernando se denomina en el argot clínico un síncope miccional. Y he querido contároslo (con su permiso) para vuestro conocimiento por si alguna vez os veis envueltos en parecida situación.

Llamamos síncope a cualquier pérdida momentánea de conocimiento. El típico desmayo o la lipotimia. Lo que ocurre es que no todos los síncopes son tan "benignos". Los hay "malignos", esto es, heraldos de algún evento cardiaco grave que nos acecha a nuestras espaldas. Y la mejor manera de empezar a diferenciar a los buenos de los malos es conocer de primera mano (de la boca del paciente) las circunstancias en que tal síncope se ha producido.

-¿Le dijiste a la doctora que el desmayo te ocurrió después de haber orinado? -le pregunto a mi amigo.

-Se lo dije, pero al final.

-¿Cómo que al final?

-Sí. Cuando ella vio que el electro, la radiografía y la prueba del azúcar eran normales, entonces ya todos tranquilos, me hizo algunas preguntas, y ya le conté que había sido después de orinar.

-Pues si se lo hubieses dicho desde el principio quizás os hubieseis ahorrado tanto susto e incertidumbre.

En los síncopes "benignos" siempre hay un dato, un hecho que damos por desencadenante de un reflejo vagal que ralentiza el corazón en extremo y produce hipotensión muy marcada: la visión de la sangre, un susto, una emoción, una noticia desagradable... o un vaciado rápido de la vejiga durante la noche. En este caso, síncope miccional. En otras ocasiones, estos síncopes buenos pueden ser producidos por efectos secundarios de la medicación antihipertensiva. Y siempre el desmayo viene precedido por unos "avisos" -los pródromos- en forma de palidez, sudoración, mareo, visión borrosa... Por contra, en los síncopes "malignos" no encontramos ningún factor externo aparente ni pródromo alguno. Simplemente te caes de sopetón, sin previo aviso. Unas veces -las que más- te recuperas, pero quedas advertido de que hay que mirarte el corazón; y otras -las que menos-, te quedas muerto pa siempre, a no ser que haya alguien cerca que inicie las maniobras de reanimación. De ahí que sea tan importante, ante un síncope, conocer esas circunstancias que lo han rodeado.

-¿Y qué puedo hacer para que no me ocurra otra vez? -pregunta Fernando.

-Mea sentado. Y tu mujer te lo agradecerá también.

-¿Y meando sentado se evita esto?

-No lo sabemos; pero el golpetazo es más suave. 


Y ahora, toda la gente que me lee de Palenciana estará cuchicheando quién será el tal Fernando Palomo. Tan solo he dado una pista.



viernes, 18 de diciembre de 2020

El buen rechupetear

Aprovechando este día de tregua que nos concede la lluvia pertinaz, estamos jugando con los niños en la amplia terraza de su piso. Lucas, con su padre, al fútbol; y la Peque y yo, con Daniel, el chico, contándole algún cuento del pirata patapalo. En un momento del juego pregunto yo en voz alta que dónde está la mamá. Y responde rápido Daniel con su media lengua:

-Mamá tá correguendo..., con el odenador (corrigiendo exámenes).

A la Peque le hace tanta gracia, que lo coge en brazos, lo levanta por los hombros hasta quedarle las ingles del niño a la altura de su boca.

-Grasioso, rebonito, simpático... ¡Ahora mismo te voy a comer la pichorra! -Y hace el gesto de abrir su boca, amenazando las partes del chiquillo.

Y entonces, Daniel, preso de la risa y la emoción, va y dice:

-A mí, no, a mí, no: ¡al abelo!, ¡¡al abelo!!!

Y qué queréis que os diga. Pensé: "¿Será esto un aviso? Oye, que me vine arriba:

-Bien dicho, Daniel: Eso, eso, al abuelo.

En esto que entra en acción mi hija que ha estado al tanto de la conversación a través de la ventana que da a la cocina:

-No caerá esa breva...

Pero es que, casi a renglón seguido, me manda la Peque a la pescadería a por lenguados para los niños. Mientras Alejandro, el pescadero, me los prepara entra una mujer de nuestra edad, más o menos.

-Alejandro, ¿te quedan patas de cangrejo? 

-Sí, por ahí quedan un par de ellas...

-Pues pónmelas, que llevo mucho tiempo sin rechupetear nada -y va y me mira con esa sonrisa picarona de sesentona desinhibida. Y una vez que se hubo marchado, me advierte el pescadero:

-Ten cuidado, José María, que ésta, desde que enviudó se le ha ido un poco la chaveta...

