viernes, 18 de diciembre de 2020

El buen rechupetear

Aprovechando este día de tregua que nos concede la lluvia pertinaz, estamos jugando con los niños en la amplia terraza de su piso. Lucas, con su padre, al fútbol; y la Peque y yo, con Daniel, el chico, contándole algún cuento del pirata patapalo. En un momento del juego pregunto yo en voz alta que dónde está la mamá. Y responde rápido Daniel con su media lengua:

-Mamá tá correguendo..., con el odenador (corrigiendo exámenes).

A la Peque le hace tanta gracia, que lo coge en brazos, lo levanta por los hombros hasta quedarle las ingles del niño a la altura de su boca.

-Grasioso, rebonito, simpático... ¡Ahora mismo te voy a comer la pichorra! -Y hace el gesto de abrir su boca, amenazando las partes del chiquillo.

Y entonces, Daniel, preso de la risa y la emoción, va y dice:

-A mí, no, a mí, no: ¡al abelo!, ¡¡al abelo!!!

Y qué queréis que os diga. Pensé: "¿Será esto un aviso? Oye, que me vine arriba:

-Bien dicho, Daniel: Eso, eso, al abuelo.

En esto que entra en acción mi hija que ha estado al tanto de la conversación a través de la ventana que da a la cocina:

-No caerá esa breva...

Pero es que, casi a renglón seguido, me manda la Peque a la pescadería a por lenguados para los niños. Mientras Alejandro, el pescadero, me los prepara entra una mujer de nuestra edad, más o menos.

-Alejandro, ¿te quedan patas de cangrejo? 

-Sí, por ahí quedan un par de ellas...

-Pues pónmelas, que llevo mucho tiempo sin rechupetear nada -y va y me mira con esa sonrisa picarona de sesentona desinhibida. Y una vez que se hubo marchado, me advierte el pescadero:

-Ten cuidado, José María, que ésta, desde que enviudó se le ha ido un poco la chaveta...

En medio de tanto ruido funesto, cuando no de virus, de sables, yo digo que estas cosas, tan extraordinarias y tan seguidas, tienen que pasar por algo, esto no sucede así como así. En apenas media hora, dos escenarios de erotismo latente. No sé vosotros, pero yo veo señales en todo esto. Señales premonitorias, como una especie de profecía de que algo bueno está muy próximo a ocurrirme. Y no es la vacuna. Ni la lotería. Lo malo es que siempre estamos en las mismas: que se quedan en eso, en señales. ¡Ojalá en esta Navidad tan rara que se nos avecina pueda uno rechupetear algo de marisco..., que no fuera patas de cangrejo! ¡Ni siquiera gambas blancas!

Quedaos en casa, anda. Tal vez así os sucedan cosas buenas.

2 comentarios:

  1. Anécdota graciosa y simpática con el cachondeíto sexual por medio, pero sin llegar a escabroso.
    Lo bueno que esperas, las señales luminosas, a quién deberías contárselas es a la Peque, porque además de brevas, la huerta del señor tiene otras ricuras.
    Felices fiestas y que el buen humor nos libere un poco de tantos demonios que no nos dejan vivir en paz.

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    1. El cachondeíto no puede faltar, amigo Pedro. Los limones me dan ardores; el jamón de hembra (así se le llama) se me repite demasiado; la breva, sin embargo, es un fruto delicioso. Lo dejamos aquí. Jajaja.
      A mi amigo Ardino Urpiales se le ha estropeado el disco duro de su ordenador y anda el pobre un poco perdido y malhumorado. En el wassapt me pone que a nuestra edad, cualquier pequeño destello nos parece una señal. Dice que él incluso ha llegado a ver algo de eso incluso contemplando una estampita de fray Leopoldo. Jajaja. ¡Hay que estar caliente!...

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