¿Qué es lo que está pasando en estos últimos tiempos? No es cosa de ahora, ya llevamos algunos años con ello. Me refiero a la escasa penetrancia del discurso navideño del rey en nuestros hogares. No hablo de audiencia, seguramente elevada, sino de atención, de escucha. Escena de muchas casas en estos años de atrás: la tele está encendida, sí, y ocupando un lugar de privilegio en nuestro salón, sí. El rey, solemne y en su papel; también. Ni puñetero caso: los chicuelos juguetean removiendo a los Magos y al caganet; los abuelos, empotrados en sus butacas respectivas, reparten céntimos a los chaveíllas que entran pidiendo el aguinaldo canturreando el mismo villancico; las mamás emplatan y adornan la ensaladilla, y los papás discuten en la cocina sobre el corte del jamón. A los más jóvenes les falta todavía media hora para bajar de la cámara. Acicalándose.
¡Si mi padre levantase la cabeza!!! Era éste, el discurso del Rey, uno de los momentos más sublimes para él. Tan sagrado o más que la bendición papal televisada Urbi et Orbi, o que los rancios y monótonos discursos de Franco. "Tiene semblante de buena persona" -decía en referencia al rey Juan Carlos I. Mi padre, en lo político, todo lo fiaba al semblante. Le parecían buena gente Suárez, Felipe González, Calvo Sotelo, Fraga. Incluso Anguita, "aunque sea comunista, tiene cara noble". No así Santiago Carrillo, "ése no me gusta un pelo, es feo y arrugao". Podíamos ir picoteando, pero hasta que no concluía el discurso del rey no se empezaba la cena de Nochebuena. Todo un rito.
Y reconozco que a mí también me gustaba escucharlo con atención: aquella pose de solemnidad, aquella voz profunda y varonil cargada de recomendaciones tan bien intencionadas sobre la moralidad, la decencia y la ejemplaridad de las personas y de las instituciones. Eran tiempos en que yo creía en la honradez y honorabilidad de nuestro rey y me declaraba monárquico convencido. Porque mi padre lo era y porque disfrutábamos de una casa real modélica y ejemplar. Eso creíamos todos. Aquello, ciertamente, rayaba con lo sagrado. Era una especie de símbolo de espiritualidad laica, de trascendencia sobre nuestras miserias. Por supuesto que no me arrepiento, actué de buena fe. Lo que uno siente ahora no es arrepentimiento, sino frustración y desengaño. Y lástima porque nuestro admirado rey emérito no haya sabido preservar ese capital de confianza y de cariño que todo español le profesaba. Yo, el segundo, después de mi padre. Desde mi condición de español caliente y verderón, le perdono su lujuria. Hasta puedo entenderla en un hombre ardiente y pasional, aunque me apene un poco el papelón de la reina. Pero lo imperdonable, para mí, ha sido la avaricia desmedida. La ambición viciosa. Un palo grande para muchos de nosotros, españolitos de a pie.
Y lo malo, más aun, es que esa imagen de corrupción real se ha tornado como algo institucional, y ha manchado, de rebote, la reputación del hijo. El tiempo, juez implacable, dictará sentencia sobre el terrible e irreversible daño que la miserable actuación de don Juan Carlos I haya podido infligir a la Monarquía española.
Anoche no escuché el discurso. La tele estuvo apagada hasta después de la cena. Los medios hablan hoy de un discurso muy aceptable, muy bien preparado, donde se destaca como titular que el comportamiento ético nos incumbe a todos, y que la ética debe estar por encima de cualquier consideración familiar. Muy bien. También su padre nos embaucaba con bellísimas palabras. Hechos. Necesitamos hechos. Ya no creo en los discursos grandilocuentes.
Y, sin embargo, hoy, quizás imbuido mi espíritu de la consabida compasión navideña, me pide el cuerpo echar un capote a nuestro desprestigiado rey emérito. No sé, a lo mejor es sólo por la resaca. O que uno, republicano de nuevo cuño (republicano converso), todavía mantenga algún rescoldo de esperanza en la regeneración moral de aquella institución que creímos modélica.