En medio de tanto ruido funesto, cuando no de virus, de sables, yo digo que estas cosas, tan extraordinarias y tan seguidas, tienen que pasar por algo, esto no sucede así como así. En apenas media hora, dos escenarios de erotismo latente. No sé vosotros, pero yo veo señales en todo esto. Señales premonitorias, como una especie de profecía de que algo bueno está muy próximo a ocurrirme. Y no es la vacuna. Ni la lotería. Lo malo es que siempre estamos en las mismas: que se quedan en eso, en señales. ¡Ojalá en esta Navidad tan rara que se nos avecina pueda uno rechupetear algo de marisco..., que no fuera patas de cangrejo! ¡Ni siquiera gambas blancas!

Quedaos en casa, anda. Tal vez así os sucedan cosas buenas.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

De anatomía femenina

Anoche, en esa hora incierta en que uno no sabe si seguir con Netflix o irse al catre, me despabiló una llamada del móvil: era Lina. "Vamos a ver qué quiere ésta a estas horas..."

Desde que me jubilé, todo mi quehacer médico se reduce a temas relacionados con mis nietos, mi familia o mis amigos. O conmigo mismo y mis neuras. Que no es poco. Lo de mis neuras. Y con la cosa del confinamiento, y luego la cautela por no frecuentar mucho el centro de salud, las consultas telefónicas se me han multiplicado. No sólo no me disgusta, sino que es algo que agradezco por mantenerme con mi acostumbrada agilidad clínica. 

Mis amigos y allegados (palabra tan de actualidad) conocen mis asuntos preferidos, que no son otros que aquéllos relacionados con los bajos, esto es, la escatología mundana. La divina, no. Yo debo de haberme quedado estancado en la fase anal del desarrollo: lo del caca, culo, pedo, pis. Otra explicación no le encuentro. Y, con mucho, quienes más me consultan por estos temas son mis amigas. Tengo unas amigas que son la releche de divertidas. Usaré con ellas nombres ficticios para no malbaratar su debido decoro.

"Sema, desde que me operé de las almorranas mis peos no son normales; es una cosa escandalosa, que yo misma me asusto de que se me vayan a soltar las costuras por dentro..." Esto es cosa de Cordi, una de mis amigas más antiguas y queridas. "Te lo cuento a ti, porque me da vergüenza decírselo a mi médico..."

"Oye Fili, que no lo que me paza, pero que llevo varios días que orino con dos chorros. Y me duele un montón." Me consultó Nanda, muy preocupada, hace ya unos meses. Y resultó que tenía un cálculo atrancado en la uretra, que le dividía el chorro en dos. Hasta que lo pudo expulsar. Como un garbanzo de Escacena, oye.

"Fili, de verdad, no puedo más: llevo una semana sin poder obrar. Por mucho que aprieto sólo me salen cacarrutas y el florón de mis almorranas. ¿Qué hago?" Así se lamentaba mi amiga Romi. Con un cambio en las yerbas medicinales que tomaba pude sacarla del apuro.

Pero estábamos con Lina. Anoche. Es tremenda esta mujer. Que resulta que hoy, a las doce del mediodía, le realizan una exploración endoscópica por sus bajos. No es una colonoscopia, "es por el otro agujero. Ya sabes... por donde chingo con mi hortelano". Tremenda. "Me hago cargo"-le digo. Y que el ginecólogo le había prescrito una cápsula que debía de colocarse ella en su vagina esta noche. "Bien, es un producto que sirve para dilatar el cuello uterino, y así resulta más fácil el paso del endoscopio" -le explico.

-Sí, ya, eso lo sé.

-¿Entonces?

-Pues que... Estoy pensando que va a ser pa ná. Porque soy muy meona, y la pastilla se me va a escapar con el chorro.

-No mujer. La pastilla te la introduces profunda en tu vagina, con tus dedos, y la dejas ahí tranquila, que ella sola se va disolviendo.

-Pero ¿y la orina?

-Mujer, la orina sale por otro sitio; no hay problema.

-Pero, entonces -y ahora ya me deja sin resuello-, ¿cuántos agujeros tenemos por ahí abajo?

-¿Será posible, Lina? Pues, tres: el ano, la vagina y la uretra, por Dios bendito.

-Pues ¿qué quieres que te diga? Yo me veo más que dos.

Y nos hartamos de reír. Pero vaya, que hay mujeres en las que la uretra termina en el borde inferior de la vagina, también es verdad; y podría ser el caso de nuestra amiga. Pa mear y no echar gota.


Un día menos para la vacuna... 

 

domingo, 13 de diciembre de 2020

¿Racismo o pataleta?

Estamos en un imaginario partido de fútbol de la Champions. Un lance del juego -una dura entrada- se salda con tarjeta amarilla para el jugador infractor. Cosa normal. Desde el banquillo, un miembro del cuerpo técnico del equipo castigado salta furioso y con aspavientos vociferando contra la decisión arbitral. Bastante normal también. El árbitro, severo, de éstos que no aguantan ni un puñado de tábarros en el culo, se echa mano al bolsillo y corre hacia el banquillo visitante con la clara intención de expulsar a quien haya sido. Pero ahora no acierta a saber quién. El banquillo lo ocupan seis hombres entre entre primer y segundo entrenador, masajista, médico y técnico. El árbitro, a la carrera, pregunta a su auxiliar, pegado a la banda y que lo ha presenciado todo: "¿quién ha sido?" Ahora nos toca imaginar que todos los ocupantes del banquillo son hombres blancos, y que el técnico que se ha sobrepasado en las protestas es de pelo rubio. El auxiliar solo conoce el nombre del primer entrenador, no el de los demás. Ninguno lleva un número asignado (el dorsal) en sus respectivas indumentarias. Y el cuarto árbitro, entonces, le dice al árbitro principal: "ha sido el rubio". ¡A la puta calle! Y ya está. Nada hubiera sucedido.

Pero resulta que no era rubio, sino negro, el hombre protestón. Rubio no es racista, rubios son los nórdicos, tan guapos y ricos todos ellos, pero negro, sí. Y ahí está el problema, pienso. ¿Por qué ofende decir negro todavía hoy? "Ha sido el chico negro" -dijo el auxiliar. Y se armó la de san Quintín. "¿Por qué me llamas negro -sigue la protesta-. A un blanco no le dirías el chico blanco, ¿a que no?" Pues sí, mire usted, en un banquillo donde todos fuesen hombres negros, menos uno blanco, quizás el auxiliar hubiese dicho sin problema "ha sido el chico blanco". De nada sirvieron las razones del cuarto árbitro intentando disculparse. Que en su país, Rumanía, "negru" se aplica al color sin ningún ánimo despectivo, a diferencia de niger, que sí lo lleva. Nada. Todos los jugadores de ambos equipos se conjuraron en contra del cuarto árbitro y abandonaron el campo en señal de protesta ejemplarizante. Y se suspendió el partido.

Uno está por la labor de creer que el cuarto árbitro no tuvo ninguna intención de ofender, que le salió de una manera espontánea y precipitada. Encontró en el color de la piel la manera más rápida de identificación del reo. Nada más. Podría haberlo señalado con el dedo y ya está: "ha sido ése". Se equivocó. Mi posición es que se piden disculpas, y se acaba el problema. Creo que más que racismo, en esta ocasión la cosa fue un asunto de pataleta. Creo.

Sed prudentes, amigos, que la vacuna está al caer.  

sábado, 5 de diciembre de 2020

¡Que viene la vacuna...!

Vamos a ver si soy capaz de exponer con una jerga que no resulte muy pedregosa los entresijos de la tan ansiada vacuna.

Empezaré por decir que las vacunas contra el Covid 19 que ya están a punto de ser aprobadas para su uso, la de Pfizer y la de Moderna, utilizan un nuevo método. Que dicho procedimiento llevaba ya años en estudio pero que hasta ahora no se había utilizado. Y que muy posiblemente, esta tecnología haya sido la clave para acortar los plazos habituales. Porque es más rápida y reproducible que las previas.

Hasta ahora, la gran mayoría de vacunas están constituidas por gérmenes "atenuados" en su virulencia, o sencillamente muertos. Generalmente, como sabemos, son muy eficaces, y en algunos casos -muy pocos- pueden darse complicaciones, algunas de ellas severas. Dichas complicaciones se derivan de la exagerada o anómala respuesta de nuestro organismo a "cuerpos extraños". A modo de ejemplo, las complicaciones más graves de la vacuna antigripal son la polineuritis, que puede dejarnos paralíticos para siempre, o la meningoencefalitis, que nos deja lelos o nos lleva directamente al responso del dies irae, dies illa. No obstante ello, conviene considerar que la propia gripe puede producir esas mismas complicaciones. 