Don Juan Carlos ha pecado de indecencia, de falta de ejemplaridad. El máximo exponente del Estado no puede arengarnos, año tras año, de no mearnos en la piscina comunitaria, y luego, va él y lo hace desde el trampolín. No hombre, no... Pero uno se pregunta si acaso se podría encontrar a sólo cuatro "justos" en ésta nuestra Sodoma que es España. Sólo a cuatro personas públicas y notorias que hayan demostrado decencia y ejemplaridad. A mí no me sale más que uno. Y ya no está entre nosotros. O una institución libre de corrupción. ¿Acaso es decente nuestra institución política, incapaz del más mínimo atisbo de concordia ni siquiera en las condiciones dramáticas del momento? ¿Es ejemplar nuestra Iglesia tapando corruptelas y abusos a menores, o inmatriculando propiedades a mansalva? ¿Es presentable nuestra Justicia de altura tan descaradamente politizada? ¿Es fiable nuestra institución militar, cuya cabeza, el mismo rey, no sale al paso, rechazándolos de plano, el chat de los fusileros o la carta subversiva dirigida a su persona por un grupo de jubilados de Aviación? ¿Es normal que en una sociedad avanzada y democrática sigamos siendo los ciudadanos tan obtusos, contrarios y cainitas...?
-El Rey Juan Carlos ha hecho lo que hubiese hecho cualquiera de nosotros, si pudiéramos -fue la sentencia final de una mujer ayer mismo en la sala de espera de mi fisioterapeuta.
¿De verdad somos así? ¿No nos queda ya nada de sagrado? Me niego a aceptarlo.
Feliz Navidad a todos y mi deseo de un Año nuevo cargado de esperanza.
Josemaría, lo has clavado. No se puede decir mejor. El desaliento entre la gente decente es, creo, el desaliento que nos producen las instituciones que nombras. Y duele más cuando vemos a sanitarios, a maestros, a trabajadores de los supermercados, a camioneros, a gente pasándolo tan mal cumpliendo de 10.
ResponderEliminarFeliz Navidad y un abrazo grande.
Gracias, Pepe. Siento verdadera pena por tener que escribir estas cosas. Porque hemos vivido, aunque engañados, tiempos casi idílicos. Un abrazo.
EliminarEsto es un discurso y no el de ayer. José Maria for president! . O Rey! si es él me da igual.
ResponderEliminarMal me quieres, amigo, si me propones para un alto cargo. Sabes que lo mío es desde abajo. Un abrazo.
EliminarA lo peor es que no somos una sociedad tan democrática avanzada y solida. En cuanto a lo sagrado quizás haya mucha facha y poca sustancia. Tenemos un doble rasero: de una parte está la realidad social que es de las más secularizadas de Europa. España es de los primeros países del mundo con más ateos declarados. Es evidente que la sociedad, por muchas procesiones que saquen ya no se rige por criterios nacionalcatolicos y morales de la Iglesia católica, y por el contrario resulta que la jerarquía católica se arroga la representación de todos los catolicos y lo que es peor de todos los españoles.
ResponderEliminarAsí es, Jaime. Pero mi concepto de sagrado en este artículo no va tan ligado a lo religioso y confesional, sino a la simbología de la espiritualidad laica representada por la ejemplaridad de personas que nos dirigen: el Papa, el rey, el presidente del gobierno, el alcalde o el cura del pueblo. Un abrazo, amigo.
EliminarMe alegro que no quede nada de sagrado en cuanto a personas y todas puedan ser iguales de ahí que coincidamos en el ser republicano y laico.
ResponderEliminarLo que si debían ser sagrados son lss DDHH que con tanta facilidad se violan en nombre del patriotismo. Este debía ser el gran reto de toda la sociedad y no discursos de instituciones arcaicas y propias del medievo.
Totalmente de acuerdo, amigo Tomás.
Eliminar"...y las escamas que conservábamos de las madres se desprendieron de nosotros: atravesábamos las creencias." Antonio Gamoneda
ResponderEliminarAl encender el televisor el rey actual pregonaba que todos somos iguales ante la ley y debemos acatarla y someternos a ella.