Un repaso rápido a nuestra biología de Preu: Las células humanas son eucariotas (bien organizadas) y dedican su tiempo, como todo el mundo, a acomodar su guarida para preservarse del mal tiempo, buscar, consumir y almacenar víveres, y a reproducirse (pero, ¡lástima!, sin refocilamiento). El cerebro de toda esa actividad está encerrado en el núcleo, Santa Santorum del ADN. Ahí no entra ni Dios. Desde el núcleo, el ADN dicta las órdenes, que no es otra cosa que la fabricación de proteínas. Un gen, una proteína. La orden la transmite por medio del ARN mensajero que atraviesa la membrana nuclear y queda suelto en el citoplasma de la célula como una especie de copia simple de un teletipo cifrado en código secreto bastante similar al Morse, sólo que en vez de pitiditos este código emite señales químicas: citosina, guanina, adenina, uracilo. Los nucleótidos de la vida. Cada tres de éstos, en distintas combinaciones, un codón, codifica un diferente aminoácido. Esa receta es atrapada y traducida por los ribosomas, máquinas de fabricar proteínas ensamblando aminoácidos. Cumplida su misión, el ARN muere. Como la abeja cuando pica.

Las vacunas de Pfizer y Moderna no utilizan el sustrato de virus muertos o atenuados. Ahí está el quid. En el laboratorio, se ha aislado la proteína S, la que conforma la corona del virus, y se han secuenciado los aminoácidos que la componen. Como ya sabemos de antemano los tripletes de nucleótidos que codifican cada aminoácido, y en qué secuencia, maridamos tales nucleótidos y obtenemos una copia simple de una molécula de ARN mensajero. Éste, como huésped habitual, no genera alarma alguna en los porteros de la membrana celular, que lo dejan entrar libremente. De igual manera, los ribosomas "huelen" al mensajero y lo manejan como de costumbre: le leen la receta y se deshacen de él. Imposible que el ARN mensajero puede penetrar en el núcleo e interferir en nuestro genoma, porque las cargas electrostáticas de la membrana nuclear no lo permiten y porque el ARN mensajero es una molécula frágil e inestable que sucumbe una vez vaciada su carga.

Las proteínas S elaboradas de esta manera artificial son liberadas desde las células a la sangre y, como moléculas extrañas, despiertan las alertas de nuestro sistema inmunitario. Se produce el reclutamiento de células de defensa, linfocitos T activadores y linfocitos B, y la generación de anticuerpos. Éstos inactivan a las proteínas S que son fagocitadas por los macrófagos. A tomar por culo. Cuando meses o años más tarde, el Covid penetre en nuestro cuerpo y nos infecte, nuestro sistema inmune reconoce enseguida a las proteínas S de su corona y lo ataca antes de que se reproduzca y prospere.

Entonces ¿es imposible que aparezcan efectos secundarios graves? Impossible is nothing, dicen los guiris. No; no es imposible. Seguramente, menos complicaciones que con  otras, pero no podemos saberlo de manera cierta hasta que no se haya completado la fase III de los ensayos. E incluso más tarde. Pero, lo previsible es que las complicaciones graves, de ocurrir, sean excepcionales.

Ahora, vamos a otro escenario igual de maravilloso: la Ciencia conoce ya la secuencia de las proteínas de membrana de muchas células cancerosas. Podemos imaginar que no sea tarea difícil elaborar ARN mensajeros para esas proteínas, y fabricar así vacunas no contra los agentes infecciosos sino contra los cánceres. Por ahí van los tiros. Acojonante.

Cuando uno se para a pensar en estas cosas de los científicos se tira de los pelos. Hemos creado una sociedad facilona, devota de lo superficial y desdeñosa de lo auténtico y sustancioso. Se muere Maradona en loor de multitudes; los Messi y los Cristianos aclamados como salvadores, y donde más -tiene cojones la cosa-, en los países más pobres; políticos y allegados con mucho más beneficio que oficio... Y los científicos, hombres y mujeres, ratas de laboratorio, con un trabajo callado y abnegado, han sido siempre y lo seguirán siendo auténticos héroes sin capa, sin plata y sin el reconocimiento social que merecen. 

Contando estoy los días que faltan para vacunarme y contárselo enseguida a mi amigo Pedro Calle. Jajaja.  

 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El hato al sol

El hato se ponía donde dijera el manijero, cerca del sitio de la zaranda. Junto a la gran candela de palos que cada mañana desentumecía al personal. Siempre procurando la equidistancia entre las distintas camadas. Allí, al cobijo de un gran olivo, los aceituneros dejaban sus capachas, pellizas y cántaros al cuidado de Manolo el chapero, mi abuelo. Y a la hora de comer cada uno recogía sus pertenencias y se iba a su olivo con su gente. En esos años, la cuadrilla de aceituneros en La Capilla podría muy bien ascender a cincuenta jornaleros. La gran mayoría rejuntados por familias que vivían allí desde diciembre a abril, toda la temporada de las aceitunas.

Me atraía mucho más, sin embargo, el hato de la cuadrilla de taladores al mando de mi padre o de mi chacho Antonio. Porque eran mucha menos gente, acaso seis o siete, y se paraban a almorzar todos juntos. Y aquello sí que era un espectáculo para un niño de nueve años. Miguel era el encargado de preparar y freír la porra: en un dornillo machacaba los migajones con el mazo al tiempo que vertía pequeños chorreoncitos de agua hasta conseguir un caldo blancuzco con muy pocos grumos. Y siempre dando la espalda al viento para no contaminarlo de tierrecilla. Le añadía al caldo un puñadito de sal y un chorreón de vinagre, y ya lo vaciaba todo sobre una gran sartén donde se sofreía, sobre las trébedes, el tomate, el ajo y el pimiento. "Me voy al tajo -me encomendaba la vigilancia del guiso-, cuando empiece la cosa a hervir me das una voz". Aquello se tiraba una hora hirviendo. Me gustaba ver las burbujitas saltarinas del chop, chop, chop de la porra. Llegaba Miguel y apartaba el guiso del fuego cubriendo la sartén con una ruílla. Minutos antes del almuerzo, volvía a poner la sartén en el fuego, espurreaba el contenido con dos carterillas de azafrán... Y ahora venía lo mágico: cada hombre sacaba de su capacha algo que añadir a la porra, hasta ahora con escaso fundamento. Dos chorizos, un cacho morcilla, tres torreznos, tacos de morcilla lustre, lomo de orza... Y una vez todo bien entremezclado, a comer. El personal, sentado alrededor de la sartén, pinchando el pan y mojándolo en la porra con unos tenedores rústicos de un solo pincho hechos a navaja con palo de olivo. Una cosa fantástica para un chavea. Y luego de consumida la porra, cada hombre daba cuenta de sus tropezones. A ninguno se le iba a ocurrir tocar lo de otro. Todo un ritual.

Pero volvamos a las aceitunas. En agosto de 1963 tenía yo diez años y suspendí el ingreso en el seminario. Una semana de pruebas de aptitud en san Pelagio. El motivo que los curas le dieron a don Juan, nuestro párroco, fue de índole higiénica. Los exámenes muy bien, pero de higiene... regular. Y todo, porque no me duchaba después de los partidos de fútbol y comía con los dedos, mira tú qué pecados. Supongo que, en represalia, mi padre me castigó enviándome esas navidades al frío, al hielo y la escarcha. A ver si despabilaba. Hoy, los chaveas que catean son premiados por sus padres con un viaje a Disneyland. Y luego, la culpa es de las leyes de Educación... Él y otro de los manijeros apaleaban con mucho oficio un par de olivos bien cargados, y mi hermano Manolo y yo teníamos tarea para todo el día recogiendo las aceitunas. Y mi hermana Josefa, con doce años, trabajando de media mujer, que se llamaba, en la hilá del "Chillo" y María de la Paz. Un día soleado de enero, mi padre se trajo a mi Juan, de tres añitos, al campo. Y nos lo encasquetó a nosotros para que no le fuera a él de estorbo. Nosotros, ni caso. Bastante teníamos con lo nuestro. Y el pobrecillo de mi Juan tiritando de frío en medio de cualquier camada. En esto que mi abuelo Manolo, desde la zaranda, le gritó: 

-Pero, chiquillo, Juan: ¡ponte al sol, hombre...!

Y mi Juan, que desde chico ha sido un guasón de cuidado, le responde inocente:

-Abuelo..., pero el sol dónde está?

-Aquí, criatura, en el hato.


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Este artículo lo he escrito a propósito para mi amigo y paisano Paco Cabello, maestro jubilado y agricultor en activo. Un enamorado del campo y de nuestra jerga palencianera. Nos une a ambos el amor a nuestro pueblo y un vínculo familiar de imborrable recuerdo: nuestro chacho José "Zapaterillo", el espécimen humano más rústico jamás conocido; un hombre sin hijos, pero padre putativo de media calle del Sol. Paco se entristece porque cuando desaparezcamos del mapa se enterrarán también con nosotros tantas y tan bellas palabras antiguas que han sido sustituidas por otras más modernas o que simplemente se han perdido como los objetos que nombraban. Bueno, pues aquí lleva una buena ración de ellas.

Un abrazo a todos.