Como un resorte automático he apagado la tele: estoy tan harto de mentiras como de soportar el pandemio, barbijo o estúpida mordaza que retrata inmisericorde nuestra verdadera realidad de cada día.
Agradezco sinceramente, Fili, tu discurso valiente de la infamia política y social que camufla la verdadera naturaleza de quienes dicen servir a los ciudadanos y conspiran contra los derechos democráticos en aras a preservar sus miserables privilegios.
Respecto a políticos decentes, además de D. Julio Anguita, yo reconozco como tales a Juan María Bandrés y a Lluis María Xirinacs, también ya muertos.
Fili, puede ser que nuestras mentes y corazones abriguen alguna corrupción, yo al menos reconozco que no soy ningún santo, pero no pienso identificarme con quienes nos infectan a diario con mentiras por defender intereses inhumanos.
El nazismo doblegó a casi toda Europa; los alemanes que no lo acataron fueron aniquilados (unos 60.000, mayoritariamente objetores de conciencia). Pero antes de todo eso, aparecieron las propagandas de J. Goebbels: "Mentir, mentir que algo queda", y las juventudes hitlerianas amedrentando a sus conciudadanos.
Como se sabe, antes del exterminio sistemático de los judíos, los estigmatizaron y anularon sus derechos democráticos para reducir su humanidad y convertirlos en animales inmundos.
Los fascistas actuales ya dominan a los gobiernos nacionales, que se encargan de doblegar a los ciudadanos e imponerles falsas medidas de salvación, señalando a un enemigo invisible como único culpable de la crisis y volcando toneladas de propaganda para hacerlo temible.
"Todos los días salgo de la cama / y digo adiós a mi compañera.
Vean: cuando me pongo / los pantalones / me quito / la / libertad." Antonio Gamoneda
Gracias, Pedro por tu comprensión. Hay cosas que compartimos y otras, claramente, no. No entraremos de nuevo en bucle. jajaja.
EliminarPienso en referencia al pensamiento de Gamoneda que la libertad es una ilusión. No hace falta ponerse los pantalones para perderla. Incluso desnudos somos esclavos.
Un abrazo.
Puede ser.
ResponderEliminarYo entiendo la poesía de Gamoneda de otra manera:
Cuando me pongo la máscara dejo de pensar libremente.
Un abrazo.
Como siempre amigo José María se te entiende perfectamente, has retratado perfectamente la realidad que nos envuelve. La gente de a pie hemos de cumplir con la legalidad, esa es la forma que tenemos de cumplir con lo sagrado, y de llamarnos españoles.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Gracias, Juan. Sigue cuidándote que ya tenemos aquí la vacuna. Un abrazo.
EliminarFelicidades de vuelta y gracias, José María, por tus certeras y bien traídas anotaciones a la actualidad.
ResponderEliminarMe quedo con una invitación que no expresas porque resulta, me parece, evidente: deshechos los espejismos que alguna vez creímos sagrados y hasta salvadores, las posibilidades de una vida compartida y digna están en manos de gente tan común como tú y yo (¡ah! y Antonio Pintor, que es una garantía)
Felicidades de vuelta y gracias, José María, por tus certeras y bien traídas anotaciones a la actualidad.
ResponderEliminarMe quedo con una invitación que no expresas porque resulta, me parece, evidente: deshechos los espejismos que alguna vez creímos sagrados y hasta salvadores, las posibilidades de una vida compartida y digna están en manos de gente tan común como tú y yo (¡ah! y Antonio Pintor, que es una garantía)
Felicidades de vuelta y gracias, José María, por tus certeras y bien traídas anotaciones a la actualidad.
ResponderEliminarMe quedo con una invitación que no expresas porque resulta, me parece, evidente: deshechos los espejismos que alguna vez creímos sagrados y hasta salvadores, las posibilidades de una vida compartida y digna están en manos de gente tan común como tú y yo (¡ah! y Antonio Pintor, que es una garantía)